TENEMOS (O TENDREMOS pronto) en las manos el más reciente libro de poemas de Encarna, una nueva joya literaria, que agradecemos y cuyos destellos nos deslumbrarán otra vez. Son treinta y un poemas, unidos bajo la rúbrica Viento lejano, el título. Por mi parte, quisiera invitaros a que, cuando os propongáis su lectura, os dejéis impresionar, gozar de sus versos, y, a la vez, ayudaros a que lleguéis a su alma, a escuchar y apreciar el silbo que en ella suena.

La mayor parte son poemas relativamente cortos, donde abundan los metros largos, al estilo de Encarna, en los que ella expresa reposadamente y de forma libre, sin rima ni metro regular, la emoción. En términos musicales, diría que el tempo más característico de la autora es el que se denomina adagio, un movimiento tranquilo, pero no lento; aquí y allí, en los momentos apropiados, saltan los versos cortos, con valor en sí mismos y con función de contraste. La poesía de Encarna posee una musicalidad inherente, que te mueve, te sujeta, te relaja, te zarandea... según lo que requiere cada momento.

Viento lejano, como otros libros suyos, como muchísimos pertenecientes a la literatura universal, es de asunto amoroso. El amor es un don, un regalo que la vida nos da a los humanos; una misteriosa atracción y choque, una íntima y mágica comunicación, un goce espiritual y material que dos personas se proporcionan. Si no la única, sí la forma más eficaz de entender el amor y hablar de él es la poesía, otra de las dádivas místicas de que disfrutamos. En el poema «A tiempo» es posible vislumbrar qué es lo que se entiende qué es el amor en esta obra:

  

Decir amor, casi furtivamente,

con la mirada fija

en la pálida sombra de otra noche.

Acoger en el alma

el vértigo que llega

en las horas grises de otro día.

  

Huir para acertar o equivocarse.

Esculpir la huella de otro beso

sobre la flor privada de simiente.

  

Y habitar el gozo de sentir a tiempo

esa mirada que lo enciende todo,

como el azul relámpago

de una fuerte tempestad.

  

  

FICHA BILIOGRÁFICA

Título: Viento lejano

Autora: Encarna Lara

Género: Lírica. Poesía

Editorial: Gráficas Belda

Localidad: Cuevas de San Marcos (Málaga)

Formato: 20 x 13 cm. Tapa blanda. Tamaño bolsillo

Páginas: 48

ISBN: 978-84-09-50674-3

EAN: 9788409506743

Fecha publicación: 28 Abril 2023

  

  

En Viento lejano vemos discurrir el proceso amoroso entre un «yo», que es el personaje poético, indudablemente femenino, que habla en forma de monólogo a un «tú», mencionado con calificativos masculinos; es a quien el «yo» desea tener próximo y poseer, a cambio de lo que sea, tal como se expresa en el poema que lleva el elocuente título de «Dispuesta».

  

Salir de la muralla

para ensayar en la agreste espesura

la inocencia lila de las violetas.

  

Pintar sobre el viento rojos tapices.

Sentir el roce de unas alas.

Arrojarse al agua de los fríos estanques.

Perderse en el perfume de la salvia.

Quemar para siempre el miedo a la nada.

E irme de tu mano cuando tu voz me llame.

  

Tres son las dimensiones temporales del amor: primero, la época en que, como acabamos de escuchar, aún se espera, se desea, se requiere su llegada; el otro, el momento en que nos posee y nos regocija; y, por último, cuando se marcha y se convierte en recuerdo y nostalgia. Presente, pasado y futuro. Como veremos, las tres fases están en el libro, pero confundidas, penetradas unas en otras, pasando unas por dentro o debajo de las otras. No son fáciles de entender estos cruces cronológicos, que suelen darse en el pensamiento y el discurso poéticos.

«Predestinada a encontrarme contigo», anuncia el poemita «Carpe diem»: el prodigioso momento se acerca. El amado está próximo ya y se le puede divisar:

  

Venía de lejos trepando como yedra

inaccesibles muros.

De nada habría servido

la torpe cobardía de esconderse

a la música viva de su risa de menta.

  

Invito a degustar entero este precioso poema, titulado «Fuerza», donde se despliega el poder lírico de la espera, del atisbo de la llegada inminente, de la «sed, sombra de mi sombra», como se denomina en otro poema, titulado así, «Sed». Sólo he trascrito unos versos para no alargar mi exposición ni limitar la libertad de la autora para recitar luego los que guste.

Los últimos poemas de la primera mitad del libro son un panel de irradiación emocional, pues en ellos se trasmiten los resplandores líricos de la posesión imaginaria, con un despliegue de recursos literarios que admito me gustaría desgranar aquí, si no fuera porque me he propuesto no extenderme demasiado.

  

 

 

Momento en que el profesor José Antonio Ramos se dirige a los asistentes para hablarles de "Viento lejano", el nuevo poemario de Encarna Lara.

  

  

La que podríamos considerar segunda parte se inicia con un verso que, en su musicalidad aliterada, inaugura proféticamente el abatimiento provocado por la separación de los supuestos amantes y es anunciador de un nuevo ciclo: «Ahora que el amor no tiene nombre...» (del poema «Equivocadamente»). Aviso sobre el que sigue a este y que lleva como título «A quien corresponda»: situado en el ecuador del libro, merece no sólo esa posición central, sino un egregio trono de oro, esmeraldas, sedas y rubíes. Es genial, uno de los mejores para mi gusto del libro. Sus dos últimos versos, que evocan los endecasílabos de nuestros grandes poetas del Renacimiento, tienen ya la virtud de elevar a la cúspide a todos los que les anteceden. Dicen así:

  

Y, si de mí alguna cosa deseaste,

a medio palmo de tu cuerpo vivo,

pero a cien años luz de este planeta.

  

Una serie de versos de sombría sentimentalidad van dibujando a continuación los perfiles oscuros de esta etapa, dominada por la pérdida: «en este escalofrío de vigilias / donde hablo de nada con la nada», «una mujer, de espaldas al poniente, / atardecía triste reclamando / el cuerpo navegable de otro cuerpo...», «Tarde llega la luz a la ventana rota. / La plenitud de esa rosa ya no sueña jardines», «se me murió el amor tan niño todavía», etc. Es una tristeza, una sensación de soledad y abandono, incrementados y convertidos en armas punzantes por el imborrable, insoportable recuerdo de un ser que, cosa imposible, quisiera revivir y traer de nuevo a su lado:

  

Perdida en el recuerdo de tus ojos

en esta fría tarde de noviembre,

una dulce pereza transitoria

se acomoda en la alfombra junto al gato.

  

El pasillo engendra mil proyectos de fuga

atrapados en el encaje holandés de los visillos.

Un viento helado mata el terciopelo rojo

de los verdes geranios.

  

Y apenas si me alumbra en esta hora

el amable rescoldo de tu risa,

que persiste con sus alas de humo

en la luz cansada de otra tarde fría.

  

(Del poema «Cansada»).

  

  

 

 

Durante la presentación, Encarna lee ante el público asiste unos poemas de su reciente poemario.

  

  

«Una pregunta», tal como se titula un breve poemita cerca de los últimos de la obra, lanza el grito desesperado de quien ya no puede más, de quien pide olvidarlo todo y recobrar la concordia con la vida:

  

¿Dónde estará la puerta

para cerrar con llave la agonía,

abrir un himno de esperanza,

llover una música entera

y reclinar la frente en la paz absoluta

de un corazón colmado?

  

«Tú» y «yo», o «yo» y «tú». Y entre nosotros, ¿qué?, ¿qué circula entre nosotros? Desde la primera página, mejor dicho, desde la portada, el libro nos responde: «Entre nosotros, el viento». El viento, ¿qué viento? El aire, el viento, la brisa, el céfiro…, invisible pero existente, real, nos acaricia, nos empuja, nos une o nos pone en contacto, trae y lleva sonidos, hace que circulen palabras entre nosotros, nos miramos a través de él... Sin el viento estaríamos solos, perdidos, incomunicados. Por suerte, no es así; por suerte, no es posible estar fuera de la atmósfera, sea esta un suspiro, una exhalación de alivio, una invitación a todos los que estamos unidos por esta aura. Una inmensidad de virtudes tiene el viento en el libro, desde el título, Viento lejano; hasta el último verso. Voy a ir citando algunos pasajes, muy rápidamente, para que podamos apreciar el tacto incorpóreo y la leve o áspera melodía de ese viento.

Llegas tú, herido por el viento. / Vuelves hasta la orilla de la playa / donde planté mis blancas madreselvas / y cultivé racimos en tu pecho (1). Es el encuentro, el acercamiento, el primer contacto, al que «llegas tú, herido por el viento» (recordemos a Cupido, el dios niño, y su arco). Por un mecanismo de expansión metafórica, ella, el «yo», siente y se abandona, dice, «al viento de tu abrazo» (10) y «quisiera regalarte el rumbo de los vientos» (7). Continúa en otro poema: «El viento le saluda con su canción profana» (16). En ocasiones, el aire se encrespa y se convierte en huracán y tormenta, hay que luchar, reconoce, «contra la adversidad de los vientos» (7). Ella desea «pintar sobre el viento rojos tapices» (ya sabemos el significado del color rojo) (26), pero a veces «el viento helado mata el terciopelo rojo» (27), etc. El viento. El viento está presente de manera explícita en una buena parte de los poemas y a lo largo de ellos se pasa de recrearse y abandonarse a la delicia que trae, a sufrir la fuerte arremetida de huracán.

  

 

 

La autora, firmando una dedicatoria a una asiste al acto de presentación.

  

  

Naturalmente, todos entendemos que el viento aquí, en este libro, no es un fenómeno meteorológico, un elemento del clima, sino una imagen poética, una poderosísima imagen poética… ¿De qué? Sin duda, del amor. El viento es el amor, que una vez fue cercano, inmediato, que los envolvía y los unía dentro de su etéreo abrigo, y ahora, sin desaparecer, es, según leemos en el penúltimo poema (y en el título), «un viento lejano que despierta conmigo / y me cierra los ojos en medio de la noche» (29). El amor es «el viento que estremece el horizonte» (30), de modo que ella, concluye el poemario, «queda ligada a la tierra y al viento / en la quietud lejana de un incierto camino» (28). Como el viento, se alejará el amor, se hará imposible, pero nunca hasta el punto de morir y dejar de arañar el corazón con la punta de su flecha imperecedera, tan dulce como amarga.

Antequera, Domingo 25 de abril de 2023.

 

 El texto corresponde a la alocución del profesor José Antonio Ramos Campos, durante el acto de presentación del nuevo poemario de Encarna Lara, en la Biblioteca Pública Municipal de Cuevas de San Marcos (Málaga), el 28 de Abril de 2023.

  

  

  

  

  

  

   

   

José Antonio Ramos Campos nació en Antequera (Málaga) hace 66 años. Se licenció en Filología Románica en la Universidad de Granada. Desde 1978 ha ejercido como profesor de Lengua y Literatura en Secundaria, con un período intermedio en el Centro de Profesores de Antequera como asesor. Además de algunos artículos, ha publicado tres libros relacionados con su especialidad: Excursión fonético-andaluza en la comarca de Antequera (1988), Jerónimo Jiménez Vida. Verso y prosa (1989), en colaboración con Hipólito Esteban, y La definición, la enumeración, la división y la clasificación (2003). En 2013 salió a la luz Cuentos con niño, una selección de relatos propios. Desde su jubilación, cuelga artículos en sus blogs "Ahí te quiero yo ver” sobre temas generales, y "Lengua, literatura y comunicación", con cuestiones de estas materias, que en breve se propone reunir en un libro.

   

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral. Edición no venal. Sección 3. Página 14. Año XXII. II Época. Número 115. Abril-Junio 2023. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2023 José Antonio Ramos Campos. © Las imágenes han sido tomadas del foro digital “Cuevas de San Marcos (Málaga)”, del medio Facebook. Cualquier derecho de autor que pudiese concurrir sobre las mismas pertenece a su(s) creador(es). Diseño y maquetación: EdiBez. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2023 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana. Calle Castillón, 3, Ático G. 29730. Rincón de la Victoria (Málaga).

   

     

 

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