ACOMETO EN ESTA línea una tarea que, aunque lo parezca, no es fácil: presentar un libro de poesía infantil. Decir poesía infantil es referirse a la poesía para niños, lo cual solo en parte es verdad, porque, aunque vaya orientada al mundo y la sensibilidad del niño, no excluye —más bien incluye— al adulto, debido a que el adulto será siempre un niño que ha crecido, un niño que se ha enriquecido de experiencias pero que, en buena parte, sigue siendo un niño. No olvidemos que Sigmund Freud hablaba del “niño interior” y le daba una simbología que tenía mucho que ver con la creación o creatividad, con lo mágico. Así que quienes somos adultos no nos olvidamos de nuestro “niño latente”, de nuestra sensibilidad infantil, esa que nos permite seguir conectando no solo con nuestro interior sino también con esos otros niños que son nuestros vecinos, nuestros hijos o nuestros nietos. En resumidas cuentas, los adultos sabemos que, igual que los niños, disfrutaremos al mismo tiempo con la lectura de libros de literatura infantil, y, para demostrarlo, ahí están, aunque sean prosa, mas prosa eminentemente poética, El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry y Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez. Tampoco se puede pasar por alto cómo en los libros de texto de Educación Infantil y Primaria hay poesías de García Lorca (la más famosa “El lagarto está llorando”), de Gloria Fuertes o de Juana de Ibarbourou.

POESÍA PARA NIÑOS Y PARA ADULTOS

El desván de Josefina corresponde a la autoría de Encarna Lara, creo que conocida ya en Iznájar por otras presentaciones. Ella ha escrito libros de poesía para adultos, y en este, por lo dicho, lo hace para los adultos y preferencialmente para los niños. Esta, voy a llamarla, “doble escritura” o “escritura paralela” es algo normal en la creación literaria de los poetas. Pondré varios ejemplos cercanos. El cordobés Manuel Gahete tiene excelentes y premiados poemarios, tantos como una veintena, y, entre ellos, tres de literatura infantil; el más reciente, de 2018, El mundo de Blue.  Escritora de aquí, de la Subbética, de Priego concretamente, es Sacramento Rodríguez, autora a la vez que de Antología poética (Sonetos), de su Oda al olivo, pero también de su poemario de la modalidad infantil titulado El ayer en mi hoy. Por tanto, que Encarna Lara haya sumado a sus libros de poesía precedentes este otro que es El desván de Josefina no hace más que afirmarme en la teoría de que el poeta “mayor” (adjetivo que destaco entre comillas y no refiero a la edad) no desdeña en su poeticidad el mundo infantil y se apresta a él con una doble finalidad: entretener y contribuir a la madurez del niño —luego volveremos sobre esto— y reforzar en el adulto sus sentimientos más intrínsecamente tiernos o de pura magia, incluso primitivos podríamos decir, que en él siguen latiendo.

RECURSOS FÓNICOS: MÉTRICA. RITMO Y RIMA. MUSICALIDAD

El libro se abre con un poema titulado “Patoso”, que tiene la gran cualidad de mostrar o de adelantar en su forma y significado algunas de las virtudes que vamos a ver extensamente ejemplificadas en el resto del libro. En primer lugar destaca por su vibrante musicalidad, y esto es algo que apreciamos ya en su verso inicial: «Pato Patoso cayó en el pozo», con esa aliteración o repetición de vocales que siguen la secuencia ao-ao-ó-oo, a las que, al mismo tiempo, se añade la repetición tan expresiva de las consonantes, pues en el mismo verso hallamos tres pes y dos tes, reforzadas igualmente por la interdental zeta. Estas aliteraciones van a ser frecuentes de aquí en adelante, y no tendré que señalarlas exhaustivamente sino ejemplificarlas en varios casos más: «Pajarillos cantores desde la tarde»; «La mosca mira el pastel / que Lolita doró al horno», con esa acumulación de erres y de eses; o «con Rosa, Rita y Rosaura, / con Ramiro y Romualda», dos versos que en el contexto ilustrativo de pronunciación de la letra erre en el poema de ese título suma una gran cantidad de vocablos con ese sonido.

Musicalidad, musicalidad alegre e insistente es lo que hay en la poesía infantil, y de este fenómeno se hace portadora toda la poesía de este libro. En él, la musicalidad, que no es otra cosa que ritmo y sonoridad, se logra también mediante la igualdad silábica de los versos, artificio métrico que Encarna Lara consigue con poemas compuestos con versos de ocho sílabas, o en otros casos de doce, o bien de siete, o... de seis. Sin embargo, esta contribución a la musicalidad rítmica o silábica no es aquí estricta, sino que, en muy diferentes ocasiones, un determinado número de sílabas, por ejemplo, de diez, se mezcla con otro número que es, en realidad, un verso quebrado de 5.

La musicalidad, en una nueva fase, se consigue igualmente con la rima, un recurso musical y sonoro que Encarna explota al máximo. Pero he de decir también que lo hace igualmente de una manera libre, con lo cual quiero dejar constancia de que si en un poema los tres primeros versos van rimando de una determinada manera, el cuarto y quinto pueden hacerlo de otra. Es decir, la autora utiliza esquemas de rima de la poesía tradicional conocida, caso de la copla o del romance, pero mezclando esos esquemas con otros que dan variedad a un mismo texto y lo alejan así de lo que pudiera convertirse en monotonía.

 

 

Pato Patoso cayó en el pozo

y el hada Vera lo sacó fuera.

Por lo olivos sin aceitunas

pato Patoso fue a la laguna.

Metió una pata, luego las dos

y complacido nadó hacia adentro

bajo los trinos del ruiseñor.

 

  

Es cierto, desde luego, que hay algunas estructuras estróficas que parecen ser sus preferidas, como los típicos pareados («Soy la viudita del conde Laurel / y vivo en la calle del viento doncel»), o los esquemas de tres versos con la misma rima («sin bodega ni ratones, / sin piratas ni cañones, / sin damas ni polizones»), o los reconocidos como “copla” («Que por la mar se ha perdido / mi barquito de papel / y en la orilla desespero / hasta que quiera volver»). Creo que no es necesario insistir. La rima es uno de los rasgos que más y mejor contribuyen a aumentar la musicalidad y fortaleza rítmica de los versos en este libro.

Todos estos procedimientos que estamos comentando son recursos fónicos, es decir, basados en el sonido, en la sonoridad de los versos. Y entre ellos hay otro que ahora citamos, el de la llamada onomatopeya. Con ella lo que hacemos es expresar con palabras los sonidos o los ruidos que oímos a nuestro alrededor. El canto del grillo lo reproducimos como “cric, cric”, como ocurre en el verso «con su estribillo cric, cric, cric...»; eso que llamamos canto de la rana lo comprobamos cuando leemos que «la canción se llama / croar, croar y croar / que es el canto de la rana», y, por no buscar más, escúchese la secuencia: «Con el tilín, tilín, / tolón, tolón, / talán, talán / la vieja campana / se a puesto a cantar».

Desde el punto de vista formal, haremos aún la observación de que en este muestrario de poesías encontramos algunas más extensas que otras. Esa calificación de textos extensos se la damos, por ejemplo, a las tituladas “El conejo perejil”, “Don Gato” o “La erre”, mientras que, entre las breves, la mayoría entre 8, 14, 18 o 22 versos, se encuentran “La tortuga”, “Pajarillos”, “Al escondite” o “Cada cosa en su lugar”, por no citar otras. Por otra parte, no quiero que se me pase ponderar el excelente trabajo artístico que ha desarrollado la ilustradora Beatriz Campillos, que ha creado con gran imaginación un dibujo para cada poesía, debiendo subrayar que sus ilustraciones se caracterizan por trazos fuertes, por una combinación realista de los colores y por su perfecta adecuación al contenido de la historia narrada o a algún aspecto parcial de su anécdota.

RECURSOS LÉXICO-SEMÁNTICOS

Decíamos antes que la poesía de partida, la de “Patoso”, ofrece, en esencia, todo lo más característico del libro. Y así, desde la perspectiva léxico-semántica, observamos que en ella aparece la palabra retama, cuyo significado, probablemente, más de un niño desconozca. Pero el poema le ofrece la posibilidad de aprenderlo, y lo mismo pasará con otros vocablos de significación nueva y desconocida: los contextos son tremendamente sugerentes. Al enseñarle a los niños estas nuevas realidades, la poesía alcanza un indiscutible valor didáctico, pues está mostrando nuevos objetos o sentimientos y, con ello, enriqueciendo el vocabulario y la comprensión de la realidad deseable en un momento tan relevante para el niño como es el de su aprendizaje. Palabras como mística, andariega, musaraña, tafetán, un miura, herrerillo, avutarda, taraje..., para qué seguir, son algunas de las que serán desconocidas para los niños y, si no, al menos poco usadas en su léxico, al que contribuyen a  ensanchar, ampliar y reforzar. A partir de ellas se puede incluso tratar, si el profesor o guía lo considera conveniente, la fraseología o frases hechas. Yo recuerdo que, siendo pequeños mis hijos, paré un día en plena carretera, junto a una retama, y les desgajé una ramita, que invité a morder. Ya pueden imaginarse... Pues fue el momento de decirles que hay un dicho en nuestra lengua que pronostica: «amarga más que la retama». Eso ya nunca lo han olvidado, ni el aspecto del arbusto.

Más o menos, hemos ido adelantando que la edad infantil representa, por antonomasia, la ternura, la alegría, la bondad, lo que en realidad es: un mundo incontaminado de maldad o negatividad. Con razón se ha acuñado el dicho ese de «tiene la inocencia de un niño». Pues bien, todos esos sentimientos positivos serán los que potencie la poesía de Encarna Lara. Los ejemplos, como podéis suponer, abundan y puede decirse que a cada poema corresponde uno o varios de esos sentimientos. Pero solo comentaremos algunos.

TEMÁTICA

A la exaltación de la felicidad se dedican muchos de estos poemas, en algunos de los cuales se habla de ella abiertamente. Es el caso de “Cancioncilla”, donde la felicidad reside en «Ir a la verbena y comer pastel. / Saltar a la comba con Pedro y Raquel»; o de “Cuento de una gallina”, que «en el patio alegre de aquella masía» pone sus huevos “Y vivió feliz de noche y de día”. Desde luego, se puede ser feliz cantando, que es lo que se afirma cuando «la vieja campana / se ha puesto a cantar»; o cuando un señalado mes «Baja por la ladera / siempre cantando / cancioncillas en flor / de abril y mayo». La compasión, la empatía con los personajes, se hace ver en escenas diversas, como aquella titulada “Tortuga”, de la que se comenta «La vi alejarse triste / o a mí me lo pareció», o también en “La hormiga”, a la que se le dice: «Protejo tu hormiguero, / pues soy tu amigo». Y con esta palabra, «amigo», se llega a uno de los sentimientos sin duda más alabados en el libro. Así, la amistad se enaltece en los últimos versos de “El elefante y la jirafa”, cuando esta dice que come hojas «mientras toca el saxofón / mi amigo Hilarión». Los mismos personajes —es decir, personas y animales— celebran la amistad que los relaciona y une bien sean los del firmamento (como en «Le he visto junto a la luna, / que es amiga de un lucero») bien los de andar por casa: «Me gusta a las ocho / ver en la cocina / a mi amiga Lola / preparar bizcocho». Hasta, en una ocasión, se canta con entusiasmo: «Al corro de la amistad, / vamos todos a jugar».

 

 
 

Soy un elefante

me llamo Hilarión

con mi larga trompa

toco el saxofón.

  

Yo soy la jirafa

y llego a las nubes

y con mis orejas

juegan los querubes.

 

  

PROYECCIÓN DIDÁCTICA

Pregunto ahora: ¿se puede enseñar con estas poesías literatura, tradición literaria, fondo cultural de nuestros escritores? Pues claro, y Encarna lo consigue con sobresaliente. “Pato Patoso”, nuestra poesía de partida, contiene ya la expresión «con el anillo de Federico», un guiño literario que tendremos que explicar a los niños; luego, en “Barquito”, se empieza enunciando «Que por el mar se ha perdido», verso que ayudaremos a relacionar con el romance tradicional “Que por mayo era por mayo”; y en el mismo lugar se dice que el barquito avanza «sin piratas ni cañones / […] / sin historias ni canciones», que nos va a permitir explicar que tales versos hacen mención a Espronceda... En fin, ya estamos viendo que, leyendo estos versos, podemos, con tranquilidad y adecuándolo todo al desarrollo de la etapa del niño, aprender la historia de nuestra poesía y de nuestros poetas.

RECURSOS EXPRESIVOS: FIGURAS RETÓRICAS

Es muy normal en estas páginas la presencia de animales, lo que siempre se ha dado en las fabulas y cuentos infantiles o tradicionales. En estos poemas nunca falta el elefante, llamativo por su volumen y, sin embargo, caracterizado por su gran ternura. De acuerdo con ese tamaño su nombre se expresa en aumentativo, Hilarión, y, como además es sensible y tierno, le gusta tocar el saxofón y ser amigo de la jirafa, cuya altura propicia la hipérbole «y llego a las nubes». La ternura, la emotividad, las vemos representadas, entre muchísimas otras, por la expresión tan bonita «con lagrimitas de viento / y tres penitas de sal».

Precisamente los humanos, por nuestra condición de amigos de los animales, nos relacionamos frecuentemente con ellos, y, en respuesta a esa intensa amistad —esto lo sabe bien hoy quien tiene un perro, un gato o una mascota— es por lo que Encarna Lara introduce en su libro los titulados, por ejemplo, “Lolita y las musarañas” o “El conejo Perejil”. En el primer texto sucede que los animales aparecen humanizados (personificación), pues el ratoncillo quiere ser bombero, el gato desea vestir como un señor y llevar el correspondiente bastón y la araña se ve como una hilandera auténtica por aspirar a tejer con maestría. Este mismo poema, por otra parte, ofrece la ventaja de contrastar el término musaraña (que es un sinónimo de un ratón diminuto) comparándolo con la expresión tan castiza de «pensar en las musarañas», en el sentido de “falta de atención”, e incluso permite enseñar que musaraña, según nuestro diccionario, es también la neblina que puede afectar a los ojos. Y por lo que respecta a “El conejo Perejil”, se insiste en su suavidad al tacto, para lo cual se emplea la metáfora «ovillito de lana», e igualmente en su carácter travieso, pues va mordiendo todo cuanto encuentra.

Y ya que he empleado antes la palabra metáfora, diré que es conveniente que estos poemas sirvan para explicar, más o menos, a los niños qué significa de manera general, porque metáforas habrá muchas en las páginas del libro. Y así, podemos detenernos a explicar por qué el girasol tiene «amarillo su balcón», o por qué podemos decir que el camaleón está «cambiándose de traje», o, en otro caso, por qué la col es el lugar «donde ha dejado una perla / el rocío mañanero».

En fin, aprendamos metáforas, y sepamos también, gracias a este libro y a sus bien construidos versos, lo que queremos indicar cuando digamos que en él hay una personificación o prosopopeya (como esas palabras que muestran al reloj hablando: «yo soy el reloj, / vivo en el salón») o que en tal o cual poesía hay una concatenación o un paralelismo, de lo cual ahora no doy ejemplos pero que el profesor sabrá subrayarlos cuando emplee este libro en sus clases de lectura. Por cierto, una lectura que puede durar varios meses, porque en cada poema hay un arsenal de claves poéticas, de conocimientos literarios, de interesantísimos recursos expresivos.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Escribe la prologuista de este libro, la reconocida escritora Ana María Romero Yebra, que «Encarna, como buena maestra, sabe que la educación es completar a la persona, coger la materia humana, organizada por la biología y enriquecerla con sentimientos como la emoción, el amor, los afectos, para perfeccionarla y potenciar su valor». Y es cierto. Ya veréis que los versos de El desván de Josefina se acercan e interpretan con gran ilusión y fantasía lo que es nuestra realidad cotidiana: los animales, la naturaleza, los fenómenos meteorológicos, las profesiones, las plantas y los juegos. Y ahí precisamente, en el valor del juego, de eso que se llama lo lúdico de la vida, reside el mayor de sus valores. La poesía titulada “El reloj”, en este sentido, es una muestra inequívoca y es bueno que a las cancioncillas, juegos o trabalenguas que el libro contiene les reconozcamos el enfoque lúdico que les corresponde. Porque el niño de hoy —a diferencia de los que fueron niños en tiempos pasados— carece a veces de momentos tranquilos para el juego, agobiado por deberes, autobuses para el cole, actividades de música o natación o incluso del mismo impacto de la excesiva tecnología digital. Olvidamos que jugar, y, en este caso, poetizar la existencia mientras se aprende es fundamental para su desarrollo psíquico y afectivo.

Cuando yo era niño, y prácticamente casi adolescente, me gustaba espigar, casi espiar, las lecturas que traían los libros de texto, sobre todo los de Lenguaje. Allí aprendí romances, canciones de rítmico silabeo (recordemos aquel tipi tape tipi tape tipi tape tipitón del zapatero remendón), y, también, historietas y acertijos: «En medio del cielo estoy / sin ser lucero ni estrella...». Pues no dudo de que esta misma función, apoyada a la vez por otras lecturas, es la que tiene El desván de Josefina.

Del libro, de este libro, podré decir aún, si lo leo y lo releo espaciosamente, muchísimas más cosas aprovechables de él. Pero creo que, de entrada, basta con lo escrito para propiciar el comienzo de un amplio debate sobre sus posibilidades en muchos campos, sobre todo cuando mi intención última ha sido hacer justicia a su autora y a los indudables valores humanos que ha sabido sembrar en sus páginas para que germinen en la alegría y la ilusión de todos sus lectores, pequeños y mayores. Pues en una sociedad tan complicada como la que tenemos, su lectura será incluso una grata y necesaria contribución al bienestar y a la paz, porque, como se afirma en la página 82,

«a coro todos cantamos

alto, muy alto, más alto,

hasta que llegue la paz».

  

  

 

 
 

Del tronco hacia la rama

se va el camaleón

jugando con las hojas

cubriéndose de sol.

...   ...   ...

Otra vez se camufla.

Otra vez se perdió.

Y no puedo encontrarlo

¿adónde se escondió?

 
  

ENCARNA LARA, LA AUTORA

Nacida en la década de los cincuenta en Cuevas de San Marcos, justo al Norte geográfico de la provincia de Málaga, Encarna Lara es diplomada en la especialidad de Ciencias Humanas por la Escuela Universitaria de Formación del Profesorado de E. G. B. de la Universidad de Málaga.

Aunque desde temprana edad se siente llamada por la poesía, cuyos exponentes más preclaros lee con avidez, sus primeros escritos comienzan a aparecer en textos colectivos, en los Cuadernos de la Academia Iberoamericana de Poesía, colección en la que participan autores españoles e iberoamericanos. Así, el que va a ser su primer poema verá la luz en un número de la citada colección, publicado en 1994 en homenaje a León Felipe, con textos de otros autores. El segundo de sus poemas publicado está dedicado al poeta cubano José Martí y el tercero, a la poeta argentina Alfonsina Storni.

Será en 1996 cuando publica su primer libro propio, Perfil de silencio, acogido muy positivamente por la crítica, que reconoce su calidad poética y su profundo lirismo, así como la madurez y firmeza que pululan entre sus composiciones. Ese mismo año, la revista Ánfora Nova publica su poema “La mañana”, dedicado al poeta amigo Mariano Roldán. Un año más tarde, en 1997, participa en el libro Poesía y democracia, y en la revista Extramuros, que edita la Universidad de Granada, aparece el poema “Invocación”. Por estos años, colabora asimismo en la revista Calas, editada por el Centro Cultural Generación del 27 de Málaga; Arena y cal, La Fuente, Aguamarina, Tres orillas y Turia, entre otras. En 1998 participa en Ora marítima, obra colectiva de creación poética. Su segundo libro, Caudal de Voces, aparece publicado un año más tarde, en 1999, en la cuidada colección “Puente de la Aurora” que dirige el poeta malagueño Rafael Alcalá; el poemario se gana enseguida el favor de la crítica y “Cuadernos del Sur”, suplemento literario del diario Córdoba, le reconoce la calidad de excelente. Por esta época, invitada por la poeta madrileña Paloma Fernández Gomá, colabora en el libro Arribar a la Bahía, encuentro de poetas en el 2000, publicado ese mismo año en Algeciras por la Delegación Provincial de Cultura.

Ya en 2001, aparece su tercer poemario, titulado Páramos prohibidos, en la colección “Agua de Mar”, que edita el CEDMA y que dirige el escritor José García Pérez. En 2008 publica su cuarto libro de poemas, Desde la orilla, editado por el Ayuntamiento de Cuevas de San Marcos (Málaga) en colaboración con el CEDMA, con cuyos versos rinde homenaje al río Genil y al valle que lo acoge. Este mismo año se alza con el Primer Premio de Poesía del certamen “Encuentros por la Paz”, de San Pedro de Buceite (Cádiz). El amor, el conocimiento y el estudio del flamenco la llevan a escribir Raíz flamenca, publicado en 2009 por Juan de Mairena Editores, libro en el que la autora ensaya un salto de la poesía culta a la popular. La obra, prologada por el profesor y cantaor Alfredo Arrebola, recibió el beneplácito de flamencólogos y poetas, entre cuyas opiniones cabe mencionar las de Manuel Ríos Ruiz en el Diario de Jerez y José Sáez en la revista El Olivo. Asimismo, el poemario es reseñado también en diversos medios digitales. Su excelente acogida agota los libros editados en primera instancia y lleva a una segunda edición, que corre a cargo de la editorial granadina Granada Club Selección. Esta incursión en la poesía popular la anima a colaborar en la revista malagueña Calle del Agua.

En 2018 aparece publicada la que nos presenta como su última obra y que constituye el objeto de estudio de este artículo, El Desván de Josefina, un poemario bellamente ilustrado por Beatriz Campillos y acertadamente prologado por Ana María Romero Yebra, en el que la autora, con las doctas maneras que le propicia su experiencia de maestra de niños, hace una primera incursión en la poesía infantil, en un intento, a mi juicio magistral y esperanzador, de trazar una senda por la que los niños transiten alegres y gustosos a la estética de la poesía. La edición ha corrido a cargo de CEDMA.

Académica correspondiente de la Real Academia de Nobles Artes de Antequera y miembro de la Sociedad de Escritores Españoles (ACE), Encarna Lara está incluida en la Antología de Poetas Andaluces. Siglo XXI, que edita el poeta y pintor cordobés Fernando Sabido Sánchez.

  
 

 
 

Encarna Lara, la autora de "El desván de Josefina".

 

  

  

  

  

  

  

      

    

Antonio Moreno Ayora (Iznájar, Córdoba, 1956) es doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Granada y catedrático de Lengua Castellana y Literatura en el I. E. S. Juan de la Cierva, de Puente Genil (Córdoba).

Reconocido investigador lingüístico y literario, es autor de numerosos trabajos publicados en prensa periódica y revistas especializadas.

Es académico correspondiente de la Real Academia de Córdoba, en cuyo Boletín colabora asiduamente, y profesor asociado de la Universidad de Córdoba.

Entre sus obras publicadas, cabe citar: Sintaxis y semántica de “como” (Libr. Ed. Ágora, Málaga, 1992), Ritos de Babel. Textos críticos de literatura andaluza (Ánfora Nova, Rute, 2001), El léxico del vino en Ricardo Molina (Corona del Sur, Málaga, 2002), La negación en español (Port Royal, Granada, 2002), La poesía de Ortega Parra. Un viaje invertido (Ánfora Nova, Rute, 2005) e Historia literaria cordobesa. Lecturas y reseñas críticas (Ánfora Nova, Rute, 2008).

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral.. Edición no venal. Sección 3. Página 11. Año XVIII. II Época. Número 102. Enero-Marzo 2019. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2019 Antonio Moreno Ayora. © Las tres primeras imágenes que se utilizan como ilustraciones han sido tomadas del poemario objeto de estudio y son propiedad exclusiva de Beatriz Campillos y de Encarna Lara. Diseño y maquetación: EdiBez. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2019 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Facultad de Ciencias. Educación de la Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana. Calle Castillón, 3. 29.730. Rincón de la Victoria (Málaga).