JULIO-DICIEMBRE 2018  

      101EXTRA  PÁGINA 12

 

   

   

   

  

«DESDE LA ORILLA», DE ENCARNA LARA.

ANÁLISIS CRÍTICO

   

  

Por  José Antonio Ramos Campos

   

   

  

   

«Otra vez el río, amante,

y otra puente sobre el río.

Y otra puente con dos ojos

tan grandes como los míos.

Tan grandes como los míos,

mi amante.

¡Mis ojos, cuando te miro!»

   

Roa de Duero, en La Amante (1926).

  

  

COMO SE HA DICHO, mi oficio es el de profesor, profesor de Lengua y Literatura. También, aunque no se ha dicho, es mi vocación, que, por cierto, ya está próxima a culminar. Por eso, porque soy profesor, quiero actuar aquí esta tarde ejerciendo una cierta tarea docente. Con toda humildad, pues no lo hago ante mi auditorio habitual, de adolescentes, sino ante personas adultas, seguramente con una estima y un conocimiento y gusto especial por la poesía. A mis jóvenes alumnos trato de enseñarles, a su pesar con frecuencia, que todo hay que decirlo. A ustedes no me atreveré a tanto: tan solo aspiro a proporcionarles algunas pistas, algunas claves, para que, cuando lean el libro de Encarna, quizás esta misma noche, la extracción de jugo estético y la complacencia subsiguiente les sea lo más fácil y lo más intensa posible.

Este librito no necesita de nadie, y menos de nadie como yo, que lo abra a los lectores, que lo muestre, que lo aclare, que lo explique... No solo ya por el libro mismo, que es una joya de resplandor inmenso, brillante por sí misma, sino también por la cualificación de ustedes como amantes del verso y como lectores.

De todos modos, permítanme que haga lo único, casi lo único, que sé hacer: ayudar una pizca a quienes me suelen escuchar, a que sientan, vivan, saboreen, gocen, amen la poesía o cualquier otro tipo de texto artístico. No sé si lo conseguiré. De lo que sí estoy seguro es de que, al final, de todo lo que esta tarde se hable aquí acerca y a propósito del pequeño y gran libro Desde la orilla, cuando por fin yo me calle, sacaré más enseñanza de la proporcionada por mí y me iré con el gesto agradecido. Agradecido de que me hayan ayudado a abrir mis ojos a nuevas luces y reflejos en el agua del Genil, mucho más de ustedes que mío; destellos, voces, sentimientos que yo ni he atisbado siquiera. Me iré, ténganlo por cierto, más que satisfecho por eso y porque mi palabra quizás haya servido para abrir un coloquio, una conversación entrañable y rica sobre la poesía, a propósito de estas 25 poesías (¡tan poco, pero tanto!).

Con tal ánimo, y con la conformidad de ustedes, comienzo mi exposición, que, además de sencilla y humilde, será breve. Será “mi” lectura” del libro.

Para mí, el librito de Encarna lo que encierra es una historia, una historia lírica, un relato poético. Una fácil comprobación de lo que digo está en que la mayor parte de los poemas son de naturaleza narrativa, es decir, textos donde se cuenta algo que sucede, contienen episodios, eso sí, muy condensadamente relatados.

En esa historia hay unos personajes, principalmente dos: la voz poética que habla y el río, que es elemento central. Con él habla la voz poética o bien se refiere a él. Muy pocos poemas se centran en otras figuras, tal como después diré. Está, como segundo elemento, la acción, lo que ocurre entre esos dos personajes, principalmente. En tercer lugar, tenemos el escenario donde se desarrollan los hechos y que no es otro que la naturaleza, concretada en el paisaje que rodea al río y constituye su entorno y morada natural.

  
 

 
   

Tú, solo río como entonces,

frente a mí, que regreso

para no buscarte en los recuerdos

ni en los caminos de ayer nublados de tiempo.

   
  

Hecha esta afirmación, que tomaré por cierta, me serviré de tales elementos, el escenario, los personajes, la acción, para hablar del libro, para hilvanar mi comentario, para dar rápida cuenta y explicación de lo que yo he visto. También me referiré, simultáneamente, al lenguaje poético, poniendo de manifiesto algunos recursos concretos que se emplean, correspondientes a los contenidos a los que vaya yo aludiendo. No obstante, al final haré una recapitulación y valoración global de todo lo referente a la vestimenta formal del poemario.

Quede clara una cosa en relación con esto: entiendo los recursos expresivos o retóricos o literarios o poéticos, o como se les quiera llamar, en el siguiente sentido: son formas de manifestar sentimientos y emociones, sensaciones, visiones de las cosas absolutamente inéditas, que, por ser muy personales, no hallan una codificación en el lenguaje ordinario y obligan a acudir a uno extraordinario, ese, el de los recursos, para exteriorizarlos. Una metáfora, por ejemplo, es una forma de expresar lo que de otra manera no se puede expresar. No, un adorno o perifollo lingüístico prescindible. Lo que no obsta para que la metáfora sea, además, una construcción artística con valor en sí misma, como invención expresiva.

  

  

ESCENARIO

  

Sin más preámbulos, empiezo. Y empiezo por el paisaje, el paraje natural que envuelve al río-protagonista. Como era de esperar, es un paisaje poético, subjetivo, estético, sentimental, emotivamente rehecho. Está poblado de una amplia diversidad de elementos, vivos e inertes, vegetales y animales... Hay un poema, el segundo, uno de los más breves del libro, que nos da una lista de los componentes de dicho escenario. Se titula “Todos”:

 

«Viento, colmena, árbol, semilla, vuelo.

Cima, fruta, espiga, aguacero,

molino, flor, raíz y cielo.

Brizna, estrella, surco, rueda,

camino, acequia, luna y armonía.

Por vosotros desnudo la alegría

para cantar con todos en revuelo

la plenitud de un río y sus orillas

 

Entre todos componen un hermosísimo lienzo, que sirve de fondo y testigo vivo de la historia que allí sucede. Pero también es un arsenal de imágenes que encarnan los sentimientos y las acciones, y sirven para expresarlos, tal como se aprecia en los siguientes versos, pertenecientes a uno de los últimos poemas:

 

«Te escribo con gesto de ternura

y un latido de mies aventado en las eras,

y te dejo en mi carta esta flor olvidada.»

 

«Desde la verde espiga de la infancia

Al surco dorado que labró el otoño.

Me llevo tu voz alzada a la esperanza

Para cantar contigo más allá de la vida.»

 

«Tu voz, con universo de raíces,

y peritaje de estrella en la alameda.»

  

«Un latido de mies aventado en las eras,»

  

«...te dejo en mi carta esta flor olvidada,»

  

«...la verde espiga de la infancia»

  

«al surco dorado que labró»

  

«Tu voz, con universo de raíces

y peritaje de estrella en la alameda.»

 

La voz habla de objetos y situaciones de gran hondura emotiva, utilizando palabras que corresponden a elementos del paisaje. Sus metáforas, tan sencillas como cargadas de emoción, se basan en su visión sentida de lo que está al derredor.

  
 

 
   

Desde el Genil a la casa

dichoso lleva el camino

hasta la orilla cercana

dulce raíz de agua.

   
  

De los elementos de la naturaleza, destacan dos, por su constante presencia y por el papel primordial que desempeñan, como creadores de una atmósfera sentimental y como símbolos poéticos: la luz y el viento. Ellos son, sin duda, los rasgos que mejor definen el carácter del personaje que llamamos “voz poética”, en cuanto amante del río. En el primer poema del libro se presenta “desnuda como el viento”. En este otro se identifica con la luz, que proyecta la paz y la eternidad:

 

«Y me dejo arrastrar para dejar de ser.

Y ser solo luz, paz absoluta.

Eternidad, un instante.»

  

Otra extraordinaria y sugerente metáfora: “ser solo luz”. A lo largo del libro, la luz es la clara luminosidad, tersa y pura, del amanecer o, las más de las veces, la amorosamente cálida llama de la tarde, que se dibuja así:

 

«Cuando el día se va recogiendo

por la cancela malva de la tarde

y teje la ribera su verde celosía

de pájaros y ramas,»

 

En otro poema, fíjense con qué identifica, metafóricamente, el color del atardecer:

 

«Y ahora que el crepúsculo lleva

en las mejillas

el rubor encendido de una hortelana»

 

La luz es también su ausencia, es decir, la noche, poblada de estrellas, donde reina la luna. En una ocasión se ve así la noche, de la que nace la luna en la falda del monte, y de la que vienen las estrellas al río para que él las ofrezca en vaso de lirio:

 

«Destilará la noche en la faz de aquel cerro

el metal de la luna con su gris embeleso.

Y tú, desde tu cauce, en un lirio pequeño

me darás a beber las estrellas del cielo.»

 

La calidad estética de estos versos es inmensa, basada en metáforas y personificaciones que transmiten visiones de la realidad que solo se conceden a los grandes poetas.

Por su parte, el viento, que aparece moviendo las plantas y los seres, acariciándolas también, es el elemento dinámico, dentro de un panorama en donde reina la quietud y el sosiego, paralelos al estado de ánimo que domina todo el libro, también contenido y mesurado. El viento nunca es huracán, ímpetu, sino suave brisa (“la brisa ardiente del estío”, se le denomina) o un soplo misterioso, “arcano viento” que se dice en estos versos, en los que descubrimos una de las varias alusiones explícitas a la mitología clásica que aparecen en el libro:

 

«Sirinx, mecida por el viento,

A Pan conmovía con su voz plañidera.»

 

«Esta tarde, tocando está de nuevo

en el arcano viento de este valle,»

 

Excepcionalmente, en el poema “Lágrima” se nombra un “viento de codicia”, que troncha un árbol de un “golpe seco”. Este poema constituye, por otra parte, la única nota trágica y aciaga, inquietante, dentro del ambiente de placidez, armonía y serenidad del lugar que se describe, que podemos identificar con el “locus amoenus” de los clásicos. Sin duda es el estado interior de sosiego y calma el que en él se manifiesta y que son la condición para el disfrute y su objeto. Es así en todos los 25 poemas.

Hay varios componentes de este paisaje que, en algunos poemas, cobran protagonismo y se convierten en tema absoluto: el olmo, la alameda, la casa, Pomona (otro ser mítico), las adelfas, etc. Todos dan lugar a extraordinarias poesías “de objeto”, un tanto singulares dentro del resto y del hilo argumental que desarrollan, tal como más adelante veremos.

A modo de conclusión de este primer apartado, diré que estamos ante una poesía de la naturaleza, donde se expresa la dicha y el gozo que produce el sentirla, el vivir en ella, el poder mirarla, olerla, tocarla, amarla. La naturaleza, concretada en el paisaje que rodea al río, es en sí misma un núcleo temático fundamental, es decir, una fuente del sentir poético del que nace el libro. En buena medida, este libro es poesía de la naturaleza, hacia la cual demuestra la autora una sensibilidad especialísima. Las flores, los árboles, los pájaros, la luz, la noche..., pese a ser acompañantes cotidianos, mil veces vistos, la conmueven, la emocionan, guían su mano y arrastran su pluma para escribir versos que emergen del corazón. Es un fenómeno poco frecuente poder descubrir la belleza de lo acostumbrado, de lo cercano y familiar. Después volveré sobre ello.

  
 

 
   

Alzadas se quedaron tus paredes de encaje.

En blasonadas rejas, tu alegría de río.

Bajo esta misma luz donde buscan los sauces

el turbado perfume de las dalias azules.

   

  

PERSONAJES

  

Paso ahora al segundo elemento: los personajes. Decíamos que eran dos los protagonistas: la voz poética, que narra o describe, y el río. Los demás son secundarios. Como es una historia en primera persona, es esa voz poética la que narra en nombre de un ser cuya identidad se oculta. Su interlocutor es el río en muchos poemas, casi la mitad. En el resto, no hay un destinatario concreto y, como suele ocurrir, ese papel lo ocupa el lector. En la mayoría de estos últimos, no está ausente el río, pues, aunque no es con él con quien conversa, sí que se habla de él. De este modo, en una función u otra, el río siempre se halla presente, como tema principal o como interlocutor. Puede afirmarse, sin lugar a duda, que el río es el tema por excelencia del libro, dentro de la temática general sobre la naturaleza, según decía yo arriba. No en vano se titula Desde la orilla. Se entiende, desde la orilla del río.

Veamos los poemas del primer tipo, aquellos donde la voz poética habla con el río. Es para decirle lo que pasó, lo que está pasando o lo que pasará entre ellos. Los tres ciclos de acontecimientos son de naturaleza emocional, sentimental, y nutren otras tantas series de poemas. Veamos un solo ejemplo:

  

«En la luz generosa de otro día

vuelvo al espejo de tu cauce.»

  

«Me embriagué de todo bebiéndome a tu paso

el dorado silencio de las rubias espigas.»

  

Tendríamos que saborear, oír, mirar lo que encierra la metáfora “el dorado silencio de las rubias espigas”.

  

En los poemas del segundo tipo, o bien se habla del río directamente o de algún otro objeto o situación en donde tiene algo que ver o aparece el río. Diríamos que su proximidad o relación con él justifican emocionalmente, poéticamente, su inclusión junto a los anteriores. Los siguientes versos son de los que se refieren al río:

  

«Sabéis que siempre amé lo que de mí se aleja.

Lo aprendí del rumor de estas aguas cercanas,

que, al bajar al mar, me empujaron a quererlas,»

  

Hago un paréntesis para poner de relieve la afirmación acerca de que “siempre amé lo que de mí se aleja”. Misteriosa atracción por lo que se va, por lo que fluye, como el río, hacia su desaparición. Pero nos preguntamos: ¿es el amor al río lo que ha despertado el afecto a lo que se marcha o, al revés, es este lo que provoca el amor al río? Dejémoslo ahí, no sin antes comprobar que, en el fondo da lo mismo, porque vaya el sentimiento en una dirección o en otra, lo importante es que ha sido en él donde se ha gestado un extraordinario libro, Desde la orilla.

Algunos otros poemas miran hacia diferentes elementos del paisaje, relacionados con el río. Ya aludía antes a ellos. Comienza así el titulado “Casa”:

  

«Alzadas se quedaron tus paredes de encaje.

En blasonadas rejas, tu alegría de río.

Bajo esta misma luz donde buscan los sauces

el turbado perfume de las dalias azules.»

  

No puedo pasar sin poner de relieve construcciones metafóricas como “paredes de encaje” o, la más mágica aún, “tu alegría de río” (esa alegría es una alegría proyectada por la voz poética en la casa, o sea, la casa siente la misma alegría que ella). Y, por último, dos personificaciones y alguna otra de carácter metonímico, de enorme valor expresivo: la sombra de los sauces va avanzando hacia donde están las dalias, como aturdidas, se dice así: “buscan los sauces el turbado perfume de las dalias azules”.

 

Volviendo a los dos personajes protagonistas: ¿cómo se caracterizan poéticamente uno y otro? La que venimos llamando “voz poética” es un personaje femenino, seguramente trasunto de la autora. El río es el Genil, tal como se nos explicita en varios poemas. La primera se presenta

  

«...desnuda como el viento

y un jornal de palabras a ti debida.

...con la luna creciente

y un vértigo de adelfas en la boca.»

 

Es una mujer cargada de palabras, o sea, de poesía, que el río ha hecho florecer en ella. En otros poemas, se insiste en eso:

  

«Solitaria conmigo,

y el canto por las manos derramado,»

  

o bien:

 

«Recién abierta la flor

candeal de la palabra.»

 

El río es el “tú” de ella. Así lo llama, con ese pronombre que, en su sencillez y brevedad, tanto encierra cuando aparece en el diálogo amoroso. Ella, por su parte, es “yo” y toda la declinación personal o posesiva: “me”, “mí”, “mío”, “conmigo”, etc. El río se llama simplemente “río”, otra palabra que en el contexto del libro se carga de connotaciones estéticas y sentimentales. Hay un par de versos maravillosos en su concisión, que recogen la escena del encuentro, donde aparecen así nombrados:

  

«Tú, solo río como entonces,

frente a mí,»

  

que después se repite con alguna variación:

 

«Tú, frente a mí, solo río como entonces,»

 

En algunos poemas se refiere o se dirige al río con su nombre propio: “Desde el Genil a la casa.”, o bien “Tu voz, Genil, me trae violonchelos de agua.”. Y en otros, se añade y se destaca algún rasgo, siempre subjetivamente apreciado:

  

«Tú, asombro imborrable a mi dolor ceñido.»

  

(llamo la atención sobre este verso, donde la eterna y fascinadora comunión entre ella y el río se manifiesta con expresión plena de suavísima musicalidad, gracias en parte al oportuno hipérbaton: “asombro imborrable a mi dolor ceñido”); “vuelvo al espejo de tu cauce”, o bien “estas aguas cercanas que al bajar al mar me empujan a quererlas”. Y, para terminar con este apartado, oigamos otro sin par verso, donde se insinúa pudorosamente (gracias al uso de las metáforas, que la autora maneja tan bien) el primer amor, el primer contacto adolescente: “fuiste la tibieza que arropó mi despegue”.

  
 

 
   

¡Qué delicia sentirte en la voz del silencio

bramando en la atarjea tu abundante desvelo!

¡Qué delicia la rueda aliada del viento,

la acequia y el molino, la viña y el almendro!

   

  

ACCIÓN

  

Porque, pasando ya al tercer y último elemento, la acción, esto es, lo que sucede entre ella y él, ¿quién podría negar que es una bellísima historia de amor? Desde la orilla se titula el libro. Ella a la orilla de él, a su lado, cogidos de la mano y, luego, abrazándose, amándose. Es el corazón lírico del libro, el acercamiento y la eclosión amorosa entre el río y ella.

Comienza la amante en el primer poema con estas palabras de muchacha ilusionada que, recordando quizás su infancia (“fuimos melodía de auroras / con luna en el aljibe”) se siente, como es habitual, objeto ya único de atracción y de deseo:

  

«Me aguardaba tu corazón antiguo»

   

poema que termina así:

  

«Y llegué sonriendo mi pena

para saciar la sed de conocerte.»

  

Encuentra al río en actitud que describe de esta manera:

  

«Tú, frente a mí, solo río como entonces,

celebras ufano este encuentro,

en el que atrás dejé sin darme cuenta

la luna azul que me abrigaba.»

  

Llegado es, entonces, el primer momento de amor, en un decorado mitológico:

  

«Y en las verdes almenas de aquel valle tendido

donde Ceres buscaba a Proserpina,

fluvial enredadera, los dos nos abrazamos.»

  

Ella, inundada de gozo, de fruición, por las aguas del río que la envuelven amorosamente, estalla en exclamaciones donde expresa su visión transfigurada del río y de su entorno:

  

«¡Qué delicia sentirte en la voz del silencio,

bramando en la atarjea tu abundante desvelo!

¡Qué delicia la rueda aliada del viento,

la acequia y el molino, la viña y el almendro!»

 

No se puede pasar por estos versos con actitud impasible o desafecta.

Concentrando en poco espacio medios tan usuales como la exclamación, la paradoja (“la voz del silencio”), el contraste (“bramando”) y la personificación metafórica (“abundante desvelo”), la insistente anáfora (“qué delicia”, qué delicia”) y, creando y contagiado ya el estado de exaltación anímica, la simple y pura mención directa, escueta, de los elementos que la generan: “el viento, la acequia y el molino, la viña y el almendro”. No se puede pasar por estos versos, decía, por estos cuatro renglones de lírica, sin sentir auténtica veneración.

  
 

 
   

Absorta en tu belleza, como cautiva hurí,

te asomas al muro de la tapia en ruinas.

Y en el alma del río se deshoja liviana

la pena legendaria de tu nombre..

   
  

Por fin llega la unión suprema, la entrega amorosa, que se condensa en el penúltimo poema (“Sueño de Agua”), uno de los que mayor excitación anímica revela y que constituye el auténtico clímax poético del libro. Es un bellísimo poema de amor, a la altura de cualquiera de los que tantos poetas nos han ido dejando, siglo a siglo, en nuestra larga historia literaria. Permítanme su redacción completa. Las invenciones formales, del estilo de las mostradas en las citas anteriores, marcan también una cumbre. No me pararé expresamente ya en ninguna, para no estorbar la emoción que nos despierte.

  

«Bajo el mirto de aquella primavera

crucé en una barca hasta tu orilla.

El jazmín y la luna codiciaban la noche

y tú, en tu derroche, me codiciabas toda.

De la insondable luz que vertían tus ojos

despertaron los juncos su esbeltez solitaria,

y a la sombra de los delgados chopos

dejé junto a tu boca mis errantes palabras.

  

Era imposible retroceder del sueño,

era imposible arrojarse al agua

cuando tus manos se fueron enredando

por la fría penumbra de mi espalda.

El viento depositó sus dedos

en la seda de mi blusa blanca

y no recuerdo si soñamos despiertos

bajo los sauces de la orilla cercana,

pero sé que tus labios y los míos

juntos se bebieron toda la luz del alba.»

   

Y, por último, la despedida, en la final “Carta al Genil”. Ella, amante y poeta, que ansía y que canta “la plenitud de un río y sus orillas”, saciada ya y con proyección de eternidad, anuncia una promesa:

  

«Me llevo tu voz alzada a la esperanza

para cantar contigo más allá de la vida.»

  

Promesa que, al cumplirse, ha dado a luz Desde la orilla.

   

  

FORMA

  

Finalmente haré una breve alusión general a algunos aspectos formales que creo interesante destacar. El libro lo componen, como dije, 25 poemas. Todos son breves, algunos de apenas cuatro o cinco versos. La mayoría de los versos no pasan de las 11 sílabas y muchos son de arte menor. Todo esto nos da idea de la concentración lírica que caracteriza el poemario. Por otra parte, en la casi totalidad de los casos, los poemas van sin rima y con metros no regulares. Es una expresión, pues, libre, no sujeta a moldes externos, que fluye por donde la lleva la índole de la emoción en cada momento. Pese a ello, hay una muy agradable musicalidad en los poemas, suave, calmosa, como la naturaleza de la actitud interior que la infunde, de alegre tranquilidad y contenido júbilo; un ritmo lejano a lo estruendoso, también leve, aquietado, mansamente acompasado.

  
 

 
   

Hablaré de la estrella que, rayando tus ojos,

cada tarde me llama a la orilla sedienta,

mientras velan los míos el perfil de tu rostro

y mis dedos dibujan una canción de agua.

   
  

Hay un poema que quisiera destacar por un rasgo formal muy característico, “Sueño de Agua”. Es el penúltimo que he citado, donde ocurre la unión amorosa y que he calificado de verdadero clímax del poemario. Empieza con verso blanco y, conforme va avanzando y creciendo la agitación interior, va a apareciendo la rima, a modo de acompañamiento enfático. El poema es realmente un prodigio creativo.

En su aparente sencillez, por lo dicho y por el lenguaje empleado, perteneciente al léxico común del campo y el paisaje, sin grandes alardes ni rebuscamientos, tiene una retórica muy elaborada, con creaciones verdaderamente complejas y figuras expresivas preñadas de arte y densas de contenido. Pero, como ocurre en los grandes poetas, todo este cincelado de la forma, viene tan a propósito del significado, que apenas si sobresale ni cobra falso protagonismo.

  

  

FINAL

  

Termino ya, confesando que, mientras iba leyendo estos días anteriores el libro de Encarna y viviéndolo y disfrutándolo, a mí se me venían a la memoria los clásicos. Los clásicos antiguos y modernos. Creo que es dignísimo hijo de Virgilio y de los que luego, siguiéndolo, admiraron la naturaleza en sus poemas y confesaron su amor (o desamor), como Petrarca o nuestro insigne Garcilaso, sobre todo el de las églogas. (Más lo relaciono con ellos que con la barroca Fábula del Genil, de Pedro Espinosa, pese a que remiten al mismo río).

Pero aún más presente se me hacía la lírica que entronca con una cierta vena del llamado Modernismo literario, sobre todo la simbolista, o sea, Verlaine, que da savia a poemas de Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. También, luego, a los de Cántico, de Jorge Guillén. Pero Juan Ramón, ¡ay, Juan Ramón! ¡Cómo resuena en la poesía toda de Encarna su devota admiración por Platero y yo y lo demás del “universal andaluz”! Los simbolistas creían y querían mostrarnos una realidad más allá de la visible, sugerida no obstante por la visible.

Encarna Lara, en fin, nos ha regalado un mundo nuevo, visto, sentido y querido por ella, el mundo que se extiende en torno a un río y lo trasciende, el más allá poético del Genil, al que tiene cogida apretadamente su mano desde niña.

  

  

          

REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA

  

Título: «Desde la Orilla»

Autora: Encarna Lara

Colección: Belda, N.º 1

          Edición: Ayuntamiento de Cuevas de San Marcos / CEDMA

Formato: Cartoné. 12,5 x 18,5 cm

Páginas: 35

Año: 2008

   

   

   

   

   

   

  
 

 
   

Encarna Lara (Cuevas de San Marcos, Málaga), es diplomada en Ciencias Humanas por Universidad de Málaga. Además del poemario objeto de estudio en este artículo, es autora también de Perfil de Silencio (1996), Poesía y Democracia (1997), Caudal de Voces (1999), Páramos Prohibidos (2001) y Raíz Flamenca (2009), entre otros títulos. El Desván de Josefina, publicado este mismo año, es su su último poemario.

   

  

  

      

    

JOSÉ ANTONIO RAMOS CAMPOS nació en Antequera (Málaga). Se licenció en Filología Románica en la Universidad de Granada. Durante tres cursos formó parte del Departamento de Lengua Española como Profesor Ayudante. Aprobadas las oposiciones de Bachillerato en 1978, impartió clases de Lengua y Literatura en varios Institutos de Educación Secundaria, hasta que obtiene una plaza definitiva en el Instituto ‘Nuestra Señora de la Victoria’, de Málaga. Ha ejercido también como asesor en el Centro de Profesores de Antequera. Además de algunos artículos, ha publicado tres libros relacionados con su especialidad: Excursión fonético-andaluza en la comarca de Antequera (1988), Jerónimo Jiménez Vida. Verso y prosa (1989), en colaboración con Hipólito Esteban, y La definición, la enumeración, la división y la clasificación. Caracterización lingüística y tratamiento didáctico (2003). En 2013 salió a la luz Cuento con Niño (Bibok Publishing), una colección de relatos en la que se incluyen textos escritos a lo largo de un período de casi quince años y que tiene para su autor el valor de una despedida literaria de tantas y tantos adolescentes a los que ha conocido en las aulas. En 2016 apareció publicado 50 Poesías para Niños Poetas (ExLibric). Desde su jubilación, cuelga artículos en sus blogs «Ahí Te Quiero Yo Ver», sobre temas generales, y «Lengua, Literatura y Comunicación», con cuestiones de estas materias.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Sección 3. Página 12. Año XVII. II Época. Número 101. Julio-Diciembre 2018. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2018 José Antonio Ramos Campos. © Las imágenes tienen como principal motivo pictórico el río Genil, razón del poemario objeto de análisis, y han sido seleccionadas del sitio Facebook de "Cuevas de San Marcos (Málaga)" con el fin exclusivo de ilustrar el texto; los derechos, pues, a que pudieran concurrir en ellas pertenecen a su(s) creador(es). Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2018 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte, adscrito a la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana, Callillón, 3, Rincón de la Victoria (Málaga).