ABRIL-JUNIO 2018  

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ALGUNAS OBSERVACIONES ACERCA DE LA NOVELA DRÁCULA,

DE BRAM STOKER (III).

Continuación

   

  

Por  Enrique Castaños Alés

   

   

VII

  

ES EVIDENTE QUE EL DOCTOR Abraham Van Helsing no es monista, como lo es de manera tan explícita Baruch Spinoza, sino que es dualista, esto es, que cree en la dualidad alma-cuerpo, o, si se prefiere, espíritu-materia. Ya Platón creía en la dualidad alma-cuerpo en el hombre. El alma es para Platón el auténtico hombre, mientras que el cuerpo es su prisión, además de ser una mera sombra de aquella. Eso es lo que le responde Sócrates a Simmias en el Fedón, o del alma: «…porque mientras tengamos el cuerpo y esté nuestra alma mezclada con semejante mal, jamás alcanzaremos, de manera suficiente, lo que deseamos […] nos queda verdaderamente demostrado que, si alguna vez, hemos de saber algo en puridad, tenemos que desembarazarnos de él y contemplar tan solo con el alma las cosas en sí mismas […]. Y mientras estemos en vida, más cerca estaremos del conocer, según parece, si en todo lo posible no tenemos ningún trato ni comercio con el cuerpo, salvo en lo que sea de toda necesidad, ni nos contaminamos de su naturaleza, manteniéndonos puros de su contacto, hasta que la divinidad nos libre de él. De esta manera, purificados y desembarazados de la insensatez del cuerpo, estaremos, como es natural, entre gentes semejantes a nosotros y conoceremos por nosotros mismos todo lo que es puro» (66a/67a) [28]. Más adelante, también se pronuncia Sócrates en el mismo diálogo a favor de la inmortalidad del alma: «En efecto, si el alma existe previamente y es necesario que, cuando llegue a la vida y nazca, no nazca de otra cosa que de la muerte y del estado de muerte, ¿cómo no va a ser también necesario que exista una vez que muera, puesto que tiene que nacer de nuevo?» (77c/77d) [29].

Para Agustín de Hipona, también el hombre está compuesto de alma y cuerpo, pero fundamentalmente es una unidad, pues es el alma la que posee al cuerpo, la que lo gobierna. En su escrito De quantitate animae (XIII, 22), dice: «El alma es cierta substancia dotada de razón que está allí para dominar y regir el cuerpo». Como comenta a este pasaje Johannes Hirschberger, el hombre, hablando en propiedad, es solo alma para San Agustín. El cuerpo no tiene el mismo rango [30]. En otro escrito, De moribus Ecclesiae Catholicae et de moribus Manichaeorum (XXVII, 52), escribe: «Es el hombre un alma racional que tiene un cuerpo mortal y terreno para su uso». Por tanto, a diferencia de Platón, y a diferencia de Orígenes, para San Agustín el alma no vive encerrada en una prisión. En cualquier caso, el hombre es concebido por San Agustín esencialmente como alma, pero en el sentido de que el cuerpo está supeditado a ella [4]. Tampoco es baladí la expresión «alma racional», ya que deja abierta la puerta a que la filosofía pueda iluminar las verdades de la fe, del mismo modo que la fe habrá de ser guía de la razón. La fe, en San Agustín, se convierte en una ciencia de la fe. De ahí su famosa respuesta: «Intellige ut credas; crede ut intelligas» (Comprende para creer; cree para comprender) [5]. Es decir, que San Agustín está buscando un equilibrio entre la fe y la razón; dicho de otro modo, quiere comprender el contenido de la fe. Esta postura supone nada menos que desbrozar el camino de Santo Tomás de Aquino.

Étienne Gilson sintetiza de este modo la posición de Tomás de Aquino en lo que se refiere a las relaciones entre la fe y la razón: Santo Tomás distingue entre fe y razón, pero ve también la necesidad de su concordancia. El ámbito de la filosofía proviene de la razón; el de la teología, de la revelación. Ambos dominios están perfectamente delimitados, pero puede constatarse que ocupan en común un determinado número de posiciones. Ni la razón, usada correctamente, ni la revelación, ya que procede de Dios, pueden engañarnos. Pero resulta necesaria una concordancia entre ambas. Debemos llevar lo más lejos posible la interpretación racional de las verdades de la fe, esto es, tenemos el deber de ascender por la razón hacia la revelación y de volver a descender desde la revelación hacia la razón. Las equivocaciones de la filosofía suelen darse cuando quiere probar en una materia en que la prueba racional es imposible, y la decisión, por tanto, debe pertenecer a la fe. Para Santo Tomás es siempre mejor entender que creer. Las dos teologías que él distingue, la teología revelada, que parte del dogma, y la teología natural, que es elaborada por la razón, deben concordar y complementarse. La teología que sobre todo desarrolló el Doctor Angélico, y en la que se mostró verdaderamente original, es la teología natural. Gracias a la fe sabe hacia dónde se dirige, pero los recursos que emplea son los de la razón [6].

Todas estas posiciones intelectuales las conoce perfectamente Van Helsing, ya que no en balde posee el doctorado en Filosofía. Por eso hemos afirmado antes que en él convergen pensamientos muy profundos provenientes de los tres grandes autores citados, a los que hay que añadir, insistimos, toda la tradición científica desde Copérnico y Galileo hasta Charcot, que sería el último científico, en este caso médico de profesión, en cuanto a proximidad temporal con los acontecimientos narrados que se menciona en la novela. En el capítulo XIV, ante el temor que le confiesa Mina a Van Helsing de que este pudiera reírse del contenido del Diario de su marido, en el que se describen los extraños sucesos acaecidos en el castillo de Drácula, le responde el médico: «He aprendido a no menospreciar las creencias de nadie, por muy raras que sean. He tratado de mantener una mente abierta».  Este gran representante del espíritu científico, del verdadero espíritu científico, que por su propia naturaleza es abierto y tolerante, también pondera en varias ocasiones la inteligencia de Mina, su fina intuición, su valentía y determinación, así como su ternura y su bondad. Pero ello no le impide ver en Mina una criatura de Dios. Lo dice en ese mismo capítulo: «Ella es una de las mujeres de Dios, modelada por Su propia mano para mostrarnos a nosotros, los hombres, y a otras mujeres, que existe un cielo en el que podemos entrar, y que su luz puede llegar aquí, a la tierra». Estas palabras solo puede decirlas un cristiano, y, muy probablemente también, un creyente judío, ya que Maimónides dejó bien sentada la creencia en la resurrección de los muertos y en la vida eterna [7].

  
 

 
   

Abraham Van Helsing (Peter Cushing), de origen neerlandés y de edad avanzada, ostenta entre sus títulos ser doctor en Medicina y doctor en Filosofía (Letras), y, según la crítica, está inspirado en Gerard van Swieten, un médico neerlandés que llegó a trabajar para la emperatriz María Teresa I de Austria y que realizó, por encargo de esta, los primeros estudios sobre vampiros. El Dr. Van Helsing perseguirá a Drácula hasta acabar con él. (WP).

   
  

Pero, simultáneamente, se multiplican las manifestaciones de reconocimiento de Van Helsing hacia la inteligencia de Mina, como la que se produce en el capítulo XXV, inmediatamente después de hacer ella un impecable razonamiento lógico sobre el previsible modo de actuar del conde. Esta proliferación de alusiones sobre las capacidades intelectivas de la heroína de la narración, no dejan lugar a dudas de que Bram Stoker en absoluto puede ser tildado de misógino, o de favorecer la condición masculina frente a la femenina, como malintencionadamente han querido insinuar algunos críticos. Mina no tiene, eso sí es cierto, la honda formación académica y la vasta cultura de Van Helsing, pero sus capacidades intelectuales son semejantes, su curiosidad, su penetrante análisis de los hechos, su valía para el razonamiento deductivo, son equiparables, equivalentes a las del médico de Amsterdam. En esta novela no puede sostenerse, desde ningún punto de vista, que la mujer sea inferior intelectualmente al hombre. El ejemplo de Mina es la prueba concluyente. Lucy es más frívola, más indolente, pero del mismo modo que eso también ocurre entre los varones; unos son más superficiales y otros más profundos. Así ha sido siempre y continuará siéndolo [8].

Ahora bien, Bram Stoker demuestra también sus excelentes dotes como creador al evitar la construcción de personajes planos o simplistas, al menos en lo que se refiere a los personajes principales, que, como ya se ha indicado, son Mina y Abraham van Helsing. Esto significa, naturalmente, que uno es un hombre y la otra es una mujer, y que, por lo tanto, son diferentes, diversos en su constitución biológica, pero distintos también en su constitución anímica, porque el mundo de los sentimientos de una mujer es, por fortuna, distinto al mundo de los sentimientos de un hombre. Aunque Van Helsing sea precisamente también una persona bondadosa, capaz de mostrar una inusual ternura en circunstancias delicadas y complejas, no por eso su perfil como varón queda desdibujado, sino todo lo contrario. Lo que ocurre es que es ya de edad avanzada, y la pulsión sexual se ha aminorado en él notablemente. Además de que tampoco es desdeñable en él su corrección, su exquisitez, su innata educación en el trato, su respeto profundo hacia los demás, sean hombres o mujeres.

Pero me interesa insistir en la dimensión trascendente que se desprende de las palabras de Van Helsing al referirse a Mina, a la que ve como una mujer inteligente, perspicaz, resolutiva, valiente, noble, pero también hermosa —muy hermosa—, sensible, plena de sentimientos saludables y positivos, entre los que destaca su capacidad para amar. Los críticos agnósticos o ateos no pueden borrar lo que Stoker escribió, y eso que escribió es muy nítido y preciso: Mina es «una de las mujeres de Dios, modelada por Su propia mano», que está guiando con entereza, sabiduría y amor al grupo que persigue al espíritu maligno. Mina y Van Helsing son, en este sentido, personajes complementarios; sus cualidades, todas buenas y positivas, no solo sirven de guía, sino que mantienen la cohesión del grupo y la firme decisión de combatir con todas sus fuerzas el Mal.

El malvado conde logra llegar hasta Mina, de igual modo que había entrado anteriormente en contacto físico con Lucy, y clavarle sus afilados dientes en el cuello, a fin de succionar su preciada sangre y poder atraerla a su ámbito demoníaco, transmutarla en una criatura maléfica semejante a él, en una no-muerta.

Pero hay críticos y hay lectores que se empecinan en no querer ver la realidad de los hechos, en no reconocer la descripción exacta que hace de los mismos el novelista. Porque cuando esos críticos insisten tanto en el trasfondo sexual de la narración, que, por supuesto que lo hay, están también sugiriendo o admitiendo abiertamente que tanto Lucy como Mina se «entregan» a Drácula, experimentan un cierto placer oculto en que el conde las haga suyas y las posea para siempre, arrebatándoselas a Dios. Insisten en que esa «entrega» es una entrega complaciente, más o menos aceptada; en cualquier caso, no negada por ellas hacia el que quiere ser su señor y dueño absoluto. Pero olvidan esos críticos, o prefieren olvidar, que la pretendida «entrega» en ningún caso es voluntaria, que ambas mujeres, ni por un segundo, son conscientes de lo que les está sucediendo, sino que están siendo violentadas, forzadas, «violadas». Lucy porque es sonámbula, circunstancia que aprovecha Drácula para elegirla como fácil víctima propiciatoria. El primer ataque junto a la ruinosa abadía de Whitby y las posteriores agresiones, se producen siempre que Lucy se halla dormida o en ese estado, un estado en el que no tiene decisión alguna sobre su voluntad. Los persistentes ataques la van debilitando, van operando en ella una terrorífica transformación de su aspecto físico y de la disposición de su alma, a pesar de los esfuerzos de ambos médicos por salvarle la vida mediante transfusiones de sangre [9], o tratando de impedir que el vampiro se le acerque más físicamente. La persona sonámbula puede, afirma Derek Russell Davis, «moverse intencionadamente o levantarse y andar», aunque «parece aturdido, absorto y sin respuesta a mucho de lo que sucede a su alrededor […] Algunas veces, aunque no típicamente, una persona que camina dormida parece estar actuando, como Lady Macbeth, representando sueños irracionales y fragmentarios […] Tiende a ocurrir en el comienzo de la noche, durante el sueño “ortodoxo”, cuando se observan en el electroencefalograma ondas largas y lentas» [10]. Lo importante aquí es constatar la carencia volitiva de la persona sonámbula, su imposibilidad de controlar sus acciones. Por eso decimos que Lucy es forzada, «violada» en sentido figurativo, pero son los sucesivos y reiterados ataques los que operan la metamorfosis en ella.

Al «morir» en realidad no ha muerto, sino que se ha transmutado en una no-muerta, según hemos aclarado antes. El «placer» que haya podido sentir es involuntario, aunque es cierto que las continuadas actuaciones exitosas del vampiro van ejerciendo una lenta pero implacable atracción de ella hacia él, mejor dicho, un «abandono», una no resistencia; pero no debemos olvidar ni por un instante que esa no resistencia se produce siempre cuando no está despierta; jamás la ataca el vampiro estando en vigilia, lúcida, consciente, sino estando sonámbula, dormida o en estado de delirio. Me parece importante subrayarlo para desenmascarar manipulaciones interpretativas del texto. Por muy crítico que pueda ser Bram Stoker con la hipócrita moral victoriana, no hay aquí el más ligero asomo de amor, de enamoramiento de la víctima hacia su despiadado verdugo. La «atracción», la «seducción» es plenamente inconsciente —repito, involuntaria—. Los que se empeñan en hacer una lectura unilateral, una lectura fundamentalista, en el sentido de que hay un placer oculto, una aceptación escondida por parte de Bram Stoker hacia la transgresión moral, están llevando a cabo una lectura sesgada del contenido de la narración. Creo sinceramente que esta es una cuestión que no se presta a equívocos. No mezclemos ni confundamos el texto del escritor irlandés con algunas películas o posteriores tratamientos literarios del mismo tema. Stoker dice lo que dice, y me parece que está muy claro. Hay una lucha, un rechazo de la víctima hacia el Mal. Si el Mal vence en el caso de Lucy, ello también tiene que ver con la estructura de la personalidad de la víctima, con su constitución espiritual, con su menor entereza, con su mayor debilidad, pero, asimismo, con su sonambulismo. Este hecho, este factor es decisivo.

  
 

 
   

Arthur Holmwood (Michael Gough) está comprometido con Lucy Westenra y es quien ayuda al Dr. Van Helsing en su persecución del conde Drácula. A mitad de la narración, el padre de Holmwood muere y él hereda el título de Lord Godalming. Holmwood será quien clave la estaca de madera en el pecho de Lucy después de que haber sido convertida en una vampira. (WP).

   
  

Sin embargo, cuando falta ya muy poco para que muera, y después de que Van Helsing haya impedido enérgicamente que Arthur corresponda a la solicitud de Lucy de darle un beso de despedida, puesto que ya está enteramente poseída por el espíritu demoníaco, la muchacha, en las que serán sus últimas palabras, todavía tiene el suficiente resto de bondad en su corazón como para decirle al profesor: «¡Es usted mi verdadero amigo!  —dijo con voz débil, pero con un patetismo indecible—. ¡Mi verdadero amigo, y también suyo! ¡Oh, protéjalo, y deme a mí la paz!» (párrafos finales del capítulo XII). No solo le agradece que haya salvado a Arthur del contacto con sus labios malditos, sino que le ruega que haga con ella, con su cuerpo, lo que tenga que hacer, a fin de liberarla y salvar su alma. La misma decisión, aunque mucho más firme, tomará Mina más adelante cuando contemple la hipótesis de haber sido atrapada para siempre por Drácula.

Pero la actitud filosófica, moral e incluso religiosa de Bram Stoker en relación con el comportamiento de la víctima elegida por el conde respecto de este, la expresa con total contundencia el novelista en el caso concreto de Mina Harker. La ambigüedad desaparece aquí por completo. Asistimos a un verdadero combate del Bien contra el Mal, de las fuerzas de la Luz contra las de las Tinieblas, y aunque Mina no muestre esa respuesta inmediata y definitiva de Jesús de Nazaret cuando fue tentado tres veces por Satanás, rechazándolo sin dubitación alguna, nuestra heroína está muy cerca de esa firme resolución, aunque, claro está, el mal inoculado está también ejerciendo sus efectos, sus letales y terribles efectos, tan paulatinos y eficientes, pero ahora el Mal tiene que vérselas nada menos que con una naturaleza humana extraordinariamente pura, casi sin asomo de pecado, que posee la capacidad de amar en un grado muy alto, y que, además, es una criatura inteligente, muy inteligente, dueña de sí misma, que se resiste a que su razón sea sometida, esclavizada, y mucho más a que lo sean su corazón, el íntimo mundo de sus sentimientos y su espíritu, que solo pertenece a Dios. El combate es terrible, a veces agónico, de dimensiones casi cósmicas, porque se están enfrentando los dos polos eternamente opuestos, el Bien y el Mal. A pesar de sus enormes cualidades positivas, a pesar de su inteligencia, de su templado razonamiento lógico, a Mina la salva, en última instancia, su profunda fe en Cristo, su pureza de corazón, su natural inclinación hacia el bien y hacia la justicia. Es verdad que va a contar con la inestimable ayuda y la colaboración constante de Van Helsing, que no se aparta de ella, que la protege sin descanso, trazando incluso, muy cerca ya del desenlace, un círculo alrededor de ella con trozos de Hostias consagradas, además de proporcionarle un crucifijo, del que Mina no se separa, y, de paso, como científico informado de los últimos avances en su disciplina médica, empleando con ella el método de la hipnosis desarrollado por Charcot, a fin de que Mina pueda proporcionar información sobre los movimientos y los propósitos de Drácula, evitando que pueda escapar de sus perseguidores.

Hay que tener en cuenta que Jean-Martin Charcot empezó a trabajar en el hospital parisino de la Salpêtrière en 1853. Después de un breve paréntesis en que ejerce la medicina privada, vuelve al mismo hospital en 1862, del que es nombrado director médico en 1866. Su empleo del método hipnótico11 parece que tiene lugar en la Salpêtrière a partir de 1878, publicándose en 1882 su primera obra importante sobre los resultados de la aplicación de la hipnosis a la histeria: Sur les divers états nerveux déterminés par l'hypnotisation chez les hystériques. Estimo conveniente recordar aquí que fue James Braid (1795-1860) quien inventó el término «hipnotismo», aunque las primeras prácticas hipnóticas casi con toda seguridad fueron llevadas a cabo por el médico vienés Franz Anton Mesmer (1734-1815), si bien él hablaba todavía de «magnetismo animal» (Le Magnétisme animal, París, 1779). Un miembro de la Sociedad Teosófica, Jules Dupotet, conocido magnetizador, inició en el mesmerismo a John Elliotson (1791-1868), catedrático de práctica médica en el University College de Londres. Elliotson empleó el mesmerismo como método en ciertos trastornos nerviosos funcionales [12]. A partir de él, la historia del mesmerismo se funde con la del hipnotismo, y es entonces cuando entra en escena Charcot. En definitiva, que prácticas muy similares al hipnotismo, si no hipnóticas, eran ya empleadas en Viena en el último cuarto del siglo XVIII. La importancia de Charcot radica en el extraordinario desarrollo del método, conocido por Sigmund Freud a partir de octubre de 1885, cuando era su alumno en la Salpêtrière.

  
 

 
   

Lucy Westenra (Carol Marsh) pertenece a una familia acaudalada, es la mejor amiga de Mina Murray y está comprometida con Lord Holmwood. Lucy morirá, según se cree, de una enfermedad misteriosa derivada de perdidas severas de sangre como resultado de reiteradas visitas de algún animal desconocido que bebió su sangre, animal que resulta ser, como lo descubrirían más adelante, Drácula. (WP).

   
  

Hagamos aquí un inciso para aclarar una cuestión que no puede demorarse por más tiempo. Hemos dicho que Mina Harker está muy dotada para el razonamiento discursivo, para la deducción, a partir de ciertos datos y de ciertas premisas. Pero también hemos insistido en el hecho de que su formación no es científica, sino que su actuación está guiada por su inteligencia y su poderosa intuición. En cuanto a Abraham van Helsing, pues en relación con él hago esta breve aclaración, su formación, su espíritu y su método científico se ponen de manifiesto constantemente desde que aparece en la novela. Pero hay una expresión suya que se presta a todo tipo de confusiones, en lo que al método científico se refiere, que es cuando, en el capítulo XXV, en la entrada del Diario del Dr. Seward correspondiente al 28 de octubre, le dice a Mina que su mente (la de la joven) funciona bien y no como la de un criminal, como es el caso de Drácula, que «razona a particulari ad universale», es decir, literalmente, «de lo particular a lo universal». Esta sí sería para mí la vez en que Stoker no expresa con claridad su pensamiento, cometiendo probablemente un grave error filosófico y semántico, que me resulta inexplicable en un escritor como él. He revisado una y otra vez la edición original, y las traducciones son correctas. Quizás quiso simplificar en exceso, o decir algo correcto, que, sin embargo, escribió de un modo incorrecto. Ya en el capítulo XIX, en el Diario de Jonathan Harker del 1 de octubre, nos encontramos con una expresión parecida pronunciada por Van Helsing: «También hemos aprendido una lección, si se me permite argumentar a particulari», es decir, algo así como «partiendo de este caso particular», como indica en nota Flora Casas. Pero lo cierto es que esa expresión, como oportunamente recuerda Molina Foix en la nota 188, no existe. Son dos extraños errores, aunque el del capítulo XXV es más misterioso. Porque el caso es que la expresión a particulari ad universale, sí es correcta y existen ejemplos de su uso. Un ejemplo sobresaliente es el que está contenido en un libro de filosofía del jesuita Andrés de Guevara y Basoazábal (Guanajuato, 1748-Piacenza, 1801), en donde dice: «… quae a particulari ad universale deducit» [13]. Esta expresión, que, insisto, incomprensiblemente se la adjudica Bram Stoker, a través de Van Helsing, al modo de razonar de un criminal, de Drácula en este caso, está en realidad aludiendo al método científico inductivo, que es el que en buena medida está aplicando nuestro doctor holandés a lo largo de toda la novela.

La ciencia no puede basarse exclusivamente en el método inductivo, como tampoco únicamente en el deductivo, pero la inducción, tal como la entendió en primer lugar Aristóteles, es fundamental para el desarrollo del espíritu científico y para el ejercicio de la ciencia. En el libro primero, capítulo segundo, de los Tópicos, que es el quinto de los tratados que componen el Organon de la lógica aristotélica, dice el Estagirita: «la inducción es un tránsito de las cosas individuales a los conceptos universales» [14]. En el libro octavo, capítulo primero, asimismo de los Tópicos, agrega: «la inducción debe marchar desde los casos individuales a lo universal, y desde lo conocido a lo desconocido» [15]. La importancia del pensamiento analítico de Aristóteles y de su pensamiento lógico para el nacimiento de la «ciencia en sentido moderno» y para la verdadera fundación de la «filosofía científica», ha sido reconocida por sus más eminentes estudiosos [16]. Sobre el concepto de «inducción» en Aristóteles, ha escrito con gran claridad William Keith Chambers Guthrie en su justamente célebre Historia de la filosofía griega [17]. La aportación del pensador empirista inglés Francis Bacon (1561-1626) al proceso inductivo científico y la de los pensadores racionalistas, especialmente el alemán Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716), quien hablaba del ascenso de la mente desde los particulares a los principios, también han de ser tenidas muy en cuenta.

Antes de referirnos a las sesiones hipnóticas a las que somete periódicamente el doctor Van Helsing a Mina, digamos algo sobre cómo ataca a esta por vez primera el vampiro. Pero completemos previamente la descripción del vampiro y el conocimiento sobre su poder al que ha llegado Van Helsing, que, además, ha contado con la inestimable ayuda de su amigo Arminius, de la Universidad de Budapest, para obtener información histórica sobre los antecedentes familiares y la existencia pasada, cuando era una persona viva y real, de Drácula. Tanto la descripción de los poderes del vampiro como la escueta biografía y la genealogía familiar del conde las escribe Mina Harker en las páginas de su Diario reproducidas en el capítulo XVIII. El poder del nosferatu se acrecienta a medida que multiplica sus ataques y succiona más sangre de sus víctimas. Además de astuto, cuenta con la ayuda de la necromancia, es decir, el poder de la adivinación mediante la invocación a los muertos, estando estos, si el vampiro se acerca a ellos, a sus órdenes. Es cruel y no tiene corazón. Puede estar en cualquier sitio con suma diligencia, según su voluntad, cuando y donde desee, aunque con ciertas condiciones, así como metamorfosearse (en lobo, en murciélago, en bruma, en polvo) y gobernar los elementos, como la tormenta, el viento, la niebla y el trueno (recordemos aquí la siniestra travesía de la goleta Deméter que transporta a Drácula desde el puerto de Varna y su extraña e inexplicable llegada a Whitby, teniendo en cuenta que toda la tripulación había muerto, así como la transformación del conde en perro y alcanzar de ese modo la orilla de la localidad costera inglesa). Puede dar órdenes a ciertos animales, crecer y hacerse pequeño. Es un ser sin conciencia. No solo no muere con el paso del tiempo, sino que sus energías y sus facultades vitales se rejuvenecen cuando puede engordar a costa de la sangre de los vivos. No come ni bebe, no produce sombra ni se refleja en un espejo. Cuando aparece en la bruma que él crea, la distancia que puede alcanzar esa bruma es limitada. Puede ver en la oscuridad. Pero también tiene sus limitaciones; por ejemplo, no es libre, ni puede ir donde quiera, salvo que se cumplan determinadas condiciones. Por eso viaja en la goleta metido en una caja con tierra de Transilvania. Necesita la ayuda de peones, de seres humanos a los que engaña y le sirven de meros instrumentos para sus propósitos. No puede entrar en un sitio a no ser que se le franquee la entrada una primera vez. Durante el día cesa su poder, y solo en ocasiones, de día, tiene una limitada libertad. Sus cambios de lugar solo pueden efectuarse al mediodía, a la salida del sol o en el crepúsculo. El ajo reduce su poder, una rama de rosa silvestre sobre su féretro le impide salir de él y una bala consagrada disparada contra el ataúd donde reposa lo mata verdaderamente.

  
 

 
   

Mina Murray (Melissa Stribling), ayudante de director de escuela en un comienzo, se convertirá luego en la esposa de Jonathan Harker, y es la mejor amiga de Lucy Westenra, a quien visita en Whitby cuando la escuela cierra por vacaciones de verano. Mina y Jonathan, ya matrimonio, unen fuerzas con el Dr. Van Helsing, que ahora vuelca su atención en destruir al conde. (WP).

   
  

Todos estos son los preciosos datos que Van Helsing ha ido averiguando, tanto a través de las informaciones proporcionadas por el Diario de Jonathan Harker, como por la experiencia acumulada en el caso de Lucy y las investigaciones y consultas en las bibliotecas.

Drácula ataca por primera vez a Mina cuando está sola en las habitaciones en que se halla alojada provisionalmente, junto con su marido, en el interior del manicomio que dirige el Dr. Seward, ya que ambos esposos no han tenido más remedio que dejar su residencia en Exeter y permanecer durante un tiempo en Londres, hasta que el vampiro pueda ser destruido. Lo ocurrido, es decir, aquello que puede recordar, lo describe minuciosamente Mina en la entrada de su Diario del 1 de octubre, en el capítulo XIX.

El día anterior se había quedado sola en su habitación, pues el grupo (todos son hombres), con la mejor de las intenciones, ha decidido por ahora mantenerla lejos de las pesquisas y de la localización de los cajones de tierra diseminados por Drácula en diversos lugares de Londres, a fin de alejarla del peligro. Pero el efecto es el contrario. Es el conde el que acude al lado de su nueva víctima. El vampiro se aproxima hacia el edificio transformado en niebla blanca, deslizándose muy sigilosamente, lenta y casi imperceptiblemente. Esta niebla la ve la propia Mina, pero no le concede la importancia debida, aunque le llamó la atención la vitalidad propia que parecía poseer. En la cama la invadió una especie de letargo, pero, al no poder conciliar el sueño, se levantó, se acercó a la ventana y vio que la bruma era ahora más espesa y que se deslizaba como queriendo adherirse a las paredes y llegar a las ventanas. Volvió a la cama, se tapó todo su cuerpo, incluida la cabeza, con las mantas, asustada como estaba, en parte por los ensordecedores gritos de Renfield, y debió de quedarse dormida, pues no recordaba a la mañana siguiente nada de lo sucedido durante la noche, excepto extraños sueños; extraños porque era como si se mezclasen los pensamientos propios del estado de vigilia con la fase onírica. Repárese en la precisa descripción de lo que Mina cree que ha ocurrido, un don que poseen muy pocas personas. En ese estado como de duermevela, entre la vigilia y el sueño, diose cuenta de la creciente pesadez de su cerebro y de sus miembros, así como de la pesadez, de la humedad y de la frialdad del aire. Todo estaba muy oscuro, pero la diminuta llama de la lámpara de gas le permitió percibir que la bruma, a pesar de su densidad, se colaba por las rendijas de las ventanas, que estaban cerradas (ella recordaba muy bien haberlas cerrado).

Rememoremos una vez más aquí cómo se introduce Lucy por entre las rendijas del panteón, adelgazándose hasta extremos inverosímiles. Mina va siendo invadida de nuevo por el letargo; de ahí que no pudiese levantarse para comprobar si efectivamente, a pesar de saberlo, estaban bien cerradas las ventanas. Los ojos se le cerraban de sueño, pero, inexplicablemente, podía ver a través de los párpados. La niebla, cada vez más espesa, se introdujo por las rendijas de la puerta, y empezó a adoptar la forma de una columna, que le evocó las palabras del Éxodo: «Porque durante el día la Nube de Yahveh estaba sobre la Morada y durante la noche había fuego a la vista de toda la casa de Israel» (40, 38) [18]. La fijación de la mirada de Mina, a pesar de tener los ojos cerrados, en la llama encendida, le hizo entrever, entre la espesa bruma, dos ojos brillantes y como de fuego, dos ojos rojos como los que creyó haber visto Lucy en Whitby. Se acordó entonces Mina de las palabras del Diario de Jonathan cuando describe a las mujeres vampiro que había visto en el castillo de Drácula. Desde este instante, Mina debió desvanecerse por completo, siendo lo último que recordaba un rostro blanco, lívido, que se inclinaba sobre ella en medio de la bruma. Al despertar por la mañana, como hemos indicado antes, cree que todo ha sido una pesadilla, un espantoso sueño que, si llegara a repetirse —lo escribe ella misma—, podría perturbarle la razón.

Esto es exactamente lo que dice el texto. ¿Es posible deducir de esta descripción que Mina se «entregase» a Drácula, que hubiese un escondido placer, un voluntario abandono hacia ese ser maligno que quiere apoderarse de su alma? Porque Drácula quizás pretenda apoderarse del cuerpo de Mina, poseerla, circunstancia que en todo caso no se menciona, pero de lo que no cabe duda es que anhela arrebatarle para siempre su alma, arrojándola a una condenación maldita. A la pregunta anterior, mi respuesta es no. Mina se encontraba en un estado de semiinconsciencia, primero, y de inconsciencia profunda, después. No es en absoluto responsable de lo que ha sucedido. El vampiro ha visto la posibilidad de atacar a su víctima, de iniciar la diabólica espiral que irá conduciéndole paulatinamente a apoderarse de ella, a tener poder sobre ella, y la ha aprovechado inmediatamente. Se ha metamorfoseado en una sustancia verdaderamente sutil, ambigua, indeterminada, como es la bruma, la niebla, y, cuando Mina ha sido vencida por esa atmósfera enrarecida, malsana, envenenada; cuando Mina no ha podido resistirse al sueño, es cuando Drácula, adoptando ahora su forma característica, le ha clavado los dientes en el cuello y le ha sorbido parte de su sangre. Habrá quien deduzca todo tipo de mensajes ocultos, de alusiones sugeridas por el novelista, como, por ejemplo, que lo que en realidad ha sucedido es, también, que Mina ha sido poseída sexualmente por el conde. Admitámoslo. Concedamos a tales intérpretes esa posibilidad. Sigo considerando ese hecho irrelevante desde el punto de vista en que me he situado desde el principio de mi argumentación, esto es, que no puede demostrarse el más ligero atisbo de abandono voluntario, de entrega consciente de la hermosa joven hacia el malvado demonio. Esto es para mí lo relevante y lo significativo: que Mina no se siente atraída por el Mal.

Todavía se va a producir un segundo asalto del conde hacia Mina, aún más violento y espeluznante que el primero, que, además, transcurre en presencia de Jonathan y que también tendrá varios testigos, entre ellos ambos médicos, que pudieron ver con sus propios ojos la horripilante escena, aún inconclusa, pues estaba desarrollándose cuando irrumpieron de improviso en la estancia, teniendo por eso que suspender su terrible acción Drácula, lleno de cólera y de ira, retrocediendo ante la presencia de la Hostia consagrada y de los crucifijos. Toda la escena es descrita pormenorizadamente por John Seward en su Diario del 3 de octubre, en el capítulo XXI. Entre el anterior y primer ataque a Mina y este segundo, han transcurrido, pues, apenas setenta y dos horas. ¿Qué es lo que vieron Van Helsing y John Seward al entrar violentamente en la habitación? A Jonathan yaciendo en la cama, en estado de shock, estupefacto. A Mina arrodillada junto al borde izquierdo de la cama, y a su lado, de pie, Drácula. Con la mano izquierda le sujetaba las manos y con la derecha le agarraba la nuca «para obligarla a bajar la cabeza hacia su pecho. El camisón blanco de la mujer estaba cubierto de manchas de sangre, y por el desnudo pecho del hombre, que asomaba por la camisa desgarrada, discurría un fino reguero. La actitud de ambos guardaba una terrible semejanza con un niño que obligase a un gatito a meter el hocico en un plato de leche para forzarlo a beber». Una cólera diabólica se apoderó del conde, que arrojó a su víctima sobre la cama, tratando de atacar al grupo, que, como hemos adelantado, se defendió vigorosamente con los objetos sagrados, hasta que el conde de nuevo se transformó, de manera repentina, en vapor y volvió a deslizarse por debajo de la ventana, escapando. Mina pronunció entonces un grito agudo y aterrador, hallándose su rostro «cadavérico, con una palidez acentuada por la sangre que manchaba sus labios, mejilla y barbilla; de su cuello manaba un fino reguero de sangre. Tenía los ojos desorbitados por el terror. Se tapó el rostro con sus pobres manos magulladas, que mostraban en su blancura las señales rojas del terrible apretón del conde, y se oyó un gemido sofocado y desolado, en comparación con el cual el grito que había lanzado antes no parecía más que la expresión rápida de una aflicción infinita».

  

  

  

  

«Drácula» es una novela publicada en 1897 por el irlandés Bram Stoker, quien ha convertido a su antagonista, Drácula, en el vampiro más famoso de la Historia. Se dice que el escritor se basó en las conversaciones que mantuvo con un erudito húngaro llamado Arminius Vámbéry, quien le habló de Vlad Draculea. La novela, escrita de manera epistolar, presenta otros temas, como el papel de la mujer en la época victoriana, la sexualidad, la inmigración, el colonialismo o el folclore. Como curiosidad cabe destacar que, aunque Bram Stoker no inventó la leyenda vampírica, su novela ha sido, sin embargo, la que ha alcanzado gran popularidad gracias a las versiones que se han hecho de ella en el cine, el teatro y la televisión. En la versión del fotograma, Christopher Lee interpreta al Conde de la leyenda, de la literatura y de la cinematografía. (WP).

  

  

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Y WEBGRÁFICAS

28  Platón, «Fedón, o del alma», en Obras Completas, Madrid, Aguilar, 1979, págs. 616-617. La traducción es de Luis Gil Fernández, filólogo y helenista español nacido en Madrid en 1927.

29  Ibídem, pág. 625.

30  Johannes Hirschberger, Historia de la Filosofía, Barcelona, Herder, 1974, tomo I, pág. 305.

31  Ibídem.

32  San Agustín de Hipona, Obras (Sermones, 1º), Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1981, tomo VII, Sermón XLIII, pág. 591.

33  Étienne Gilson, La filosofía en la Edad Media, Madrid, Gredos, 2007, págs. 508-509.

34  Maimónides, Guía de Perplejos, Madrid, Trotta, 2008, pág. 533.

35  Puedo dar testimonio, pues he tenido oportunidad de corroborarlo a lo largo de muchos años, que hay personas adultas, estudiantes de bachillerato o de Universidad, incluso entradas en años, que permanecen impasibles, a las que nos les dicen absolutamente nada, por mucho que uno se esfuerce en explicarles su sentido estético y espiritual, obras como la Betsabé del Louvre de Rembrandt, o el Políptico de Isenheim de Matías Grünewald, o el simbolismo de la catedral gótica, o una composición abstracta de Kandinsky de 1911 o de 1912. Lo mismo puede decirse de las grandes creaciones literarias o filosóficas. Sencillamente, esas personas no disponen en la constitución de su alma de elementos que les permitan alcanzar las realidades espirituales. Estas realidades les aburren, les son indiferentes o no les comunican nada. La experiencia también me ha demostrado que es inútil intentar cambiar este hecho. La constitución intrínseca del alma puede cultivarse, perfeccionarse, elevarse, pero no puede modificarse.

36  No es significativo en el contexto del relato que una transfusión sanguínea hecha como se lleva a cabo varias veces en la novela, es decir, sin tener en cuenta el grupo sanguíneo del donante, puede matar al paciente. Véase la nota 120 de Molina Foix.

37  El que fuera Profesor Emérito de Salud Mental de la Universidad de Bristol, en Inglaterra, el eminente psiquiatra británico Derek Russell Davis (1914-1993), es el autor del artículo dedicado al sonambulismo del que he extraído esas frases, artículo inserto en Richard Langton Gregory (ed.), Diccionario Oxford de la mente, Madrid, Alianza, 1995, pág. 1082. Sobre el tema específico del sonambulismo, puede consultarse el libro del también  psiquiatra británico Ian Oswald, Sleep, Harmondsworth, 1980 (la edición original, impresa en la misma localidad del Gran Londres y en la editorial Penguin Books, es de 1966).

38  Véase en el citado Diccionario Oxford de la mente el artículo «Historia del hipnotismo» (págs. 523-526), redactado por el neuropsicólogo británico Oliver Louis Zangwill (1913-1987), Profesor de Psicología Experimental de la Universidad de Cambridge. También Zangwill, en el mismo Diccionario, redacta otro brillante artículo sobre «Mesmerismo» (págs. 740-741). Ambos artículos están acompañados de una sucinta pero rigurosa bibliografía.

39  En su notable síntesis «El psicoanálisis y el inconsciente» (incluida en el volumen La psicología moderna, Bilbao, Mensajero, 1971, págs. 304-343), Raymond de Becker informa al lector de que en 1842 el Dr. W. Squire Ward amputó a una paciente una pierna empleando únicamente la hipnosis como anestesia. El texto completo en el que se describe esta experiencia, Account of a case of successful amputation of the thigh, during the mesmeric state, without the knowledge of the patient (Londres, H. Baillière, 1842), escrito por el Dr. Ward junto con el Dr. William Topham, ambos del St. Bartholomew’s Hospital de Londres, está disponible en internet (se trata de la reproducción digital del volumen propiedad de la Biblioteca de la Universidad de Yale).

40  Andrea de Guevara et Basoazabal, Institutionum elementarium philosophiae ad usum studiosae juventutis, Matriti, Ex Typographia Regia, 1832, tomus secundus, Logicam, ac Metaphysicam, pág. 131. Como puede apreciarse, está íntegramente escrito en latín y publicado en Madrid tres decenios después del fallecimiento del autor.

41  Aristóteles, «Tópicos», en Obras, Madrid, Aguilar, 1977, pág. 425, 105a13. La traducción y la edición completa es del eximio Profesor de Filosofía,  fallecido el 23 de febrero de 2000, Francisco de Paula Samaranch Kirner.

42  Ibídem, pág. 511, 156a5.

43  Werner Jeager, Aristóteles. Bases para la historia de su desarrollo intelectual, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1983, pág. 425.

44  W. K. C. Guthrie, Historia de la filosofía griega, Barcelona, RBA, 2010, tomo VI, págs. 199-215. También en este caso, la edición de RBA es una reproducción de la de la madrileña editorial Gredos.

45  Cito por la Biblia de Jerusalén, Bilbao, Desclée de Brouwer, 1988. Las citas del texto bíblico serán siempre las de esta edición.

   

   

   

      

     

Enrique Castaños Alés (Málaga, 1956). Profesor de Instituto de Enseñanza Media desde 1982 y del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Málaga (cursos completos 2006-2011). Su Memoria de Licenciatura, leída en 1981 y aprobada con la calificación de Sobresaliente por unanimidad, versó sobre los Aspectos teóricos del socialismo utópico francés. Su tesis doctoral, defendida en 2000 con la calificación de Sobresaliente cum Laude, versó sobre Los orígenes del arte cibernético en España. Es autor del libro La pintura de vanguardia en Málaga durante la segunda mitad del siglo XX. Crítico de arte del diario SUR de Málaga entre 1996 y 2012. Colaborador de las revistas Lápiz, Galería, Boletín de Arte de la Universidad de Málaga y Arte y Parte. Ha sido Director de la Sala de Exposiciones de la Diputación de Málaga, Director del Departamento de Promoción Cultural de la Fundación Picasso-Casa Natal y comisario de múltiples exposiciones, entre las que destacan las antológicas y retrospectivas dedicadas a Manuel Barbadillo Nocea, Stefan von Reiswitz, Godofredo Ortega Muñoz, Esteban Vicente y Francisco Hernández Díaz. Ha comisariado exposiciones monográficas de Tomás García Asensio, Lugán, Oriol Vilapuig, Santiago Mayo, Jordi Teixidor Otto, Andreu Alfaro, Manuel Salinas, Pablo Alonso Herraiz, Dámaso Ruano Gómez, Manuel Mingorance Acién y el Colectivo Palmo de Málaga. En 1992 fue comisario de la exposición «El arte de construir el arte». Colaborador de la muestra «Andalucía y la modernidad», del volumen Arte desde Andalucía para el siglo XXI y del catálogo de la exposición «El discreto encanto de la tecnología», celebrada en el MEIAC de Badajoz y el Museo ZKM de Karlsruhe. Ha impartido numerosas conferencias y ha sido ponente en diversos seminarios organizados por las Universidades de Málaga y Alicante. En 1997 publicó unas Consideraciones sobre Ordet de Carl Th. Dreyer.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Sección 3. Página 10. Año XVII. II Época. Número 100. Abril-Junio 2018. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2018 Enrique Castaños Alés. © Las imágenes, extraídas a través del buscador Google de la aplicación YouTube, se usan exclusivamente como ilustraciones, y los derechos de autor que pudieran concurrir en ellas están sujetos a los reconocidos para la película “Drácula” (Horror of Dracula), producida por Hammer Film Productions, Reino Unido, en 1958. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2018 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte, adscrito a la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana, Callillón, 3, Rincón de la Victoria (Málaga).