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									La 
									película  
									
									Der
									Absturz
									(literalmente, «El precipicio») 
									es una producción alemana dirigida por 
									Ludwig Wolff en 1922. Se estrenó en 
									Copenhague, en el Kinopalæet de la calle 
									Gammel Kongevej, el 11 de noviembre de ese 
									año. Titulada en español indistintamente 
									como Caída, El abismo o El 
									castigo del pecado, su título en danés 
									es Mod Afgrunden y en inglés 
									Downfall. El original, de 2421 metros, 
									tiene una duración de 93 minutos. No debe 
									confundirse con la película danesa 
									Afgrunden, dirigida en 1910 por Urban 
									Gad y asimismo protagonizada por una 
									primeriza Asta Nielsen (1881 – 1972). Con un 
									guion de Ludwig Wolff, fotografía de Axel 
									Graatkjaer y George Krause, y decorados de 
									Fritz Seyffert y Heinz Beisenherz, Der 
									Absturz contó con un reparto formado, 
									además de por la omnipresente gran diva 
									danesa, por Gregori Chmara, Albert Bozenhard, 
									Ivan Bulatov, Adele Sandrock, Charlotte 
									Schultz (1899 – 1946) e Ida Wogau. El 
									realizador, Ludwig Ernst Wolff (Bielitz, 
									Silesia, 7 de marzo de 1876 – Estados 
									Unidos, ca. 1958), nació en el seno de una 
									familia judía de la Silesia austriaca, hoy 
									en territorio polaco, y, además de dirigir 
									varias películas entre 1918 y 1924, fue 
									novelista y guionista cinematográfico. 
									
									
									El filme narra la desdichada historia de una 
									afamada cantante de cabaret, Kaja Falk (Asta 
									Nielsen), cuyo protector y eventual amante, 
									el conde Lamotte (Ivan Bulatov), es un 
									hombre mucho mayor que ella y al que, en el 
									fondo, desprecia. Invitada a pasar una 
									temporada de descanso en la majestuosa 
									mansión del acaudalado aristócrata, situada 
									en un pequeño pueblo de pescadores, hasta 
									allí la persigue su antiguo empresario, 
									Frank Lorris (Albert Bozenhard), un 
									individuo avieso y sin escrúpulos que actúa 
									bajo el pretexto de que la cabaretera le 
									debe una suma de dinero. Muy cerca del mar 
									se encuentra la humilde casa de un pescador, 
									Peter Karsten (Gregori Chmara), que vive con 
									su madre (Adele Sandrock) y una sobrina de 
									esta y prima suya, la joven y hermosa 
									Hendrike Thomsen (Charlotte Schultz), quien 
									está enamorada de su honrado y laborioso 
									primo, amor que es tímidamente 
									correspondido. La llegada de Kaja al lugar 
									lo trastoca todo, pues casi inmediatamente 
									siente una irresistible atracción por Peter, 
									que, sin solución de continuidad, se 
									convertirá en una ardiente pasión. Rendido 
									ante el deslumbrante porte de Kaja, Peter 
									rechaza a Hendrike e inicia una furtiva 
									relación con la sofisticada cantante. Ante 
									las amenazas directas de Lorris, que se ha 
									atrevido a irrumpir en la villa de Lamotte y 
									solicitar descaradamente una entrevista 
									privada con Kaja, esta planea huir con 
									Peter, haciéndoselo saber en uno de sus 
									encuentros secretos. Pero Hendrike, 
									despechada, aunque en un primer momento 
									duda, se decide a informar a Lamotte de la 
									infidelidad de Kaja, indicándole el lugar 
									exacto de sus citas, en lo alto de un 
									acantilado. Incrédulo, desagradablemente 
									sorprendido y enfadado, el conde sube a la 
									escarpada cima, justo poco después de que 
									Kaja haya acordado la huida con su nuevo 
									amante y regresado a la villa. Lamotte y 
									Peter intercambian unas ásperas palabras, 
									llegando el conde a agarrar por dos veces 
									uno de los brazos de Karsten, aunque, la 
									segunda vez, este aparta con vehemencia al 
									indignado aristócrata, quien, ante la 
									inercia del impulso y por encontrarse al 
									borde mismo del acantilado, pierde el 
									equilibrio y cae precipitándose contra las 
									rocas. Peter, responsable de este homicidio 
									involuntario, se asoma atónito al abismo, 
									gritando desesperado ante la imprevista 
									tragedia. Agitado, temeroso y aturdido, 
									acude corriendo a la villa, en cuyo jardín 
									se esconde, detrás de un seto, Lorris, 
									quien, no satisfecho con la respuesta que le 
									había dado Kaja y temiendo no obtener su 
									dinero, ha permanecido al acecho. Razón de 
									más ahora, cuando ve llegar a un 
									descompuesto Peter. Desde el solemne pórtico 
									de la fachada principal de la casa, escucha 
									la confesión de Karsten, que Kaja recibe con 
									zozobra, pero también como una liberación. 
									Ambos deciden adelantar la partida. Pero 
									Lorris irrumpe con inicua arrogancia y acusa 
									a Peter de asesinato ante los criados. |  
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									Se inicia así una breve etapa en la que, 
									mientras Kaja se recupera en un sanatorio de 
									la merma de su voz, como consecuencia del 
									impacto sufrido por el ingreso en prisión de 
									Peter, que ha sido condenado a diez años, 
									Lorris ve el camino expedito para 
									aprovecharse despiadadamente de la cantante. 
									No solo vende sin permiso valiosas 
									pertenencias de la casa de Kaja, sino que 
									intenta su vuelta a los escenarios, aunque 
									sin éxito. La cantante ha perdido 
									irremediablemente sus facultades, como se 
									pone de manifiesto en su primera reaparición 
									en el escenario, donde cosecha un rotundo 
									fracaso. Mientras tanto, la madre de Peter y 
									su prima Hendrike sufren en silencio, 
									resignándose ante tan prolongada espera. 
									
									
									Transcurren esos diez años, durante los 
									cuales Kaja ha perdido su belleza de antaño. 
									Se ha convertido en una mujer ajada, 
									entregada a la bebida, que malvive en una 
									sórdida buhardilla donde el amoral Lorris la 
									explota como proxeneta. Sin embargo, su amor 
									por Peter se ha mantenido inalterable; es 
									más, se ha acentuado, lo mismo que el del 
									prisionero, quien solo conserva en su 
									memoria la imagen de una Kaja 
									resplandeciente durante los escasos y 
									felices días junto al mar. Las cartas que se 
									envían constituyen un acicate para ambos, 
									proporcionándose ánimos mutuamente. |  
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									Kaja Falk pasea por la playa, 
									espléndidamente vestida, con la deliberada 
									intención de encontrarse con el pescador 
									Peter Karsten, que se halla trajinando 
									junto a su barca. Al final se montan juntos 
									en la barca y dan un breve paseo por el mar. 
									Desde la casa, Hendrike lo observa 
									con pesar. (Copyright: Det Danske 
									Filminstitut, 1922) |  
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									Cuando se acerca el día de la salida de 
									prisión de Peter, Kaja, que ha ido guardando 
									en secreto, con enorme esfuerzo, unos 
									ahorros durante ese decenio, recibe una 
									notificación de su amado indicándole la 
									fecha y hora exactas, breve misiva que lee, 
									después de recogerla en la Oficina de 
									Correos, deteniéndose emocionada en un 
									grandioso puente que atraviesa el río. 
									Hendrike y su tía, la madre de Peter, 
									limpian y se afanan en dejar lustrosa la 
									vivienda adonde llegará de vuelta por fin el 
									hombre que ambas tanto anhelan. Por su 
									parte, Kaja también hace los preparativos en 
									su desvencijada habitación, en su caso 
									arreglándose un poco y comprobando su bolso. 
									En una cajita le lleva, además, un modesto 
									obsequio, un reloj. Se intercalan escenas de 
									la madre y la prima. 
									
									
									Sin que Lorris se aperciba, Kaja sube a un 
									tren para dirigirse a la ciudad donde se 
									halla la cárcel y esperar a Peter en la 
									puerta. Pero cuando el hombre sale, a pesar 
									de que la única persona que hay en la 
									plazuela es Kaja, no la reconoce. Aguarda 
									ansioso su llegada, pero no advierte que la 
									tiene delante. Kaja, abatida, desiste de 
									identificarse. El proceder de Peter, que 
									actúa sin malicia alguna, se lo ha dicho ya 
									todo. En esto llega la madre y ambos se 
									abrazan y se besan efusivamente. Kaja, a 
									unos pocos metros de distancia, asiste al 
									encuentro entre madre e hijo sin atreverse a 
									intervenir, avergonzada, física y moralmente 
									deshecha, consciente de su terrible y 
									trágico destino, quién sabe si fruto de sus 
									pecados, aunque nadie puede dudar que su 
									amor por Peter se ha mantenido incólume. 
									Todavía, cuando se alejan abrazados, el 
									hombre vuelve al menos una vez la cabeza en 
									dirección a la extraña desconocida, pero no 
									ve más que eso, una mujer en ruinas que ni 
									tan siquiera le evoca la hermosa torre que 
									una vez fue. Madre e hijo regresan al 
									pueblo, donde es más que probable que la 
									relación de Peter con Hendrike se 
									recomponga, mientras que Kaja, sin 
									importarle ya nada, sin que la vida tenga 
									ningún sentido para ella, vuelve a su 
									mecánica y rutinaria existencia junto a su 
									cínico, vulgar y grosero maltratador. 
									
									
									Reparemos en la transformación de Kaja. 
									Aquellos días, paseando por la arena de la 
									playa, junto a la orilla, en los que 
									mostraba su exuberante belleza, cuando, 
									dueña de sí misma, exhibía una perturbadora 
									sensualidad, se han trocado en otros en los 
									que asistimos a la decadencia física y 
									espiritual de una mujer que ha tocado fondo. 
									Lo único que la mantiene con esperanza y que 
									finalmente la redime es el amor que atesora 
									su corazón puro. Esa esperanza de volver a 
									encontrarse con el ser amado la ha mantenido 
									viva, en medio del sufrimiento, durante diez 
									años. La redención no es algo de lo que ella 
									sea consciente, pues solo podrá percibir su 
									desengaño, pero sí la admite sin titubear el 
									espectador, que ve en Kaja los fatales 
									estragos del paso del tiempo y la desoladora 
									estampa de una mujer que nunca ha dejado de 
									amar. A Kaja Falk, como a Anna Karénina, 
									solo el amor, que está más allá de ella y 
									que la posee por entero, puede redimirla. |  
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									Uno de los planos más estremecedores y 
									portentosos es cuando Kaja se mira en el 
									espejo oblongo de la habitación alquilada en 
									un hotelucho de la ciudad donde ha pasado la 
									noche. La toma está hecha desde el espejo 
									mismo, enfrentando a la mujer con el 
									anonadado espectador, que parece recibir un 
									puñetazo. Comprueba de qué modo tan cruel ha 
									pasado el tiempo por su marchito rostro. Es 
									otra, aunque su corazón sea el mismo. La 
									imagen de patetismo es absoluta. Solo puede 
									sentirse compasión ante la faz de esta 
									desventurada criatura. Siente un poco de 
									miedo, ante la posibilidad de resultar 
									irreconocible para su amado. Se pinta 
									precipitadamente los labios, pero 
									inmediatamente se restriega y borra el 
									carmín. Quiere presentarse ante él tal y 
									como ella es. Se trata de un plano de unos 
									dos minutos, esto es, extremadamente largo, 
									pero la toma, tan arriesgada, se sostiene 
									con una firmeza inconcebible, permaneciendo 
									cincelada en la retina del espectador, que 
									queda paralizado por el asombro. Pocas veces 
									el cine ha mostrado de manera tan 
									desoladora, tan sin retórica y sin 
									aspavientos, la tristeza de una faz 
									doliente. El efecto se multiplica como 
									consecuencia de que nos hallamos ante uno de 
									los semblantes más expresivos de la historia 
									del cine de todos los tiempos. El rostro de 
									Kaja ha experimentado una atroz 
									metamorfosis. La abundante y corta melena 
									negra, el denso flequillo cobijando la ancha 
									frente, la boca sensual de labios finos, y, 
									sin embargo, ardientes, los dientes parejos 
									y marfileños, las perfiladas cejas, la nariz 
									exquisitamente modelada, las mejillas que 
									evocan el mármol del Pentélico, todo eso que 
									vimos antes durante el breve paseo en barca 
									con Peter, con unos primeros planos de ella 
									magníficos, como cuando piensa en él apoyada 
									en una robusta columna de la loggia del 
									palacete del conde, todo eso se ha 
									transmutado ahora en un rostro decrépito, 
									patético, donde los únicos que permanecen 
									inalterables son esos inmensos ojos, de 
									párpados pesados y oscuros, aunque, 
									inevitablemente, las ojeras delatan el 
									agotamiento; esos párpados, que se abren y 
									se cierran cual ventanas que permiten u 
									obstaculizan el paso de la luz, que se 
									mueven con una lenta y sostenida cadencia. |  
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									Peter Karsten junto a Kaja Falk 
									en la playa, durante el primer encuentro en 
									que ella le manifiesta su amor, que es 
									correspondido. (Copyright: Det Danske 
									Filminstitut, 1922) |  
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												También, en la escena final, 
												cuando Kaja regrese a su prisión 
												particular, donde la espera un 
												desastrado Lorris enfurecido por 
												la ausencia no comunicada, 
												volverá a mirarse por última vez 
												en el espejo ovalado de la 
												cochambrosa estancia. Nada más 
												entreabrirse la puerta, 
												advertimos la lastimosa 
												presencia de una mujer 
												desmoronada, en parte 
												indiferente ya al dolor, imagen 
												sublime de un ser sufriente y 
												condenado. Su resignación es 
												señal de su derrota existencial. 
												Mientras su receloso cancerbero 
												pasea agitadamente por la 
												habitación, Kaja contempla con 
												indescriptible amargura ese 
												rostro desfigurado que Peter no 
												ha podido reconocer. Pero, por 
												unos retardados segundos, lo que 
												se refleja en el espejo no es la 
												Kaja de ahora, sino la de hace 
												diez años, envuelta en un lujoso 
												abrigo de pieles visto en una 
												escena anterior. Esos son los 
												recuerdos que acuden a su mente 
												extenuada. La cámara, de nuevo, 
												mantiene bastantes segundos esa 
												desgarradora imagen de la Kaja 
												que una vez fue y la Kaja real, 
												de pie en la habitación. Un 
												despojo humano. Lentamente, en 
												un fundido, desaparecerá el 
												espectro pretérito, que nunca 
												volverá, y surgirá el actual. La 
												realidad, que casi siempre 
												termina imponiéndose, resulta 
												cruel e implacable. El rufián la 
												agarra y la obliga a sentarse. 
												«Así será siempre», le grita. 
												Pero ella hace mucho que está 
												por completo ausente. 
												
												
												*     *     * 
												
												
												En las primeras tomas de Kaja en 
												la villa, está vestida con una 
												elegante falda, que cae hasta un 
												poco antes de los tobillos, 
												diseñada por delante con 
												triángulos negros y blancos, 
												mientras por la parte posterior 
												es enteramente negra. También es 
												negra la cerrada camisa de 
												terciopelo, con mangas largas, 
												que la cubre a partir de la 
												cintura. Cuando, dando un paseo 
												por la playa, se acerca por vez 
												primera al pescador Peter 
												Karsten, presenta un aspecto 
												deslumbrante. Lleva un vestido 
												de entretiempo, de falda larga, 
												estampado con grandes rombos 
												ribeteados de negro, así como un 
												ligero quitasol 
												semitransparente, ornamentado de 
												hojas en su zona central. Un 
												elegante gorro blanco, adornado 
												con plumas en un extremo, cubre 
												su cabeza. El peinado es 
												espléndido, concebido para hacer 
												resaltar la extraña y 
												perturbadora belleza de Asta 
												Nielsen: densa melena corta, de 
												tono azabache, que abulta a 
												ambos lados de la cara, 
												cubriéndole las sienes y las 
												orejas, mientras que un poblado 
												y espléndido flequillo tamiza 
												toda la frente. El cabello no es 
												más que la protección externa de 
												un rostro singularísimo, en el 
												que la boca, de labios finos, 
												los dientes parejos, las cejas y 
												la perfectamente modelada nariz 
												parecen hechos para resaltar, si 
												es que eso es posible, esos ojos 
												inmensos, cubiertos de pesados 
												párpados que se cierran como 
												delicadísimas ventanas, siempre 
												pintados con un color oscuro, el 
												rasgo más característico de esta 
												actriz única, irrepetible, 
												incomparable (en cuanto que no 
												tiene ningún sentido compararla 
												con ninguna otra), en acertada 
												expresión del gran poeta, 
												crítico de cine y dramaturgo 
												húngaro Béla Balázs (1884 – 
												1949). En uno de los apéndices 
												de La pantalla demoníaca 
												(1952), la historiadora y 
												crítico de cine Lotte Henriette 
												Eisner, no solo nos recuerda las 
												palabras de Béla Balázs, después 
												de haber visto a Asta Nielsen 
												interpretando la muerte de 
												Hamlet (1921): «Arriad las 
												banderas ante ella, pues es 
												única», sino que ella misma 
												enfatiza «su expresión pálida de 
												ojos inmensos y ardientes», la 
												«franja de cabellos negros lisa, 
												lacia», estilizado adorno del 
												que resultaba inseparable. 
												
												
												En Der Absturz, esa 
												franja de cabellos negros lisa, 
												lacia, surge en la última parte, 
												cuando la vida de Kaja Falk se 
												ha convertido en una patética 
												tragedia. Pero no puede uno 
												resistirse a reproducir el 
												penetrante dibujo que hace Lotte 
												Eisner de esta actriz 
												inigualable: «Una época 
												hiperinstruida, inestable y 
												sofisticada había encontrado su 
												ideal en Asta Nielsen, mujer 
												intelectual, llena de 
												refinamiento, de rostro de 
												Pierrot lunar, de párpados 
												pesados, de manos que parecían 
												llevar, como las de Eleonora 
												Duse (1858 – 1924), célebre 
												actriz italiana de teatro, 
												heridas invisibles… Su cálida 
												humanidad, llena de aliento, de 
												presencia, refutaba lo 
												abstracto, así como el carácter 
												abrupto del arte expresionista… 
												Nunca se rebajaba al 
												amaneramiento, su vestimenta 
												nunca chocaba. Podía interpretar 
												en pantalón, sin que se 
												produjera ambigüedad. Y es que 
												el erotismo de Asta Nielsen está 
												muy lejos de cualquier equívoco; 
												para ella se trataba siempre de 
												una auténtica pasión. Su peinado 
												con flequillo le hacía 
												interpretar a veces a 
												vampiresas, pero no tenía nada 
												de mujer fría y calculadora. En 
												ella se notaba ese fuego 
												devorador que no solo va a 
												destruir a los hombres, sino 
												también a ella misma». Cuando 
												Lotte Eisner habla de que el 
												erotismo de Asta Nielsen no se 
												presta a equívocos, acordémonos, 
												a modo de didáctica comparación, 
												de la fugacísima presencia, 
												apenas unos segundos, de una 
												jovencísima y andrógina Sybille 
												Schmitz en Überfall 
												(«Accidente»), un novedoso y 
												radical corto de Ernö Metzner 
												rodado en 1928. |  
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									Peter Karsten junto a Kaja Falk 
									en la playa, durante el primer encuentro en 
									que ella le manifiesta su amor, que es 
									correspondido. (Copyright: Det Danske 
									Filminstitut, 1922) |  
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												Solo dos breves consideraciones 
												más. Una, respecto a la cuidada 
												puesta en escena, decorados y 
												dirección artística. La 
												arquitectura de la mansión del 
												conde, a pesar de su maciza 
												mole, ofrece lejanas influencias 
												de la célebre Villa Rotonda 
												iniciada por Andrea Palladio 
												cerca de Vicenza hacia 1550-54, 
												especialmente en lo que atañe a 
												la distribución en tres alturas, 
												con su piano nobile y marcadas 
												líneas de imposta, así como del neogriego alemán de Karl 
												Friedrich Schinkel y Leo von 
												Klenze, visible, no tanto en el 
												cuerpo central dividido de la 
												fachada principal del palacete, 
												con la parte inferior, el 
												pórtico propiamente dicho, más 
												saliente, y la superior 
												retranqueada, si bien 
												armonizados ambas zonas por los 
												amplios vanos con arcos de medio 
												punto, cuanto en el espacioso 
												vestíbulo de entrada, con su 
												puerta adintelada y las altas y 
												majestuosas columnas de fustes 
												redondos que flanquean el 
												comienzo de la elevada escalera 
												de planta cuadrada de varios 
												tramos en torno a una amplia 
												caja abierta. 
												
												
												El elemento más encantador del 
												edificio es la anchurosa loggia 
												rectangular, a modo de 
												prolongación de una de las 
												fachadas, abierta al jardín por 
												sus dos lados mayores, asimismo 
												con robustas columnas de fuste 
												redondo, unidas mediante una 
												torneada barandilla de hierro, 
												como si el conjunto fuese una 
												especie de belvedere. Se entra 
												en la loggia a través de un vano 
												adintelado que comunica con las 
												dependencias interiores de la 
												villa, mientras que en el otro 
												extremo, perpendicularmente, hay 
												una suerte de pabellón, también 
												rectangular, cuyos lados menores 
												están rematados por frontones 
												triangulares. Este pabellón se 
												halla también abierto al jardín 
												que circunda la mansión, 
												acentuando el carácter de 
												mirador. La loggia, elevada 
												hasta el nivel del piso noble, 
												se sustenta en una maciza 
												cimentación de mampostería. 
												
												
												En lo que atañe a la decoración, 
												solo resaltar que el salón de la 
												vivienda de Kaja ofrece algunos 
												objetos muy modernos, 
												sobresaliendo especialmente un 
												gran cuadro de estilo 
												expresionista, con figuras que 
												evocan las cocottes o showgirls 
												paseando por la calle que 
												pintaba Ernst Ludwig Kirchner en 
												Berlín hacia 1913-14, cuando el 
												grupo Die Brücke, después de 
												trasladarse a la capital alemana 
												en 1911, estaba ya en proceso de 
												descomposición. Por lo que 
												respecta a la villa de Lamotte, 
												en uno de los gabinetes pueden 
												apreciarse retratos de la 
												Escuela holandesa de pintura del 
												siglo XVII.  |  
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									Kaja Falk sumida en la rutina de la 
									desesperación y el vicio. (Copyright: Det 
									Danske Filminstitut, 1922) |  
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												La última consideración es de 
												carácter histórico y político. 
												En noviembre de 1922, Alemania 
												había entrado en un turbulento 
												proceso inflacionista que no 
												dejará de crecer hasta diciembre 
												del año siguiente. La fragilidad 
												de la joven República de Weimar 
												es más evidente que nunca. El 
												semblante de Asta Nielsen puede 
												servir de metáfora de la 
												poderosa Alemania de antes de la 
												Gran Guerra y de la vencida y 
												humillada de la hora presente. 
												Esta película, por emplear la 
												terminología de Siegfried 
												Kracauer, pertenece a la época 
												anterior al periodo de 
												estabilización, iniciado en 
												abril de 1924 con la 
												renegociación de la deuda 
												gracias al Plan Dawes, periodo 
												marcado en la pantalla alemana 
												por el llamado «nuevo realismo», 
												cuyo máximo exponente quizá sea 
												Georg Wilhelm Pabst. 
												
												
												En la Unión Soviética, como 
												consecuencia del atentado del 30 
												de agosto de 1918 y del exceso 
												de trabajo, el quebranto de la 
												salud de Lenin se agrava, 
												sufriendo su primer infarto el 
												25 de mayo de 1922. Agazapado en 
												la sombra, astuto como un viejo 
												zorro, el exseminarista 
												georgiano espera pacientemente 
												su turno. A partir de 1927, su 
												dictadura personal, aprendida en 
												la elocuente escuela del 
												hombrecillo de los ojos rasgados 
												de tártaro, será infinitamente 
												más sanguinaria. 
												
												
												Por lo que atañe a Alemania, en 
												1922 el huevo de la serpiente 
												está incubándose sin que nadie 
												se dé exacta cuenta. Ni el 
												putsch de Munich de principios 
												de noviembre de 1923, ni los 
												resultados electorales de 
												septiembre de 1930 y de julio y 
												noviembre de 1932, fueron 
												suficientes para alertar a unas 
												élites políticas conservadoras 
												que creyeron poder manejar sin 
												dificultad al oscuro cabo 
												antisemita surgido desde la 
												Räterepublik («República de los 
												Consejos») de la capital de 
												Baviera de la primavera de 1919. 
												El nuevo demagogo, el hombre 
												perezoso que «solo sabía 
												hablar», encarnación del mal 
												absoluto, precipitaría a su país 
												y a todo un continente en el 
												abismo. 
												
												
												    
												
												
												Málaga, 29 de marzo de 2021. |  |  |  
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														Enrique Castaños Alés 
														(Málaga, 1956). Profesor 
														de Instituto de 
														Enseñanza Media desde 
														1982 hasta 2016. 
														Profesor asociado del 
														Departamento de Historia 
														del Arte de la 
														Universidad de Málaga 
														durante los cursos 
														2006-2011. Licenciado en 
														Filosofía y Letras en 
														1979, se especializó en 
														Historia Medieval. Su 
														Memoria de Licenciatura, 
														leída a finales de 1981 
														y aprobada con la 
														calificación de 
														Sobresaliente por 
														unanimidad, versó sobre
														El socialismo 
														postrevolucionario 
														anterior a Karl Marx: 
														Charles Fourier, Henri 
														de Saint Simon, Robert 
														Owen y Pierre-Joseph 
														Proudhon. Su Tesis 
														Doctoral, defendida en 
														el año 2000 con la 
														calificación de 
														Sobresaliente cum Laude, 
														se centró en Los 
														orígenes del arte 
														cibernético en España.
														
														
														La experiencia del 
														Centro de Cálculo de la 
														Universidad de Madrid. 
														
														
														Es autor del libro La 
														pintura de vanguardia en 
														Málaga durante la 
														segunda mitad del siglo 
														XX (1997), 
														reelaborado y ampliado 
														en 2011 bajo el título
														Las artes plásticas 
														en Málaga en la segunda 
														mitad del siglo XX. 
														Crítico de arte del 
														diario SUR de Málaga 
														entre 1996 y 2012. 
														Colaborador de las 
														revistas Lápiz,
														Galería, 
														Cuadernos 
														Hispanoamericanos,
														Boletín de Arte de la 
														Universidad de Málaga,
														Arte y Parte y 
														Fedro. Revista de 
														Estética y Teoría de las 
														Artes (Universidad 
														de Sevilla). 
														
														
														Ha sido Director de la 
														Sala de Exposiciones de 
														la Diputación de Málaga, 
														Coordinador de la Sala 
														de Exposiciones de la 
														Universidad de Málaga, 
														Director del 
														Departamento de 
														Promoción Cultural de la 
														Fundación Picasso-Casa 
														Natal y comisario de 
														múltiples exposiciones, 
														entre las que destacan 
														las antológicas y 
														retrospectivas dedicadas 
														a Manuel Barbadillo 
														Nocea, Stefan von 
														Reiswitz, Godofredo 
														Ortega Muñoz, Esteban 
														Vicente y Francisco 
														Hernández Díaz. Ha 
														comisariado exposiciones 
														monográficas de Tomás 
														García Asensio, Lugán, 
														Oriol Vilapuig, Santiago 
														Mayo, Jordi Teixidor 
														Otto, Andreu Alfaro, 
														Manuel Salinas, Pablo 
														Alonso Herráiz, Dámaso 
														Ruano Gómez, Manuel 
														Mingorance Acién y el 
														Colectivo Palmo de 
														Málaga. En 1992 fue 
														comisario de la 
														exposición El arte de 
														construir el arte, 
														con los fondos del 
														Colegio de Arquitectos 
														de Málaga. Colaborador 
														de la muestra «Andalucía 
														y la modernidad», del 
														volumen Arte desde 
														Andalucía para el siglo 
														XXI, y del catálogo 
														de la exposición El 
														discreto encanto de la 
														tecnología, 
														celebrada en el MEIAC de 
														Badajoz y el Museo ZKM 
														de Karlsruhe. 
														
														
														Ha impartido numerosas 
														conferencias y ha sido 
														ponente en diversos 
														seminarios organizados 
														por las Universidades de 
														Málaga y Alicante. Ha 
														escrito y publicado en 
														revistas especializadas 
														amplios artículos sobre 
														diversas novelas de Bram 
														Stoker, Nathaniel 
														Hawthorne, Anne Brontë y 
														Miguel de Unamuno, así 
														como sobre películas de 
														Leontine Sagan, Leni 
														Riefenstahl, Philippe 
														Claudel y Leopold 
														Jessner. Colaborador del
														Diccionario 
														Biográfico Español 
														de la Real Academia de 
														la Historia. En 1997 
														publicó unas 
														Consideraciones sobre «Ordet», 
														de Carl Theodor Dreyer. |  |  |  
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											GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral. 
											Edición no venal. Sección 
											11. Página 17. Año XXI. II Época. Número 112. 
											Julio-Septiembre 2022. ISSN 1696-9294. 
											Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2022 
											Enrique Castaños Alés. 
											© Las imágenes corresponden a sendos 
											fotogramas de la película objeto de 
											estudio y se utilizan en absoluto 
											con la única finalidad de ilustrar 
											el texto; por tanto, cualquier derecho 
											de autoría que pudiere concurrir sobre las 
											mismas corresponde a sus creadores, 
											expresos literalmente en el pie de 
											cada una de ellas. 
											Diseño y maquetación: EdiBez. Depósito Legal MA-265-2010. Diseño y maquetación José Antonio Molero 
											Benavides. © 2002-2021 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana. 
											Calle Castillón, 3, Ático G. 29.730. Rincón de la Victoria (Málaga). |  |  
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