La vida es un
mal invento,
siempre acaba
mal, es seguro.
Te la pasas
aprendiendo, y,
cuando ya crees
saber, te toca
desaprender todo
lo que has
aprendido.
Y es que cuando
llega el momento
del olvido, todo
se borra a la
vez:
lo aprendido, lo
vivido, lo
estimado y lo
querido.
Vaya tiempo en
que he vivido,
me preguntaré
después. ¿Para
esto tanto
empeño, tanto
esfuerzo y tanto
estudio? ¡Cuando
digo yo que el
mundo no se
merece un
comino…!
Ahora, al final,
sólo queda
practicar el
desapego de
todo lo que te
ataba, de todo
tus
sentimientos.
Desentendimiento,
desinterés,
indiferencia o
alejamiento. A
eso es a lo que
se le llama
desapego,
frialdad o
distanciamiento
de todo lo que
te unía, o te
ligaba, o te
uncía a
familiares y
amigos, a todo
lo que querías.
Para no sentir
la ida, para no
sufrir la marcha
de ti, porque te
marchabas de los
otros, porque te
ibas. Atrás
quedáronse
todos, los seres
queridos, los
amigos, los
problemas, los
desatinos, el
mal saber vivir
bien, el
destino, los
malos amores y
los olvidos.
Por delante, ¿la
vida futura, la
existencia post
mortem, de
ultratumba, la
vida en el más
allá o vida
eterna?
¿La creencia de
que la parte
esencial de la
identidad o el
flujo de
consciencia de
un ser vivo
continúa después
de la muerte del
cuerpo físico?
¡Qué invento, el
del desapego…!
¡Qué percepción
de la vida…!
Al final, el de
la ida, qué
libertad, qué
voluntad, sin
ataduras, ni
ligas... Sin
disciplina, ni
reglas que
condicionen la
huida, el viaje
a la otra parte.
Nadie te
recordará cuando
pase un poco de
tiempo. “¡Qué
bueno era!”,
dirán unos,
“aunque tenía
sus
“peros...”,
dirán cuando tu
cuerpo está
todavía
fresco.
Otros te
recordarán,
aunque también
por poco tiempo:
“Que Dios lo
tenga en su
gloria... y que
nos espere mucho
tiempo”. “Era
nuevo aún para
irse”, dirán
otros, los más
viejos.
Ya nada aquí te
retiene, sólo
queda la
despedida, en la
barca de
Caronte, remando
a la otra
orilla.
No veo nada, qué
niebla, qué frío
tengo, qué
humedad, qué
ruido de los
remos de la
barca que me
lleva al otro
lado del río,
a la otra
orilla…
Enrique Arjona Compaña
(Cuevas de San Marcos, Málaga,
1949) se describe a sí mismo
como una persona sencilla y
afable, de carácter abierto y
extrovertido. Autodidacta de
formación, su trayectoria
laboral, que abarca desde 1964
hasta 2007, se ha desarrollado
en la misma empresa, una
multinacional, de élite, donde
ha prestado sus servicios en
sectores como administración,
contabilidad, escuela de
formación y marketing
comunicación. Está divorciado y
tiene dos hijas. Reside en
Madrid desde 1962, año en que
emigró con su familia de su
pueblo natal. Una vez jubilado,
ha descubierto en la narrativa
breve una vía de escape que le
está permitiendo dar rienda
suelta a esa exuberante
imaginación liberadora que pocas
veces se alcanza.
Sobrehumanamente fecundo, en
poco menos de dos años ha dado a
la estampa más de una decena de
libros, de distinto género y
temática diversa, en todos los
cuales,
sin embargo, se recrea a sus
anchas ese espíritu de niño que
tantas veces correteó por unas
huertas nutridas por la fuente
vivificadora del Genil, que, a
juicio de quien redacta estas
líneas, no ha llegado a
abandonar nunca.
Libros de nostalgias vivenciales
y de recuerdos sentidos, entre
sus títulos figuran Relatos
cortos, narraciones y otras
reflexiones, colección de
narraciones cortas variadas
(2016); Incesto mortal,
novela (2016); Una vida
vivida. (Novela cuasi histórica),
novela (2016), Relatos breves
(2016), Relatos breves y
otras reflexiones (2016),
Recuerdos familiares. (Relatos
breves y otras reflexiones)
(2016), La cámara de la
verduga. (Ella y su sótano),
novela, (2016); ¿Solo se vive
una vez...? (Relatos y verso
libre) (2017); El verso
libre, relatos y otras
reflexiones, compilación de
poemas, narraciones y
pensamientos (2017), Mi
padre y su guerra. (Novela cuasi
histórica) (2017) y La Susa (2019),
su última novela publicada.