La niña la observó atentamente desde el precario refugio que le proporcionaba estar al otro lado de la calle, casi escondida en un portal.

Le había llamado la atención, mucho, aquella mujer que pedía, con el brazo estirado, el cuenco de la mano vacío de esperanza, la vista gacha, sin atreverse a mirar a las personas que le daban o no le daban, que la miraban o no la miraban, que se apenaban o no se apenaban.

Desde la protección del anonimato, la vigiló con cuidado; no era la primera vez que se fijaba en una limosnera, pero esta era distinta, y, por eso, le llamaba más la atención.

Estaba íntegramente vestida de riguroso y penoso luto, el color de su presente y su futuro.

Tenía los ojos abiertos pero cerrados, y su brazo hubiera parecido de estatua de mármol si no fuera porque un temblor obstinado, repetitivo, impedía la quietud, y si no fuera porque la mano, a veces, se cerraba creyendo que alguien había depositado una caridad.

La niña observaba aquella mujer con la mirada absorta del asombro, con la sospecha razonable de la primera vez que sucede algo, y una duda inquisidora muy atenta a lo que le decían los ojos.

La mujer, obstinada en sobrevivir como fuera, mantenía la postura de su mano y la actitud de pedir en sus ojos tristes; la lástima le brotaba por todas partes clamando el despertar de las conciencias.

La mujer, con más años que palabras en su voz tan callada, con más penas que estrellas, con más miedo que ilusión, rogaba con la actitud.

La muchedumbre, que no era capaz de salirse de la gente y ser individuos, individuales, sólo le daban una mirada: para evitar el tropiezo y porque era inevitable. Los ojos de los corazones estaban enmudecidos.

La niña, desde la atalaya de sus pocos años, no alcanzaba a ver más allá de su propia inocencia sin juicio.

La niña, que no sabía de rendirse y pedir, que no conocía lo que la desgracia y el desencanto obligan a hacer, cruzó la frontera de la calle que las separaba y depositó en la mano pedigüeña un beso con las alas tibias de sus labios, y una flor.

La mujer supo que era lo mejor que le habían dado. Rezó una oración ensopada por las lágrimas, y bendijo la sabiduría de la inocencia, mientras atendía al terremoto cuyo epicentro se había instalado en su corazón.

  

  

  

  

  

  

  

Francisco de Sales Sánchez Corrales (Córdoba, España, 1954). Gerente de una empresa de distribución. Escribir en prosa y en verso le ha atraído fervorosamente desde la edad más temprana, pero no ha sido hasta hace unos años, no muchos, cuando ha podido dedicarle a la creación de historias y a hilvanar unos versos con otros el tiempo que con tanto celo reclama la vocación literaria.

Ha publicado un libro, Andrea Amor, que se inserta en el realismo fantástico, pero es autor de otros varios, que, aunque concluidos, permanecen aún inéditos. Ha escrito también más de medio centenar de relatos cortos y un millar de poemas, que ha dado a conocer (y lo está haciendo todavía) en diversas páginas digitales de Literatura.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral. Sección 1. Página 1. Año XXIV. II Época. Número 124. Octubre-Diciembre 2025. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2022 Francisco de Sales Sánchez Corrales. © La imagen ha sido tomada de una base de imágenes gratuitas de Internet y se usa exclusivamente como ilustración del relato; en todo caso, los derechos de autor que pudieran concurrir sobre la misma pertenecen a su(s) creador(es). Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2025 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte, adscrito a la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga & EdiBez. Ediciones Digitales Bezmiliana. 29.730. Rincón de la Victoria (Málaga).