Dedicada a mi nieto José Luis

  

  

Era un día casi primaveral, que rompía el invierno. La buena temperatura había adelantado la floración de los almendros que cubrían la falda de la sierra y los campos cercanos, dando una imagen de capa de nieve tapizando la tierra.

Un grupo de chavales de unos 10 años, aproximadamente, compuesto por 5 chicos y dos chicas sentados en torno a un árbol, charlaban amigablemente. Carlitos miraba con atención a lo lejos. Su amigo Antonio le indicaba con el dedo, orientando su vista, a un lugar preciso en la montaña, mientras le explicaba las viejas leyendas de la Cueva Belda.

—Mira —le decía—, allá en la falda de la sierra… ¿no ves un hueco oscuro, como una habichuela inclinada? Aquello es la entrada de la cueva. El interior es misterioso, con lagos de agua clara, salones más grandes que la iglesia del pueblo y techos altísimos. El maestro dice que ahí vivieron los hombres primitivos y todavía se encuentran restos de sus armas, puntas de flechas y lanzas para la caza. Desde ese lugar, según Don Francisco, controlaban el paso de los animales por el valle y buscaban las piezas a cazar. Luego bajaban los cazadores a capturar su presa y volvían con comida para alimentar la tribu.

—Estás seguro de lo que me dices —contestó Carlitos, que siempre se asombraba con las historias que contaba Antonio.

—Eso es lo que dice el maestro, y en la clase hay una vitrina con puntas de flechas y lanzas encontradas en su interior. Además, había pinturas rupertas en las paredes.

—¿Rupertas? —preguntó Carlitos—. Será rupestres, que en mi clase el profesor nos ha hablado del arte rupestre.

—Buenos, pues, de eso mismo, pero la gente, con el tiempo, las ha ido borrando. Ahora sí, hay una colonia grandísima de murciélagos, entre los que se esconden vampiros que chupan la sangre. Son como demonios con alas que, antiguamente, por la noche, cuando se ponía el sol (ellos no pueden ver la luz) bajaban al pueblo y entraban por las ventanas abiertas para chupar la sangre a la gente que dormía, por eso cerraban las ventanas y ponían ajos en la habitación para que no entraron los chupasangres.

—¡Venga ya!, me estás tomando el pelo, ¿te piensas que yo me chupo el dedo? —respondió Carlitos—. Eso te lo has sacado de una película de miedo.

—Bueno, eso es lo que nos dice mi abuela, que en los veranos, al fresco de la noche y sentados en la puerta de casa, nos cuenta historias, fábulas y cuentos muy interesantes.

—Mira, Carlitos —gritó Pepe—. Toma, cógelo, es un grillo, como el que vimos anoche.

—Yo no lo cojo, que eso pica —respondió Carlitos.

—Que no, hombre, que no pica, sólo hace cosquillas. Eres un gallina —dijo Pepe

—Yo no soy ningún gallina, es que no me gusta que me manden —respondió Carlitos.

—Pues si no eres gallina, ¿por qué no hacemos un reto? —le dijo Antonio.

—¿Qué reto? —le preguntó Carlitos.

—Mi abuela dice que quien tiene el valor de subir a la cueva y gritar dentro, muy fuerte, “Me llamo fulano —aquí dices tu nombre— y no te tengo miedo, vampiro asqueroso”, se queda vacunado contra los vampiros. Ella dice que, en el fondo, los vampiros son cobardes y, cuando se les demuestra valor y no les temes, ellos se asustan —dijo Antonio.

—¡Puf! Tu abuela dice cada cosa, que es para no creerla —contestó Carlitos—; a mí no me dan miedo los vampiros, porque no existen.

No obstante, a Carlitos, aquello le daba cierto repelús. Efectivamente, él sabía que los vampiros no existían, pero una noche, después de ver una película, tuvo una pesadilla y soñó que un vampiro le mordía el cuello y lo sintió de verdad.

Desde entonces, al hablar de ellos, recuerda el miedo que pasó.

—Pues si no tienes miedo, vamos a subir —dijo Pepe.

—¡Vamos, vamos! —contestaron a coro todos los miembros del grupo.

A Carlitos no le gustó la idea, pero se vio arrastrado por el grupo y, antes de mostrarse como un cobarde delante de las chicas, decidió seguir adelante para que no le dijeran gallina, como solían decir a los miedosos en el pueblo.

—Bueno, pero es que, con esta ropa de los domingos, si subimos y hay murciélagos, nos podremos machar, y si vamos a casa y nuestras madres lo ven, nos van a castigar de lo lindo. Además, no tenemos linternas. Creo que no es una buena idea —dijo Carlitos intentando escapar del cerco.

  

 

 
 

  

—¿Ves cómo eres un gallina?... Las linternas no hacen falta para gritarle al vampiro —dijo Antonio—, tienes miedo, tienes miedo, tienes miedo, clo-clo-clo-clo.

—Yo no tengo miedo y ahora mismo subiremos a la cueva y te lo demuestro —respondió Carlitos muy enfadado.

 —¡Pues vamos! —gritaron todos.

La cueva estaba en medio de la montaña y había que subir una empinada cuesta con abundante matorral y piedras sueltas que dificultaban el acceso por la pendiente. Los zapatos no eran los adecuados y la ropa tampoco. La escalada fue complicada y, cuando llegaron arriba, iban cansados y con algún que otro rasguño. Lola, una chica espabilada, había salido rodando y se había rasgado la falda y hecho una pequeña herida en la rodilla, por lo que estaba lloriqueando. A Carlitos le pareció una tontería todo aquello y empezó a preocuparse porque se hacía tarde y sus padres lo esperaban para comer en casa de sus abuelos.

La escala, con todas sus dificultades, concluía en una secuencia de escalones que parecían labrados sobre aquella dura roca hacía mucho tiempo, para propiciar un fácil accceso a la boca de la cueva.

—Estos escalones los hicieron los hombres primitivos para poder llegar a la cueva sin problemas, y los realizaron con unos martillos de piedra —dijo Antonio.

—Supongo que es otro rollo de tu abuela —dijo Carlitos. Antonio no respondió a lo que consideró una socarronería de su amigo.

La entrada a la cueva era grande y se veía iluminada hasta bastante adentro, por lo que empezaron la incursión. Antonio, que era el mayor y el de la voz cantante y, además, muy bromista, empezó a relatar historias de gente que, nada más entrar y antes de que dieran el grito retando al vampiro, ya habían sido atacados por él y mordidos en el cuello. También contaba que para que el conjuro tuviera efecto, había que gritar desde el interior, más adentro, casi a mitad de la cueva. Los demás guardaban un silencio sepulcral y sentían gran temor mientras seguían penetrando en las entrañas de la cueva. Antonio se paró en seco y dijo:

—Callad, callad… parece que se oye algo que revolotea, a ver si es el vampiro.

En ese momento, un inmenso murciélago sobrevoló amenazante por encima de sus cabezas y se le escapó un grito de terror a todo el grupo. Con el grito y el movimiento de los niños, una bandada de ellos se descolgó del techo donde dormitaban, y, alarmados por la presencia humana, iniciaron un revoloteo sin saber a dónde dirigirse, chocando los unos con los otros y emitiendo un ruido ensordecedor con su aleteo.

Los chicos salieron corriendo para escapar de la cueva y, en su afán por salir rápidamente, Carlitos cayó a una poza que, con el paso de los años, se hallaba repleta desde el fondo de murcielaguina (la caca de los murciélagos) y trozos de piedra calcificada de las estalactitas que se habían ido desprendiendo del techo la gruta. Se dio un fuerte golpe en la cabeza y gritó, mientras los chicos seguían huyendo hacia la puerta.

Lola, que se había percatado del accidente de Carlitos, intentó vencer el miedo que la había hecho huir, y se propone volver para ayudarlo,  pues no podía dejar allá a su querido amigo, y gritó a los otros para que la ayudaran, pero ya estaban fuera. Pero Carlitos, por sí mismo, no podía salir. El pozo, aunque no era muy profundo, tenía unas paredes lisas y resbaladizas. Lola intentó en vano ayudarle.

—¿Qué hacemos, Carlitos? Yo no llego y no te puedo ayudar.

—¿Tienes cinturón?

—No, no llevo, pero tal vez podamos usar el tuyo si me lo tiras —propuso la muchacha.

—Allá va, dame una punta y tira de la otra —dijo Carlitos, mientras sentía que los pantalones le resbalaban a los pies.

—Vale, cógelo —repuso Lola lanzando hacia él un extremo del cinturón.

Empezaron la escalada. Lola apenas podía tirar del cinto, le faltaba fuerzas para subir el peso de Carlitos, con el riesgo de caer ella también al foso si resbalaba. En ese momento, pasó lo peor, Lola resbaló y cayó al foso junto a Carlitos, dándose un tremendo golpetazo que le hizo llorar… no sé si de dolor o de miedo. Pero al ver a Carlitos con los pantalones bajados, empezó a reír sin poder contener la risa… ¡Jajaja!

—Deja de reírte, que la cosa es muy seria. ¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Carlitos.

—No lo sé —dijo Lola parando en seco la risa e iniciando de nuevo el llanto—; los otros se han ido y no pueden oír nuestros gritos de socorro. Vamos a morir aquí —dijo abrazándose a Carlitos.

  

 

 
 

  

—No, por favor, no digas eso; tranquilízate, ya verás cómo todo sale bien; seguro que cuando vean que no hemos salido, vuelven por nosotros —dijo Carlitos, acariciándole el pelo, y empezaron al unísono a pedir socorro, sin que nadie contestara.

Mientras tanto, los otros, en una carrera desesperada, se habían alejado de la cueva y, jadeantes, intentaban recuperar la respiración.

—¡Qué susto! —dijo Pepe mientras se miraba los pantalones orinados por el miedo.

—¡Pepe, guarro!, te has meado encima —le recriminó Antonio, y todos empezaron a reírse, mientras el pobre Pepe se moría de vergüenza.

—Oye —dijo Antonio—, no estamos todos, faltan Carlitos y Lola, ¿dónde están ellos, se habrán quedado dentro?

 —¡Se los ha llevado el vampiro! —clamó Enrique con la cara descompuesta por el miedo.

—No digas tonterías, todo eso es mentira, no existen los vampiros, eso es una leyenda para asustar a la gente, me lo ha dicho mi abuela —dijo Antonio—. Vamos a volver a buscarlos.

—Yo no vuelvo a entrar más en esa cueva en toda mi vida —gritó Bea, que hasta entonces había permanecido callada.

—Vamos a mantener la calma —replicó Antonio—; sólo tenemos que acercarnos a la boca de la cueva, llamarlos a gritos y esperar a ver si nos oyen y están vivos, porque no entiendo cómo se han quedado dentro y no nos han seguido corriendo. Este Carlitos, como es de ciudad, no sé qué habrá hecho, pero Lola es valiente. Volvamos.

Volvieron a la cueva, no sin miedo, temblando algunos de los cinco chavales que habían huido, y dispuestos a salir corriendo si el vampiro aparecía, a pesar de lo dicho por Antonio. Nada más acercarse, oyeron los gritos de Lola y Carlitos pidiendo socorro. Desde la puerta también gritaron ellos preguntando dónde estaban. Carlitos les explicó el percance, la caída y el intento de ayuda frustrada de Lola y, por el sonido de las voces, se fueron acercando al lugar donde estaba el foso.

Llegaron y empezaron la maniobra de ayuda, que, por la profundidad del foso, resultaba complicada, hasta tal punto de que también cayeron a él Luis y Bea, con lo que ya eran cuatro los que estaban atrapados en el fondo. Con Pepe no se podía contar, se había quedado en la boca de la cueva y se negaba a entrar en ella, sólo Enrique y Antonio quedaban para seguir intentando sacar a los cuatro del agujero y ya no se sentían con fuerzas, pero sí con miedo a caerse dentro también… lo que faltaba. No sabían qué hacer, pero estaba claro que había que evitar los riesgos de quedar atrapados todos en la fosa, con lo que podían quedar olvidados y presos en el fondo de ella.

Pepe seguía llorando en la boca de la cueva, sentado en una roca. Enrique y Antonio sin saber qué hacer para ayudar a sus amigos. Aquello era desesperante y el miedo empezaba a adueñarse de todos ellos. Ya se imaginaban la noche, la oscuridad y el vampiro atacándolos en la cárcel de aquel foso… “¿Sería esa la trampa que el vampiro usaba para cazar a sus víctimas?”, pensó Lola, sin decirlo, y un escalofrío le recorrió la espalda. Pero siempre cabía la posibilidad de ir al pueblo para que los hombres sacaran a los cuatro del foso, aunque el escándalo sería tremendo…

Pepe, llorando, levantó la cabeza al oír el ladrido de un perro y a lo lejos vio a un cabrero guardando su rebaño y empezó a gritarle: “¡Ayuda, por favor, ayuda!”. El hombre escuchó una voz lejana de niño, pero, al no lograr entender qué decía, miró alrededor buscando de dónde provenía. No lo veía, hasta que levantó la cabeza y vio a Pepe haciendo señales en la boca de la cueva y otros dos chicos que salían de ella al oír a Pepe.

—¿Qué os pasa, qué necesitáis? —les gritó—. Tú eres Pepillo el de la Chavata, ¿verdad?

—Sí, señor Juan, soy yo. Ayuda, por favor, unos amigos han caído a un pozo y no podemos sacarlos —grito Pepe.

El cabrero, al oír al muchacho e identificarlo, subió a prisa para ayudar y, una vez en la cueva, le explicaron dónde estaban los cuatro prisioneros del foso. El hombre buscó con qué ayudarse para sacar a los chicos, mientras estos gritaban de alegría. Tomó la onda que usaba para lanzar piedras a las cabras y controlarlas y, alumbrado por el encendedor, consiguió, no sin dificultad, sacar a los dos chicos y las dos chicas, sobre todo a Bea, que tenía molestias por la caída, y Carlitos, que, al haber caído Lola con su cinturón, ya tenía los pantalones bien sujetos.

Luego, el cabrero les dio una reprimenda y les dijo que hablaría con sus padres, dado que era del pueblo y allí se conocen todos los vecinos. Todos habían reconocido a Juan el cabrero y temían que cumpliera su amenaza de decírselo a sus padres. Le pidieron que no lo hiciera, pero él insistió en hacerlo para que no volvieran a cometer esas tonterías que podían costarles la vida.

  

 

 
 

  

—Bueno, ya veré que hago; de momento, iros a vuestras casas, que seguro estarán preocupados vuestros padres. Son casi las tres de la tarde y ya deberíais haber comido… Os estarán echando en falta.

—Muchas gracias, señor Juan, menos mal que nos ha ayudado. Siempre le estaremos agradecidos y le prometemos que no volveremos a hacer otra travesura como esta.

Los siete niños se fueron corriendo y más adelante pararon el ritmo y fueron viendo como estaban. Lola era la peor parada, además de los rasguños y la falda rota por la subida a la cueva, tenía un golpe en la cabeza; Carlitos mostraba un arañazo en la cara de la caída al foso y todos los que se habían precipitado al mismo llevaban la ropa llena de murcielaguina, con un olor que apestaba. Entonces empezaron a olvidarse del miedo que habían pasado en la cueva y apareció el temor a los padres… seguro que caía una buena reprimenda y un castigo ejemplar; tal vez no los dejarán salir en unos cuantos días como castigo, pero eso había que asumirlo.

De golpe se paró Antonio y llamó la atención de todos para decirles con una buena dosis de cachaza:

—Sabéis lo que os digo, que la próxima semana o la siguiente, o cuando sea, tenemos que volver para librarnos del vampiro y gritarle: “¡Me llamo fulano y no te tengo miedo, vampiro asqueroso!”.

—¡Tú estás loco, no volveremos más y que se muera el vampiro! —gritaron todos.

Continuaron caminando juntos, compungidos y preocupados, pensando cómo iban a evitar la reprimenda de sus padres. Carlitos, en el fondo, estaba preocupado y, a la vez, contento; había corrido una aventura en el pueblo de sus abuelos y la contaría con todo lujo de detalles a sus compañeros del colegio el próximo lunes… Eso sí, lo adornaría con un poco de fantasía para asombrar a los amigos con su hazaña, pero sabía que con la pinta que llevaba, manchada la ropa y magullado, le iba a caer una gorda, a pesar de que su abuela lo defendería quintando importancia al incidente.

Y pensó: “eso del vampiro es un invento de la abuela de Antonio y yo no me lo creo, pero a mis amigos les diré que lo he visto volando, con unos colmillos inmensos y queriendo chuparnos la sangre a mí y a mis amigos del pueblo…”. Una sonrisilla burlona asomó a su boca mientras se imaginaba la escena en el recreo, rodeado de sus compañeros de clase…

   

   

   

   

   

   

  

Antonio Porras Cabrera (Cuevas de San Marcos, Málaga, 1951), como tantos otros jóvenes de la época, en 1967 emigra a Barcelona, donde compatibiliza el trabajo con los estudios nocturnos de bachillerato en el colegio de los Jesuitas de calle Caspe y, posteriormente, de enfermería, obteniendo el título de ATS en el año 1977, año en que se traslada a Málaga y sigue compatibilizando el trabajo con los estudios. En la Universidad de la capital malagueña convalida el título de ATS por el de Diplomado en Enfermería, a la vez que se especializa en ATS Psiquiátrico. Más tarde, se licencia en Psicología y completa los cursos de doctorado. En este campo cabe destacar su activa participación en la reforma psiquiátrica de Andalucía de finales de los años 70 y principio de los 80, desarrollando los sistemas de atención de enfermería en la Psiquiatría Comunitaria, integrado en los equipos multidisciplinares. Ha ejercido durante muchos años como enfermero en el Servicio Andaluz de Salud, donde ha ocupado distintos cargos en el campo asistencial y de gestión como supervisor general y subdirector de enfermería. Igualmente, ha tenido una intensa actividad docente en la Universidad de Málaga, en la que ha sido profesor titular en la Escuela Universitaria de Ciencias de la Salud, de la que fue subdirector. Tras su jubilación, sigue con su actividad docente como profesor colaborador en la Facultad de Ciencias de la Salud.

Mantiene una actividad muy importante en el campo de la creación literaria, participando en numerosos encuentros de grupos poéticos a nivel nacional e internacional y publicando poemas en sus antologías. Escribe habitualmente en su blog “Cosas de Antonio” sobre diferentes temáticas, como ensayos, reflexiones, relatos, crónicas viajeras, poemas, etc. Se define como librepensador, siendo la publicación literaria una forma de expresar ese librepensar. Ocasionalmente ejerce de conferenciante. En la actualidad es presidente de ASPROJUMA (Asociación de Profesores Jubilados de la Universidad de Málaga).

Además de diversas publicaciones relacionadas con su actividad profesional en la especialidad médica de la Psiquiatría, es autor de múltiples publicaciones de género variado, entre las que cabe citar:

• Poesía: Eclosión (2013); Cuevas de San Marcos, entre fotos y versos (2015), UniVersos en papel (2018) y Destellos de luna clara (2021).

• Relatos: Relatos y remembranzas (2018), Locos de desatar (2022), un relato sobre sus vivencias durante el periodo de la Reforma Psiquiátrica de Málaga (1977-87) ya aludida, en el que aflora su implicación con la misma y el componente ideológico y profesional; una narración, en primera persona que pretende expresar las vivencias de aquella etapa para una mejor comprensión de las jóvenes generaciones actuales, y Cuentos del abuelo (2025).

•  Ensayos: Microensayos sobre la vida y las ideas (2018), Reflejos de pensamiento político (2021) y Muy reales máximas, aforismos y apotegmas (2023), una recopilación de más de doscientos pensamientos o aforismos.

•  Novela: Micción imposible, novela corta bilingüe, inglés-español (2021). Asimismo, es coautor de la novela Estupor.5 (2022), un interesante experimento literario donde cinco autores construyen un relato novelístico en clave de thriller a modo de carrera de relevos.

• Hasta su desaparición, fue columnista del periódico digital “El Faro de Málaga” y, en la actualidad, colabora con un artículo semanal en el diario malagueño “La Opinión de Málaga”.

Como poeta, ha participado en 24 antologías y en las revistas “Azahar”, “Dos orillas”, “Sur. Revista de literatura”, “Álora la bien cercada” y “Saigón”; colabora también en “Gibralfaro”, con narraciones de creación y artículos de crítica literaria y de cine.

Su creación literaria ha sido reconocida con el primer accésit de relatos por la Asociación Malagueña de Escritores; y, en otros certámenes poéticos, ha sido distinguido con el segundo premio “Poetas de Bailén” y el tercer premio “Olivo Mítico”.

Ha sido miembro consultor de la “Cátedra Francisco Ventosa” para el Fomento y la Difusión de la Investigación en Cuidados en el ámbito de la Salud Mental Comunitaria de la Universidad de Alcalá de Henares. Ha formado parte del consejo de redacción de la revista “Presencia” (Enfermería de salud mental). Forma parte de numerosos grupos poéticos en las redes sociales, donde es especialmente activo, con varios miles de seguidores.

Es miembro de ACE-A, Ateneo de Málaga, AEESM, ASPROJUMA, CEDRO y Peña Cultural Flamenca Juan Casillas, de Cuevas de San Marcos, donde organiza el Solsticio poético.

Distinguido como Visitante de Honor de la ciudad de Piriápolis (Uruguay) en el 17.º Encuentro Poetas y Narradores de las Dos Orillas y 7.º Congreso Americano de Literatura (2018).

   

   

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral. Edición no venal. Sección 1. Página 1. Año XXIV. II Época. Número 123 EXTRA. Abril-Septiembre 2025. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2025 Antonio Porras Cabrera. © Las imágenes se utilizan únicamente como ilustraciones del relato y han sido proporcionadas a tal fin por el autor. Por consiguiente, cualquier derecho a que hubiese lugar corresponde en exclusiva a su autor. Diseño y maquetación: EdiBez. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2025 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana. Calle Castillón, 3. 92.730. Rincón de la Victoria (Málaga).

    

    

     

 

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