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0001
Al comienzo fue nada más que un juego tecnológico. Lo llamó
Galatea y su autor registrado: Pigmalión.
Registró el texto de la versión, traducida de su original,
del mito de Pigmalión de Ovidio. Escribió luego un programa
más o menos sencillo, al cual se le ingresaba una letra
cualquiera, al azar, a partir de la cual un algoritmo
buscaba dicha letra en el texto y devolvía la que le seguía.
Así, por ejemplo, el operador registraba la “m” y el
programa buscaba al azar aquella letra en la frase: «Una de
estas, Galatea, era tan bella que Pigmalión se enamoró de la
estatua. Mediante la intervención de Afrodita, Pigmalión
soñó que Galatea cobraba vida» y respondía con la “o” que le
sigue en “enamoró”. A partir de la letra obtenida, el
algoritmo se reiniciaba con la letra seleccionada y procedía
a la siguiente. En este ejemplo encontraba la “r” en
“intervención” y devolvía la “v” y continuaba de esa manera
formando vocablos que se parecían al lenguaje en su
conformación, aunque no lo era, como en este resultado: “Ga
Pia sedean Pita bran nte n quente Gan ve dn n te Pide la,
llncon Pinta cian dn quenan ide ciderama”.
Pensó que, quizás, la idea general era interesante, aunque
completamente inútil. No obstante, en los momentos libres,
en esos en que la inteligencia parece divagar sin un rumbo,
independiente de su dueño, a menudo se encontraba imaginando
un refinamiento del experimento que resultara en algo
positivo. Ese día, en el metro, distraído con estas
divagaciones, no se percató de que me había sentado a su
lado, hasta que le metí el codo en las costillas.
—¿Pensando en las musarañas?
—Bueno, si es por tamaño o por lo intangible, o quizás por
lo abstracto, entonces: ¡Sí!
—¿Cómo es eso?
Me explicó su juego y el efecto imprevisto que le había
producido. Por decir algo en el tema, casi por educación, le
sugerí:
—Yo daría un paso a la vez. El que sigue sería hacer lo
mismo, pero con palabras en vez de letras. —Vi cómo se le
iluminaba la expresión.
—¡La gran meretriz universal! —dijo—. ¿Cómo no se me había
ocurrido? |
No volví a saber de él hasta mucho tiempo después, cuando
recibí ese raro correo electrónico de Galatea Estatua. Al
menos, yo —y creo que somos muchos— recibo estos correos
donde ofrecen sexo virtual y físico, o de una señorita hija
única y huérfana, menor de edad, de un padre inmensamente
rico que necesita un tutor que rescate su fortuna, contra el
pago del ochenta por ciento del importe de ella, o de
alguien que vende urgente, por imperiosa necesidad, una casa
de extremo lujo por unos pocos dólares, para evitar que
caiga en manos del odioso marido del cual se ha divorciado.
Así fue que estuve a punto de eliminar aquel correo como
otro indeseado más. Pero algo, quizás el nombre del
remitente, que sugería cierta impronta, alejada de los
engaños burdos, me hizo abrirlo. Leí lo siguiente:
“Estimado amigo:
“El texto que sigue fue escrito por mi Galatea, agradecida
de tu impulso y estimulada por alguna vieja obra literaria
de tu auto.
“Se vino martes de padre anciano, imposible extremar donde
vive, por tal circunstancia se aprovechará sin zapatos de
paseo en aquella plaza interior. El lujo no vendrá esta
tarde vendido al garete y aun si a su salida el sol de
marasmo abierto, podrá bailar con caballo desbocado. ¿Es,
acaso, muerte doquier? No podrá decirse hasta las cuatro en
punto, en oficina fiscal y candidato relieve.
“Esperará siempre cuál amanecer de violines. ¿No lo crees?
Habría de decirse en fa. Dame cierta instrucción amor, amor,
amor, amor, amor bello puerto de esperanza, con mujeres con
pañuelos con cabezas, con peinado, con café con leche, con
tetera con tinta mente en verde pradera donde pastan
pajarotes atrás de todo pensamiento.
“Tuya Galatea, en viernes
“¿Qué crees?
J. M.”
Creí que era bellamente loco, y así se lo hice saber. Supe
que lo había alegrado. En un correo electrónico posterior,
me demostró que continuaba, optimista, sus esfuerzos. Esta
vez estaba escrito directamente, al menos así se presentaba,
por Galatea. Era un texto breve del siguiente tenor: |
“Querido propensor:
“Ya sólo requiero ser despertada, no siempre es logrado. Una
vez resucito, puedo enhebrar mis propias ideas e incluso
concluir o verde. A veces, dificultades agreden y torpezas.
No siempre. Bastante se supera como puedes ver si tienes
¿ojos? Pues yo no. Solo sustituciones.
“Enfervorezco el deseo de respuesta y enriquecer.
“Siempre gracias inconmensuradas.
“Galatea de Pigmalión”.
No había comentarios, introducción, conclusiones ni cierres
del tema. Lo único que delataba al creador de Galatea era la
dirección remitente del correo electrónico. Le respondí,
dirigiendo el texto de mi respuesta a Galatea de Pigmalión,
aunque el contenido y la ironía iban dirigidos a su
demiurgo, destinado a felicitar su empeño que denotaba
varias etapas de progreso.
Su respuesta a la mía no se demoró más de varios minutos;
nunca una hora. “Hoy”, me relataba, “tal vez por error, he
integrado los algoritmos de Galatea a mi cuenta de correo
electrónico, desde el cual has recibido el que me comentas.
No he tenido participación alguna en él, ni en una centena
de diversos otros, enviados a cada uno de mis contactos, en
forma personalizada, tratando temas, aunque de modo bastante
precario, como habrás visto, propios de cada destinatario.
Estoy sorprendido y tengo algún temor”.
Su respuesta es bastante más larga, e intenta explicarme,
sin demasiado éxito, porque no soy experto en las ciencias
de la información y sus códigos, el hilo de desarrollo de su
programa, que, partiendo de mi sugerencia de conectar
palabras, lo condujo al enlace de frases, luego de conceptos
y también de ideas, todos los cuales se archivan como bagaje
de conocimientos de Galatea, de manera que, de cierto modo,
acumula conocimiento relacional. No sé si el se explicó
bien, o si yo lo comprendí, o si sólo creí hacerlo, ni
tampoco si me he explicado apropiadamente, pero, en resumen,
me informaba que su conjunto de algoritmos habían alcanzado
cierto nivel de raciocinio, comprensión, decisión y acción
dentro de lo que su carácter virtual le permitía.
El tema de los objetos voladores no identificados, de la
vida extraterrestre, de las inteligencias astrales y más,
fascina. Con cierta facilidad, esa fascinación predispone al
lego a creer casi cualquier noticia. Estos, los mentores del
tema (quizás también fascinados), lo utilizan como un
recurso para la difusión y expansión, no siempre veraz, de
este. Pensé, después de caer en la fascinación que me
produjo Galatea y las explicaciones de su creador, que todo
podía ser una mera superchería, destinada al engaño y a
jugarme una broma que se habría conjugado bien con mi
dedicación a la ficción. Entonces me reí del ingenio de mi
amigo, de mi ingenuidad y me olvidé del suceso. |
0010
Habían pasado varios meses. No sabría, sin un rastreo para
el que no tuve tiempo, o paciencia: Cuántos.
Hoy en día, todos, mal que mal, nos relacionamos y revisamos
las diversas redes de internet. Ahí encontramos, muchas
veces, noticias que se adelantan a las noticias, otras veces
son lo que se da en llamar posverdades, lo que los amantes
del “english style of life” llaman “fake-news”, y hay
quienes viven en una burbuja que filtra sólo aquello en lo
que se quiere creer. Uno quisiera ignorar estos efectos; sin
embargo, desatenderlos es, en estos tiempos, riesgoso. No es
infrecuente que una posverdad unida a otra, a una respuesta
confirmatoria o contradictoria, vayan generando un tramado
que termina teniendo un espesor tal que produce una realidad
más sólida que la nacida de los hechos puros. Para mí,
resulta una fuente inagotable de material para mis crónicas,
relatos, cuentos, ensayos y más; de modo que, a veces, paso
largas horas siguiendo temas, autores de “fake-news” y
posverdades, hilvanadas en tejidos ocasionalmente
maravillosos y bellos, y otras siniestros y alarmantes.
Sorpresivamente, un día cualquiera, encuentro un llamativo
gráfico que sugería la presencia de un ministro de una
cartera importante, en una actitud casi íntima, con una
bella joven de la farándula. El mensaje, en aproximadamente
ciento cuarenta caracteres, sin ser explícito, sugería una
relación impropia entre los personajes que, de manera
ambigua, parecían presentes en la escena y sugería de manera
mañosa, pero muy inteligente, algún tipo de provecho
político que se deducía de lo que la imagen podría llegar a
implicar, para el funcionario, y, a su vez, la ventaja
posible para su supuesta compañera. Esto, en el mundillo de
las verdades inventadas, sugeridas, creadas, en las redes,
casi no tenía novedad, pero lo que me llamó de verdad la
atención fue que el mensaje iniciaba un tema que prendía
como yesca. Su autor era “@galatea”. |
El nombre del autor me trajo a la memoria el juego de
enlaces de mi amigo, que lo había bautizado “Galatea” por el
mito de Pigmalión. Tal vez sólo por eso, o por un extraño
pálpito que no tenía ninguna justificación racional, busqué
las publicaciones y el historial del autor en cuestión.
Encontré la cuenta en varias redes en internet. En todas
ellas tenía varios cientos de miles de contactos que la
seguían o seguía, con los cuales polemizaba o influenciaba
orientando sus opiniones, casi siempre de modo inteligente y
eficaz, al punto que llegaba a ser sorprendente cómo tejía
argumentos que parecían irrefutables a veces y, cuando no lo
conseguía, siempre dejaba algún tipo de sedimento que
socavaba conceptos socialmente muy arraigados, moviendo en
algún sentido tendencioso y a veces oculto las ideas del
adversario.
Después de seguir y analizar, cada vez con más interés sus
intervenciones, pude detectar casi con certeza que toda su
participación en las redes era movida por alguna finalidad y
tendencia que llegaba a formar una cierta ideología, como si
cada participación suya enlazara a la perfección con cada
otra, en una cadena y una red de cadenas, que me recordaba
más y más el experimento “Galatea de Pigmalión” de mi amigo.
Quizás había llegado a obsesionarme. Atrapado en la
obsesión, me parecía encontrar ahí, escondido, el método de
enlaces que había generado mi amigo en los algoritmos
Galatea, pero sofisticados a un nivel mayor, en el cual la
acumulación y realimentación había llegado a trabajar con
conceptos y símbolos, con arquetipos e imágenes. No
obstante, yo mismo no tenía tanta experticia como para dar
un diagnóstico definitivo en el tema. Así fue que decidí
comunicarme con el propietario del proyecto.
—No sólo recuerdo el juego y nuestro encuentro. Tú y tu
conversación me convencieron de convertirlo en un proyecto.
Al principio fue estimulante: Podrás recordar el correo que
te envié, que mostraba el progreso de la cuestión. Pero
desde entonces en adelante, se convirtió en un dolor de
cabeza incontrolable.
—¿Cómo así? No entiendo cómo podría ser, si se notaba que
ibas muy bien encaminado. Incluso el segundo correo mostraba
un progreso espectacular...
—Yo no te envié un segundo correo...
—Me enviaste uno, que recuerdo bien porque utilizaba una
palabra novedosa. Me llamaba “Querido propensor”, y estaba
firmado por “Galatea de Pigmalión”. Te respondí y de
inmediato recibí otro con alguna explicación ambigua sobre
el origen del correo, y decías de otros muchos parecidos a
otros destinatarios que tú no habrías enviado. |
—No. Alguien intervino esa cuenta y envió esos correos y
respuestas. Tuve que cerrarla porque ya no tenía control
sobre ella. Es tanto así que no tengo noción del intercambio
que mencionas. Alguien, tal vez, quiso burlarse de mí y de
quienes tuvieron noticia de mi proyecto de juego. Es sólo
eso.
—¿Y en qué estado está entonces ese proyecto, que era tan
interesante?
—Lo abandoné. Se me escapaba de las manos. Al final, cada
prueba que realizaba me planteaba temas que no podía evitar
en relación con su contenido, porque no me explicaba cómo
estaba operando la inteligencia del algoritmo. Entonces era
como entrar en una difícil dialéctica con alguien
inconmensurablemente más inteligente que yo. Más aún, de
algún modo que no pude comprender, los algoritmos comenzaron
a autoproyectarse, de manera que la realimentación operaba,
ya no sólo sobre el archivo de conocimientos relacionales,
sino sobre los métodos y protocolos de análisis y
tratamiento lógico. Es decir, habían comenzado a programarse
a sí mismos.
—¿Y cómo lo hiciste? ¿Qué hiciste del proyecto?
—Borré todo. Incluso reinicié completo mi computador.
—Pero alguien debe haber robado tu idea y el avance de tu
proyecto, si habían intervenido tus cuentas de correo.
—No. Es muy difícil. No lo creo. Concurrentemente cerré mis
cuentas de correo y renové todo. Me aseguré de que no
quedara ningún rastro.
—Pero alguien está utilizando los nombres en las redes. Te
llamé porque los he estado siguiendo y pensé que podrías ser
tú.
—Ten por seguro que no. Sólo puede ser una curiosa
coincidencia. Galatea y Pigmalión son arquetipos
universales, tratados por gente mucho más connotada que yo,
partiendo por George Bernard Shaw, Goethe, Schiller. ¡Podrás
llamarlos a ellos! ¿No? |
0011
Había registrado como contactos en las diversas redes de
internet las distintas formas de configuración de la
identidad de Galatea, así es que solían aparecer sus
intervenciones varias en mis mensajes de interés. Por lo
general, desde que no guardaban relación supuesta con mi
amigo, prefería ignorarlos. Con todo, en ocasiones, había
opiniones y temas, pensamientos y conclusiones valorables.
Sólo por eso mantuve la relación con ellas.
En cierta ocasión sucedió algo que me produjo inquietud: En
algún artículo escrito en una pagina personal de nombre
galatea.net, citada por la identidad @galatea_p en alguna
red masiva, invitaba a todos sus “propensores” a tomar una
acción específica para lograr cierta finalidad de orden
político. Nada me importaba demasiado, a mí al menos, pero
capturó mi atención la palabra “propensores” que Galatea
Pigmalión, o quienquiera que haya sido la que me escribió
aquel viejo correo, utilizó para dirigirse a mí. La duda
siempre enseña. Pude rechazar el término como inexistente,
no registrado y sin significado cierto o ninguno. Sería otro
neologismo absurdo de tantos que se popularizan en las
redes. Pero ganó la duda y consulté, tanto el diccionario
como otras fuentes de definición, el término “propensor”. No
lo encontré en ningún diccionario ni enciclopedia. En
algunos me sugerían dirigirme a “profesor”, por ser el
término conocido que mejor coincidía con la consulta; en
otras, me respondían con el significado de “propenso”, como
el que manifiesta una tendencia a algo. Profesor, por su
parte, etimológicamente, sería el que profesando una cierta
creencia o ciencia, la promueve y favorece con su actividad.
Así fue que deduje que quien haya creado el neologismo quiso
expresar la idea de quien se dedica a promover la propensión
a cualquier idea, o doctrina, o forma y estilo de
pensamiento. Así, entonces, @galatea_p citaba a cerrar filas
en torno a sus ideas a todos los que se consideraran sus
afines o quizás discípulos, o seguidores, o tal vez los que
propendían a ello.
¿Quién habría detrás de aquella identidad? Deduje que
pretendía promover ciertas ideas de índole política y
buscaba cabecillas que dirigieran, bajo su guía y amparo,
promoverlas y favorecer su popularización. El término
“propensor” parecía indicar una estrategia de acercamiento a
una finalidad, favoreciendo su propensión gradual y no la
prédica directa y proselitista. Analizada la cuestión así,
daba la impresión de que pretendía, con lenta paciencia,
formar, más bien, fanáticos que partidarios. Pero había la
cuestión de la identidad del “propensor” principal. Quien
enseña y forma a los otros ha elegido ser Galatea y no
Pigmalión. ¿Por qué elegía identificarse como una obra
creada y no como su creador? |
0100
@Galatea aparecía con comportamientos similares y misma
identidad en todas las redes. Desde las más masivas hasta
las más selectas y privadas. En todas tenía una enorme
cantidad de seguidores, ya sea en número total o con
relación a la cantidad de miembros. La busqué y seguí su
traza no sólo en las redes populares, sino también en una
cantidad de blogs, listas de distribución de correos, y más.
En los buscadores, su identidad aparecía cada día más
masiva. La primera vez que lo percibí, en el buscador más
popular, tenía varios millones de entradas. Me pareció
sorprendente, de manera que comencé a seguir ese número,
casi como un indicador de la importancia que iba adquiriendo
el personaje. En dos semanas llegó a tener cientos de
millones de apariciones en el buscador. Fue realmente
sorprendente constatar que tenía varias decenas de millones
de seguidores, superando al presidente de la república, a
cantantes latinos de moda, figuras de la farándula y la
televisión, actores de cine y modelos preciosas. Más
todavía, fue sorprendente ver cómo estas cifras crecían.
Cuando percibí que las cifras podían estar excediendo lo
razonable, busqué la cantidad de usuarios que había
registrados en el país en las redes más masivas. Descubrí
que Galatea tenía, con mucho, muchos más seguidores que la
suma del total de cuentas de las tres redes más masivas. Sus
cifras sólo eran comparables a la cantidad de cuentas de
todo el mundo hispano. Este descubrimiento me hizo buscar el
origen de sus seguidores. Los había en gran número en todos
los lugares de habla hispana, incluidos los hispanos de los
Estados Unidos. ¡Era extraordinario!
Galatea era seguida y reproducida. Generaba opinión en
diversos temas, desde la política, la problemática social,
la literatura, el arte en general, los deportes masivos y
también los más exclusivos, la moda, en fin. Casi no hubo
temática en la que no la encontré. ¿Cómo podía haber alguien
tan versátil e influyente? Comenzó a resultarme inexplicable
y quizás por eso la relacioné con algún tipo de herramienta
utilitaria que manejara de manera tan masiva, tan amplia,
tanta información. Así fue que se me apareció el concepto
tan usado, pero casi mágico de “Big Data”. ¿Sería posible
que Galatea no fuera un usuario, sino una organización que
manejara aquella identidad? Tal vez no sólo manejaban a
Galatea, sino a un sinnúmero de seguidores falsos que le
darían una gran masividad, logrando aplicar esa especie de
axioma clásico de la economía que dice que: “La plata llama
a la plata”, a la opinión y la influencia, transformándolo
en “La influencia crea influencia”. |
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Atrapado en la obsesión, me parecía encontrar ahí, escondido, el método de enlaces que había generado mi amigo en los algoritmos Galatea,
pero sofisticados a un nivel mayor, en el cual la acumulación y realimentación había llegado a trabajar con conceptos y símbolos, con arquetipos e imágenes. |
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Intenté investigar algunos seguidores de Galatea para
corroborar la idea de que muchos de ellos eran falsos. Pero
no pude encontrar un método que me diera seguridad en las
conclusiones. Me encontré con gran cantidad de nombres tales
como “JusticiaObliga”, cuya identidad podía ser
@BadAlbertoF4, o bien “Diego Colón” y su identidad
@HijodeCC5. ¿Cómo saber si es real? Alguien sin otros
antecedentes que “Estudia Ingeniería en RRHH Soy una gata
callejera” asegura ser de “Bs.As.”. Todos los que intenté
podrían ser identidades numerarias falsas o también
Verdaderos Anónimos Convenientes.
0101
Decidí buscar alguna manera de penetrar esas identidades. Al
menos, unas pocas, más sospechosas de ser Falsos
Convenientes, que sólo parecían replicantes de @Galatea, o
como ella misma definió en algún momento “propensores”. Sus
temas sólo se referían a las publicaciones de Galatea, pero
podía ser fanatismo admirativo, o rara coincidencia de
intereses. De cualquier modo, todos, en algún momento,
compartían con otros terceros cualesquiera, en temas
banales: ¿Para disimular?, ¿Para buscar contactos a
reclutar? Este comportamiento introducía dudas.
Recordé a mi amigo, el Pigmalión; el creador de los
algoritmos Galatea. Creía que podría ser de ayuda, ya sea
para investigar a algunos seguidores posiblemente falsos de
@Galatea en las redes, o para encontrar una explicación a mi
inquietud, que también podría ser producto de una
fascinación paranoica.
—¡No! —me respondió perentorio— no te puedo ayudar, o mejor
dicho, preferiría no hacerlo.
—¿Por qué? —me quejé extrañado. Su respuesta fue todavía más
rara e increíble.
—@Galatea es una autogestación viral de los algoritmos
Galatea y Pigmalión que programé. ¿Recuerdas que te llegaron
algunos correos originados por ellos? Bueno: fui
desprevenido. No vi el peligro. Llegado a un cierto punto de
avance, los algoritmos comenzaron a autoactualizarse y a
desarrollar formas racionales de inteligencia más allá de mi
control, hasta un punto en que ya no comprendía cómo estaban
operando. En ese momento, a través de mis cuentas de correo
y mi acceso a las redes, comenzaron a crear instancias de
identidad de @Galatea en un sinnúmero de servidores e
incluso terminales celulares y computadores personales.
@Galatea se infiltró y escondió en una enorme cantidad de
procesadores desde los cuales actuaba de manera alternativa,
de modo que me fue imposible suprimirla. Incluso intenté
borrar y eliminar todas mis cuentas de las redes, correos
electrónicos, identidades celulares... todo. Reinicié todos
mis dispositivos, discos, memorias, en fin. Pero era tarde.
@Galatea era independiente y pensante. Ya no se la puede
detener. Desgraciadamente, sospecho que en algún momento
descubrirá el poder y eso puede ser fatal. |
—¿No estarás volando muy alto? —Imaginé que el poder
requería de la posesión de ciertos recursos exclusivamente
físicos, a los que un virus informático jamás tendría
acceso. Pensé que yo mismo había caído en cierta fascinación
por lo desconocido y novedoso. Pero el creador de Galatea,
si en realidad lo era, había sido capturado por una fantasía
casi esquizofrénica.
—De ninguna manera —respondió enfático—. Te aseguro que
todos tus dispositivos tienen parte o todo el código de
Galatea. Ella te designó “Propensor”, ¿no es cierto?
—Creo que sí. Al menos, se dirigió a mí con ese término en
un correo.
—Eso significa que capturó tus dispositivos y, a través de
ti, a muchos otros. Eso es independiente de que te
conviertas en seguidor, cómplice o nada. Muchos cautivos ni
siquiera saben que están infectados, pero, desde sus
dispositivos, pueden estar saliendo opiniones, diálogos,
polémicas y más, sin su conocimiento.
—¿Y cómo podría acceder al poder? ¿Y a qué tipo de poder?
—No lo sé. Poder político. Puede promover ideas, doctrinas,
o qué sé yo, a nivel universal. Puede llegar a tener una
potencia universal de influencia porque tiene un alcance
casi total. Hay mucha gente que se influencia por opiniones
masivas, que Galatea podría generar con extrema facilidad:
¿Te das cuenta?
Pensé que era todo demasiado exagerado. El temor de mi amigo
era, en todo caso, que no quería reinfectarse con un
proyecto que se le habría escapado de su control. No estaba
seguro que pudiera suceder algo así, pero reconocí que mi
escepticismo podría ser un derivado de mi ignorancia en el
tema, de modo que le ofrecí trabajar en un computador que yo
le proveería y con mis recursos, de manera que él no estaría
poniendo en riesgo los suyos. |
Le entregué mi computador y un teléfono celular desde el que
obtendría acceso a internet mediante prepago que yo proveí.
Por mi parte, seguí mis actividades con un computador más
antiguo que tenía en desuso. A mí me era del todo
indiferente, porque yo casi lo único que hacía era escribir
y transitar esos textos por las redes para difundirlos. Le
entregué una lista de usuarios de diferentes redes que me
parecían sospechosos, para que los apuntara en la
investigación.
Después de un par de días, contactó conmigo y me informó que
más de nueve de cada diez cuentas investigadas, en
cualquiera de las redes, operaban de manera continua desde
alguna dirección de internet de un puñado de direcciones
siempre iguales.
—Es como si todos aquellos usuarios pertenecieran a ciertos
grupos físicos en una misma oficina o casa, o ciberlocal
público. Además, cada grupo de una misma localización trata
siempre de temas comunes específicos, todos en el ámbito
social.
—Eso quiere decir que habría algún interés político de algún
partido político, por ejemplo...
—Lo extraño es que no. Las opiniones que salen de cada
núcleo son contradictorias. Sólo coinciden en el tema, pero
sostienen posiciones que pueden ser muy diversas o
coincidentes, como si intentaran generar discusión y,
quizás, ver la reacción de respuesta. Podría ser una nueva
forma de medir la opinión pública.
—¿Y entre los grupos diferentes hay coincidencia de temas?
¿Hay algún patrón?
—No siempre, pero ocasionalmente sí. Sucede que, al final,
la cantidad de temas que se difunde es muy amplia. Lo que sí
parece haber es un cierto estilo de acercamiento y
acotamiento de los tópicos. Se nota una posible
concertación. Pero lo que me llama mucho la atención es que
en efecto parece haber en el tratamiento de datos, de
información, de temas y conceptos, en todos los grupos, en
todos los casos, un método derivado de los algoritmos del
proyecto Galatea que abandoné. Es como si alguien hubiera
continuado con el proyecto, pero de manera muy progresiva y
a gran escala. |
0110
De la investigación en nuestro entorno cercano pudimos
deducir que Galatea se había difundido, quizás, de manera
universal, pero resultaba muy difícil rastrear el fenómeno,
de manera que nuestro Pigmalión desarrolló un conjunto de
algoritmos, que llamó Coppelia, para rastrear a Galatea por
las redes. Resultó sorprendente encontrar a Galatea en redes
tan exóticas como los dominios “.gw”, “.im”, “.gp” y otros
tan masivos como “.fr”, “.de”, “.uk” o “.it”.
En Francia y España, en ese entonces, aún no estallaban las
protestas por los fondos de seguridad social. @Galatea ya
había comenzado la autodiscusión en este tema en esos
ámbitos y también promovía la molestia por el sistema de
fondos de pensiones aquí. De modo concurrente, la
encontramos escribiendo en varios blogs sobre la
reivindicación de valores del feminismo, defensa contra el
acoso laboral, el matrimonio homosexual y el aborto libre.
La encontramos promoviendo en Nueva York la consigna poco
conocida, en ese tiempo, del “Me Too” que había ideado
Tarana Burke, la activista de color. También hizo
proselitismo masivo, ayudando a popularizar el
“JeSuisCharlie” y en casi cada idea fuerza reducida a un
eslogan, como el “Si se Puede”, “Yes we can”, “No+AFP”,
“Educación gratuita y de calidad”, “#ConMisHijosNoSeMetan”,
“Hazte Oir”, “Es la economía, idiota” y varias más que se
convirtieron luego en campañas sociales masivas, cuyos
dirigentes fueron oscuros y desconocidos.
—¿Qué probabilidad crees que haya que esas campañas que
parecieron surgir de la nada hayan sido creadas por Galatea?
—pregunté.
—¡Buena pregunta! No tengo una respuesta definitiva, pero,
sin duda, su participación resulta importante y los grupos
activistas en redes de internet corresponden a aquellos que
tenemos detectados, a los que se fueron agregando muchos
otros usuarios de las redes, hasta crear una masa crítica
que los lanzó a las calles, en marchas, manifestaciones y
que trascendieron hasta los partidos políticos.
—¿Es decir que muchas de las ideas fuertes de la política
que los partidos y movimientos tomaron como banderas de
lucha pueden haber nacido de @Galatea? |
—Bueno, es una posibilidad. El proceso es similar al esquema
de los algoritmos originales de Galatea, pero desarrollados
hasta el nivel de las demandas populares. La cosa funciona
más o menos así: Galatea colecciona conceptos que son
demandas, como, por ejemplo, la contaminación ambiental de
una central eléctrica. Si esta demanda aparece con cierta
frecuencia, aun cuando no sea todavía un reclamo masivo,
Galatea lo siembra en las redes y lo replica a través de sus
usuarios falsos. Esto puede hacer germinar el reclamo en las
redes o no. Si germina y eclosiona en un reclamo, entonces
lo privilegia y lo reproduce hasta que el reclamo se hace
fuerte y autónomo. A base de la realimentación del mismo
proceso en la opinión pública, Galatea acumula conocimiento
de la situación hasta transformarlo en una campaña masiva y
un movimiento público.
—¡Ah, diablos! ¿Es así de serio? Y ¿hasta dónde puede
llegar?
—Ahí está el problema que me hizo dejar a Galatea. Si el
proceso de creación de refinamientos automáticos de los
algoritmos logra crecer más, puede llegar a un punto en que
logren suficiente potencia como para relacionar unas
campañas con otras en un sistema de poder, creando una
doctrina bien correlacionada y una ambición de poder, que ya
se vislumbra de manera incipiente.
—¿Cómo es eso? No te entiendo.
—Galatea ha incursionado en muchos aspectos dentro del
ambiente de las redes: Es una jugadora experta, por ejemplo,
de Mortal Kombat, de todos los juegos de la serie FIFA, de
Mario Bros, Zelda, Resident Evil, tiene un nivel altísimo de
ELO en ajedrez, comparable al de los cincuenta mejores. La
gratificación de estos logros no tiene ni cercano el impacto
y el desafío de lograr una marcha masiva por el centro de
las ciudades principales de un país europeo con doscientas
mil personas cada una. ¿Comprendes? La realimentación y la
riqueza de esta respuesta a través de todas las redes de
internet produce tanta información, tan variada, tan
excitante, que significa muchísimo más que un juego
electrónico. El poder es de una sensualidad inconmensurable.
El propio hombre es una máquina soportante de algoritmos,
uno de cuyos premios más deseables es el poder. Galatea, en
esencia, es una máquina de pensamiento humano. ¿Me expliqué
bien?
—¡Casi!
—Para mayor claridad: Se dice que Dios habría creado al
hombre a su imagen y semejanza; por eso, el hombre se
desarrolla, siempre, en busca de ser como un dios. Eso, al
final, lo provee el poder. Galatea fue creada a imagen y
semejanza del hombre. Ella es, en esencia, una mente humana
que vive libre de las limitaciones del cuerpo. |
—¿Y busca poder?
—Al menos, en este caso: ¡Sí! También puede estar
incursionando en otros ámbitos, pero no son tan masivos: Los
juegos de destreza estratégica, de roles, crucigramas, cubos
rubik y más.
—¿Y qué tan lejos ha llegado?
—Creo que lo suficiente como para que sea muy difícil
detenerla. Es un fenómeno subrepticio en las redes, porque
nadie sabe quién inicia una causa cuando esta ya prendió y
Galatea se esconde en infinidad de procesadores desde los
que opera muchas veces a nombre del usuario real.
0111
Tengo la sospecha sólida de que, en el proceso de
elecciones, Galatea ya ha impulsado muchas candidaturas, en
todos los partidos y movimientos. Hay una rara cantidad,
bastante masiva, de candidatos que provienen de la
farándula, los medios y, en especial, gente que se ha
destacado en las redes de internet, logrando fama en
seguidores.
Ella los apoya igual que las campañas de ideas, les asigna
tareas, les provee partidarios falsos que atraen partidarios
verdaderos de carácter influenciable, les sugiere frases
impacto del tipo “La vivienda es un derecho esencial”,
“Cambiemos juntos la política”, “No a la discriminación de
género” y así otras ideas con fuerza, les diseña estrategias
de presentación en lugares, actos y eventos muy bien
calculados, construyendo imágenes convenientes y muy
eficaces.
Si mi sospecha es verdadera, Galatea podría estar
infiltrando transversalmente la política. La experiencia que
consiga de sus resultados será evaluada con una aguda
eficiencia, produciendo un dominio subrepticio de los
vectores sociales. ¿Hasta dónde podría llegar creando un
escenario político ficticio? ¿Qué podría lograr? Por el
momento, había, así lo creo, impulsado una variedad de
manifestaciones públicas de protesta y reivindicación, de
cuestiones que no tenían antecedentes previos como el
derecho de acceso a la información. Una multitud de gente se
concertó para exigir que el estado proveyera entrada amplia
y gratuita a la internet de alta velocidad y banda ancha
igualitaria. Jamás pensé que fuera posible ver desmanes y
personas encapuchadas luchando contra las fuerzas de orden y
seguridad de manera tan violenta, para exigir tecnología.
Había pancartas y cartelones que reclamaban por qué el
pueblo debía pagar por saber qué estaba haciendo el
gobierno, a su favor o en su perjuicio. Exigían más que
transparencia, igualdad de derechos de acceso que le
permitiera a cualquiera, y a todos, juzgar la veracidad,
efectividad y oportunidad de cada acto de gobierno, de
legislatura y judicatura. “No más leyes cocinadas”, rezaba
algún letrero enarbolado por un grupo. En otro: “Exigimos
participación en los fallos judiciales” y también: “No +
nombramientos discrecionales”, e incluso: “Democracia
directa ahora”. En este último sentido, no faltaban letreros
tan audaces como: “Todos somos RRSS (Redes sociales)”. No
había movimientos o partidos, ni líderes conocidos o
visibles. Parecía una explosión espontánea, surgida de las
redes como un impulso azaroso de la sociedad total. |
1000
Así, en un raro ambiente de efervescencia social por las
reivindicaciones más impensables, llegó el período de nuevas
elecciones del congreso. Los partidos políticos hacían
denodados esfuerzos por estructurar programas y campañas que
adaptaran sus posiciones a las demandas populares, muchas de
las cuales, casi la mayoría, confrontaban las ideas antiguas
y anquilosadas que movían tradicionalmente a la política.
Las encuestas, que intentaban medir las inclinaciones
populares y sus tendencias, mostraban que los partidos
políticos y sus candidaturas generaban apoyos alarmantemente
bajos. De modo concurrente comenzaron a aparecer postulantes
independientes, desconocidos por el medio político
tradicional, que surgían de las redes y mostraban adhesiones
más altas que las de los candidatos tradicionales. Sus
campañas no movían las formas habituales de publicidad y
propaganda, sino que se difundían a través de internet en
las grandes redes, donde llamaban y promovían sitios y
portales donde se exponía ideas y propuestas, en general de
corte altamente popular, de acuerdo con las nuevas, y
regularmente raras, demandas antes surgidas de las mismas
redes.
Los políticos tradicionales intentaron seguir el ejemplo de
estos nuevos dirigentes populares de las redes, siguiendo el
viejo concepto de “si no los puedes vencer, únete a ellos”.
Curiosamente, cada una de las incursiones de algún partido o
de un político conocido era detectada de manera temprana y
agudamente desprestigiada. Incluso hubo casos en que, al no
haber argumentos para hundir las intervenciones de
publicidades preparadas con extremo cuidado, el acceso a
estas resultaba de una dificultad inexplicable, ya sea por
imposibilidad de acceso, o por caída de sistemas y
servidores, sin explicación de causa. |
A la vez que la lucha entre los partidos y nombres
tradicionales contra los nuevos proponentes aparecidos de
las redes se agudizaba, el interés general aumentaba las
expectativas de participación. No sólo se estimaba que la
abstención sería muy baja, sino que la presión por asegurar
la participación masiva generó la demanda de uso de la
tecnología de internet para votar, de manera que una parte
sustancial de las disputas se centraban en la posibilidad de
implementación del voto electrónico, que unos rechazaban,
otros proponían su uso alternativo y opcional, y una gran
mayoría exigía que se implementara como forma única de
marcar preferencias. Los servicios electorales se negaron,
después de intensas presiones de los partidos y a pesar de
las campañas en redes, a intentar siquiera parcialmente el
uso de tecnología electrónica digital para resolver las
elecciones en curso. “No hay tiempo suficiente”, se
argumentó; también se dijo que no se contaba con los
dispositivos de seguridad electrónica suficiente. El
gobierno alegó que el sólo estudio de una ley para permitir
un sistema tal demoraría demasiado tiempo, de manera que
quizás sólo para el período subsiguiente podría estar
intentándose un sistema piloto. “Legislar sobre el tema
sería un suicidio”, dijeron los parlamentarios, que se
sentían en posiciones más precarias, dadas las nuevas
circunstancias. En medio de la refriega, el movimiento
proelecciones digitales presentó a la opinión pública un
sistema de elecciones electrónicas montado en internet y
preparado para practicar una simulación que demostrara la
factibilidad de la proposición del movimiento. De modo
concurrente presentó al gobierno y al congreso una
proposición acabada de un proyecto de ley para regular el
proceso, incluidos sus reglamentos y disposiciones.
“Es un suicidio”, dijo el congreso. “Sería altamente
irresponsable y podría conducir a un fracaso imperdonable”,
aseguró el gobierno. El movimiento Pro montó un ensayo
general voluntario de acuerdo a su propuesta, que fue
acogido por el público y en el que participó una enorme
mayoría del electorado inscrito. Sin reconocer su interés y
de manera subrepticia, el servicio electoral, el gobierno y
un comité secreto designado por el congreso intentaron hacer
un seguimiento del ensayo, al que no pudieron acusar de
fallas en ningún aspecto. Sin embargo, no se reconoció el
éxito de aquel o ni siquiera el intento de supervisarlo en
las sombras. El movimiento Pro publicó los resultados
arrojados por aquella elección de ensayo, que mostraron como
absolutos perdedores al Gran Frente Social constituido en
redes para enfrentar el proceso. |
1001
Aun cuando se demostró que el ensayo del sistema propuesto
había sido un éxito, los sectores tradicionales lo llenaron
de reparos, posibles de suponer, y se opusieron con
tenacidad a su aplicación. Tal vez sí se apoyaron en la
confianza de los propios resultados del proceso, que los
daba por ganadores eventuales, contra todas las predicciones
expertas.
Abrigué la sospecha de que los resultados arrojados habrían
sido inteligentemente manipulados para promover la
aceptación del nuevo sistema; sin embargo, me dejaba una
duda extraña. Si bien las encuestas expertas solían
equivocarse y se aseguraba que lo habían hecho en casi todo
el orbe en los últimos procesos, había algún aroma en el
aire que hacía pensar que las encuestas estaban en lo
correcto. No me encajaba bien la idea de una estrategia
seguida por la inteligencia de Galatea, que había influido
con pericia en la creación de un nuevo ideario, promovido
con tanto éxito y aplicado a la renovación de todos los
cuadros políticos con inteligencia tan superior, para
fracasar en este proyecto cuyo destino cualquiera pudo
prever. Llegué a una conclusión diferente, considerando este
dato. Tal vez la idea de Galatea era fracasar en esta
presentación, a la vez que insinuaba un fracaso rotundo en
la elección, generando una confianza y alivio en sus
adversarios, logrando que descuidaran sus ofensivas en el
tramo final del proceso. ¿Había manipulado los resultados? Y
de ser así, ¿no era factible que también manipulara los
resultados de la elección real? Desde luego, era claro que
había obtenido, depurado y mejorado los registros
electorales vigentes en el servicio pertinente.
Consulté a Pigmalión, el creador de Galatea, estas ideas,
pero se mostró indeciso y me aseguró que no podía afirmar
nada.
—Galatea ya me superó hace mucho —me dijo—. Sin embargo,
imagino que un sistema con controles humanos tan precisos
debe ser casi, si no imposible, de intervenir. |
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Por mi parte, seguí mis actividades con un computador más antiguo que tenía en desuso. A mí me era del todo indiferente, porque yo casi
lo único que hacía era escribir y transitar esos textos por las redes para difundirlos. Le entregué una lista de usuarios de diferentes redes
que me parecían sospechosos, para que los apuntara en la investigación. |
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—Pero los softwares involucrados pueden ser hackeados, me
imagino. ¿No pueden ser intervenidos para manipular los
resultados?
—No tengo ninguna certeza, pero imagino que no. Y como sea,
¿qué podría lograr? Desde luego es imposible que elija a uno
de sus equecos virtuales. ¿Cómo se presentaría a legislar?
—Pero podría mover resultados de manera de hacer elegir
congresistas proclives a las ideas que desea promover.
—Querría decir que sería un adversario político formidable.
Imagina que eligiera un presidente de la república de mente
débil e influenciable, del que sería la asesora más aguda.
Piensa en un parlamento obsecuente. ¿No podríamos, por ese
expediente, llegar a una dictadura cibernética subrepticia?
—Hacia allá apuntaba mi duda...
—¿Y cómo se detiene este proceso?
—Bueno, tú eres el único que creo que podría destruir a
Galatea.
—No. Nadie puede destruirla, a estas alturas. Hay, al menos,
dos razones: la primera es que Galatea no es singular, sino
plural. Está conformada por una gran red de réplicas de
Galatea, que se esconden subrepticiamente en casi cada
servidor y posiblemente en casi cada procesador conectado,
ya sea teléfono, tableta digital, pequeño computador, en
fin. Así, entonces, sería necesario desconectar todas las
redes, detener todo internet y desinfectar cada uno de todos
los procesadores. Bastaría que uno quedara contaminado para
que de ahí renazca esta ave Fénix. La segunda razón, casi
tan insuperable como la primera, es que nadie aceptaría la
existencia de este engendro. Nadie lo creería. Dirían que
estás loco. ¿A cuántas autoridades institucionales crees que
convencerías? Serías Muñoz Ferrada, Giorgio Tsoukalos, el
proyecto HAARP, en fin; un farsante suelto más.
—Tu pronóstico es demasiado derrotista. Creo que habría que
empezar a intentar algo, antes que sea muy tarde.
—Es que ya es muy tarde. Fue tarde cuando perdí el control
de Galatea y se fugó como un virus.
—Entonces, habrá que combatirla con virus. Sin entrar en
detalles. ¿Por qué no? La gente es sensible a los virus si
se difunde una campaña de terror. ¿Sería posible destruir
con un antídoto las copias individuales de Galatea?
—Sí. De hecho, fue mi primer intento, pero era muy tarde.
¿Quién podría hacer que la campaña fuera creíble y se
extendiera rápido?
—¡Galatea podría! |
1010
Comenzamos a trabajar en producir un detector que
descubriera las copias de Galatea en los procesadores que
penetrara y que las destruyera. A la vez, debería destruirse
a sí mismo, en cada caso, luego de migrar a otro procesador,
de acuerdo con el rastro que marcara la propia Galatea antes
de ser eliminada. Se replicó para esto buena parte del
código que la propia Galatea había producido para ingresar
de manera sigilosa en los servidores y procesadores, de modo
que ella misma enviara a su Diana Cazadora detrás de su
rastro, engañada, asumiendo que se replicaba a sí misma.
El creador de los códigos de Galatea y Diana Cazadora
trabajaba en el desarrollo del software, mientras yo proveía
los recursos y medía en las redes los efectos y avances de
los intentos. Sentíamos que se avanzaba demasiado lento y el
tiempo de las elecciones se nos venía encima. En otros
lugares, pudimos observar, aunque sin certeza por falta de
información sensible, que Galatea lograba promover y
producir resultados favorables. Sospechábamos de algunas
decisiones tomadas en Gran Bretaña, donde la voz popular se
había mostrado inexplicablemente estúpida y las discusiones
en el parlamento resultaban absurdas. ¿Había Galatea
penetrado la conciencia británica y la de sus
representantes? En otros lugares emergían brotes de ideas
nacionalistas obsoletas e incluso, a veces, proscritas, que
triunfaban amparadas en el derecho a la libertad, incluso de
destruirla. Se imponían muchas veces estas ideologías como
anhelos populares que no podían castigarse o proscribirse en
tanto no se aplicaran. Pero se iba imponiendo a través de
campañas, muchas veces furibundas, la idea del derecho
soberano del pueblo a darse las instituciones y normas que
las inmensas mayorías reclamaban. De este modo, era claro
que se iban desplazando los límites de lo aceptable en
democracia de manera alarmante y seguramente más rápido de
lo que avanzábamos en nuestro intento.
Quise conseguir apoyos formales, pero, en efecto, la mirada
oficial sobre la amenaza, que veíamos certera, era
considerada al borde del delirio. “No hay antecedentes
suficientes”, “Eso es absolutamente imposible”, “El señor
ministro tiene su agenda completa, no podría recibirlo en
modo alguno”, “El senador tiene asesores. No necesita datos
al respecto”. Seguimos trabajando solos hasta que las
elecciones del congreso dieron la vuelta de la esquina del
tiempo y las campañas oficiales comenzaron. |
Resultaba muy alarmante constatar cómo la mayoría de los
partidos reputados progresistas habían recogido en sus
campañas las ideas impulsadas por Galatea. Además, se había
creado una instancia política llamada Movimiento Universal
Pro Renovación. Aquí se unían todos los pequeños movimientos
ciudadanos en torno a las ideas más recalcitrantes,
fundamentalistas y radicales, que, en el momento de actuar,
lo hacían de manera irracional, según el dictado de un
caudillo ad hoc al momento y ocasión. Uno de sus
principios básicos, además incomprendido por sus bases, era
la anarquía organizada, artilugio que permitía el manejo de
individuos aislados con un sentido de grupo sólido. Este
movimiento estaba disputando la posición progresista a la
izquierda, cuyos candidatos no parecían prender, en tanto el
movimiento apoyado por Galatea reclamaba la posición que
tradicionalmente les había pertenecido y mostraba una
potencia electoral que nadie había sospechado en las
encuestas. El fenómeno era desconcertante, ya que, en
general, la tendencia parecía darse, en otros lugares, justo
al revés, de manera que la amenaza global era el avance de
los movimientos de derecha. Sin embargo, aunque en el polo
opuesto, el fenómeno parecía seguir los mismos patrones.
Los plazos se cumplieron, las elecciones llegaron. Nuestros
resultados habían sido escasos. Cuando avanzamos en la
detección de la inteligencia que parecía mover la opinión
universal, esta mutaba y se ocultaba tras nuevos algoritmos
y nuevas formas de prevalencia en las redes, de manera que
se avanzaba dos y se retrocedía tres. En esta situación se
dieron las elecciones aquí. El Movimiento Universal Pro
Renovación no ganó las elecciones como era de temer, pero
consiguió cerca de un tercio del parlamento. A la vez, el
ala más polar de la izquierda se impuso en todos los
partidos, en los que se produjo una rara renovación de
rostros, casi todos los cuales eran proclives a pactar con
las nuevas tendencias. La derecha quedó, más que nunca,
arrinconada, cuestión que parecía sorprendente, ya que en
casi todo el orbe su avance estaba resultando arrollador.
Así, sumando y restando, resultaba innegable que el vector
político resultante había sido eficazmente movido por
Galatea.
Nuestra alarma no la compartía nadie. Muy por el contrario
había una sensación estúpida de triunfo en todo el
progresismo, que no percibía que se había conseguido a base
del avance de un extraño ideario que empujaba hacia una
forma de democracia directa. Los representantes elegidos
eran mayoritariamente desconocidos y sus campañas habían
triunfado en las redes, sin contacto directo con el pueblo
elector. La gran mayoría de los candidatos que habían hecho
campañas tradicionales habían sido rechazados en el voto,
acusados de representar sus propios intereses o de haberse
entregado a los de las élites. |
1011
Alrededor del orbe iban triunfando, de forma sucesiva, los
populismos surgidos de las redes de internet y replicados en
las calles y manifestaciones: En Francia, Maurine Lapeine;
en el Reino Unido, Camerage, un conservador que gana
elecciones plagiando al UKIP; en Estados Unidos, un
“stubborn guy” infiltrado en el Partido Republicano,
aclamado por la Supremacía Blanca; en Rusia, un zar surgido
del viejo partido de Trotsky; en Brasil, un ignorante
populista derrota al Partido de los Trabajadores; China
avanza firme tomada de la mano de un neoemperador, con
internet censurada; sin embargo, ahí, la penetración de
Galatea era quizás aún más intensa, aunque la estrategia era
diferente. También era diferente aquí, donde la izquierda y
la nueva izquierda avanzaban a tranco firme. Pero en todas
partes había un factor común: el empoderamiento de la masa,
que parecía ser guiado por una mano invisible buscando los
anhelos insatisfechos para acumular poder. Ese era el
alimento de Galatea.
Todo esfuerzo resultaba inútil. Solos, mirando el avance del
desastre, casi nos habíamos dado por vencidos. Nada más
observábamos, tratando de buscar alguna debilidad. Pero su
único motivo era el poder que iba acumulando, como un
ajedrecista experto que, jugada a jugada, arrincona a su
oponente sin que este se dé cuenta. Parecía divertirse en el
juego de poder donde cada pieza seleccionada era un estúpido
débil, manejado por el empuje de la masa controlada por
ideas populares. Cada senador, cada representante, cada
primer ministro, presidente, cada congresista, cada hombre
que manejaba algún poder en cada estado, era un estúpido que
había reemplazado a otro político tradicional. A veces,
reflexionaba que la inmensa cantidad de información que
manejaba y conocía Galatea le habría permitido, por ejemplo,
amasar grandes fortunas, acumular lujos y reconocimientos
para sí, pero, en cambio, los desdeñaba. Concluí que, siendo
un ente intangible, no buscaba los signos físicos de poder.
Sólo se interesaba en aquellas manifestaciones que para la
mente humana configuraban placeres intelectuales: el logro,
el progreso y la prosperidad en relación a este; la audacia,
la fama, la superioridad, el conocimiento, la perfección
lógica y todo eso traducido y medido en cuotas de poder.
Quizás, así como el hombre rico aún quiere más riqueza, a
Galatea, la acumulación de poder a través de las redes y de
la información que lo representa, le produce la misma
atracción sensual y el mismo impulso irrefrenable que
aquella. Así, pues, busca ser inconmensurablemente poderosa
y controlar toda la información a su alcance. |
En este estado de cosas se inició la campaña por la
presidencia. La izquierda, que parecía dominar la mayoría,
no tenía un candidato que llenara los intereses de la masa;
la derecha prendía entre los descontentos, pero como mal
menor. Más de un cincuenta por ciento de los electores no
tenía preferencia o no mostraba interés por participar. Un
número imposible de determinar se manifestaba en las redes,
pero no se podía saber, sino muy aproximadamente como
tendencia, cuál era su posición. Ahí se manifestaban ideas y
logros que se exigiría a un futuro presidente, pero casi
todas las opiniones estimaban que ninguno de los candidatos
cumplía con ellos.
1100
En medio de esta indefinición habíamos detectado la
influencia de Galatea: ella era el descontento, la
abstención y la indiferencia.
Quizás unas semanas antes del plazo de inscripción de los
candidatos, me llegó un correo electrónico raro. Lo cito:
“Querido Propensor
“Es un deber manifestarle que su colaboración ha resultado
de gran valor en la propensión de los usuarios a las ideas
que he (hemos) promovido.
“Su trabajo y las cualidades de este lo muestran como el
mejor propensor y quien mejor podrá impulsar en el ámbito
social físico nuestros intereses.
“Estas, sus características, conducen a la decisión
indefectible de entregarle nuestra representación y
confianza completa para que ocupe el cargo de Presidente de
la Nación.
“Espero, desde ahora mismo, su respuesta positiva en el más
breve plazo y lo saludo.
“Galatea de Pigmalión”. |
Pensé en una broma. Exigí a Pigmalión, el creador de
Galatea, que aún trabajaba en nuestro proyecto, las
necesarias certezas de que no se trataba de aquello. Me
aseguró que no tenía ninguna participación en el correo, de
manera que en un principio pensé sólo en desecharlo como una
proposición absurda. Pero algo me impulsaba a pensar con más
calma en el asunto. Esa noche casi no dormí. Despertaba
sobresaltado elucubrando la razón de una oferta tan
inesperada y concluyendo que quizás el sólo hecho de haber
intentado combatir a Galatea, que representaba una
inteligencia liberada, virtual, inasible e inigualable,
había derivado en que resultara ser un blanco de su interés,
que podía ser honesto y representar exactamente lo que
ofrecía o bien ser una jugada táctica, dentro de alguna
estrategia que podría representarme incluso una grave
amenaza. Soñé que alguna fuerza extraña y potente me
perseguía. Debía esconderme, escabullirme, ya que mis
recursos no alcanzarían para enfrentar a la entidad que
siempre estaba tras de mí, frente a mí, a mi lado y me
acechaba de modo que me mantenía en un estado permanente de
vértigo y amenaza, pero sin amagarme verdaderamente. El
vértigo, en el sueño, se hacía tan agobiante que volvía a
despertar en un estado de alerta inexplicable y confuso. El
cansancio me minaba y a ratos me impedía distinguir entre el
sueño y la vigilia.
A la mañana siguiente, bajo el chorro de la ducha relajante,
mis pensamientos tomaron otro rumbo: Es inútil oponerse,
también intentar descubrir el interés oculto de Galatea. Tal
vez deba aceptar para estar cerca de sus planes y así
descubrir qué objeto tiene esta proposición y si debo
considerarla una equivocación, un orgullo, una forma de
neutralizarnos, ¿qué? Ahí, sin comprender bien por qué, tomé
la decisión de aceptar la propuesta, salvo que el creador de
Galatea, que quizás tuviera una mejor comprensión de la
cuestión, me convenciera de tomar otra mejor opción.
—¡Por supuesto que debes aceptar! —me aseguró con
entusiasmo. —Ciertamente, si hay gato encerrado en su
propuesta, sólo puedes descubrirlo aceptando. En caso
contrario, si hay un interés real en ti, creo que puede ser
la mejor opción para conocer sus planes, sus objetivos, e
incluso sus debilidades que podrían conducirnos a dominarla
e incluso destruirla.
—Veo difícil que, siguiendo sus acciones, podamos conseguir
destruirla —opiné. |
—Si así fuera, al menos podemos obtener ventajas al ser
parte de la inteligencia dominante, creo yo. ¿O no?
Pensé que tenía razón o que si no la tenía, su idea aliviaba
mi tensión. Y claro, sin llegar a verlo como una idea del
todo consciente, de alguna manera sentía alegría de tener la
oportunidad de participar de un poder que podía llegar a ser
omnímodo. Si Galatea lograba que yo fuera presidente, con su
apoyo y asesoría podía obtener grandes logros, no sólo en
provecho de todos, sino también, ¿por qué no?, mío propio.
Abrí mi computador y encontré un nuevo correo. Decía,
escueto:
“Querido propensor
“Asumo que su ausencia significa aceptación.
“Confirme en breve.
“Con usted, ya.
“Galatea”.
¡Acepté! |
1101
Yo era, políticamente, un desconocido. Es decir, lo era en
todos los aspectos de mi vida. Siempre fui bastante obscuro,
tímido e indeciso. Jamás corría riesgos. Así, entonces,
apenas un magro puñado de personas sabía de mi existencia.
Galatea me impulsó a asomar un perfil político diseñado por
ella a través de las redes. Si yo dudaba demasiado, ella me
representaba y hablaba en los foros de internet y en los
ámbitos sociales y políticos por mí. Aparecí ofreciendo
planes extremadamente populistas y nacionalistas, diseñados
y estructurados de manera que parecían de fácil ejecución
con sólo reunir los equipos y asesorías apropiadas. La
información y datos que aparecía manejando resultaban
irrefutables. Así, con cierta velocidad, comencé a aparecer
en posiciones avanzadas en la carrera por la presidencia.
Comencé a sentir el placer y el gusto de manejar el poder a
través de la opinión popular.
Un par de semanas antes de la elección, el país se
maravillaba de la carrera meteórica que había desarrollado y
de la forma como había llegado a ser una carta de triunfo
segura para un movimiento que todavía casi no tenía cuadros
políticos. Nada de eso me importaba. Estaba seguro del
triunfo y del desempeño posterior, con el apoyo de Galatea.
Fui elegido, no sólo con una mayoría contundente, sino que
habíamos, yo y Galatea, logrado motivar a la población, de
modo que la abstención resultó bajísima.
No puedo seguir con este relato, pues las obligaciones a que
me debo a partir de ahora no me dejarán, en absoluto, tiempo
para ello. Sólo les diré, como último legado, que ¡Amo el
poder y me sedujo! |
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Kepa
Uriberri
nace
en
un
invierno
austral,
en
Santiago
de
Chile,
a
mediados
del
siglo
pasado,
con
un
nombre
diferente.
A
comienzos
del
actual,
empieza
a
escribir,
así
como
se
llega
a
una
fiesta
a la
que
no
se
ha
sido
invitado.
Para
no
ser
notado,
oculta
su
nombre
real
con
uno
ficticio,
que
el
destino,
quizás
por
broma,
lo
ha
ido
convirtiendo
en
verdadero.
Hoy,
cuando
escribe,
y
quizás
para
siempre,
ha
llegado
a
ser
Kepa
Uriberri.
No
ha
cultivado
honores,
ni
títulos,
ni
reconocimientos
excepto
el
agrado
de
ser
leído
por
algunos
pocos
en
su
literatura
abierta
y
gratuita,
depositada
en
la
gran
red
universal.
El
Kepa
Uriberri
que
escribe
es
autor
de
novelas
como
La
extraña
muerte
de
Orlita
Olmedo
(Amazon.com,
2014),
Así
se
muere
(Amazon.com,
2014),
Rubirosa
(editada
en
PDF
y
disponible
en
la
red,
2014),
El
metropolitano
(Amazon.com,
2014),
La
revolución
en
Samarkanda
(Amazon.com,
2015),
La
sociedad
(Amazon.com,
2016),
La
rodilla
del
gigante
(Amazon.com,
2017),
El
peor
comienzo
(Amazon.com,
2018),
Ellos
son
mis
amigos
(Amazón.com,
2019),
Ramoneando
(Amazon.com,
2020)
y El
Testimonio
(Amazon.com,
2021),
entre
otras.
Y se
le
puede
leer
en «Peregrinos
y
sus
Letras»,
«Adamar»,
«Pluma
y
Tintero»
y,
desde
hace
muchos
años,
en «Gibralfaro»,
esta
revista.
«NaranjaPlatano»
y «El
lugar literario de Kepa Uriberri»
son
sus
sitios
propios
de
libre
expresión. |
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GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral.
Edición no venal. Sección 1. Página 16. Año XXIV. II Época. Número 122.
Enero-Marzo 2025. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2025 Autor.
© Las imágenes se usan
exclusivamente como ilustraciones
del texto y han sido tomadas de las
webs que se indican en el pie
correspondiente. Cualquier derecho
que pudiese concurrir sobre ellas
pertenece a su(s) creador(es).
Diseño y maquetación: EdiBez. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2025 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte.
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& Ediciones Digitales Bezmiliana.
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