I like the peace

in the backseat,

I don't have to drive,

I don't have to speak,

I can watch the country side,

and I can fall asleep.

The arcade fire

  

  

Indicios

Las vestiduras de los asientos quemadas por nuestros cigarros, rotas por la euforia que nos corroe en las noches. El parabrisas estrellado nos hace revivir lo cerca que estuvimos de la muerte. Volteamos a verlo al mismo tiempo y sonreímos. Alzas la pierna y rompes la luz interna; al girar mi torso, con mi pie golpeo el asiento de adelante y se vence; acabo encima de ti, frente a frente. Los vidrios comienzan a empañarse, nuestro olor es cada vez más fuerte, estiro la mano al estéreo para subirle la música, al moverme, tu cabeza choca contra la puerta y te ríes. Nuestra saliva entra por nuestros poros, las manos ¿qué inventan?, somos como dos engranes más de esta máquina. Las gotas de tu sudor brillan sobre mi pecho, por los vidrios ya no veo nada. Nos escurrimos por los asientos, y así acabamos desgajados en el lugar del copiloto.

—¿Arranco el coche, nos vamos lejos?

Frunces las cejas, le das un golpe al estéreo, la música deja de sonar, me avientas contra la puerta. Salimos del auto mientras nos vestimos torpemente, los vidrios se desempañan de golpe, abres la boca para escupir tus palabras retorcidas y yo escupo lo que siento, y así construimos una escena más patética a la noche anterior. Las luces se habían quedado  prendidas, alumbran tu silueta alejándose y tus palabras se hacen eco por todo el estacionamiento:

—En ese pinche coche no llegaríamos a ninguna parte, está jodido como nosotros.

  

  

Fotografías

—¿Decías que no llegaríamos a ninguna parte?

El coche ya lo vemos lejos, lo estacionamos tan cerca de la presa que parece que en cualquier momento caerá a la deriva. Nuestra piel ha cambiado de color, tus ojos se han tornado más claros. Hablando, entendimos que estamos hartos de nuestras voces, del ruido y dejamos que este lugar retumbe, que el viento nos despeine, que nos arrastre a cualquier límite y llegamos a este punto, donde ya somos invisibles. Las hojas muertas comienzan a formar remolinos, la tierra por momentos explota como zona minada, las nubes parecen rasgadas por garras. Al escuchar tu grito, cada elemento adquiere más movimiento; el paisaje se mueve ante mí como una extraña danza o tal vez sucede porque mis ojos se mueven rápido tratando de encontrarte. Súbitamente me abrazas por la espalda y detienes el momento de golpe con una palabra: 

—Vámonos.

Inútilmente sacudes el polvo de tu cuerpo y regresamos al auto. Justo en el momento de subirnos, comienza a caer el atardecer. Nos quedamos petrificados mirando hacia  el horizonte, la presa ¿en qué momento quedó sin límites? Lentamente el sol fue cayendo sobre el agua ¿vámonos? Sentí el impulso de prender el auto y tirarnos al precipicio, yo no tengo idea en qué pensabas, no dijimos nada, nos volteamos a ver hasta que el ocaso terminó.

  

  

4 A. M.

Azotas la puerta del departamento, ¿ya qué más podía decirte? Camino de un lado a otro: del baño al balcón, de la cocina a la habitación. Tratando de buscar razones, te siento más lejos. Encuentro las últimas fotografías: el coche cayendo a la deriva, nuestra piel quemada, nuestros ojos tan distintos, las nubes destrozadas, la puesta de sol pintando sombras ¿Te habrás dado cuenta de la cantidad de hojas secas? Encuentro tantos detalles, que vuelvo a vivir cada instante de forma distinta. Las paredes comienzan a crujir, las ventanas se quedan sin vidrios, polvo entra y cubre mis ojos. ¡Aún huelo a tu sexo! ¿En qué momento quedé tan atrapado? Las llaves del coche deberían estar sobre la mesa, yo nunca pierdo nada. ¿La cartera? ¿Los cigarros?

¿En qué momento la ciudad se convirtió en una glorieta? Siento asco, abro la puerta para tomar aire; a unos pasos de mí, se encuentra un vagabundo tirado y yo ya no sé en dónde estoy. Le pregunto, pero él no responde. ¿Estará muerto? ¿Debería acercame a él? No. Yo sólo quiero saber dónde estoy, dentro del coche encuentro una lata de cerveza vacía y se la aviento. Le rebota en la cabeza, se mueve y vuelve a dormir. Cierro la puerta y piso el acelerador.

El semáforo en rojo, me detengo. A mi lado aparece un auto, el conductor baja el vidrio y dice mi nombre; al voltear a verlo, me di cuenta de que era absurdo seguir buscando razones. Tú, en el asiento del copiloto, y, en tus tontas muecas, encontré nuestro fracaso. Luz verde. Arrancan a toda velocidad y yo hago lo mismo, pero en otra dirección. Edificios, casas, automóviles. ¡La misma mierda una y otra vez! Hasta que llego a un punto en que la ciudad empieza a desaparecer.

Acelero.

Escucho cómo cruje el auto, siento el aire frío metiéndose por la carrocería. En cualquier momento, el cofre saldrá volando, alguna puerta, o yo, por el parabrisas. Comienzan a destellar los primero rayos del sol. ¿El vagabundo ya debe estar abriendo los ojos? ¡Miles de ojos deben estar haciéndolo! Millones de manos apagando despertadores. ¿Y tú? En cualquier cuarto de hotel, enredándote entre sábanas o buscando la salida de algún estacionamiento. Por el retrovisor veo cómo la ciudad ha quedado atrás y tan pequeña. Los vidrios quebrados ya estallaron, la música reventó las bocinas, humo comienza a salir por todas partes y, de golpe, detengo el auto. Súbitamente, veo el tablero, estalla mi frente, reboto contra el asiento y miro al cielo.

El sol ya alcanzó el punto más alto.

  

  

  

 

  

  

  

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Fernando Yacamán Neri (México, D.F., 1985). Licenciado en Letras Hispánicas. Diplomado en Creación Literaria por la Escuela Dinámica de Escritores (EDE) y el Instituto Nacional de Bellas Artes (IMBA). Es editor de contenido y corrección de estilo y docente en la materia de Historia del Arte en la Universidad Tecnológica de México (UNITEC).

Ha participado en diferentes talleres de creación literaria con maestros, como Salvador Gallardo, Mario Bellatin, Daniel Sada, Alberto Chimal y en la Universidad del Claustro de Sor Juana en Creación Literaria y Redacción.

Su obra narrativa se ha publicado en cuatro antologías editadas por Universidad Autónoma de Aguascalientes. Ha colaborado también con obras de creación en diversas revistas, como Picnic, Crítica, Parteaguas, Tierra Baldía, Lee Más y Punto de Partida, entre otras.

Es autor de la novela corta Los ángeles del último sueño (Fondo Estatal para la Cultura y las Artes, 2010), novela corta; Ya quiero despertar (Editorial Foc, 2014), La pócima del diablo (Viernes Editores, Aguascalientes, 2015), libro de cuentos; El cuerpo de la noche (Editorial Abismos, 2017), Todos mis padres (Editorial Siníndice, 2019), El demonio que nos habita (Ediciones Periféricas, 2022), y La virgen del sado (Ediciones Periféricas, 2022).

En 2009 fue distinguido con el segundo Premio de la sección de Narrativa en el certamen Punto de Partida, patrocinado por la UNAM y, también en 2009, con el premio Elena Poniatowska, convocado por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Obtuvo mención honorífica en el Premio la Crónica como Antídoto 2014.

   

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral. Edición no venal. Sección 3. Página 5. Año XXII. II Época. Número 117. Octubre-Diciembre 2023. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2023 Fernando Yacamán Neri. Diseño y maquetación: EdiBez. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2023 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana. Calle Castillón, 3. 29.730. Rincón de la Victoria (Málaga).

   

     

 

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