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LO MIRAS CON detenimiento. Con minuciosidad. Podría decirse que hasta con interés profesional. Pese a tus muchos años de vida, demasiados quizás, aún te sorprende lo resistente que es la carne ante la acometida de la muerte, que la avasalla con arteros golpes y mordiscos desgarradores. Te mira con la recelosa esperanza del poderoso que sabe que está ante su última jugada, y que depende de otros para poder completarla a su antojo. Pero sabe, ni siquiera lo duda, que lo que le queda por delante está en tus manos, vetustas y decrépitas, pero siempre fieles a su deber.

—Lo harás? —te pregunta. Tú dudas. Pero le respondes. Te lo debes a ti mismo, a tu conciencia profesional, no a él.

—Sí —dices secamente.

Él suspira. Está al final de sus fuerzas. Su agonía ha sido lenta y dolorosa. Todo el poder acumulado en tantos años, no le ha servido más que para descubrir que solo te tiene a ti para depositar su fe y su confianza. A ti, su médico desde hace treinta años, no a sus hijos, que hoy se pelean por obtener migajas de lo que él sembró. Tampoco a ninguna de sus esposas ni amantes, que las tuvo a montones. Solo a ti.

—¿Llamarás a mi confesor? —vuelve a preguntarte.

No sabes qué responderle. En realidad, lo sabes bien, pero hay en tu interior una lucha, que todavía no has resuelto y que, por eso mismo, te ha impedido decidirte. Hasta hoy. No te parece justo que, en el día de su muerte, él obtenga tan fácilmente el pasaporte a esa otra vida en la que cree; o en la que, al menos, dice creer. Pero ¿acaso hay justicia en este mundo? Él ha matado, por propia mano o por encargo. Ha violado todo, desde la confianza de quienes lo creyeron sincero, hasta los frágiles cuerpos sometidos por la fuerza a su omnímoda voluntad. Ha torturado cuerpos y mentes. Ha condenado a la miseria a tantos, que ya no hay forma de contarlos. Ha mentido, robado, escarnecido, condenado. Y lo peor, ha despreciado a sus víctimas.

Indiferente a todo, excepto a sus deseos, él implora hoy tu clemencia. Sabe que siempre intentaste ser recto y cumplir con tu deber. Quizás no siempre pudiste lograrlo, pero ese fue tu camino. De eso mismo se aprovechó para llevarte a su lado. Estaba seguro de que no te negarías a tratarlo y protegerlo de su enfermedad, al igual que a cualquiera de tus pacientes.

—¿Te arrepientes de algo? —preguntas tú.

—¿Debería hacerlo? —responde él, preguntando.

Tú sabes que su respuesta es retórica, que es pura fórmula. El poder corrompe, y él apesta, no solo por sus llagas y efluvios, sino por todo su ser. Te parece indigno que él tenga, sobre sus víctimas, la ventaja que les negó en su momento: presentarse limpio de mancha y culpa ante su dios, absuelto de sus pecados por un ministro de esa religión que se proclama dueña de la verdad.

No crees en esa verdad; tampoco en esos dioses salvajes y crueles que los hombres han inventado para justificar lo injustificable y ahogar sus miedos en el alcohol de la fe. No, no es lo tuyo. Únicamente para quienes creyeran en esa otra vida habría consecuencias; para nadie más. A ti, el más allá te tiene sin cuidado. Así es; entonces, no hay nada de lo que arrepentirse, ni nadie que te juzgue. Has tomado al fin tu decisión, que no afectará nada de lo que deberá ocurrir según lo previsto. Harás lo que has convenido con él: mitigar su sufrimiento y acortar su agonía. Para eso, siguiendo sus estrictas órdenes, os han dejado solos en esta triste habitación.

—Sí, deberías… No, si no quieres; tampoco importa ya —alegas, con tristeza.

—¿Entonces…? —te pregunta, comprendiendo resignado, y esperando que actúes.

Sabe que tu respuesta lo condena, pero no puede hacer otra cosa. Él te dio el poder.

—Entonces… adiós. No nos debemos nada.

Cargas la jeringa con ese medicamento mágico para aliviar el cuerpo y el alma, que tanto tú como él saben de sobra que su organismo no resistirá, y lo inyectas por la tubuladura plástica que está conectada a su vena.

Cuando deja de respirar, te vas.

Sin remordimientos.

Sin penas.

Sin cuentas pendientes.

  

  

 

 

Cargas la jeringa con ese medicamento mágico para aliviar el cuerpo y el alma...

   

  

  

  

 

   

Enrique J. Martínez Llenas, argentino de origen y con nacionalidad también española, ejerce la Medicina en Valencia desde el año 2002. Ha comenzado muy recientemente a escribir de forma autodidacta, actividad en la que se siente muy cómodo y cree haber encontrado lo que necesitaba para la expresión de sus inquietudes estéticas.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral. Edición no venal. Sección 1. Página 2. Año XXII. II Época. Número 114. Enero-Marzo 2023. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2022 Enrique J. Martínez Llenas. © La imagen que ilustra el texto ha sido tomada de una base de imágenes que no están sujetas a derechos de autor. Diseño y maquetación: EdiBez. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2023 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana. Calle Castillón, 3, Ático G. 29730. Rincón de la Victoria (Málaga).

    

    

     

 

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