Cinta negra, pelo
negro,
como el de aquella
morena,
que con hachares y
celos,
dejó sin sangre mis
venas.
En tus alas hay
temblores
de mocitas sin
fortuna,
que lloran penas de
amores,
que lloran penas de
amores,
bajo la luz de la
luna,
¡ay, ay!, bajo la
luz de la luna.
Sombrero, ¡ay, mi
sombrero!,
eres de gracia un
tesoro,
y tienes rumbo
torero
cuando te llevo a
los toros.
Te quiero, porque
tus alas,
sombrero de mi
querer,
conservan bordao
con gracia
el beso de una
mujer.
[…]
Fragmento de la copla «Ay mi sombrero»,
de
Ramón Perelló (letra) y Genaro Monreal
(Música).
ME LLAMÓ LA atención por su aspecto. Me
recordaba a Gary Cooper en la película
“Sólo ante el peligro”.
Era muy alto, y llevaba un sombrero
cordobés, negro, de fieltro; pantalón de
rayas y botas camperas.
Era mayor. Como de sesenta y tantos,
aunque se mantenía firme y erguido.
Tieso como un palo.
Llevaba el sombrero con elegancia. Y yo
diría que con hasta cierto orgullo.
Tenía aquel aspecto de cortijero
de los años sesenta, que a mí, por mi
procedencia, me resultaba tan familiar.
Debía de llevar poco tiempo en Madrid,
al igual que la mayoría de los que
vivíamos por la zona. Se le notaba
porque no se alejaba mucho de los
alrededores de donde vivía.
Habían construido varios bloques de
viviendas, entre los cuales se
encontraba nuestra casa, y él vivía en
el bloque de al lado.
Yo le conocía de estar por allí,
deambulando, como yo, aburrido, a veces.
Creo que trataba de ir habituándose a su
nueva vida, pues se le veía como fuera
de su hábitat, apartado de su entorno
natural.
Debía andar yo por los catorce o quince
años, y, como todavía no trabajaba ni
estudiaba nada, me pasaba todo el día
zascandileando, de aquí para allá.
Muchos de los que habían venido a parar
a aquella zona eran de procedencia
andaluza, como era mi caso, resultado
del éxodo de los años sesenta a las
grandes ciudades, abandonando la
agricultura y la ganadería.
Ya nos conocíamos de vista de otros
días, así que una mañana me acerqué a él
y le espeté:
—¿Por qué lleva usted ese sombrero
cordobés? Aquí nadie lo lleva.
Él se me quedó mirando fijamente, con
benevolencia, como tratando de adivinar
el porqué de mi pregunta, y, con mucha
parsimonia, me contestó:
—Porque soy andaluz, y este es un
sombrero cordobés, y porque Córdoba está
en Andalucía. Y porque lo he usado
siempre —concluyó tajante.
Yo me quedé un poco cortado con su
respuesta, y le dije que no había sido
mi intención molestarle, que,
simplemente, me llamó la atención lo del
sombrero cordobés en Madrid.
Ahora fue contundente:
—¡Coño! —exclamó—. ¿Qué tiene de
particular que un andaluz lleve un
sombrero cordobés, que también es
andaluz, y que siempre lo ha llevado?
¿Acaso a los vascos —continuó con
convicción—, con una boina que les sale
media cuarta de la cabeza, les llama
alguien la atención por llevarla? ¿Por
qué a los vascos se les ve como algo
natural y característico de su tierra
llevar la boina esa, donde caben dos
cabezas, y los andaluces, por llevar un
sombrero cordobés, tenemos que andar con
que hay que romper con los viejos
tópicos, estáis todo el día de
fiesta, en Andalucía se vive del
aire y otros por el estilo? De modo
que vamos a dejarnos de cuentos, y
tengamos la fiesta en paz, porque —dijo
a modo de conclusión— ni todos los
andaluces saben bailar sevillanas, ni
todos los chinos saben kung fu.
Y como quien lo tiene todo dicho, se
despidió de mí con un adiós que dejó
cargada de ese acento que tenemos los
del sur aquella tibia mañana madrileña. |