ENERO-MARZO 2018  

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TIMOR SIGUE VIVIENDO EN SARAJEVO

   

   

Por Enrique Morales Lara

   

   

OTIS NACIÓ EN uno de los hospitales más avanzados del planeta, en Nueva York. Vive en un lujoso edificio, desde siempre. Va a un buen colegio cerca de su casa. Sus padres son productores musicales y les va muy bien, así que no sufre problemas económicos y tiene cuanto quiere.

Un día, su madre le regaló un espléndido saxo, de los caros, y su padre, la matrícula en la Escuela de Artes. A él le sorprendió un poco. No le hizo una ilusión especial, pero tampoco estaba mal. Se encogió de hombros y fue a clase. Los primeros días no fueron cómodos, pero se dio tiempo. A las dos semanas ya iba por inercia, y el saxo le molestaba. Al mes iba por no desagradar a sus padres, y cargaba con el saxo como Sísifo con la piedra. Luego, por fin, tiró el saxo y dejó de ir.

Sus padres se preocuparon mucho: su único hijo había abandonado la ilusión de su vida. Lo llevaron a un psicólogo. Otis no entendió demasiado bien por qué, pero, bien mirado, tampoco estaba mal. Se encogió de hombros y fue al psicólogo. El psicólogo hizo lo de siempre: recetar unas pastillas a un hijo único y negro.

 

Ahora Otis es un hipocondríaco gordo, escrupulosamente tiquismiquis con la más mínima quisicosa relacionada con la higiene y la salud. Le tiene pánico a todo aquello que no le llegue absolutamente garantizado y minuciosamente controlado. Jamás comerá un pollo que no haya pasado por Sanidad, ni probará unos guisantes que no vengan en tarro de cristal al vacío y precintado por las autoridades. Pero le podrían dar gato por liebre si quisieran, porque no sabe diferenciar una gallina de un ternero, ni un ficus de un espárrago.

Otis nunca ha visto un animal en vivo, salvo las mascotas de sus anónimos y desconocidos conciudadanos; no hay macetas en su casa, ni en la entrada del edificio, ni árboles en su distrito; nunca ha pisado tierra, ni barro: solo asfalto, acera, mármol.

Como se puede permitir el lujo (y se lo permite) de levantarse tarde, nunca ha visto amanecer, aunque tampoco se ve mucho desde su casa. Todo lo que conoce lo conoce a través de la tele. En ella tiene todos los canales del mundo, gracias a las parabólicas de la azotea. Para él, todo es «eso que salió una vez en la tele». Incluso aquella vez que, entre canal y canal, reconoció en MTV una voz que había oído en el contestador automático. Aquello coincidió, por pura casualidad, con la estadísticamente improbable circunstancia de que estuvieran allí sus padres.

 

El simple hecho de que el zapping de su hijo no interrumpiera el vídeo del famoso saxofonista Grover Washington Jr. les hizo pensar que aquello le gustaba mucho.

 

…   …   …   …   …

 

Timor sigue viviendo en Sarajevo.

Prefiere decirlo así.

Un kilo de patatas cuesta dos sueldos de su padre, que consideró ahora más importante que nunca no dejar de ser concejal de cultura.

A su hermano lo reclutaron.

Ya no hay cristales en las ventanas, sino placas de plástico.

La calle por la que iba al colegio es un lodazal.

A veces, se echa al monte a cazar conejos, perdices o lagartos, a pesar de los francotiradores.

Un día, su madre le regaló un espléndido saxo, de los caros, y su padre, la matrícula en la Escuela de Artes. A él le hizo mucha ilusión. Tuvo que dejarlo cuando el bombardeo, pero siguió practicando en su casa.

El invierno pasado intentó vender el saxo.

No hubo suerte el primer día.

El segundo, lo cambió por un kilo de mantequilla.

El tercero, su madre le volvió a regalar el mismo saxo.

Ya no volvió a intentarlo.

Ahora Timor se apresura a tocar en cuanto aparece un periodista, mejor de radio o de televisión. Ya no se asusta con las bombas o con los disparos: lo único que le hace interrumpir un tema es la risa que le provoca la cara de pánico de los corresponsales cuando se oye una explosión.

Tiene la esperanza de que alguien de la MTV lo vea tocar y le guste y le haga un contrato y saque de allí a su familia.

  

  

  
     

     
   

  

  

      

    

ENRIQUE MORALES LARA (Jerez de la Frontera, España, 1968) es Doctor en Filología Clásica y Licenciado en Filología Inglesa por la Universidad de Cádiz. Desde el año 2000 es profesor de español en Mobyus, una escuela de idiomas en la ciudad de Lovaina, Bélgica, en cuya universidad (Katholieke Universiteit Leuven), colaboró durante su doctorado. Ha publicado una veintena de artículos sobre latines y un par sobre docencia de español. Su producción literaria consiste en dos traducciones de poesía en RevistAtlántica, Diputación de Cádiz (una del latín y otra del neerlandés); los (micro)relatos “El tercer laberinto”, en Dreceres Microrelats, DeBarris, Barcelona, 2010 y “Una mañana de caza”, en la revista La más bella, 3, Madrid, 1996. En línea se pueden encontrar los relatos “El misionero machista”, en Narrativas, 40, 2016; “La chica te gusta” y “En un tren de cercanías”, en Visor-Revista Literaria, 3, 2015 y 6, 2016; “Extinción” y “Breve tratado anónimo sobre la insignificancia”, en Aurora Boreal, agosto 2016. En emisoras de radio y televisión de su ciudad natal se difundieron dos o tres obras. Con este texto ganó el Premio de Relato Corto de la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de Cádiz de 1999. A pesar del paso de los años, y lamentablemente, no ha perdido actualidad.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Sección 1. Página 3. Año XVII. II Época. Número 99. Enero-Marzo 2018. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2018 Enrique Morales Lara. © La imagen incluida en esta publicación es una fotocomposición de otras varias tomadas de Internet y se usa exclusivamente como ilustración del texto. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2018 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte, adscrito a la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana, Castillón, 3, Rincón de la Victoria (Málaga).