OCTUBRE-DICIEMBRE 2017  

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EL VIEJO SABLE DE ULTRAMAR

  

Por  Daniel Alejandro Gómez

  

  

EN EL TECHO DEL kiosquito, yo veía latas, vidrios, palos, palomas muertas y algún que otro gato dormido de añadidura, hasta que, al fin, daba —oh alegría— con la parrillita portátil y la mandaba a las vías del tren, pues esta no consistía en otra cosa que en cuatro o cinco fierros cruzados.

—Anoche —explicaba entonces Fantasía— cayó el turquito Maradona por mi casa, el hermano del Diego. Hicimos un picadito…, y yo se las estaba pudiendo. Pero bueno, entonces el turquito me dijo que tenía hambre, y le dije que justo tenía que venir a laburar acá, y le dije que el Diego podía venirse a comer el asadito acá conmigo, y el turquito dijo que sí, y yo no pude, patrón, no pude…

—No importa, Fantasía. Pero anoche llovió tanto que ni Noé hubiera podido jugar a la pelota en un tiempo así.

—Hoy —agregaba yo— te quedás dos horas más.

No me hubiera venido mal revisar el enorme bolso de Fantasía. Dos horas después, cuando yo no estaba, de allí él sacaba carne, sal, chimichurri, cebollas, morrones y luego la malévola y subrepticia parrillita portátil. Prendía los carbones en la vereda del kiosquito, tiraba la parrillita encima, metía la carne y, luego, unos bolivianos que vendían chipa, junto a algunos albañiles argentinos y paraguayos, se arrimaban con botellas de vino: el aymará, el quechua y el guaraní resonaban en esos asados precolombinos, mientras los gatos del kiosquito me robaban las revistas.

Al día siguiente, bien prevenido por los informes de alto secreto estratégico de los diarieros del barrio, yo encontraba la nueva parrillita escondida en el techo y, claro está, la volvía a lanzar a las vías del tren.

—Mire, patrón —explicaba entonces Fantasía—, ayer justo vino el expresidente Alfonsín, y entonces, patrón, yo no pude negarme a…

Lo más increíble de todo, y siendo yo un viejo emigrante asturiano, aunque bastante acriollado ya, es que Fantasía, moreno y aindiado, pretendía hacerse pasar de español. Pues un día, en efecto, se vino con un viejo sable, un viejo sable que él decía que era de su bisabuelo y que lo había traído de Pontevedra, y yo, creo, sentí el aliento del mar ante el sable, el aliento de las olas. Yo sentí, sí, el aroma de los barcos… en el viejo sable de Ultramar.

Pero me dije, o quise decirme: ¿Este provinciano? ¿De allá de las selvas de Misiones? No, no creo.

—Ya ve, patrón —me decía—; con este sable, el viejo Peyrano se enfrentó con los ingleses y los franceses y los alemanes y los turcos y mató a cien, solamente él, en una batalla, y creo que un rey de allá de España le pidió, patrón, le pidió casarse con su hija, pero, ya sabe, patrón, el viejo no quería, y es por eso que nosotros tuvimos que…

—Fantasía —le dije—, hoy te quedás dos horas más.

Vendí el miserable kiosquito. Y resulta que Fantasía estaba más “en negro” que una bolsa de carbón, pero antes, de echarlo sin más trámite, él me sonrió con esa boca desdentada y me dijo:

—Conseguí laburo, patrón. No, no insista, patrón; me voy.

No mucho tiempo después, sin trabajo, apenas parando la olla, yo caminaba por la medianoche eludiendo a los diarieros de alto secreto estratégico.

—Fantasía —le decía cuando llegaba.

—Patrón.

Fantasía —el muy ladino patrón nuevo le había conservado el puesto— se sacaba del techo la parrillita de marras, y entonces venían los chiperos bolivianos, los albañiles paraguayos y argentinos y, ya lo saben, un viejo emigrado desempleado español. Y así tramábamos, en la vereda oscura y sin transeúntes, esos bonitos asados precolombinos como para chuparse los dedos.

Antes de volver a mi casa y aventurarme, más “cargado” que una bodega de vino, a cruzar las vías del tren, recuerdo que Fantasía explicaba:

—Mire, patrón, no quise irme, pero la oferta era buena, y necesitaban a uno que supiera inglés y algo de informática, así que tuve que pensarla; no pude, patrón, yo no pude dejar de escuchar…

—Ojalá que no te encuentren la parrillita, Fantasía —le interrumpía yo, mordisqueando un hueso miserable de los que habían sobrado.

—Eso no importa, patrón —me explicaba Fantasía, y así removíamos los dos el asado y lo removíamos con ese mismo Viejo Sable de Ultramar, y Fantasía que seguía diciendo—: Usted ya sabe que siempre se puede inventar algo.

  
                                       
  

  

      

      

DANIEL ALEJANDRO GÓMEZ (Buenos Aires, Argentina, 1974). Poeta, escritor, ensayista y artista, vive actualmente en Gijón, España. Ha estudiado Análisis de Sistemas (Centro de Altos Estudios de Informática de Olivos, Buenos Aires) y Letras (Universidad de Buenos Aires). Ha publicado la novela Sembrar Palabras (EBF Press Ediciones, España, 2002) y el libro de relatos Muerte y Vida (Eds. Mis Escritos, Buenos Aires, Argentina, 2006). Es autor asimismo de cuentos, antologías poéticas y de diversos ensayos que abarcan los ámbitos literario, político y filosófico-musical, y que han aparecido en diversas antologías (impresas y digitales), y en periódicos y revistas especializadas de Argentina, España, Brasil, Italia, Estados Unidos y Colombia.

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GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Sección 1. Página 2. Año XVI. II Época. Número 99. Octubre-Diciembre 2017. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2017 Daniel Alejandro Gómez. © La imagen ha sido tomada de una tienda virtual de Internet con la única finalidad de servir de ilustración al texto al que acompaña; por tanto, los derechos pertenecen a su(s) creador(es). Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2017 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte, adscrito a la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana, Castilión, 3, Rincón de la Victoria (Málaga).