ENERO-MARZO 2017  

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ANTES DE DORMIR

  

Por Porfirio Mamani Macedo

   

   

COMO TODOS LOS DÍAS, ANTES de meterme en la cama, tenía la costumbre de cambiar el agua a las flores que había sobre la mesa. Hace ya un año que no realizo este rito a causa de un viento muy fuerte que entró en la casa abriendo la puerta, envolviendo una sombra humana doblada hacia adelante. Yo no esperaba a nadie, pero la sombra entró tropezando con sus propios pies, y dijo casi ahogándose entre la lluvia y el viento:

—¡Me retrasé a causa de la lluvia!

Yo no le dije nada, aunque me dio ganas de empujarlo hacia fuera; sin embargo, me quedé mirándolo cómo llegaba, casi llevado en vilo por el soplo del viento que entró con él. Luego de encontrarse junto a la mesa, tambaleando como si estuviese ebrio o atolondrado, empezó a quitarse su negro saco mojado, los zapatos llenos de barro y las medias húmedas que las tenía pegadas a los pies, los cuales aparecieron desnudos, humedecidos como corchos arrugados. Fue dejando caer al piso cada cosa con disgusto y resignación, por algo que tal vez ya lo estaba destruyendo interiormente.

—Me retrasó la lluvia —volvió a decir, mirándose los dedos desiguales de sus pies.

Luego, dejó caer su cuerpo como una piedra pesada sobre la silla. No me atreví a decirle nada por temor a que descargara su angustia endemoniada conmigo. No entendía por qué azar se encontraba en mi casa ni por qué me repetía la causa de su retraso, pues yo no esperaba ni a él ni a nadie.

—La lluvia, es a causa de la lluvia —la voz, nuevamente, se expresaba desde un túnel, lejana, ronca y solitaria.

Las cosas que yo miraba en el piso, y que él había dejado ahí, formaban un montón de trapos viejos, que alguien había abandonado para siempre. Pero él estaba allí, viéndolos, o quizá sin verlos. Quedó con la cabeza metida entre las palmas de sus manos sin darse cuenta dónde ni en qué circunstancias se hallaba. Pensé que se había vuelto loco mientras regresaba a su casa.

—Llegué demasiado tarde —dijo una vez más.

Me acerqué a él para ver si podía reconocerlo. No. Me era extraño, y lloraba. Se le caían las luminosas lágrimas en la oscuridad. Viendo su rostro acongojado, por un momento lo confundí con la muerte. Retrocedí un poco más para verlo mejor en la poca luz que alumbraba la habitación. Distinguí una cara envejecida, y su barba crecida le daba una apariencia de decrepitud. Las abundantes y silenciosas lágrimas que brotaban de sus ojos me impedían dimensionar su dolor.

—¡Esta maldita lluvia! —dijo dando un fuerte golpe con los talones en el piso.

Un silencio imprevisto súbitamente se apoderó de nosotros. Nada, en circunstancias parecidas, es definitivo.

—Yo no he querido llegar tarde —resonó su voz en lo amplio de la habitación, como si deseara que todas las cosas lo escucharan.

La puerta se había quedado abierta, y a ratos me daba la impresión de que la luz del foco se iba a apagar con el viento, confundiéndola con la luz de una vela, por lo cual la cerré. Hice correr el pestillo para más seguridad, seguridad que solo mi mente podía concebir.

El hombre se paró y se puso a caminar lentamente por la habitación, arrastrando una sombra pálida que producía la luz débil, dejando las huellas húmedas de sus pies en el piso. Yo me quedé pegado junto a la puerta viéndolo andar como un fantasma, con las manos en los bolsillos. De vez en cuando se las llevaba a la altura de la cara y allí las juntaba en señal de una súplica o muestras de una desesperación extraña. Su frente se fruncía y sus ojos se hacían grandes como si estuvieran viendo un abismo. Me daba miedo interrumpirlo en su divino enfrentamiento.

—La lluvia, la lluvia —repetía de rato en rato, mientras su cuerpo se desplazaba de un lado a otro.

Subrepticiamente me deslicé hacia el lado de la ventana para ver si algo anormal estaba ocurriendo afuera. Nada. La calle estaba dormida en la incipiente lluvia nocturna de otoño. Algunas ramas de los árboles se movían con el viento. Cuando me di la vuelta para verlo, estaba arrodillado en un rincón. Solo podía verle su curvada espalda y sus pies desnudos. Oí que lloraba. Este incidente me hizo sentir ligeramente incómodo y extraño en mi propia casa. No sabía qué hacer con este hombre desconocido. Me daba piedad echarlo a la calle, pues afuera caía una lluvia torrencial.

En la mesa tenía un vaso con flores, aquel mismo vaso que yo le había obsequiado a mi mujer hace ya más de diez años. Las flores me hacían recordar el primer día que las traje. Era la fecha de nuestro encuentro. Un día como hoy. Me quedé pensando en esas flores y en la forma en que fui recibido por mi mujer, quien, desgraciadamente, ya no estaba conmigo. Le prometí que cambiaría las mismas flores hasta el final de mi vida. Promesa que he cumplido siempre. Me acerqué más a las flores y allí vi la sombra pálida del hombre que las cubría enteramente. Levanté la vista y el hombre no estaba tan cerca, pero me estaba mirando con recelo. Volví a escuchar la voz cavernosa que salía de su cuerpo antiguo. Las manos le colgaban de los hombros como frágiles ramas muertas.

—La lluvia, es a causa de la lluvia. ¿No oye cómo suenan las gotas afuera? Hoy parece ser el único día que ellas pueden expresarse a la vida. Ahora que la oigo, la siento caer en mi cuerpo, la siento que perfora mi alma.

Imposible saber si me hablaba a mí, a las flores, a su sombra o a alguien que estaba imaginando. De pronto, un impulso muy fuerte se apoderó de mí, el que me incitaba interiormente a echarlo a la calle o, por lo menos, a preguntarle quién era y qué hacía en mi casa.

—Estoy mojado y no tengo sed —dijo la voz monótona, retrocediendo hacia su rincón.

Seguí parado cerca de las flores frescas y su aroma me tranquilizó un poco, pero no impidió que le dijera:

—¿Quién es usted y qué hace en mi casa?

Escuché mi voz como nunca antes la había escuchado: seca y pastosa. Al momento me di cuenta de que me había quedado sometido a la voluntad de un ser extraño.

—Yo no tengo la culpa de nada —dijo él.

Su voz quedó ahogada en su garganta.

—¿Quién es usted? —volví a preguntarle; pensé que se trataba de un enfermo mental. Pero en el fondo de mí mismo, tenía esta definida voluntad de echarlo a la calle. No podía seguir soportando esa presencia indeseada. Por fin, sus labios se abrieron para decirme:

—Soy Onel.

Respiró un poco y continuó:

—¿Qué piensa hacer conmigo?

En esos momentos yo no pensaba en nada, tenía la cabeza vacía. La sangre se me había agolpado a la cara. Quedé con las manos tensas y los labios se me habían secado. Me dio la impresión de estar frente a un espectro humano.

—Me llamo Onel —dijo—. Como estaba lloviendo, llegué demasiado tarde. No sabía qué hacer allí, por eso me puse a errar por las calles, sin darme cuenta de dónde me dirigía. Sólo quería alejarme de allí, era lo único que quería hacer: alejarme.

Mientras hablaba, se sentó en la silla y volvió a ponerse los zapatos y los calcetines tal como estaban. Ya no se le notaban las lágrimas del principio. Había logrado dominar su desesperación. Le dije que podía quedarse por esa noche o, al menos, hasta que la lluvia disminuyera. Parecía que no me escuchaba.

—Ya no deseo nada —dijo—; ahora es demasiado tarde para todo.

Le dije que esperara un poco mientras le preparaba algo caliente, pensando que la lluvia calmaría. Murmuró algunas palabras que yo no entendí. Me fui a la cocina y lo dejé, ahí, parado como un tronco, mirándome con sus ojos negros. Cuando regresé, ya no estaba, se había ido. Había dejado la puerta abierta, y hacia ella me precipité con la taza de café en la mano. Afuera no había nadie. Ya no llovía. Cerré la puerta y me acerqué a la mesa: había desaparecido también el vaso con las flores. Ahora, del vaso sólo queda una huella circular en el centro de la mesa, y las flores a mi mujer se las llevo a su tumba.

  

  

  
                                       
 

Afuera no había nadie. Ya no llovía.

 

  

  

      

    

PORFIRIO MAMANI MACEDO (Arequipa, Perú, 1963). Poeta y escritor. Graduado en Derecho por la Universidad Católica de Santa María (Arequipa, Perú), ha cursado estudios de Literatura en la Universidad de San Agustín (Arequipa) y es doctor en Letras por la Universidad de la Sorbona (París). Ha publicado poemas y cuentos en diversas revistas de Europa, Estados Unidos y Canadá. Entre sus obras de creación cabe citar Ecos de la Memoria (poemario), Haravi, Lima, 1988; Les Vigies (cuentos), Éditions L’Harmattan, París, 1997; Más Allá del Día (Au-delà du Jour) (poemas en prosa), Éditinter Éditions, Soisy-sur-Seine, 2000); Début de la Promenade (poesía), Éditions Encres Vives, París, 2000; Voz a Orillas de un Río (Voix sur les Rives d'un Fleuve) (poemario), Éditinter Éditions, Soisy-sur-Seine, 2002; Le Jardin et l’Oubli (novela), Éditions L’Harmattan, París, 2002; Voz Más Allá de la Frontera (Voix au-delà de Frontière) (poemario), Éditions L’Harmattan, París, 2003; Un Été à Voix Haute (poemario), Trident Neuf Éditeur, Toulouse, 2004; Poème à une Étrangère (poemario), Éditinter Éditions, Soisy-sur-Seine, 2005; Avant de dormir (Antes de dormir) (cuentos), Éditions L’Harmattan, París, 2006; Lluvia después de mi caída y un Requien para Darfur (poesía), Hipocampo Editores, Lima, 2008; La Luz del Camino (poesía), Hipocampo Editores, Lima, 2010; Eaux Promises (poemas en prosa), Edilivre, París, 2011; Nous Voulons Voir la Lumière (poemas en prosa), Éditions de l’Atlantique, 2012; L’homme du vent (cuentos), Éditions du Petit Pavé, París, 2012; Amour dans la Parole (poemas en prosa), Éditions Editinter, Paris, 2013; El viaje de María Hortensia (novela), Altazor, Lima, 2013; y Voyageuse Bleue (poemas en prosa), L’Harmattan, Paris, 2015. Es también autor de ensayos, entre los que figuran Flora Tristan: La paria et la femme étrangère dans son œuvreditions L'Harmattan, París, 2003), Représentation de la société péruvienne au XX.ème siècle dans l'œuvre de Julio Ramón Ribeyro (Éditions L'Harmattan, París, 2007), La sociedad peruana en la obra de José María Arguedas. El zorro de arriba y el zorro de abajo (Fondo Editorial de la Universidad Mayor de San Marcos, Lima, 2007) y Tres poéticas entre la Guerra Civil española y el exilio: Miguel Hernández, Rafael Alberti, Max Aub (Fondo Editorial de la Universidad Mayor de San Marcos, Lima, 2009). Reside en París e imparte clases en la Universidad de Picardie Jules Verne y en la Universidad de la Sorbonne Nouvelle. Coordina el blog personal «Letras de Porfirio».

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Sección 1. Página 1. Año XVI. II Época. Número 95. Enero-Marzo 2017. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2017 Porfirio Mamani Macedo. © La imagen se usa exclusivamente como ilustración del relato, y los derechos pertenecen a su(s) creador(es). Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2017 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.