HABÍA UNA VEZ, HACE MUCHO,
mucho tiempo, un principito que era el
terremoto de su castillo. Surcaba el mar de escaleras con los
escudos de las armaduras de sus antepasados, no paraba de corretear
por los largos pasillos y revoloteaba en el jardín con cada uno de
los animalillos que se cruzaban por su paso. A pesar de que era
tremendo, era un encanto de niño y todos le apreciaban por su
carácter cariñoso y jovial.
Una mañana de verano, los reyes tuvieron que ir a atender un asunto de vital
importancia en el otro extremo del reino y no regresarían hasta el anochecer
del día siguiente. El pequeño príncipe Aarón despidió a sus padres, pensando
que se quedaba a cargo del castillo, aunque lo cierto era que el rey había
dejado aquella responsabilidad a su fiel consejero.
Esa noche, el principito revisó que todo estuviera en orden en el castillo:
se aseguró de que las tareas estuviesen terminadas, examinó todos los
papeles del escritorio de su padre —sin entender ninguno— y comprobó que las
puertas y ventanas estuvieran bien cerradas. Fue un trabajo muy duro y acabó
agotado. Había llegado el bien merecido momento de irse a dormir. Cogió su
conejito de peluche favorito y lo abrazó con fuerza, colocó muy bien la
cabeza en su almohada de plumas de oca, bostezó muy sonoramente, cerró los
ojitos, sonrió satisfecho de su trabajo y...
Toc - toc
-
toc
—Pero, ¿quién será a estas horas? —pensó el principito en voz alta. Bajó
de la cama, se puso las zapatillas, recorrió el largo pasillo, bajó las
interminables escaleras y abrió la enorme puerta de madera chirriante.
—Holaaa, holaaa, ¿quién ha llamado? —dijo extrañado al no ver a nadie.
—He llamado yo, alteza —respondió con un hilillo de voz una pequeña y
preciosa mariposa de mil colores.
—Ah, buenas noches, mariposa. Dime, ¿en qué te puedo ayudar?
—Yo, es que... he tenido una pesadilla y no puedo volverme a dormir. Me
tiemblan las alas. Creo que necesito un besito de príncipe —respondió
tímidamente la mariposa.
—¡Eso es muy fácil! —exclamó sonriente el muchacho. Le tendió la palma de la
mano para que se posase en ella y la acercó lentamente hasta su ojo, para
darle un suave besito con las pestañas en las alas temblorosas.
—Ummm, me está entrando mucho sueño. Qué bien. Muchas gracias, príncipe
Aarón. Me voy a dormir a mi flor y a tener dulces sueños. —Y se fue volando
feliz y veloz.
—Estupendo, ahora me voy yo también a dormir.
El principito subió de nuevo a su dormitorio, se metió en la cama, abrazó su
peluche, se acomodó en la almohada, bostezó aún más fuerte que antes, cerró
los ojos, sonrió contento por haber podido ayudar él solito a la mariposa,
y, cuando estaba a punto de dormirse de nuevo,
Toc - toc
-
toc
—¡Otra vez!, ¿quién será ahora? —exclamó el principito. Bajó de la cama por
segunda vez, se puso las zapatillas de nuevo, recorrió el larguísimo
pasillo, bajó las inacabables escaleras otra vez y abrió la gran puerta de
madera, que volvió a chirriar.
—Buenas noches, alteza —dijo con voz ronca un enorme dragón de escamas rojas
y verdes, mientras el principito le miraba asombrado y algo temeroso porque
nunca había visto tan de cerca un dragón.
—Buenas noches, señor dragón, ¿en qué puedo ayudarle? —respondió el príncipe
Aarón con voz educada pero temblorosa.
—No puedo dormir porque estoy muy preocupado. Hace más de una semana que al
rugir no sale fuego de mi boca y el doctor me ha recetado gárgaras de agua
caliente con miel y eucalipto y un abrazo de príncipe. He estado haciendo
las gárgaras pero...
—Entendido. ¡Pues aquí va el abrazo que te falta para curarte! —y le dio el
abrazo más fuerte que pudo con sus tiernos brazos.
—Mil gracias, príncipe Aarón, ummmmm, me voy a mi cueva, por fin dormiré
tranquilo esta noche —dijo el dragón mientras comenzaba a batir sus enormes
alas, iluminando la oscura noche con sus rugidos de fuego.
El principito subió otra vez a su cuarto, se metió en la cama, cogió su
peluche, dejó caer la cabeza en la almohada, dio un bostezo que se oyó en
todos los rincones del castillo, cerró los ojos, sonrió cansado pero feliz
por haber podido ayudar él solito a la mariposa y al dragón, y, cuando
estaba a punto de dormirse de nuevo,
Toc - toc
-
toc
—¡No me lo puedo creer! ¡Qué trabajo más duro el mío! —se quejó el
principito. Bajó de la cama por tercera vez, se puso las zapatillas de mala
gana, recorrió el largo pasillo farfullando, bajó las interminables
escaleras y abrió la pesada puerta de madera, con chirrido desquiciante.
—Buenas noches, señor búho —dijo el principito tan amable como siempre pero
ya un poco harto—. ¿Qué puedo hacer por usted?
—Buenas noches, príncipe Aarón. Su padre me ha encomendado al marcharse la
tarea de vigilar que durmiese bien su alteza esta noche desde la rama más
alta ese árbol, pero como ha cerrado la ventana de su dormitorio...
—Ahhhh, no se preocupe, señor búho, ahora mismo la abro —dijo el príncipe
mientras arrancaba a correr.
El principito subió veloz a su dormitorio, abrió las cortinas y la ventana
de par en par, se metió de un salto en la cama, buscó y abrazó fuertemente
su conejito de peluche, dejó caer plácidamente la cabeza en la almohada de
plumas de oca, bostezó aliviado, cerró los ojitos, sonrió feliz por haber
podido ayudar a la pequeña mariposa, al enorme dragón y al anciano búho ¡él
solito!, y se durmió, por fin, tranquilo con el dulce olor de los jazmines
que entraba por la ventana y el ulular agradecido del búho real que velaría
su sueño.
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