N.º 64

NOVIEMBRE-DICIEMBRE 2009

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SITIO Y TOMA DE MÁLAGA POR ABD AL-AZIZ

Por  Sergio García de Paz

L

a reconstrucción de la huella islámica en la ciudad de Málaga se ve nublada en demasiadas ocasiones por numerosos factores. Desde el punto de vista de la historiografía, a excepción de obras concretas que pueden caracterizarse como fiables, las fuentes de estudio son insuficientes o muy escasas, si bien se hace necesario aclarar que esta escasez no se debe, en modo alguno, a la destrucción intencionada a lo largo de la historia de cualquier vestigio documental del dominio árabe ni tampoco a la falta de interés por la conservación del patrimonio histórico musulmán. De cualquier manera, cualquier reconstrucción de la memoria islámica en nuestra península, cuyo inicio podríamos catalogar con las obras de Francisco Guillén Robles y de Francisco Javier Simonet1, se encontrará siempre a la sombra de la Reconquista.

  

Características socio-políticas de la Hispania visigoda

A finales del siglo VII, las luchas intestinas por el poder entre dos grandes familias de la nobleza visigoda son continuas. Estas disputas, unidas a la crisis social y económica que empieza a dejarse notar por esta época, llevaron a la Hispania visigoda a una situación límite sin control y de gran debilidad política y militar.

   
     

  

Al morir Witiza en el 710, un poderoso grupo de nobles, en disconformidad con la decisión del rey, elige a Rodrigo, duque de la Bética.

   

Sobre el interés de la ciudad de Málaga en la época, el arqueólogo Rafael Puertas Tricas2 dejó un espléndido resumen del papel político y estratégico que cumplió la ciudad dentro de la provincia Bética como lugar codiciado tanto de bizantinos como de visigodos por su estratégica situación costera.

El antecedente inmediato a la invasión fue una disputa más en torno a la sucesión, que se diferenció de las ya habituales por su severidad y que sumió al territorio nacional prácticamente en una guerra civil. Todo empieza cuando el rey Witiza, contraviniendo las leyes que los obispos habían promulgado para la elección de los monarcas, decide que Agila, uno de sus hijos, le sucediera como rey. Obrando en consecuencia, como paso previo, en el 708, primero lo nombra duque de la Tarraconense y luego lo asocia al trono.

Sin embargo, al morir Witiza en el 710, un poderoso grupo de nobles, en disconformidad con la decisión del rey, elige a Rodrigo, duque de la Bética, para sucederle al frente de la corona. Este hecho suscitó un serio enfrentamiento contra la nobleza witiziana, que se ratifica en su posición, reconociendo a Agila como rey de la zona norte del reino, las provincias Tarraconense y Narbonense, en tanto que Rodrigo se queda con el dominio de la parte sur peninsular, con capital en Toledo. Así, el reino visigodo de Hispania quedaba fragmentado en dos partes, lo que hace más patente su inestabilidad política y su debilidad militar.

A la vista de las circunstancias anteriores, no resulta sorprendente que Rodrigo fuera derrotado en un comienzo por los invasores, pues apenas gozaba de respaldo alguno, y, si tenemos en cuenta que el poder político estaba dividido, tampoco extraña que, tras su derrota, no hubiera ningún grupo o magnate capaz de actuar como autoridad central para reorganizar el ejército y preparar la defensa del reino.

Por otra parte, representantes de la nobleza bética que estaba descontenta con el nuevo rey, del sustrato romano que no estaba de acuerdo con la dominación goda y del pueblo hispano-judío, un colectivo que se sentía oprimido y perseguido, mantenían reuniones secretas con los dirigentes musulmanes desde hacía unos años. Todos estos hechos suponían un aliciente a la inminente incursión de las tropas árabes en la Península.

Por tanto, la debilidad del reino visigodo de esta época puede atribuirse a tres factores principales: las divisiones internas entre las clases elevadas acerca de la sucesión del reino; el descontento de muchos sectores sociales ante los privilegios de las clases superiores frente a otras que se consideraban agraviadas, y, por consiguiente, la dudosa fidelidad del ejército, que se nutría de éstas últimas; y, finalmente, las continuas persecuciones de que era objeto la comunidad hispano-judía.

 

Conquista de Hispania y desaparición del Reino godo

El primer contingente importante de musulmanes puso pie en el Sur de la Península Ibérica en abril del año 711. Todo lo que sigue a este momento sólo se conoce de manera confusa o, en muchos casos, a través del sutil halo de la leyenda. Para los habitantes de la Hispania visigoda, esta conquista —que culminaría en el año 716— supuso un cambio drástico en sus vidas: el paso de una cultura a otra bien diferente. En cambio, para los árabes, la invasión del territorio representaba simplemente una fase más de un largo proceso de expansión hacia Occidente, iniciado más ochenta años antes.

   

     

Tarik avanza como un torbellino hacia el interior peninsular y se enfrenta a las tropas de Rodrigo en un valle que la mayoría de los historiadores identifican actualmente ubicado junto al río Barbate, aunque otros perseveran en afirmaciones anteriores de localizarlo junto al Guadalete. El resultado fue una victoria concluyente de los musulmanes sobre las huestes visigodas.

 
   

La disconformidad con la fragmentación del reino que había seguido a la elección de Rodrigo I como rey frente a Agila II, hijo de Witiza, se dejaba notar en un notable descontento de muchos nobles contra el duque de la Bética. Por otra parte, y más al sur, el conde Julián, exarca bizantino de Septa (Ceuta), no dejaba de alentar a los dirigentes musulmanes a invadir la Península y apoderarse de ella, más bien por razones personales que por cuestiones políticas: según cuenta la tradición, a causa de una afrenta personal con el propio Rodrigo. Sea como fuere, unos y otros procuraron despertar el interés de los musulmanes hacia Hispania, interés que llegó a su punto álgido cuando Oppas, tío de Agila y obispo de Toledo, solicita explícitamente ayuda a los musulmanes para derrocar al rey Rodrigo, y, para facilitar la invasión, se comprometen a prestar una ayuda considerable.

Musa ibn Nusayr, gobernador árabe del Noroeste de África, decide apoderarse del reino godo, a cuyo fin envía a Tarik ibn Ziyad al frente de un ejército de unos siete mil hombres, transportados en naves proporcionadas por Julián, que desembarca en Gibraltar3 el 30 de abril del 711. Tarik avanza como un torbellino hacia el interior peninsular y se enfrenta a las tropas de Rodrigo en un valle que la mayoría de los historiadores identifican actualmente ubicado junto al río Barbate, aunque otros perseveran en afirmaciones anteriores de localizarlo junto al Guadalete. El resultado fue una victoria concluyente de los musulmanes sobre las huestes visigodas. Rodrigo murió en la batalla o, en todo caso, desapareció, pues de él nada se supo.

En el 712, el propio Musa, acompañado de su hijo Abd al-Aziz ibn Musa y con un ejército de 18.000 hombres, cruza el Estrecho e inicia la conquista de lo que quedaba del territorio visigodo. Un año después, el 30 de junio del 713, entra victorioso en Toledo, capital del reino godo.

Al parecer, Agila II, con el fin de congraciarse con los invasores y de asegurarse el trono, viaja, en el 712, junto con sus dos hermanos y un extenso séquito, a Toledo, donde se encontraba Tarik, pero éste debió remitirle a Musa ibn Nusayr, a la sazón en campaña por el Sur, quien, no queriendo asumir ninguna responsabilidad política de deslindar las pretensiones al trono del visigodo de la invasión peninsular, envía al monarca godo a Damasco, para que fuera el propio califa quien tomara la última decisión. Agila debió salir de Hispania el mismo año 712, dejando, probablemente, la responsabilidad de sus intereses políticos en manos de parientes u hombres de su confianza.

Hacia el 714, debió conocerse en Hispania la renuncia fáctica de Agila al trono, y los magnates witizianos de la Tarraconense y Narbonense eligieron a Ardón como nuevo rey. Con todo, se sabe que Agila se mantuvo como rey en una zona reducida del Norte hasta su muerte en el 716.

En 714, Musa ibn Nusayr y Tarik ibn Ziyad fueron convocados ante la corte de Damasco, y el mando supremo árabe en España fue confiado al hijo de Musa, Abd al-Aziz.

 

Conquista de la Málaga visigoda

   
     

  

Tarik ibn Ziyad, primer dirigente árabe que desembarca en las costas de Hispania, el 30 de abril del 711.

   

La población judía, descontenta por la persecución que había sufrido bajo la dominación goda, se unió a los musulmanes desde el primer instante, no tanto por pensar que iban a encontrar ellos unos buenos amigos cuanto por verlos como unos opresores más benignos. Por su parte, el sustrato de población romano-cristiana quedó sorprendida al comienzo de la rapidez con que iban sucediendo los acontecimientos, pero pronto empieza a percatarse de las intenciones de perpetuarse de los nuevos invasores en la Península y espera el momento más idóneo para levantarse en armas contra ellos y alcanzar su independencia. Y el momento, con Musa y Tarik luchando en el centro contra el ejército godo, se presentaba propicio para combatir por la ansiada independencia. Y así, Teodomiro, un ilustre magnate godo de Murcia, consciente de las circunstancias y temeroso de la nueva esclavitud de que iban a ser objeto, se levanta en armas contra los musulmanes, y su grito de rebeldía halla eco en Málaga y Almería.

La única fuente localizada en la que se describe y confirma la conquista de la ciudad de Málaga por Abd al-Aziz se halla en la obra de Francisco Guillén Robles4, quien nos dice que el hijo de Musa, tras la partida de su padre y de Tarik a Damasco a requerimiento del califa, fue nombrado comandante jefe de las fuerzas árabes en Hispania.

Consciente del grave problema que le planteaba esta sublevación, el caudillo musulmán decide atajarla con rapidez, para lo cual recluta un gran ejército, principalmente entre la población judía, y sale al encuentro de Teodomiro, a quien derrota y, dando pruebas de magnanimidad con los vencidos, perdona la vida, contentándose sólo con su sumisión5. A continuación, se apodera de las comarcas de Murcia y Almería, y entra en las de Málaga, a cuya plaza pone sitio.

Empezó el cerco y Abd al-Aziz congregó en torno a la ciudad lo más florido de su ejército, pero la ciudad se hallaba perfectamente defendida por importantes fortificaciones y su conquista no iba a resultar fácil. Por otra parte, los malagueños, decididos a defender con las armas sus vidas y haciendas, cerraron las puertas de la ciudad y, vigilando escrupulosamente en las murallas y baluartes, impedían las sorpresas y hacían peligroso el asalto.

Cuando se dudaba de la eficacia del cerco y una pronta redición de la plaza, una circunstancia casual vino a favorecer a los sitiadores. El gobernador de Málaga, hombre poco avisado, como dice la crónica árabe, o quizás de gran corazón, cansado de las molestias del asedio, tomó la costumbre de salir de la seguridad de la plaza a unos jardines que había en los arrabales, sin tomar la precaución de hacerse acompañar de una guardia y establecer vigías.

Abd al-Aziz tuvo noticia de esta imprudencia y envió a algunos de sus más valientes y diestros soldados a que le acechasen y procuraran cogerle prisionero. Sorprendido por sus enemigos entre las sombras de la noche, al desprotegido cristiano le fue imposible defenderse y es hecho prisionero y llevado a presencia del líder musulmán.

Abd al-Aziz pensó que, con su jefe en prisión, la plaza pronto abandonaría su resistencia y depondría las armas, pero Málaga continuó resistiendo con heroica obstinación las continuas y frecuentes embestidas del enemigo. Ni el hambre ni las más ventajosas condiciones de rendición influyeron en el ánimo de la brava población malagueña.

Estaba admirado el caudillo musulmán de la tenacidad defensiva de la plaza, pero, vista la urgencia de su conquista, decide tomarla al asalto. Y llegada la noche, aprovechando la oscuridad, escala las murallas y consigue apoderarse de la ciudad, que es entregada al más cruel de los saqueos, lo que proporcionó a los conquistadores un rico y cuantioso botín.

   

     

Un dirham hispano-árabe, acuñado en Almería en tiempos de Abd al-Aziz.

 
   

En este punto conviene dejar constancia de que, pese a la afirmación de Guillén Robles de que fue Abd al-Aziz quien conquistó la plaza de Málaga, existe una controversia historiográfica sobre esta cuestión planteada por investigadores posteriores. Según José María Ruiz Povedano, existen dos hipótesis en torno a la conquista de la ciudad de Málaga. La primera de ellas, basada en los ‘Ajbar Machmua, sostiene la idea de que la ciudad fue sitiada en el año 711 por un contingente enviado por Tarik ibn Ziyad al mando del general Zaide ibn Kesadi, que ya se había adueñado de Archidona, plaza de gran importancia. La segunda hipótesis, extraída de los testimonios de Ibn Askar, sostiene, sin embargo, que fue Abd al-Aziz quien, en el año 713, conquista la actual ciudad de Málaga6.

Los conquistadores árabes yemeníes y beréberes buscaron inicialmente el dominio de Málaga, sin duda por su carácter de centro administrativo y cabecera del territorio, a efectos del control político, económico, fiscal, etc.

Después de la conquista de la ciudad, el dirigente árabe continuó su expedición hacia el interior del territorio y se detuvo en el pintoresco valle donde existió el municipio romano de Nescania. Enamorado de su admirable clima, de este cielo azul tan hermoso y de sus encantadores vergeles, fijó durante un tiempo su cuartel general allí, en aquel valle, que se conocería más adelante (y todavía es así) con el nombre de Valle de Abdalajís.

Según las crónicas árabes de la época, Abd al-Aziz se casó con Egilona, la viuda del rey Rodrigo, y, al tratar de liberarse de la tutela del califato, se ganó la enemistad de otros jefes árabes, que acabaron por asesinarle en el 716. Con su muerte concluye la fase de conquista de la Península Ibérica.

 

La Málaga musulmana

Tras la expedición de Abd al-Aziz, el territorio de la actual provincia de Málaga quedó definitivamente en poder musulmán: en un principio, los ejércitos de Musa y Tarik, compuestos de bereberes, de esclavos, de judíos y de visigodos traidores, fueran cuales fueren las razones, quemaron pueblos y asesinaron a sus moradores. No obstante, no fue ésa la práctica habitual.

Del mismo modo que la incorporación de la ciudad al dominio árabe fue inmediata, su islamización fue un largo proceso de adaptación en profundidad del territorio y la ciudad, así como de los pobladores de las diversas etnias que desde entonces la cohabitaron (hispano-visigodos, judíos, así como los recién llegados árabes y bereberes). No obstante, independientemente de la rapidez con que fuese islamizada, lo que sí es seguro es que la conquista trajo consigo importantes cambios en el poblamiento de la ciudad. Los primeros asentamientos de conquistadores árabes yemeníes (yundíes) y bereberes se llevaron a cabo sin grandes problemas por parte de los hispano-visigodos que ya habitaban la ciudad. Sin embargo, gran parte de la población se vio forzada a huir y refugiarse en los actuales Montes de Málaga, donde vivían en refugios-fortalezas (husun).

Está muy generalizada la errónea idea según la cual la guerra santa o yihad significaba que los musulmanes dieron a elegir a los hispano-visigodos de la ciudad «entre la espada y el Islam». En algunos casos sucedió así, pero esto sólo ocurrió cuando sus adversarios eran politeístas o idólatras. Para los judíos, los cristianos y otros «pueblos del libro», es decir, para los monoteístas con tradiciones escritas —expresión que se interpretaba muy liberalmente—, existía una tercera posibilidad: el estatuto de dimmíes. Gracias a éste, la población que permaneció en la ciudad podía, mediante el pago de la capitación, mantener su religión y su derecho (forum iudicum). Además, los musulmanes concedieron a esta ‘población protegida’ el derecho a gobernarse por una autoridad elegida de entre ellos mismos, autoridad que, con el título de conde, estaba encargada de asegurar el orden interno y de recaudar los tributos que los árabes les habían impuesto. En el Oriente Medio, este hombre responsable era, por lo general, el anterior jefe religioso de un grupo de creyentes como, por ejemplo, un patriarca o un obispo.

                               
 

La Alcazaba de Málaga se encuentra en la parte más alta se encuentra el Castillo de Gibralfaro. Su enclave singular, frente al puerto, hace creer que fue una fortificación de la época musulmana. Fue construida por Badis-Maksan y completada por el emir Abderrahman I, entre los años 756 y 788. En 1065, pasó a manos del Reino de Granada, cuyos reyes también la engrandecieron. El edificio fue reformado entre los siglos XIII y XVI, produciéndose una fusión con el de castillo de Gibralfaro.

 

Debido a esta singular forma de conquista, la ciudad no sufrió una interrupción en su vida urbana, y esta continuidad se hace patente incluso en su onomástica. Sin embargo, los musulmanes conquistan una ciudad que, desde hacía siglos, se hallaba en pleno proceso de despoblación y, consecuentemente, en decadencia de las actividades urbanas y portuarias. El puerto permanecería inoperante y sus instalaciones serían reemplazadas por un cementerio islámico. La superficie habitada era similar a la de la ciudad romana, y la despoblación se incrementó aún más con la huida de muchos hispano-visigodos hacia los ahora llamados Montes de Málaga. Desde los primeros momentos, sólo un contingente árabe se asentó en la Málaga árabe (Malaka), para lo que se edificó la primitiva Alcazaba, con objeto de asegurar el mantenimiento del fisco. La función militar-fiscal de la Alcazaba motivó, a mediados de siglo VIII, la construcción de una mezquita en su parte baja.

Tiempo después, Malaka sería una de las ciudades mejor consideradas de toda al-Andalus. Y así lo dejarían ver en sus obras el cronista andalusí Ahmad ibn Muhammad al-Razi (887 – 955) o el viajero y explorador Abu Abd Allah Muhammad ibn Battuta (1304 - 1368).

En suma, más de setecientos años de dominio musulmán en la provincia de Málaga del que apenas hoy quedan algunos vestigios. La recuperación de nuestro pasado y la comprensión de los hechos que acontecieron antaño son una responsabilidad que ha de asumir el conjunto de la sociedad. Sólo el conocimiento del pasado puede evitar que se vuelvan a caer en los errores cometidos. Conocer el pasado árabe de Málaga es conocer un poco más a la Málaga de hoy: es conocer sus calles, su arquitectura y, en cierta medida, conocer un poco más a su gente.

   

  

  

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NOTAS

1 RUIZ POVEDANO, José María (2000): Málaga, de musulmana a cristiana. 1.ª ed., Ed. Libr. Ágora, Málaga; pág. 31.

2 Rafael Puertas Tricas fue director durante 32 años del Museo de Bellas Artes de Málaga.

3 El topónimo ‘Gibraltar’ no es sino una derivación de «yabal Tarik», ‘montaña de Tarik’.

4 Historia de Málaga y su Provincia (I), edición facsímil de la de 1874, Ed. Arguval, Málaga, 1994; págs. 102-103. El detalle del asedio vuelve a describirlo en Málaga musulmana (I), edición facsímil de la de 1880, Ed. Arguval, Málaga; págs. 34-35.

5 Sin embargo, en el 713, Abd al-Aziz llegó a un acuerdo con el príncipe visigodo Teodomiro y firmaron el Pacto de Teodomiro, también conocido como el Tratado de Orihuela. Según éste, el señorío de Teodomiro, que comprendía, a grandes rasgos, las actuales provincias de Alicante y Murcia, seguía manteniendo cierta independencia, aunque debiendo reconocer la soberanía islámica. Con este pacto se logró también el respeto de la libertad de culto de los oriolanos, previo pago de un impuesto especial.

6 Según José María Ruiz Povedano: op. cit., pág. 32: «[...] según sigamos los ‘Ajbar Machmua o a Ibn Askar: la ciudad fue conquistada en el 711 por un destacamento enviado por Tarik o en el 713 por Abd al-Aziz».

   

   

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

“Agila II”, en WIKIPEDIA [En línea]. Disponible en la web: http://es.wikipedia.org/wiki/agila_II. (Consulta del 24 de noviembre de 2008).

CEBRIÁN, Juan Antonio (2004): La aventura de los godos. 1.ª ed., La Esfera de los Libros, Madrid.

GUILLÉN ROBLES, Francisco (1874): Historia de Málaga y su provincia. Edición facsímil. Ed. Arguval, 2.ª ed., Málaga, 1985; 2 tomos.

GUILLÉN ROBLES, Francisco (1880): Málaga musulmana. Edición facsímil. Ed. Arguval, 3.ª ed., Málaga, 1994; 2 tomos.

MELLADO, Juan de Dios [ed.] (2004): Enciclopedia General de Andalucía. Tomo I, C&T EDITORES, Sevilla.

RUIZ POVEDANO, José María (2000): Málaga, de musulmana a cristiana. La transformación de la ciudad a finales de la Edad Media. 1.ª ed., Ed. Libr. Ágora, Málaga.

SÁNCHEZ MANTERO, Rafael (2001): Historia breve de Andalucía. 1.ª ed., Sílex Eds., Madrid.

WATT, William Montgomery (1965): Historia de la España islámica. 4.ª ed., Col. ‘El Libro de Bolsillo’, Alianza Ed., Madrid, 1981.

   

   

Sergio García de Paz (Málaga, 1986). Diplomado en Maestro en Educación Musical por la Universidad de Málaga. Ha cursado los estudios de Magisterio en la Facultad de Ciencias de la Educación de esta universidad.

   

   

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Bimestral de Cultura. Año VIII. Número 64. Noviembre-Diciembre 2009. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2009 Sergio García de Paz. © 2002-2009 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

   

   

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