tan sólo
meses del
inicio de la
Guerra
Civil, las
tropas del
aún
incipiente
movimiento
revolucionario
que surgió
del golpe de
Estado
protagonizado
por el
general
Francisco
Franco el 18
de julio de
1936 se
disponían ya
a la toma de
la población
republicana
de Málaga.
Como
consecuencia
de ello, el
7 de febrero
de 1937,
unos cien
mil
malagueños
‘rojos’
hubieron de
emprender un
terrible
éxodo ante
la noticia
de la
inminente
llegada de
los
‘nacionales’
a Málaga.
Tomando el
camino
Málaga-Almería,
unos
llegaron al
destino,
otros fueron
detenidos y
muchos
fallecieron.
Las líneas
que siguen
son una mera
trascripción
de los
escritos de
un hombre
formidable,
cuya
humanidad
aún perdura
en el
recuerdo
agradecido
de muchos
mala-gueños
que, siendo
niños,
hubieron de
sufrir
aquella
terrible
travesía,
aquella
sangrienta
caminata, en
busca de la
salvación de
sus vidas.
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Málaga, bajo el bombardeo de la avión de los nacionales (1937). |
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La psicosis
del miedo
El 7 de
febrero de
1937, el
ejercito
italofran-quista
estaba ya a
pocos
kilómetros
de Málaga
una ciudad
que no
recibía los
refuerzos
que le
habían sido
prometidos
por el
Gobierno
central de
Madrid para
la defensa
de la plaza.
Por ello,
considerando
irremediable
la caída de
Málaga, el
Gobierno
republicano
de la
localidad
decidió
trasladar su
sede al
pueblo de
Nerja para
preparar una
contraofensiva,
que nunca
llegó a
efectuarse
por falta de
medios. La
suerte de
Málaga
estaba
decidida y
la pronta
huida se
hacía
necesaria.
La población
malagueña se
vio influida
por los
testimonios
de los
refugiados
que
venían a la
capital
desde
otras
ciudades y
pueblos de
la
provincia,
comentando
las
espeluznantes
experiencias
sufridas con
la llegada
de las
fuerzas
italo-nacionalistas
y las
represalias
de que
habían sido
objeto por
parte del
brazo
político de
la Falange.
Pero por
quienes los
malagueños
sentían un
pánico
indecible
eran las
tropas de
origen
marroquí
enroladas en
las filas
del ejercito
nacional. De
ellas decían
los que
acaban de
llegar que
violaban a
las
mujeres, sin
hacer
distingos
entre niñas,
ancianas y
jóvenes,
para
clavarles
luego en el
pecho su
machete,
extraerles
el corazón y
blandirlo
atravesado
al aire.
Añá-dase a
este miedo
psicológico
las
continuas
amenazas que
Queipo Llano
proliferaba
casi a
diario desde
Sevilla por
radio.
Amenazas por
radio, como
la que se
recoge en
estas
líneas:
“¡Malagueños!
Me dirijo a
los
milicianos.
[...] la
suerte está
echada y
habéis
perdido. Un
círculo de
hierro os
ahogará en
breves
horas. [...]
la carretera
de Motril
está
cortada. Es
inútil
vuestra
resistencia[...]”.
La toma de
Málaga
Un clima de
excitación
así puede
explicarnos
el que hecho
de que,
desde los
primeros
días de
febrero,
empezaran a
plantearse
las familias
la huida a
otro sitio,
pero en un
número muy
escaso. La
evacuación
masiva de la
población
civil
malagueña
comenzó el
domingo día
7. La
histeria se
hizo
colectiva
conforme se
iban
precipitando
los acon-tecimientos.
Y así, la
mañana del
lunes día 8
de febrero,
un
contingente
de 25.000
soldados
alemanes,
italianos y
moros
entraron en
la ciudad.
Las tropas
iban
apoyadas por
tanques,
submarinos,
barcos de
guerra y
aviones, con
el fin
último de
aplastar las
precarias
defensas de
la ciudad,
sólo
mantenidas
por un
pequeño
grupo de
soldados
republicanos
sin apenas
experiencia
militar y
sin tanques,
ni aviones
que los
defendieran.
Los
nacionales
entraron en
lo que,
prácticamente,
era una
ciudad
desierta,
del mismo
modo que
habían hecho
en cada
pueblo y
ciudad que
había sido
incorporada
a la zona
nacional.
La larga
marcha
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|
El Dr. Borman Bethune, junto a una ambulancia que él mismo ha ayudado a financiar. En círculos, su equipo del Servicio Móvel de Transfusiones de Sangre en España, verdadera innovación en la historia de la Medicina (1937). |
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Ya no
quedaban
medios de
transportes,
nada estaba
organizado;
sólo se
escuchaban
comen-tarios
de que la
única vía
libre era
ésa, la
huida hacia
Almería, ya
que un bien pertrechado
contingente
de soldados
enemigos se
disponía a
avanzar tras
ellos.
No sólo la
sensibilidad
ante los
relatos que
habían
difundido
los
refugiados,
sino también
el mismo
espectáculo
de la gente
sacando en
carritos o
sobre
animales sus
pertenencias
más
imprescindibles,
incitaba al
resto a no
quedarse
una hora más
en la
ciudad.
Hasta
quienes se
habían
quedado por
tener algún
familiar
enfermo o
algún
anciano,
decidieron
partir a
última hora
con ellos.
Y así fue
cómo un
contingente
de unas
150.000
personas,
entre
hombres,
mujeres y
niños, se
dispuso a
huir en
busca de la
seguridad
que pudiera
ofrecerle
Almería, una
ciudad
situada a
unos 200
kilómetros.
Muchos
malagueños
ni siquiera
tenían
conocimiento
de dónde
quedaba
Almería, ni
se hacían la
idea de los
kilómetros
que
separaban a
ambas
ciudades.
Sin embargo,
llevados de
ese terror
colectivo,
salieron de
Málaga con
utensilios
de cocina,
comida,
ropa,
colchones...,
de los que
tuvieron que
ir
desprendiéndose
a lo largo
del camino
por las
inconveniencias
que
presentaban
a un avance
fluido hacia
su destino.
La carretera
Málaga-Almería
La carretera
de Málaga a
Almería se
halla
encerrada,
limítrofe
por un lado,
con las
altas
montañas de
Sierra
Nevada, y
por el otro,
con el mar;
está
construida
sobre la
ladera de
unos
acantilados
y sube y
baja a más
de 2
kilómetros
por encima
del nivel
del mar. Un
joven fuerte
y sano puede
caminar a
pie unos 40
o 50
kilómetros
diarios. El
viaje a que
estas
mujeres,
ancianos y
niños debían
enfrentarse
les llevará
5 días y 5
noches de
camino, al
menos. No
encontrarán
alimentos en
los pueblos,
ni trenes,
ni autobuses
para
transportarlos.
Ellos debían
caminar y, a
medida que
iban
andando, se
tambaleaban
y tropezaban
con los pies
llenos de
rajas y de
heridas de
ir por el
pedernal y
el ardiente
asfalto de
la
carretera.
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El Dr. Norman Bethune con uniforme de mayor médico de las Brigadas Internaciones (Febrero de 1937). |
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Pero los
momentos más
dramáticos
tenían lugar
cuando los
aviones de
los
sediciosos
bombardeaban
el estrecho
camino, o
los buques
“Cervera” y
“Baleares”
proyectaban
contra los
acantilados
para que la
metralla
rebotara e
hiriera a
los
ambulantes.
Era cuando
el camino se
cubría de
muertos y
heridos, y
cuando la
escena se
plagaba de
los lamentos
de los
heridos y de
los gritos
de las
madres que
buscaban a
sus hijos
extraviados
o ante sus
hijos
fallecidos.
La imagen
era
verdaderamente
aterradora.
El doctor
Norman
Bethune, un
médico
solidario
El doctor
canadiense
Norman
Bethune
(1890-1939)
fue un
brillante
cirujano
especia-lizado
en el
tratamiento
de la
tuberculosis
y autor de
un
importante
tratado
profesional,
que, en
1936,
decidió
trasladarse
a España
como médico
voluntario
de las
Brigadas
Inter-nacionales.
Según
contaría
luego el Dr.
Bethune en
sus
“Memorias de
la Guerra
Civil
española”,
la situación
fue terrible
cuando
aquella
expedición
de
patibularios
casi
fallecidos a
causa del
hambre y la
nula higiene
llegó a
Almería. A
las 5 horas
del día 10
de febrero,
un grupo de
sanitarios
llegó a
Almería
desde
Barcelona
con un
camión
refrigerado,
cargado de
sangre
almacenada:
una unidad
móvil de
transfusión
de sangre,
algo tan
insólito en
aquellos
tiempos que
fue
calificada
de utópica e
impracticable.
El doctor,
que se
encargó él
sólo de la
organización
y
financiación
del
proyecto,
instaló un
frigorífico,
un
esterilizador
y diverso
material
médico en
una
camioneta
que había
mandado que
se
habilitara
para servir
de
ambulancia.
Fue en
Almería
donde
aquellos
pobres
oyeron por
vez primera
que Málaga
había caído.
También el
Dr. Bethune
recibe la
noticia,
pero
mantiene
inquebrantable
su decisión
de recorrer
el camino de
vuelta en
busca de los
heridos y
otros
desvalidos
que pudieran
haber
quedado
abandonados
en las
cunetas de
la carretera
y sus
cercanías.
La comitiva
de la muerte
La primera
caravana se
encontraba a
unos 20
kilómetros
desde
Almería
dirección
Málaga. Aquí
estaban los
más fuertes
con todas
sus
pertenencias
sobre los
burros, las
mulas y los
caballos.
Los pasan,
y, cuanto
más se
alejan, no
cesan de
aparecer
personas en
un estado
aún más
penoso. A su
vista,
muertos,
heridos por
todas
partes... La
visión es
dantesca.
Llegaron
hasta un
punto en que
los soldados
que habían
quedado
rezagados en
la carretera
entre la
población
civil les
recomendaron
no avanzar
más, porque
el ejército
franquista
estaba justo
detrás.
Decidieron
que lo mejor
era volver y
comenzar a
poner a
salvo los
peores
casos. Era
difícil
elegir
cuáles
llevarse, y
el coche es
asediado por
una multitud
de madres
histéricas y
padres
frenéticos
que, con los
brazos
extendidos,
sujetan
hacia ellos
sus hijos,
que tenían
los ojos
congestionados
y la cara
hinchada
tras cuatro
días bajo el
sol y el
polvo. Los
niños, con
brazos y
piernas
envueltos
con harapos
ensangrentados,
sin zapatos,
con los pies
hinchados y
aumentados
de dos veces
su tamaño,
lloraban
desconsoladamente
de dolor,
hambre y
agotamiento.
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Decenas de vehículos cargados de gente con destino a Almería (Febrero de 1937). |
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Fueron más
de 280
kilómetros
de miseria.
Lo que no
era de
extrañar,
pues
aquellos
desdichados
habían
pasado
cuatro días
con sus
noches
escondiéndose
de día entre
las colinas
próximas a
la carretera
para evitar
ser
alcanza-dos
por la
metralla de
quienes los
perseguían.
Caminaban de
noche
agrupados en
un sólido
torrente,
hombres,
mujeres,
niños,
mulos,
burros,
cabras y
madres
gritando los
nombres de
sus
familiares
desaparecidos,
perdidos
entre la
multitud.
Difícil
elección
Elegir entre
llevarse a
un niño
muriéndose
de
disentería o
entre una
madre que
les
contemplaba
silenciosamente
con los ojos
hundidos
llevando
contra su
pecho a un
niño nacido
en la
carretera
hacía dos
días, era un
dilema que
se planteaba
cruel a
aquel médico
venido desde
muy lejos.
Aquellos
infelices
fugitivos,
cansados de
la caminata
que se había
prolongado
más de diez
horas
seguidas, se
habían
parado para
descansar un
poco de
aquel cruel
peregrinaje.
Muchas
ancianas
abandonaban
simplemente
esta lucha
y, presas de
la
desesperación,
se tendían a
los lados de
la carretera
esperando
una muerte
que las
liberara.
Aquel viaje
a pie de un
matrimonio
joven con
dos niños,
les había
costado
siete días
de camino.
Con todo, no
todos
pudieron
llegar a
Almería, ya
que las
tropas
nacionales
habían
llegado a la
costa de
esta ciudad
antes que
ellos, y,
por otra
parte, el
camino de
vuelta era
imposible:
tras largas
penalidades,
y
desestimada
por
imposible
cualquier
medida de
salvamente
del Gobierno
republicano,
sólo les
esperaba una
muerte
segura
olvidados a
su suerte en
Almería.
Aunque
habían
retirado ya
a muchos
muertos, aún
quedaban
bastantes en
la cuneta y
en los
acantilados;
también
estaban los
enseres,
ropas
viejas,
utensilios
de cocina
que habían
sido
arrojados
por todas
partes,
presentando
una escena
demoledora.
Con el Dr.
Bethune a la
cabeza, se
decide
vaciar la
ambulancia
de todo su
valioso
contenido
para crear
espacio
libre y así
llevarse
primero a
los niños y
a las
madres, pero
pronto la
separación
entre padre
e hijo,
marido y
mujer se
hace
demasiado
cruel para
poder
soportarla.
Así que se
opta por
llevarse a
las familias
con mayor
número de
hijos
pequeños,
así como a
muchísimos
niños que,
por
fallecimientos
de sus
padres, se
hallan
solos.
Llevaron a
treinta o
cuarenta
personas en
cada viaje,
durante tres
días
sucesivos, a
Almería, al
Hospital del
Socorro Rojo
Internacional,
donde
recibían
cuidados
médicos,
comida y
ropa.
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Supervivientes de la huida de Málaga a Almería. De izquierda a derecha: Fernando Navarro, Acra-cia Leós y Ángeles Vázquez. |
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Con
posterioridad,
la tarde del
día 12,
cuando unas
cuarenta mil
personas,
exhaustas,
ham-brientas
y abandonas
de toda
ayuda, se
hallan
concentradas
en el puerto
de Almería
por creerlo
más seguro,
irrumpen en
el cielo
aviones
ale-manes e
italianos,
que inician
un cruento
bombardeo
con
resultados
ciertamente
lamen-tables
por el
número de
personas
muertas. El
cen-tro de la
ciudad
también fue
bombardeado.
Cabe decir,
por último,
que el
doctor
Norman
Bethune dio
pruebas
meritorias
de
solidaridad,
compromiso
con los
humildes y
humanidad,
por lo que
el pueblo
español le
estará
eternamente
reco-nocido.
Lamentablemente,
un acto de
altruismo
llevado a la
práctica sin
equipamiento,
guantes de
látex y
otras muchas
deficiencias,
le costó la
vida.
Practicando
una
operación en
China, se
cortó
accidentalmente
en un dedo;
pronto, su
cuerpo se
infectó y
muere el 12
de noviembre
de 1939.
A modo de
conclusión
Según las
partes, el
saldo de
muertos en
estas
operaciones
varía: así
se habla de
decenas de
miles de
muertos o de
tan sólo
unos
centenares,
la mayoría
de éstos por
agotamiento
y
enfermedad.
De cualquier
manera, y al
margen de
polémicas,
la carretera
de
Málaga-Almería
supone uno
de los
episodios
más brutales
de la Guerra
Civil que
sufrimos los
españoles,
los
españoles de
uno y otro
bando; el
hecho que ha
motivado,
pues, este
escrito es
el recuerdo
(y también,
la
manifestación)
de la
atrocidad
que supone
un
enfrentamiento
fratricida,
cuya
posibilidad
de que
vuelva a
ocurrir ha
de evitarse
a cualquier
precio. |