ara reflexionar sobre la idea de Europa
en la obra del genial filósofo español
Ortega y Gasset es necesario partir de
la idea de España y su problemática.
Europa es la solución a los males
españoles. Desde allí, a lo largo de sus
escritos, Europa pasa de ser la solución
del problema hispánico para convertirse,
después de su famoso libro La
revolución de las masas, escrito en
pleno auge de los totalitarismos y de la
II Guerra Mundial, en el propio
problema. Por tanto, el tema que ahora
nos incumbe es la decadencia de Europa y
de la moral europea. Para Ortega, la
solución no es otra que la creación de
los Estados Unidos de Europa, precedente
teórico de nuestra Unión Europea.
Pero avancemos paso a paso por este
recorrido. Para ello, he dividido el
artículo en tres partes: la primera
parte trata sobre los intelectuales que
le precedieron reflexionando sobre la
relación de España con Europa y los
primeros escritos de Ortega sobre el
tema, la segunda narra la evolución del
pensamiento orteguiano sobre Europa,
tomando como base la publicación de su
obra La rebelión de las masas, y,
para finalizar, se recoge el pensamiento
europeo de Ortega desde la II Guerra
Mundial hasta su muerte, utilizando como
eje central la publicación de su
Meditación de Europa.
España, Europa y Ortega
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Joaquín Costa (1846-1911) |
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Cuando los regeneracionistas surgieron
liderados por Joaquín Costa a finales
del siglo XIX como respuesta a la crisis
y a la decadencia del sistema canovista
de la Restauración, abordaron sin
complejos el problema de España. Este
problema no era entonces nuevo, ni ha
sido superado en la actualidad.
Arrastrado durante siglos, es Joaquín
Costa quien lo pone sobre la mesa. Pedro
Laín Entralgo lo definiría como “la
dramática inhabilidad de los españoles
para sentirnos mínimamente satisfechos
con nuestra constitución social,
política y cultural”.
Una vez hecho el diagnóstico, los
regeneracionistas se apresuraron a
buscar soluciones. Así, Juan Costa es el
primero en defender que los problemas de
España y su atraso secular debían ser
subsanados desde una perspectiva
europea. De esta forma, España debería
arrancar las cadenas que la sujetaban a
la tradición y la perpetuaban en la
añoranza de sus glorias pasadas para
encaminarse hacia la modernidad y el
futuro que representaba, para ellos,
Europa.
Poniendo la mirada en Europa, ella nos
facilitará las soluciones para la
problemática situación de España. La
doctrina propugnada por el
regeneracionista Costa, que se ha
denominado ‘costismo’, se resumía en
“escuela y despensa”. Método por el
cual, gracias a la mejora de la cultura
de la población española, se
conseguiría el incremento de la calidad
de vida, acercándonos de esta forma a
nuestros vecinos europeos tanto en el
ámbito cultural como económico.
El mismo Joaquín Costa acabó por ofrecer
una figura política que pudiera llevar a
cabo esta revolución, un “cirujano de
hierro”. Concepto que alcanzaría
bastante fama y sería tomado por el
mismo Miguel Primo de Rivera, y así lo
vería la mayoría de la población
española cuando instauró, con el
beneplácito de la Corona, un directorio
militar para dar sosiego a la convulsa
convivencia social española.
Pero si los regeneracionistas defendían
la superación de nuestro declive
nacional por medio de Europa, tras el
desastre de 1898, y la pérdida de los
últimos vestigios del imperio
ultramarino español, la nueva generación
de intelectuales, que ha sido denominada
como “Generación del 98” por los
especialistas, defendió lo contrario.
Europa se salvaría gracias a España y se
hacía necesario españolizar Europa en
vez de europeizar España. El mayor
defensor de esta teoría sería Miguel de
Unamuno, para el que no era necesario
buscar las soluciones fuera del propio
solar hispano. Otro genio de las letras
hispánicas, perteneciente a la misma
generación, Valle-Inclán, abordaría el
mismo tema en algunas de sus obras más
conocidas como es el caso de Ruedo
Ibérico o de Luces de Bohemia.
La Generación del 98, que acometería la
situación española embargada en el más
profundo pesimismo, decidió adentrarse
en lo español mientras se alejaba de
Europa, a la que sólo se recurriría para
intentar españolizarla.
A la Generación del 98 le sucedería la
llamada Generación del 14. Esta nueva
generación de intelectuales españoles
volvería a tratar, como no podía ser de
otra manera, el problema de España.
Entre estos pensadores destacaba un
joven filósofo, se trataba de José
Ortega y Gasset, que, en 1909, a sus
veintisiete años, es catedrático de
Metafísica de la Universidad Central,
con sede en Madrid. Ortega difiere de
los escritores de la Generación del 98
para conectar con los postulados
regeneracionistas. Para él, España era
un problema que sólo puede solucionarse
a través de Europa. De esta forma,
durante el año 1910, Ortega publica
varios artículos en los que defiende la
tesis antes mencionada.
Así, en la revista Europa del 27
de febrero de ese mismo año, Ortega
define a España como “una posibilidad
europea”. Para él, la europeización de
España no significa que ésta acabe
pareciéndose a Francia o a alguna de las
otras grandes potencias europeas, sino
que significa la creación de una
‘interpretación española’ del mundo,
interpretación que no será posible sin
superar el atraso español, utilizando
para ello las herramientas que nos da
Europa. Esas herramientas son la
cultura, en general, y las ciencias como
la filosofía, la física o la filología,
creadas desde Europa, ante las que
España se ha mantenido indiferente
durante siglos. De esta forma, los
horizontes de nuestro país se extenderán
hasta el infinito aupados en la cultura
europea.
Ese mismo año, en la publicación
Nueva Revista del 27 de abril de
1910, nos transmite su concepto de
Europa. Para él, Europa es la negación
de la España de su tiempo. Para él,
Europa es decirles a los organismos
universitarios españoles que son
troglodíticos y que llevan a la
despiritualización del pueblo español;
es también denunciar el sistema
parlamentario español, con sus compras
de votos, sus caciques, y es asimismo
contemplar nuestra cultura y nuestro
arte y disfrutarlos con respeto, como
hacen en Europa.
En el mismo artículo arremetería con el
patriotismo estático, aquel patriotismo
que se basa en la extasiada
contemplación de los tesoros de la
patria. Frente a este patriotismo,
improductivo para Ortega, el patriotismo
positivo, aquel que lleva, por medio de
la crítica, a mejorar y renovar a la
propia patria.
Para Ortega, continúa el artículo,
Europa constituye un método casi
científico para atacar la chabacanería
española, constituye el espíritu
renovador que logrará una nueva España.
De esta forma, se terminaría también con
los exotismos y los extranjerismos.
Europa nos salvaría de la
extranjerización. Así, frente al influjo
de las culturas francesa, inglesa o
alemana, de la que importamos los
términos y, sobre todo, las ideas y los
avances, podremos exportar nuestra
propia cultura a Europa.
Asimismo, Europa es símbolo de
colaboración. En España, todo atisbo de
colaboración es inexistente, y, en la
mayoría de los casos, esa colaboración
se dirige hacia proyectos poco
honorables. Por eso puede considerarse
complicidad más que colaboración. En
cambio, en Europa, la colaboración
caracteriza la forma de vida.
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Miguel de Unamuno
(1864-1936) |
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Estas primeras líneas del pensamiento
de Ortega sobre el concepto de Europa
fueron realizadas en 1910, pero estas
opiniones no se encontraban solas en el
contexto cultural e intelectual de la
España de la época. Entre los grandes
pensadores que apoyan las tesis
europeístas de Ortega destacan el doctor
Marañón, Ramón Menéndez Pidal, o los
historiadores Américo Castro y Sánchez
Albornoz, entre otros.
Muchos de estos pensadores estaban
ligados a las corrientes intelectuales y
filosóficas alemanas; de hecho, la
mayoría de estos autores tradujeron
obras germanas al español, como es el
caso de Fernando de los Ríos, traductor
de Jellineck, o como García Morente, que
tradujo al español la obra de Spengler
titulada La decadencia de Europa,
libro que tuvo una enorme influencia en
la Europa de principios del siglo XX. No
olvidemos también cómo el propio Ortega
completó su formación académica en
varias universidades alemanas;
concretamente, entre 1905 y 1908, en las
universidades germanas de Leipzig,
Berlín y Marburgo, donde asistió a las
clases del neokantiano Hermann Cohen. De
esta generación, sólo Manuel Azaña no
estaba vinculado, de alguna forma, a la
cultura alemana; sin embargo, era
francófilo y apostaba por los sistemas
políticos y sociales de Inglaterra y,
fundamentalmente, de Francia, para
instaurarlos en España.
En 1913, Ortega organiza un homenaje de
desagravio a Azorín, debido al rechazo
de la Real Academia Española a
concederle un sillón vacante en esta
institución. Allí volvió a cargar, como
había hecho antes bastantes veces,
contra la clase política de la
Restauración, volviendo a situar a
Europa como punta de referencia para
salvar a España, no sin antes criticar
duramente al máximo artífice de la
Restauración, Antonio Cánovas del
Castillo, responsabilizándolo de los
males de la nación española.
Al año siguiente publica, en el
Escorial, la primera de sus grandes
obras. Se trataba de Las Meditaciones
del Quijote. En esta obra, el genial
filósofo vuelve a plantearse qué es
España y ofrece su solución al problema
hispánico: Europa.
Durante los años siguientes, además de
realizar una notable labor docente en
instituciones como la recién fundada
Residencia de Estudiantes, en la que
impartió clases a Buñuel, Dalí o a Lorca,
llevó a cabo una importantísima
actividad periodística. A parte de
publicar artículos en innumerables
medios escritos, fue fundador de varias
publicaciones: en 1917 fundó el diario
El Sol, en 1915 fundaría la
revista España y en 1923 la
Revista de Occidente.
En todas estas publicaciones, que
sirvieron para aumentar su influjo y su
magisterio entre los intelectuales
españoles, inició una importante labor
política persiguiendo un cambio en
España. Entre la multitud de temas
tratados en estos textos es recurrente
el que aquí tratamos, el de España y
Europa. Buena parte de estos artículos
se recopilaron en los ocho volúmenes de
El espectador, publicados entre
los años 1916 y 1934.
La rebelión de las masas
Durante esta época escribiría la más
importante de sus obras. Nos referimos a
La rebelión de las masas, el
libro más famoso y difundido de Ortega.
La rebelión de las masas fue
publicado por medio de artículos
periodísticos a partir del año 1926 y
apareció como libro en el año 1930,
siendo traducido a innumerables lenguas
y obteniendo para su autor el máximo
reconocimiento internacional. En 1937,
Ortega agregó a su obra un Prólogo
para franceses y, en 1938, un
Epílogo para ingleses, con los que
completaría la obra.
En este libro, Ortega difunde las claves
de su pensamiento filosófico. Enuncia y
explica sus teorías sobre la vida humana
y sobre la vida en sociedad, destacando
en ellas las ideas de masa y de minoría,
de las que surge el tipo humano que
caracteriza nuestra sociedad; según
Ortega, este tipo humano es lo que llama
el “hombre-masa”, modo de vida al que
se opone la “vida noble”, o lo que él
denomina “noblesse oblige”, una forma de
vida por la que, para algunos hombres,
la vida es un constante esfuerzo de
superación personal.
Pero este sistema filosófico tan
original y que revolucionará la
filosofía de su época, no sólo se
limitaba a la reflexión sobre la vida
del hombre moderno y de la de su
sociedad. La segunda parte del libro se
dedicaba a reflexionar sobre lo que él
denomina el mando europeo.
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José Ortega y Gasset (1883-1955) |
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Es el primero en preguntarse si Europa
manda en el mundo y si lo hará en un
futuro; además, reflexiona sobre la
decadencia europea que tantos autores
habían proclamado en esos años. De esta
forma, escribe sobre la desmoralización
de Europa.
Durante siglos, en el continente europeo
se había formado un sistema de normas
que el tiempo había demostrado
efectivas. Estas normas, según él, no
eran perfectas, pero eran las mejores
hasta que no surgieran otras que las
superasen. Sin embargo, lo que él llama
el “hombre-masa”, es decir, la mayoría
de sus contemporáneos, había decidido
renegar de esta cultura europea sin
ofrecer a cambio otras normas que rijan
la convivencia del continente. Esto es,
para Ortega, una consecuencia de la
pérdida del poder de Europa en el mundo.
De esta forma, no existe ningún sistema
de poder capacitado para sustituir el
mandato de Europa ya que las dos
potencias emergentes de la época, o sea,
la Unión Soviética y los Estados
Unidos, son consideradas, por el propio
autor, como sucursales de la cultura
europea.
Para Ortega, un ejemplo de esos intentos
por acabar con la cultura europea es el
comunismo. Sin embargo, el comunismo no
constituye para él una verdadera moral o
civilización, es una “no moral” surgida
de lo mismo que ellos quieren atacar, es
decir, de la misma civilización europea.
Para Ortega, la nación significa una
empresa, un quehacer común, una unidad
de destino. Critica el nacimiento de los
nacionalismos, que, en contra de una
empresa y una nación europea, crean
naciones diminutas y sin importancia y
que sólo logran que las atmósferas de
las naciones se conviertan, según sus
palabras, en atmósferas provincianas que
dificultan todo proceso cultural, moral
y técnico.
La solución a esta decadencia de Europa,
causada por la renegación de los mismos
europeos a su cultura por medio del
comunismo, de los nacionalismos o de
otras teorías políticas, sólo puede
superarse, según Ortega, por medio de
una gran empresa que instaure una nueva
moral europea, un nuevo programa de
vida. Para Ortega, esa empresa es la
unidad Europea. Sólo mediante una misión
como ésta, los europeos podrán sentirse
unidos, realizando una tarea digna y
restaurando la moral de Occidente. Esta
gran obra se manifestaría en la creación
de unos Estados Unidos de Europa,
creando así una sola gran nación con el
grupo de los pueblos continentales
europeos, con la cual Europa volvería a
creer en sí misma, se disciplinaría y
seguiría avanzando hacia el futuro y el
progreso. Compara el proyecto con un
gran enjambre de abejas en el que todas
vuelan en la misma dirección.
Asimismo, esta supranación no
significaría acabar con la pluralidad de
las diversas naciones. Estas diferencias
se conservarían, por ser positivas, pero
son más las cosas que unen a las
naciones europeas que aquellas que las
diferencian y en las que los distintos
nacionalismos hacen hincapié. De esta
manera, Ortega diferencia entre dos
planos por los cuales se mueve el hombre
europeo; por un lado, un sistema de usos
europeos, o una civilización europea, y,
por otro, unos usos particulares que
Ortega denomina diferenciales.
La obra se completa con un Prólogo
para franceses, en el que se vuelve
a defender esa unidad europea y la
necesidad de una supranación europea que
incluya a los estados nacionales, y
termina con un Epílogo para ingleses,
escrito en 1938, en el que se defiende
que no basta solamente no hacer la
guerra para vivir en paz, sino que, para
ello, resulta necesaria la creación de
unos sistemas y unas herramientas
internacionales con los que las naciones
puedan solucionar los conflictos sin
desembocar en otra guerra. Así, critica
a la Sociedad de Naciones, que
constituía hasta la fecha el único
intento de crear un sistema similar al
que Ortega preconizaba. Sin embargo,
para Ortega, este organismo sólo
contribuyó, con su diplomacia, a la
desmoralización de Europa.
Toda la obra, a excepción del epílogo y
del prólogo, fue publicada en 1930.
Entonces Ortega se encontraba inmerso en
una lucha política en la que le
acompañaba buena parte de los
intelectuales de la Generación del 14 y
de otros grupos intelectuales. Esta
lucha perseguía la instauración en
España de un régimen republicano, una
lucha que no era otra cosa que el deseo
de europeizar España instaurando un
sistema político democrático.
Meditación de Europa
Así fue como, tras la caída de la
dictadura de Primo de Rivera, y ante la
decisión del rey Alfonso XIII de otorgar
el gobierno al general Berenguer,
escribió un artículo el 15 de noviembre
de 1930 en el diario El Sol. Este
artículo se publicaría bajo el título de
“El error Berenguer” y terminaba con la
frase latina, que pasaría a la historia,
“Delenda est monarchia”, con la que
Ortega animaba a acabar con el régimen
monárquico, que terminaría por caer el
14 de abril del año siguiente. El
respaldo de Ortega al republicanismo
supuso un enorme apoyo para esta causa,
apoyo que se mantuvo con la creación de
la Agrupación al Servicio de la
República, el 10 de febrero de 1931,
junto con otros dos grandes
intelectuales de su generación, Marañón
y Pérez de Ayala. De esta forma, llegó
la República a España y Ortega fue
diputado.
Pronto, la joven República avanzó por
senderos que no eran compartidos por el
filósofo. Después llegaría la Guerra
Civil, que pasó exiliado en diversos
países europeos afirmando su europeísmo
y defendiendo las ideas expresadas en
La rebelión de las masas. Es en esta
época cuando incluye, en esta obra, el
Epílogo para ingleses. Pero sus
ideas de supranación europea y de
sistemas que acabaran con las guerras,
expuestos en este epílogo, no impidieron
la catástrofe de la II Guerra Mundial.
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Antonio Macado, Gregorio
Marañón, Ortega y Gasset y
Pérez de Ayala. |
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Tras la guerra, Ortega seguía creyendo
en la unidad europea. Lejos de
desilusionarse, acudió, en 1949, al
Berlín dividido de posguerra. Allí,
como en buena parte del mundo, era una
auténtica autoridad. La conferencia se
tituló De Europa meditatio quaedam
en la que, veinticinco años después de
La rebelión de las masas y,
después de la II Guerra Mundial, vuelve
a proponer la necesidad de la creación
de unos Estados Unidos de Europa;
incluso justificó la necesidad de la
creación de un mercado común europeo.
Estos pensamientos fueron defendidos
mediante el análisis de la historia de
la sociedad europea y del concepto de
nación. Para él, Europa no es algo que
halla que construir, sino que está ahí
con anterioridad a las diferentes
naciones.
Esta conferencia fue revisada y ampliada
por el propio Ortega con el fin de
publicar un libro. No pudo terminar el
trabajo, pero, junto con otros textos
sobre el tema europeo, fue publicada en
una obra que se tituló Meditación de
Europa.
No fue la única conferencia que Ortega
impartió durante estos años versando
sobre estas mismas ideas. En 1953,
dictó una conferencia en Munich que se
tituló ¿Hay una conciencia de la
cultura Europea? y que se publicó en
alemán bajo el nombre de Cultura
europea y pueblos europeos, en la
ciudad de Stuttgar, al año siguiente.
Ortega y Gasset contribuyó de forma
inestimable a la unidad de Europa con
sus textos y conferencias. Obviamente no
fue el único que tomó partido por esta
causa, pero teniendo en cuenta el
influjo que suscitó entre los
intelectuales contemporáneos, su
aportación fue inestimable.
Un año después de dictar su famosa
conferencia en Berlín nacería un
organismo que iniciaría la senda
propuesta por Ortega. Se trataba del
Consejo de Europa, creado en 1949. Tres
años más tarde, en 1951, se fundaría la
Comunidad Económica del Carbón y del
Acero. Esta comunidad sentaría las
bases, partiendo por las económicas, de
la futura Comunidad Económica Europea,
que derivaría en la actual Unión
Europea.
Ortega no pudo ver la Unión Europea, ya
que falleció en 1955, pero debemos tener
presentes sus escritos para no
interrumpir la marcha y seguir avanzando
hacia una convergencia europea más
profunda.
Hoy, más que nunca, la obra de Ortega se
encuentra vigente.
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