JULIO-SEPTIEMBRE 2017  

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VIDA-AMOR-MUERTE EN LA POESÍA CONMOVEDORA DE TERESA DE JESÚS

   

  

Por  Francisco Morales Lomas

   

   

A TERESA DE JESÚS* LA conocemos por ser una mujer que arrebató a esta de la ignorancia de su tiempo y la convirtió en algo grande. En una época en la que el imago mundi de la mujer era el ideal de la Perfecta casada de Fray Luis de León, una mujer para su marido, perpetua causa de alegría y de descanso, discreta, religiosa y trabajadora, desde una propensión, según el fraile, a ser «vagas e inclinadas al regalo y más fácil a enmollecerse y desatarse en el ocio, tanto el trabajo le conviene más...».

Teresa de Jesús tuvo la voluntad y el carácter para transformar el statu quo paternalista y alcanzar un nombre y una obra en una época de contrición, abulia y desarrapado dominio del Índex y la desolación. Teresa de Jesús es una gota de agua en un océano de abatimiento.

Sin embargo, el mayor favor que le podríamos hacer hoy día a esta mujer es leerla más y, acaso, venerarla menos. Teresa de Cepeda y Ahumada escribió una de las primeras autobiografías, el Libro de la vida, un best-seller de época. Y, aunque no sabía latín, pecado mortal para un escritor que se preciara de tal, sí era, en cambio, una empedernida lectora que examinaba con frenesí, como Cervantes, los libros de caballerías y aquellas martirologias vidas de santos que causaban tanto delirio y estrés en una época dada también a la arrogancia y la simbología del santoral.

De no saber latín, ignorancia habitual en las monjas de entonces, que vivían del preclaro dominio de los frailes, acabó siendo doctora de la Iglesia, la primera en ser nombrada, mientras su vida consistía en una eterna lucha para arrebatar a los inquisidores y evitar su condena definitiva, pues durante doce años se le prohibieron sus memorias, el Libro de la vida.

Si Teresa de Jesús es hoy recordada, no lo es solo por su literatura, sino también porque supo luchar contra la falta de equidad de su tiempo y vencer, a su modo, una época con la sola razón de su palabra, su voluntad y su trabajo. Camino de perfección, el Libro de la vida y el Libro de las fundaciones nos advierten de su capacidad para la creación literaria y, sobre todo, su versatilidad, su poder seductor y su pujanza e ímpetu.

Teresa de Jesús era una rebelde de su tiempo que infringía las leyes que consideraba torcidas e inmorales porque imponían un modelo de mujer con el que no estaba dispuesta a transigir, e incumplía la prohibición impuesta a las mujeres de leer las Sagradas Escrituras.

Aunque se ha dicho que la prosa de Teresa de Jesús es de las más sugestivas tras la de Cervantes, hoy, sin embargo, queremos hablarles de su lírica. Ella no la tenía en mucho aprecio, pero sí reconocía su intensidad y emoción poética. De hecho, en esto le sucedía como a Cervantes, que nunca se consideró un consumado vate, aunque había más humildad que razón en lo dicho. También Teresa de Jesús lo llegó a expresar con un lenguaje poco claro: «Yo sé persona que con no ser poeta, que le acaecía hacer de presto coplas muy sentidas» (V 16, 4).

  

La originalidad y calidad estilística de su obra en prosa no encontró correspondencia en su poesía, si bien esta puede presentar, en determinados momentos, algunos de sus rasgos más peculiares y geniales: tensión afectiva, habilidad en el manejo de imágenes, etc. Santa Teresa no fue poeta de versos. Sin embargo, uno de los valores más sólidos de su prosa consistió en la incrustación de segmentos que, por semántica, tono o construcción, son más propios del verso —exclamaciones, interrogaciones, expresiones antitéticas, concordancias de opuestos—, cuyas raíces más reconocibles se sitúan en el salterio y los cancioneros (Vega García-Luengos, 2009: s. p.).

  

En una línea similar ya se expresaba el profesor Valbuena Prat (1953: 685), cuando decía que la obra en verso es muy inferior a la obra en prosa porque no dominaba bien la forma, pero era una poesía atractiva por su ternura, y añadía versos como «Véante mis ojos, / dulce Jesús bueno; / véante mis ojos, / muérame yo luego», «Vivo sin vivir en mí». Una poesía popular y humanista que trata de anclar con fortaleza en la tradición, pero anhela reconquistar al ser humano, con esa visión de época que permitía adentrarse en un espíritu mucho más reformista, más ecuánime… que procedía de pensadores como Erasmo de Rotterdam, Pico della Mirandola, Leonardo da Vinci, Miguel Servet, Antonio de Nebrija, Juan López de Hoyos, Fray Luis de Granada, Ignacio de Loyola, Juan Luis Vives…

  

En las poesías de Santa Teresa —y en menor medida también a veces en la prosa— aparecen determinados rasgos estilísticos propios del cancionero tradicional y, en general, de la poesía castellana del siglo XV, que es fundamentalmente lo que la Santa pudo leer antes de su ingreso en el convento (…) Encontramos antecedentes, entre otros lugares y poetas del Cancionero, en algunos poemas amorosos poco conocidos de Juan de Mena (…) El tema tan manido de la más conocida poesía de Santa Teresa, «Vivo sin vivir en mí» y, en concreto, el «que muero porque no muero» de su estribillo, lo utiliza también, con anterioridad a nuestra escritora, Diego de San Pedro en su novela Tractado de amores de Arnalte y Lucenda (Garrosa Resina, 1982: 93-95).

  

Teresa de Jesús escribirá su vida, su poder como ser humano e individuo dotado de una voluntad extrema, pero también fue una poeta mística profunda que, desde esa voluntad de sencillez y humildad, coincidía con fray Luis de León en una vida retirada donde solo fuera pacto de los afectos y de la dignidad de esos ermitaños que se confundían si acaso con las estrellas. Sencillez, musicalidad y popularidad son los ejes axiomáticos esenciales de su lírica, donde el gran tema predominante es «la tendencia a la ascesis y al desprendimiento de las cosas de este mundo para poder estar en forma y poder gozar de los bienes eternos que son los que realmente libertan a las personas y las colocan en perfecta sintonía con Dios, supremo equilibrio de las personas en este mundo y el otro»:

     

Ella es una mujer popular, cercana al pueblo sencillo con cuyo lenguaje se identifica, aun sabiendo utilizar perfectamente el más apropiado cuando las circunstancias o los destinatarios de sus escritos —cartas— lo requerían. Quizá sea en las poesías donde mejor se aprecie esta popularidad y cercanía a las gentes sencillas de la Madre Teresa, y especialmente en las poesías festivas o villancicos, en las que recrea escenas pastoriles en torno al misterio del nacimiento del Niño Dios (Garrosa Resina, 1982: 95).

     

La poesía de Teresa de Jesús nace de los metros populares, el arte menor y las redondillas o los versos asonantados y siempre con el efecto de los estribillos, muchas variantes e intertextos de la tradición que ella acoge y acomete a su modo con una significativa musicalidad y muy en la línea de ese folclore popular en el que se habían emplazado. Teresa de Jesús tiene un fabuloso oído musical y su verso fluye alegre, pero al mismo tiempo con gran fortaleza emotiva y sustancialidad ideológica:

     

La huella de la poesía cancioneril de la época es irrefutable. Como ha señalado F. Márquez Villanueva, dicha manifestación lírica era «el terreno donde autores y público se familiarizaban de primera intención con el análisis introspectivo y sus posibilidades creadoras, tan desarrolladas después por la literatura ascético-mística». El estudioso ha apuntado especialmente los nombres de Álvarez Gato, Jorge Manrique, Garci Sánchez de Badajoz. La poesía de cancioneros se refleja con claridad en los versos teresianos -bien directamente, bien a través de las frecuentes divinizaciones-, pero también en la prosa. A su cargo habría que anotar las expresiones paradójicas y antitéticas que surgen al dar cuenta de momentos de especial tensión afectiva (Vega García-Luengos, 2009: s. p.).

 

Hay varias líneas sobre las que pivotan las más de cuarenta composiciones que se le atribuyen a Teresa de Jesús: el amor (como encuentro y reconocimiento en el otro), la vida (como lucha agónica) y la muerte (como liberación). Amor, vida y muerte que ya rescatará Miguel Hernández como la columna vertebral de su poesía y que hallamos en la lírica de esta mujer que encontró en el verso una vía extraordinaria de expansión personal gozosa, pero también un instrumento de primera mano para su dialéctica espiritual. Este eje amor-vida/lucha-muerte está presente siempre de manera gozosa. Existe un arrebato constantemente optimista en el mismo.

 

Como sucedía en otros místicos, dígase Juan de la Cruz, Teresa de Jesús veía en el amor una forma excelsa de comunicación, un símbolo que alimentaba la existencia. «Mira que el amor es fuerte», dice. Un amor que lleva a la unión espiritual con Dios, pero evidentemente toda la simbología presente posee concomitancias con el amor terreno porque es casi imposible declararlo de otro modo. Y, en esa línea, y como complemento de ese amor, hay varias vías que se ponen en funcionamiento, una de las cuales es la caza de amor: el amado como cazador que logra su presa de amor: «Cuando el dulce Cazador / me tiró y dejó rendida / en los brazos del amor, / mi alma quedó caída, / y cobrando nueva vida, / de tal manera he trocado, / que es mi Amado para mí / y yo soy para mi Amado». Monsalve Flórez (2011: s. p.).

     

El poema parece ser, hasta cierto punto, una analogía del mito de Cupido y Psique, poniendo a Dios como el cazador que lanza la flecha para el enamoramiento de aquella que inferior es a él. Si se recuerda, el mito de Cupido cuenta, a grandes rasgos, la historia de un dios alado que, cuando va a matar a Psique por mandato de Afrodita, se enamora de la víctima, humana.

Pero también está el himeneo, la ceremonia de boda, como motivo poético, que representaría esa unión absoluta y mística. Y en ese camino, desde luego existe el excelso motivo no ya de nuestra entrega amorosa sino de haber conseguido hacer prisionero a Dios. Este es nuestro cautivo. No es ya la amada quien está prisionera sino el amado, Dios: «Ha hecho a Dios mi cautivo/, y libre mi corazón;/ y causa en mí tal pasión/ ver a Dios mi prisionero». La prisión de amor era un motivo medieval en el amor cortés, desde los trovadores, y pasa a los cancioneros y de ahí se traslada a la literatura popular del XVI en forma de esta antítesis que en la prisión alcanza liberación. En la obra Cárcel de amor, de Diego de San Pedro, se evidencia. Obra, por cierto, prohibida por la Inquisición y que leyó con placer Teresa de Jesús. A medida que el amado es mi prisionero, la amada alcanza la liberación personal. Es una hermosa metáfora que se sustenta sobre la paradoja de los sentimientos. La única vía es este encuentro en el que existe una completa reiteración de amor: «¿Qué tiene que desear,/ sino amar y más amar,/ y en amor toda escondida,/ tornarte de nuevo a amar?».

 

El otro gran polo de atención en su lírica es los poemas dedicados a definir y limitar la existencia: la vida como lucha, como sacrificio:

     

¡Ay, qué larga es esta vida!

¡Qué duros estos destierros!

¡Esta cárcel, estos hierros

en que el alma está metida!

 

Y, en ese afán de lucha, desde luego, uno de sus discípulos desde otra perspectiva fue Unamuno, que asoció también en su existencia esa lucha vital, agónica:

 

La vida hay que hacerla a fuerza de sueños, de ficciones, de producción intelectual. La vida es una lucha quijotesca: D. Quijote, Santa Teresa de Jesús y los místicos son para Unamuno los representantes de esta visión del mundo. El amor carnal es solamente pura procreación y en su forma más pasional causa la muerte aniquiladora. No hay metáfora, hay idea, lucha agónica por la vida, constante presencia de la muerte. Amar es desvivirse. Vivir es vivir en agonía, es estar a la muerte. Soñar es vivir (Fernández López).

 

Bien lo supo desde muy joven cuando el padre andaba de acá para allá tratando de averiguar los males que la aquejaban. En los últimos tiempos, Fernández Ruiz (1963) hablaba de neurosis cardiaca, Pedro Pons consideraba que era neurosis, Marañón creía que había discrepancia entre personalidad y ambiente y López Ibor que había motivos internos y externos que motivaban esos conflictos del yo:

 

A causa de sus profundos estados de melancolía, se la tacha también de “estigmatizada mística”, “personalidad masoquista”, incluso se la relaciona con el “Maligno” —en aquella época se pensaba que los “melancólicos” podían estar endemoniados—. Pero, según afirma el Dr. Antonio López Alonso, la Santa no fue rotundamente una melancólica, aunque tuviera motivos para ello, pues estuvo enferma largos años de su vida (Manaut, 2012: s. p.).

 

Toda una visión que se trasladará también a su lírica. En este sentido hay ocasiones en que es una guerra contra la maldad y los pecados de toda laya, y la asunción de la cruz como símbolo de esa vía ascética previa a la vía unitiva. Durante nuestra existencia, el sufrimiento (la cruz es el símbolo) debe marcar nuestro modo de ser y actuar, y, para ello, hemos de prepararnos y fortalecernos, porque el mal fortalece y se vence.

 

Hijas, pues tomáis la cruz,

tened valor,

y a Jesús, que es vuestra luz,

pedid favor.

Él os será defensor

en trance tal.

     

Una vida para vivirla siendo consciente de lo que vamos a soportar. A través de la imagen de los hierros de la prisión, de la celda, por ejemplo, en la que el alma está metida, encerrada esperando al amado que la libere. Y, en ese proceso, el sufrimiento es solo apariencia. De ahí la concentración en esa defensa de los contrarios que parecen y no lo son. Cuando dice «Sea mi gozo en el llanto,/  sobresalto mi reposo,/ mi sosiego doloroso/ y mi bonanza quebranto» está empleando pares contrarios: gozo/llanto, sobresalto/reposo, dolor/sosiego y quebranto/bonanza. Estos pares de contrarios son siempre resueltos en el sacrificio y con la esperanza. Porque la persona que ansía, que busca una liberación debe saber que su triunfo es combatir, y el único descanso, afanarse. Y en esa línea de pensamiento, en el bello poema A la profesión de Isabel de los Ángeles, dice: «En la oscuridad mi luz,/ mi grandeza en puesto bajo./ De mi camino el atajo/ y mi gloria sea la cruz. Mi honra el abatimiento,/ y mi palma padecer,/ en las menguas mi crecer,/ y en menoscabo mi aumento»:

     

Sus escritos, no obstante, se nos presentan hoy como el reflejo de una vida en constante lucha, en continuo esfuerzo. Su obra, pues, tiene un grandísimo componente autobiográfico tanto de vida externa (viajes, fundaciones, enfermedades) como del desarrollo de su vida espiritual (Benito de Lucas, 2015: 11).

 

En la poesía de Teresa de Jesús, la muerte es una vía de iluminación y salvación personal, la solución de esa ecuación terrible de la vida-muerte y la liberación de los males con la unión con Dios: «Pues vinisteis a morir/ nos desmayéis», dice. Una muerte que, en el estribillo clásico de «Vivo sin vivir en mí» nos conduce en su paradoja por la vía de la salvación:

 

La idea de su poema de mayor calado lírico y conceptual —«Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero, que muero porque no muero»— se la sustrajo a Juan Escrivá, que cien años antes había escrito: «Ven, muerte, tan escondida que no te sienta conmigo, porque el gozo de contigo no me torne a dar la vida». (Ansón, s. p.)

 

Por consiguiente, morir por no morir, una tradición lírica excelsa de la literatura española esta de las Coplas del alma que pena por ver a Dios, de Juan de la Cruz. Pero siempre es una muerte de amor, de modo que el triángulo amor-vida-muerte se convierte en círculo, pues la muerte es de amor y la vida ha sido el camino para alcanzar este éxtasis amoroso:

     

Lo que ese poema de Teresa de Jesús hace, siguiendo la tradición mística que va de Platón a Juan de la Cruz, es de construir esa oposición haciendo que los rasgos semánticos de la muerte (tristeza de la soledad y ausencia de la vida) pasen a la vida, y que los de la vida (alegría y goce) sean asimilados por la muerte. En consecuencia, vivir en realidad es estar muerto, y estar muerto es, en verdad, vivir (Asensi Pérez, 2007: 66).

 

En muchas ocasiones, el poema tiene una estructura dialógica y en otras, las preguntas retóricas se hacen eco del mismo para generar una visión más cercana, y así preguntará: «¿Qué mandáis hacer de mí? / Veis aquí mi corazón, / yo le pongo en vuestra palma, / mi cuerpo, mi vida y alma, / mis entrañas y afición». En otras, son frecuentes los recursos habituales en las composiciones amorosas, tanto en verso como en prosa, de muchos textos de finales del Medievo y de comienzos del Renacimiento:

     

Las otras semejanzas, menos importantes y llamativas, por constituir realmente unos lugares comunes en la literatura amorosa de finales de la Edad Media y del Renacimiento, se encuentran en las exclamaciones gozosas con que los amantes —no importa en qué «ladera» nos encontremos, por utilizar la expresión consagrada por Dámaso Alonso— invocan al ser querido, al Amado. Comparemos, al respecto, estas breves efusiones amorosas de Santa Teresa: «0h bondad infinita de mi Dios...! ¡0h regalo de los ángeles...! ¡0h qué buen amigo hacéis, Señor mío!» (V. 8, 6); «¡0h Señor mío y Bien mío!»… (Garrosa Resina, 1982: 99).

     

Entre 1558 y 1560, Teresa de Jesús, cuyos problemas psíquicos conocemos, sufrirá todo tipo de experiencias de amor, raptos e ímpetus diversos que la conducen hacia lo que se ha dado en llamar la transverberación. Teresa nos comenta:

 

Quiso el Señor que viese aquí algunas veces esta visión: veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla; aunque muchas veces se me representan ángeles, es sin verlos, sino como la visión pasada que dije primero. En esta visión quiso el Señor le viese así: no era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan. Deben ser los que llaman querubines, que los nombres no me los dicen; mas bien veo que en el cielo hay tanta diferencia de unos ángeles a otros y de otros a otros, que no lo sabría decir. Viale en las manos un dardo de oro largo, y al fin de el hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces, y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios.» (Teresa de Jesús, 2014: 182).

     

Un relato en prosa que se traslada en verso en un poema titulado “En las internas entrañas”, donde Teresa de Jesús expresa ese encuentro asimilándolo a un «golpe repentino», una herida mortal, pero que, en su antítesis, alcanza su propia paradoja significativa, por cuanto es muerte que da la vida; un blasón también, es decir, esa figura que aparece en los escudos de armas. Un término que tanto tiene que ver con la alcurnia y con las hazañas que son vistas en este acto casi bélico en el que la muerte de amor también subyace como subtexto.

      

En las internas entrañas

sentí un golpe peregrino:

el blasón era divino

porque obró grandes hazañas.

Con el golpe fui herida,

y aunque la herida es mortal

y es un dolor sin igual,

es muerte que causa vida.

Si mata, ¿cómo da vida?

Y si vida, ¿cómo muere?

¿Cómo sana cuando hiere

y se ve con él unida?

Tiene tan divinas mañas,

que en un tan acerbo trance

sale triunfante del lance

obrando grandes hazañas.

  

Un concepto el de entrañas que había sido visto por la filósofa María Zambrano (1989) como la metáfora que capta con más fidelidad y amplitud que el moderno término psicológico de subconciencia, lo originario, el sentir irreductible y primero del hombre en su vida y su condición de viviente:

     

Teresa, al igual que Zambrano, defiende una concepción integral del sujeto que no se reduce a la pura conciencia, o, en la terminología escolástica, a las potencias humanas. La monja del siglo XVI, incluye “pecho”, “entrañas” y, sobre todo, al otro divino interiorizado de manera muy sensual e incluso erótica. El alma, la esencia del ser humano, se constituye para Teresa siempre en enfrentamiento con el interlocutor divino. En Teresa, tenemos a un Dios personalizado y una relación explícitamente amorosa con este personaje divino. En cambio, María Zambrano defiende un concepto de lo sagrado que no se concretiza en un personaje teológico, ni mucho menos estrictamente católico. En su lugar, ella habla de ‘sentir originario’ o de ‘lo uno’. El alma solamente logra conocerse a través del reflejo y por la confrontación con Dios, dice Teresa: «[A] mi parecer, jamás nos acabamos de conocer, si no procuramos conocer a Dios». El asegurarse de la propia existencia a través del reconocimiento y del amor mutuos, la mirada recíproca tanto como la entrega al otro, son centrales para la construcción de la subjetividad en Teresa (Hasse, 2013: 6).

         

En definitiva, la poesía de Teresa de Jesús nace de tres palabras claves: vida, amor y muerte, en la más profunda tradición de la literatura medieval, en el amor cortés y se adentra en la profunda poesía popular del Renacimiento heredera de esa visión amorosa y profundamente vital para adentrarse, como bien ha señalado Benito de Lucas (2015), en su propia experiencia de vida, en su día a día, en sus idas y venidas, y, sobre todo, en la profunda interrelación entre espiritualidad y sentido de la existencia.

Moldes humanos para ascender con emotividad y sentimiento vehemente por esa vía de ascesis que otros la tienen como un reclamo para pronunciar el nombre de una humanidad más llevadera.

  

  

* NOTA del EDITOR

Teresa de Cepeda y Ahumada, más conocida como santa Teresa de Jesús o, simplemente, Teresa de Ávila (¿Gotarrendura?  o Ávila?, 28 de marzo de 1515? - Alba de Tormes, 4 de octubre de 1582), mística, escritora y monja fundadora de la Orden de Carmelitas Descalzos, rama de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo.

  

  

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Y WEBGRÁFICAS

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HASSE, Jenny (2013): María Zambrano y la mística. Leyendo a una filósofa moderna con Santa Teresa de fondo. SymCity, 4, 1-13.

MANAUT, Stella (11 septiembre 2012): «El éxtasis de Santa Teresa de Jesús de Bernini, como punto de partida para un breve análisis de la personalidad de Teresa», en ALCAZABA. Disponible en web: <http:// www. La alcazaba. org/ el- extasis –de -santa- teresa –de -bernini- como –punto -de- partida -para- un- breve -analisis- de- la- personalidad- de- teresa -por- stella –manaut –escritora -y- actriz/>.  Consulta de 10 de octubre de 2015.

MONSALVE FLÓREZ, John Alexánder (7 junio 2011): «Análisis del poema: Mi amado para mí, de Santa Teresa de Jesús», en el blog Lengua y Literatura.  Disponble en web: < http:// Monsalve -jhon. blogspot. com.es /2011 / 06/ analisis- del- poema- mi- amado –para -mi-de .html>. Consulta de 2 de octubre de 2015.

TERESA DE JESÚS (2014): Libro de la vida II. Sobre la oración. Madrid: Rialp.

VALBUENA PRAT, Ángel (1953): Historia de la literatura española. Barcelona: Gustavo Gili. 

VEGA GARCÍA-LUENGOS, Germán (2009): Santa Teresa de Jesús ante la crítica literaria del XX. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

     

  

                                       
 

«La Transverbération de Sainte Thérèse»

(1672)

Josefa de Óbidos (1630 – 1684)

Óleo sobre lienzo

108 × 140 cm

Iglesia de Cascais (Portugal)

 
  

  

  

     
       

FRANCISCO MORALES LOMAS (Campillo de Arenas, Jaén, 1957). Licenciado en Filosofía y Letras y doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Granada. Licenciado en Derecho por la Universidad de Málaga. Profesor de la Universidad de Málaga y catedrático de Lengua y Literatura Españolas. Poeta, narrador, dramaturgo, ensayista, columnista y crítico literario, ha publicado una cincuentena de títulos hasta el momento, y traducido a varios idiomas. Ha participado como ponente en congresos de literatura española nacional e internacional e incluido en varios estudios de literatura contemporánea: Poesía española (1975-2001) (Ed. Aljaima), de Alberto Torés; Literatura en Andalucía. Narradores del siglo XX (Consejería de Educación y Ciencia), de Varios Autores; y 21 de Últimas. Conversaciones con poetas andaluces (Ed. Huebra), de Rafael Vargas. Ha sido finalista del «Premio Nacional de Literatura (Ensayo)» en 2006 con la obra Narrativa andaluza fin de siglo, y en los años 1998, 1999 y 2002, finalista del «Premio Nacional de la Crítica» con Aniversario de la Palabra, Tentación del aire y Balada del Motlawa; finalista también en 1998 del «Premio Andalucía de la Crítica». Su labor en el ámbito de la literatura ha sido reconocida con el «Premio Joaquín Guichot» de la Consejería de Educación y Ciencia de la Junta de Andalucía, el «Premio de Periodismo» del Ministerio de Economía, el «Premio Doña Mencía de Salcedo» (Teatro) y un Accésit del «Premio Internacional de Teatro Moreno Arenas». Presidente de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios. Presidente del jurado que concede el Premio Andalucía de la Crítica. Vicepresidente de la Asociación Andaluza de Dramaturgos, Investigadores y Críticos Teatrales. Vocal de Literatura en el Ateneo de Málaga. Podéis conocer sus últimas creaciones a través de su web «MORALES LOMAS» y el blog «El Bolg de MORALES LOMAS».

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Sección 4. Página 8. Año XVI. II Época. Número 97. Julio-Septiembre 2017. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2017 Francisco Morales Lomas. © La imagen se usa exclusivamente como ilustración del texto, y los derechos que pudiese tener reconocidos pertenecen en exlusiva a quien(es) conrresponda. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2017 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte, adscrito a la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana, Callillón, 3, Rincón de la Victoria (Málaga).2002-2017 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte, adscrito a la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana, Callillón, 3, Rincón de la Victoria (Málaga).