OCTUBRE-DICIEMBRE 2016  

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EL NARRADOR

   

   

Por  Alfonso Blanco Martín

  

  

  

EN UN CUENTO, EN UNA novela, en una película, siempre existe la voz explícita o implícita de un personaje evidente aunque esté camuflado, aunque no se le vea, aunque no se le sienta, aunque quiera desaparecer o ser un dios, aunque pueda ser considerado incluso un no-personaje; es la voz clara o inaudible del narrador. Su evidencia lleva tras sí una larga historia de tentativas y propuestas, de apertura y compenetración con el mundo, de atisbos del futuro y de comprensión del pasado, de creatividad oral y escrita; una facultad esta, la invención, la creatividad, que se convirtió en inherente a nuestro caminar desde que se iniciaron sus primeros pasos.

En su origen, el narrador fue quien mejor mentía en el grupo, quien sabía adornar el lugar donde había visto la presa a cazar con detalles que anunciaban el sitio en que se encontraba, como las abejas respecto de las flores, pero con el añadido de que esos detalles eran capaces, gracias a su forma de comunicarlos, de despertar sueños y deseos de sus compañeros que los hacían avanzar sin miedo, que los estimulaban a correr y a callar para llegar a tiempo y no ser delatados, que les provocaba pensamientos de valor y coraje que convertían en recompensa espiritual lo que solo aparentaba ser alimento para todo el grupo.

El mentiroso cazador  (solo parcialmente mentiroso) se hizo mayor, sus huesos perdieron fuerza y sus músculos flexibilidad. Entonces él empezó a contar, después de una buena comida, tras una buena caza, los recuerdos de sus mejores andanzas con el grupo en busca de la fiera o de la carne, y, cada día que lo hacía, los adornos de sus historias, el marco en el que se encuadraban, crecían con detalles nuevos sobre sus mujeres, sobre sus hijos, sus compañeros, los incidentes del clima, las sorpresas mientras corría, los colores que lo rodeaban, detalles de lo que consiguió, de lo que perdió, de lo que añoró…

Si damos un salto de siglos en algunos lugares y de distancia terrestre en otros, aparece el cronista ciego, el narrador que es capaz de contar poéticamente unas glorias pasadas para afirmar un presente que se quiere épico. Homero va de lugar en lugar narrando con increíble precisión, con una nueva invención, lo que todos saben y han oído referir en sus casas, en las plazas, en las reuniones de ancianos; va provocando admiración y anhelo en quienes lo escuchan. Para entonces, ya aquellos humanos que oyen sus ritmadas palabras habían aprendido a danzar y el ritmo y la melodía formaban parte de sus vidas, al igual que de las palabras del cronista, del padre de todos los narradores que lo son y lo han sido en medio mundo.

Podemos seguir saltando a lo largo y ancho de la Historia para encontrarnos con un narrador colectivo, vivo y heredero directo del antiguo vate: el coro de la tragedia griega. La narración está entonces tan unida a la colectividad que un colectivo evoca en escena lo que las máscaras no comentan, lo que ellas sufren tras el anhelo de no ser dioses. El coro griego canta y dice lo que los antiguos arcanos permiten conocer a los humanos, y lo hace hasta que Eurípides humaniza el teatro de tal forma que da el salto de la mágica narración a la humana narración, y abre de esa forma el camino de la futura novela, y cierra de la misma forma el camino de la magia vivida en la representación.

Desde entonces se nos van quedando por el camino muchos narradores orales y escritos hasta que llegamos al primero de los que podemos reconocer como nuestros, al que realiza la gran transformación hacia el encuentro con la subjetividad del que entonces ya es más lector que oyente; llegamos a Miguel de Cervantes en su (nuestro, porque él así supo ofrecerlo) Ingenioso Hidalgo. ¿Suyo? Sin duda, pero qué bien se camufló el escritor bajo un cúmulo de narradores que se llaman unos a otros o se intermedian gracias a traductores y a los propios personajes de la novela. El autor se esconde tras los múltiples narradores creados por él, tras Cide Hamete Benengeli y su traductor morisco entre otros, se esconde de tal forma que se convierte en lector de su propio invento volviéndose uno de nosotros, sus divertidos, admirados y entretenidos lectores, que pasamos así a formar parte de unas aventuras irónicas que parecen inventadas por nuestra propia lectura.

El genio del manco nos introduce en la creatividad hasta reconvertirnos en personajes suyos y, de esa forma, los futuros narradores podremos ser nosotros mismos, los lectores, los que nunca podremos escuchar al cazador que inventó el narrar, al ciego que convertía la vida corriente en épica, al danzante que ofreció el arte al mundo, al coro que sabía convocar la magia, al mundo naciendo a la narración a través del mamífero bípedo cargado de actividad, de sueños, de poesía.

  
       
  

   

   

Alfonso Blanco Martín (Madrid, 1959). Licenciado en Historia del Arte, trabaja como informático. Ha cursado estudios en Madrid y París, y le gusta recordar que ha trabajado eventualmente en Panamá y en Paraguay. Escribe desde hace décadas; lee desde siempre. No puede separar ambas actividades, aunque, evidentemente, la lectura es la primera. A estas alturas de su vida, no podría —ni querría— abandonar ni una ni otra. Y escribe para recrear algo más que lo evidente. No le gusta lo evidente. Cree que pensamos, hablamos, escribimos, investigamos, para superar lo evidente, para buscar o hallar eso que antiguamente se denominaba “La Verdad”. Es autor del libro de relatos Los Dioses en París (Ediciones Oblicuas, Madrid, 2015). Es, asimismo, autor de algunas novelas, todavía inéditas. Su inclinación natural y voluntaria por el arte, la arquitectura, el viaje, la fotografía y los aforismos está representada en el blog que mantiene desde hace un tiempo: «TRANSINDEPENDIENTE». Recomiendo su vista.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Sección 3. Página 7. Año XV. II Época. Número 94. Octubre-Diciembre 2016. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2016 Alfonso Blanco Martín. © La imagen ha sido tomada, a través del buscador Google, de la página digital de la agencia literaria «Escuela Literaria.es» (del Grupo Hera Ediciones) y se usa exclusivamente como ilustración; los derechos pertenecen a exclusivamente a su(s) creador(es). Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2016 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.