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«ARRECIADOS POR EL ÉXODO»,

NUEVO POEMARIO DE MARÍA EUGENIA CASEIRO

   

Por Mireya Robles

   

   

   

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n nuevo poemario saca a la luz María Eugenia Caseiro. Poeta, escritora y amiga nuestra nacida en La Habana (Cuba), residente en la actualidad en Estados Unidos. Esta nueva obra, a la que su autora ha dado el título de Arreciados por el Éxodo, viene a rellenar ese espacio vacío de nuestra más íntima mismidad, esa oquedad todo escritor se siente inclinado a cumplimentar con impulsos expresivos nuevos alguna vez de su vida.

Asidos de la mano de María Eugenia, vamos a internarnos un poco, no sin cierto recato, como quien allana un terreno ajeno, en los vericuetos de sus sentimientos más profundos. Inicia el poemario con una Profecía:

  

Y alguna vez vendrán a remontarme

lavados con el brillo de sus pies,

aquellos hijos de estos pies enormes

colgados al sillón que mecerá sus casas.

  

Pudiera indicar que ya en espíritu, meciéndose en un sillón de la que fue su casa, los que aún están encarnados en el mundo de los vivos vendrán a ella, estableciendo así que no hay una ruptura definitiva entre el plano de la muerte y este que tenemos por nuestra realidad. La autora dedica el poemario, Arreciados por el Éxodo, no solamente a su familia, sino también a sus muertos, en niveles  en los que no hay separación porque son parte de un todo indivisible.

  
                             
 

Portada de «Arreciados por el Éxodo», nuevo poemario poemario de María Eugenia Caseiro (Editorial Imagine Cloud Editions, Antequera, Málaga, 2013).

 
  

La casa de Yewá

  

En uno de los poemas, que María Eugenia Caseiro titula “Que en casa de Yewá me esperen siempre”, no incluido en este obra, el leitmotiv que aparece cada tres versos «—¡Hija del viento soy!—» podría indicar un atisbo de inmortalidad: que, en la casa de Yewá —el cementerio—, se quedarán esperándola eternamente porque allí su alma libre nunca podrá ser encerrada. Pero mi interpretación inmediata fue la de su voluntad manifiesta de que la esperen esos seres queridos que ya han pasado a otro plano, para acogerla en el momento en que a ella le toque habitar la casa de Yewá.

  

No se trata de describir la rosa, sino de verla crecer, de crearla en el poema

  

Tratar de interpretar un poema creacionista es un reto y tal vez una audacia desmedida, porque el verso sale directamente desde el origen, desde la fuente donde fue creado, y llega al lector por una corriente interior, profunda, sin pasar por un proceso de razonamiento. Nos encontramos constantemente con un elemento de sorpresa, porque el poeta creacionista tiene una visión omnisciente que le permite seleccionar fragmentos de distintas realidades que él recibe a la vez, y sintetizar esos fragmentos para formar una nueva realidad. Como sugiere Vicente Huidobro, no se trata de describir la rosa, sino de verla crecer, de crearla en el poema. Y en su Arte poética llega a afirmar que el poeta es un pequeño dios. Este pequeño dios está presente en todo el poemario de María Eugenia Caseiro:

  

tus dedos, mis dedos, nuestros

funden lingotes de animales

cautivos de ti.

  

A veces nos parece que estamos ante un éxodo real cuando nos dice:

  

Como cobos arreciados por el éxodo,

no hubo sacapuntas escarmentador

ni bigornias vigías,

ni las propias tijeras extenuadas

de cortar en tiras cada noche,

que no se enrolara en  nuestro arca.

  

Lanzados al éxodo, desfilaron todos los elementos que fueron parte de su entorno, para ser guardados en el recuerdo. Sólo así se mantendrá ese pasado del que somos  parte y que si desapareciera, desapareceríamos también:

  

Así logramos sobre nosotros mismos

ser invulnerables.

  

En “Naufragio” vemos viajeros llenos de la alegría de la esperanza, que son, a la vez, seres desvalidos, expuestos a peligros de muerte:

  

Y se hicieron a la mar con sus disfraces

prendidos al envés de la baraja

que los llevaría al fracaso,

risueños argonautas de papel

a quienes la borrasca

o un dedo del azar

interpuso el naufragio.

  

Pero también está presente un velo fino, transparente, que marca un éxodo vivencial dirigido hacia la nada, hacia el reconocimiento del vacío que nos deja la muerte física de un ser querido, el vacío que nos queda cuando languidece el amor, la premonición de nuestra propia muerte.  Hay pautas que aparecen en el poema “Saltar”: «Acaso el polvo en sus cuatro estaciones / nos sepulte».  En “Esperar”, vaticina: «Las ventanas se apagarán un día». Enfatiza: «polvo   polvo .. el.. polvo». Habla de «blancos palacios de hueso», «esperándote, esperándome». En los cuatro segmentos de “Nadas”, la pérdida se presenta visualmente en versos que se van acortando como se acorta una vida:

  

Lo que no emplea siquiera costumbre

lo que guarda tibio reposo dentro

dentro... dentro... adentro   

la noche dentro, todo

ese camino cerrado

padecido, mustio

último.

  

El poema titulado “Lienzo” es una bella elegía en la que la pureza de la juventud de su hijo está representada en la blancura de la tela:

  

Como un ángel que entibió la perfección

antes de partir y su tierno cadáver

es un sorbo de luz entre los árboles,

un tapete de blancura

se derrama en las planicies de la hora.

  

En “Residuos”  describe el momento de la muerte de su padre:

 

Eran tus manos de azahar

dormidas sobre mí,

besé llorada la pintura

que rompió la noche

—dos mitades como dos fantasmas

aplazaron el mar—

nosotros sombra tumbada

en el instante en que te pierdo.

  

Se sitúa en una época, acompañada de ese otro ser

  

En la tercera parte de “Yo, tú, los árboles”, comienza la repetición de palabras que utiliza en varios poemas para intensificar una condición, reafirmar un propósito, acelerar el movimiento. Se sitúa en una época, acompañada de ese otro ser que tantas veces aparece a su lado, viviendo momentos felices en los que talmente parece que estuvieran estrenando la vida en todo su esplendor, arropados en el frenesí de crear:

 

No desentrañamos

aquellas vertientes que trajeron la sal

cuando pensabas, cuando pensaba,

sembrar  sembrar  sembrar

eternamente

pasajeros felices, trenes novísimos

caminos, tildes, radios, señales;

dibujos olorosos a jabón, paisajes

sin límites…

  

Pero de momento asoma, a modo de presentimiento tal vez, un instante ensombrecedor, bellamente expresado:

 

y la espina en el naranjo de tu piel

doliéndole a la lluvia.  

 

“Morder lo breve” consta de cuatro partes encabezadas por flechas que señalan diferentes direcciones: hacia la derecha, hacia la izquierda, hacia arriba, hacia abajo, para marcar el giro vivencial, en cuatro instantes, de dos seres creados, tal vez, por la imaginación de la autora.

 

En la primera trata de explicarse las razones por las que se ha perdido la vitalidad del amor:

 

A causa de mis vestidos rotos,

de mis estrellas fracturadas,

de mis paisajes eternamente cosidos al recuerdo,

alunizan tus avispas de seda buscadas en el aire

lo que no nace dentro.

 

Pero a pesar del deterioro del amor, la unión continúa, quizás porque las circunstancias así lo determinan. Y, a pesar de lo que ya se ha convertido en un «rodante cielo aburrido», siguen, «tomados de la mano».  En la segunda parte la convivencia se lleva como si el amor pudiera ser la realidad que ya no es:

 

Que no se diga nunca

que mi boca, que tu boca

sin palabra mentida

elige tarde un algo, un beso

muerde.

  

Travesía vertical hasta el mar de toda hora

  

En la tercera parte trata de retener lo que queda del amor, aunque sea en el pequeño nivel de lo cotidiano:

 

Morder lo breve

lo nuestro mordible, querible

en cremalleras, en bastillas,

en los botones estampados en las blusas,

en la seda silenciosa del bostezo.

 

En la última visualiza el momento:

 

Cuando nadie, cuando nada quede. 

 

En los momentos de vacío en los que ya no tiene «estrellas que contar», se refugia en el seno materno, donde identifica

 

el vaivén de sus pulmones

sus arterias calientes,

donde sabe que para la madre ella es un tierno ser

—blanda gota concebida—,

hasta el momento de su nacimiento,

cuando sale a ese pasar del tiempo

que es la vida: “travesía vertical

hasta el mar de toda hora”. 

  

Personificación de inanimado

  

Como lo hiciera César Vallejo con la palabra “trilce” —posible combinación de triste y dulce—, aparecen en el poemario palabras que se unen para formar una nueva: lunijunto, velasombra, vuelapétalo… Contrariamente a la cosificación que vemos en algunas de las pinturas metafísicas de Giorgio de Chirico —como Le Muse Inquietanti, Etore e Andromaca, Il guadagno—, en la poesía de María Eugenia Caseiro se personifica lo inanimado, lo abstracto, lo vegetal:

  

la lluvia con zapatos de cristal

  

Yo, tú, los árboles de lágrima torcida

como lenguas sedientas,

navegamos la lluvia  sin timón...

  

Después todos los bancos

lánguidamente recostados a mi espalda

fueron tibio hospedaje del adiós.

  

Son versos que se mueven en la bruma, tan etéreos que son como una música en la que el significado de las palabras se diluye para formar mundos nuevos.

  

 

     

 

   

   

Mireya Robles (Guantánamo, Cuba, 1934). Poeta, narradora, ensayista, investigadora y profesora de literatura.

Entre sus libros de poesía destacan, entre otros, Tiempo artesano (Editorial Campos, Barcelona, 1973), Time, the Artisan (edición bilingüe, traducida por Angela de Hoyos y publicada por Dissemination Center for Bilingual, Bicultural Education, Austin, Texas, 1975) y En esta aurora (Universidad Veracruzana, México, 1976).

Autora también títulos en prosa, entre sus novelas figuran títulos como Hagiografía de Narcisa la bella (Ediciones del Norte, Hanover, New Hampshire, 1985), (Editorial Letras Cubanas, La Habana, Cuba, 2002), La muerte definitiva de Pedro el Largo (Lectorum, S.A. de C.V., México, 1998), Una mujer y otras cuatro (Editorial Plaza Mayor, San Juan, Puerto Rico, 2004) y Combinado del Este (Xlibris, EE UU, 2010), entre otros.

Su obra ha sido galardonada con muchos premios literarios. Cabe mencionar, entre otras distinciones, haber recibido sendas Menciones de Honor por sus ensayos Determinismo y libertad en Jacques le Fataliste (Círculo de Escritores y Poetas Iberoamericanos de Nueva York, 1969); Arte y Filosofía en Muerte y Resurrección de José Ortega y Gasset (Círculo de Escritores y Poetas Iberoamericanos de Nueva York, 1970) y «En torno a Luis Cadalso» (Xilote, México, D.F., 1970). Ha sido merecedora del Primer Premio por su poemario Tiempo artesano (Círculo de Escritores y Poetas Iberoamericanos de Nueva York, 1971); su cuento Trisagio de la muerte le valió el segundo premio Sigma Delta Pi (Sociedad Nacional Hispana, Universidad de Maine, Orono, 1973); ha sido Medalla de Oro por tres libros: La desnovelización de la novela (ensayo), Frigorífico del Este (cuentos), Tiempo artesano (poemario), otorgada por L'Academie Internationale de Lutèce (París, 1974); recibió el Primer Premio por su ensayo La relatividad de la realidad (Círculo de Escritores y Poetas Iberoamericanos de Nueva York, 1974); su cuento En la otra mitad del Tiempo mereció el segundo premio de la revista «Silarus» (Battipaglia, Italia, 1975) Accésit, artículo de periódico, “Kendall”, mereció un Accésit en el Premio Jorge Mañach (Miami, USA, 1976); su novela Una mujer y otras cuatro entró en el grupo de las obras seleccionadas para la obtención del Premio Nadal de 1989. Y ya, últimamente, su obra titulada Diario de Sudáfrica, se publicará en breve.

   

   

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Año XII. II Época. Sección 4. Página 11. Número 81. Julio-Septiembre 2013. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2013 Mireya Rodríguez. © Las imágenes, extraídas a través del buscador Google de diferentes sitios o digitalizadas expresamente por el autor, se usan exclusivamente como ilustraciones, y los derechos pertenecen a sus creadores. Edición en CD: Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2013 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.