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SELECCIÓN DE POEMAS

   

Por Francisco Cenamor

   

   

   

El fin de la historia

Ya no tiene sentido la normalidad, ha llegado el momento de los disturbios espirituales, de cortar la calle con macetas, plantar magnolios en las autopistas, arruinar el futuro sembrando esperanzas, poner comas entre sujeto y predicado, correr de espaldas palpando el presente, subir de dos en dos las escaleras, abrir de par en par las ventanas de los viejos aposentos modernos, vaciar las estanterías metálicas

  

Acudir silbando a la biblioteca, enarbolar banderas transparentes que no nos amordacen los ojos, sorprendernos abrazados al paria, al que vino de lejos, a la prostituta, matar de risa al desamor, ir a la oficina de empleo cantando a Puccini, pagar la ópera con la cartilla del paro, recitar poesía desde el patíbulo, construir con firmeza en las nubes

  

Cada noche, soñarse escondido en el jardín, ignorando elecciones generales y tarjetas de crédito

  

Del libro Amando Nubes (Talasa Ediciones, Madrid, 1999.)

  
                                                   
  

Aventuras de barrio

Amores imposibles cuando descubres a la chica que en el tren te mira a los ojos cada mañana haciendo cola en el banco con su novio. Miradas furtivas en la misa de once que acaban en una cita en el discobar. Bares con olor a frito donde se niegan penaltis. Goles marcados al sábado como si en ello nos fuese la vida. Aceras por descubrir (ínsulas extrañas do luchar contra los coches, los nuevos gigantes Sancho). Valiente muerte juvenil sobre las ruedas del fin de semana, equipo de piernas para sillas de ruedas. Mujeres con depresión que se asfixian subiendo al cuarto piso. David ecologista intentando abatir a Goliath ministerio de obras públicas. Cola del paro, Ley de extranjería, olmos y plátanos por palmeras y lianas

  

Sin salir de mi ciudad, el mundo se ha convertido en una apasionante aventura

  

Solo en Barcelona

  

Uno no se siente más yo que cuando está solo en una ciudad que no conoce, y, además, hay calles desabridas con hileras de dos faros que no se detienen y oloroso silencio frente a la Sagrada Familia (ese esqueleto de fantasma cuyas puntas se pierden en la noche del cielo) y el viento sopla frío y las farolas están tristes y las palmeras quedan ridículas en aquel frío, y, por fin, La Rambla, donde paseamos todos los forasteros y miramos cómo recogen las flores y las putas tan jóvenes y negras y bajamos los ojos y alguien mira y hace señas y la ciudad es hostil de repente y coges el metro en Drassanes hasta el frío hostal donde te alojas y en la habitación piensas que estás solo pero es que esta vez querías estar solo

  

Por eso, es mejor que ella no haya venido y hubiese mar y olor silencioso, fantasma de Sagrada Familia y ciudad que no conoces, farolas tristes y La Rambla, forasteros y putas y metro y la habitación del hostal donde estás solo porque esta vez quieres estar solo

  

Del libro Ángeles sin Cielo (Ediciones Vitruvio, Madrid, 2003.)

  
                                                   
  

Cansancio ajeno

Hay cada mañana una mujer María que se sienta al borde del abismo de su cama, mira hacia abajo antes de saltar, duda sin remedio de si irá al trabajo

  

Hay cada tarde un hombre Manuel que se sienta cansado en un banco del gimnasio, mira su contorno que no cede, piensa en sacar mañana todo su dinero e irse

  

Hay también cada mañana un joven Raúl que coge sus libros para ir al instituto, mira con ojos dormidos el desorden de su mesa, encuentra el cedé que le gustaría quedarse a escuchar

  

Hay cada atardecer una abuela Cipriana que abandona con paso cansado el cementerio, mira con envidia la tumba del marido, siente que pronto se liberará de su pesado cuerpo

  

Del libro Ángeles sin Cielo (Ediciones Vitruvio, Madrid, 2003.)

  
                                                   
  

Niños y niñas

Estás y ya no estás: dicen que hay muchos niños que mueren de hambre cada día (estás y ya no estás) y otros niños nacen cada mañana, como las nubes que no sabes donde qué tierras mojarán. Hay nubes que están en el cielo mucho tiempo y un día ya no están (como los niños que a veces ya no están). Pero el agua que dejaron las nubes pueblan cada tierra de raíces

                                     (como los niños muertos)

  

Del libro Asamblea de Palabras (Ediciones Vitruvio, Madrid, 2007.)

  
                                                   
  

XIII

Enseñas

la foto de tus hijos

cuando te piden

el carnet de identidad.

De la serie ‘Ríos de gente’

  

Del libro Casa de Aire (Ediciones Amargord, Madrid, 2009.)

  
                                                   
  

8,47 a. m.

El niño tira la piedra,

muere el pájaro contra el tronco del árbol.

La piedra cae al suelo partida en su frialdad.

El niño mira el pájaro un segundo,

la sangre saliendo por el pico.

Se vuelve, se va sonriendo.

El barrendero recoge

pájaro y piedra

en su carro de basura.

   

De la serie “Ríos de Gente”.

  
                                                   
  

Acto primero

Un actor sale al silencio del escenario.

En una esquina, en penumbra,

el reflejo de un cuerpo apenas perceptible.

—He de ir—, dice el actor a la sombra.

En la fila tres del teatro, en la oscuridad,

una mujer aprieta la mano de su hombre.

  

  

Acto segundo

La actriz espera desnuda la llegada del hombre.

La espectadora de la fila ocho

mira anhelante los pasos que se acercan.

La actriz sale al encuentro.

La mujer mira a su lado el asiento vacío.

  

  

Acto tercero

Oscuridad. Se buscan las manos sudorosas de los actores.

Se hace la luz. Todos aplauden.

El hombre de la fila tres se levanta.

—¡Bravo!—, grita. Ulises no ha regresado.

  

  

Acto cuarto

Sola en la inmensidad del pequeño teatro.

La luz ha roto ya la frontera que separaba a los actores.

El héroe, vestido de calle, sale sin ver a la mujer que aguarda.

Ella presiente la soledad de su cama deshecha.

  

  

Acto quinto

Se han marchado todos.

Un cuchillo falso reposa en un estante

recogiendo la tenue luz que entra en el camerino.

Dos maniquíes conversan en silencio sobre

el final del último acto.

Lo permanente se instala en lo vacío de la escena,

posibilidad de ser siempre la última función.

  

De la serie “Última Función”.

  
                                                   
  

Espejo

Un espejo cae a gran velocidad. Apenas tenemos tiempo de apartarnos. Desde una ventana, alguien ha visto reflejado su rostro, no se reconoce. Los mirlos, deslumbrados por algún rayo de sol atrapado por el cristal, huyen de sus ramas. Ha caído junto a un perro, disimula su miedo con un pequeño salto, se lame la cola. Miles de pequeños espejos estallan en la calle,  nos persiguen, nos recuerdan nuestras caras asustadas, nuestro miedo, nuestro asombro. Terminan de asentarse en el suelo

  

Silencio. Shock. El llanto de un niño

  

Hay miradas que comprueban los daños. Otras comprueban que estamos bien. Alguien ve salir de su pierna una breve gota de sangre. Los coches reanudan la marcha, convierten en polvo de estrellas los mil hijos que ha sembrado el espejo. Una mujer se santigua toma   un trozo de cristal, lo envuelve en un pañuelo, lo echa al bolso. Otra se abraza a un hombre, llora. Desde las ventanas, los comentarios acechan una respuesta. Más allá, sobre las azoteas, los mirlos se reponen. Uno ha vuelto tímidamente a su nido

  

Echamos a andar. En ese momento la vimos caer a ella. Ya estaba rota antes de saltar. Alguien creyó verse reflejado en sus ojos mientras caía

  

Del poemario Nada Somos, Serie “Yo” (Editorial Luces de Gálibo, Málaga, 2011.)

  
                                                   
  

ASOMADA AL BORDE de la máscara está mi rostro, (es así, otro toca mi cuerpo). El precio que pagan es recibir vida de otra vida, dejarse impregnar de los aromas que han moldeado mi sustancia.

  

Siempre salgo victoriosa de esta cama deshecha, son niños los hombres en el momento del orgasmo, (o cuando se están vistiendo y miran de reojo cómo te colocas el sujetador, sé que en ese momento querrían darme un beso, sobrepasar el precio que han pagado,

              una caricia,

                           incluso, por qué no, decir te quiero al oído, muy suave, o volver a desnudarse, reír, hacer fotografías, recordarlas, recordar al menos que algún día, desnudos junto a otro cuerpo, fueron un poco felices)

  

Asomada al borde de la máscara está mi rostro

                                                                no soy yo quien la lleva puesta

  

(Poema inédito.)

  
                                                   
  

   

   

      

   

   

FRANCISCO CENAMOR (1965, Leganés, España). Es autor de los libros Amando nubes (Talasa Ediciones, 1999), Ángeles sin cielo (Ediciones Vitruvio, 2003), Asamblea de palabras (Ediciones Vitruvio, 2007), Casa de aire (Ediciones Amargord, 2009) y Nada somos (Editorial Luces de Gálibo, 2011). Incluido en antologías y revistas impresas y digitales, ha organizado numerosas actividades poéticas; así mismo, ha coordinado el Club de lectura de la Universidad Carlos III. Edita el blog literario «Asamblea de palabras». Profesionalmente se dedica a impartir clases de interpretación en centros públicos y privados, y ha interpretado pequeños papeles en películas y conocidas series de televisión.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Sección 2. Página 6. Año XIII. II Época. Número 86. Octubre-Diciembre 2014. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2014 Francisco Cenamor. © Las imágenes, extraídas a través del buscador Google de diferentes sitios o digitalizadas expresamente por el autor, se usan exclusivamente como ilustraciones, y los derechos pertenecen a su(s) creador(es). Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2014 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.