ABRIL-JUNIO 2015

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EL COLOSO.

MEMORIA SENTIMENTAL EN BLANCO Y NEGRO (2)

   

   

Manuel López Porras

   

  

  

LA GENERACIÓN NACIDA EN EL CURSO DE la década de los 40 y principios de los 50 fue el germen promotor de un cambio en la vida y el desarrollo de la juventud de entonces. Llegada la edad de la efervescencia endocrina unos años después, los jóvenes de los años 60 mostrábamos ya un cierto cariz de rebeldía. Y lo demostramos como pudimos y a nuestra manera: los chicos, llevando el pelo largo y patillas de hacha, y las chicas, minifalda. Fue por este tiempo cuando las madres dejaron de acompañar a sus hijas al baile, por lo que se pasó de bailar sueltos a hacerlo cogidos por el cuello y la cintura. Exigíamos nuestro lugar en el mundo. Por desgracia, en más de una ocasión, tropezamos con la cruda realidad. Los grises, montados a caballo y con porras, se encargaban de recordarnos que estábamos en la España de Franco.


UNA BOCANADA DE AIRE FRESCO

  

Por esos años, los chicos y las chicas, aunque tímidamente todavía, empezaron a abrir las puertas a sus sentimientos, dando así comienzo a una nueva era en la relación entre hombre y mujer. Y, si bien era evidente que la espontaneidad se dejaba notar más en los muchachos, no cabe la menor duda de que el concepto de igualdad entre ambos sexos había empezado a germinar en la sociedad. Los tabúes sexuales comenzaban su retroceso inexorable.

En Barcelona nacieron los clubes. ¿Quién no recuerda el “San Carlos”, “El 22” o el “San Diego”? Era la época de las fiestas particulares (para las que acuñamos el nombre de “guateques”), en las que el pinchadiscos era cualquier voluntario, habitualmente quien ligaba menos. Los discos giraban muchas veces, se repetían... hasta dejarlos con más surcos que cuando se habían comprado; daba igual la canción que sonara. Muchas fueron las parejas que se formaron en esas fiestas: unas más duraderas y otras menos, como hoy.

Quienes vivimos aquellos tiempos en el propio apogeo vital sabemos lo que significó aquel túnel de silencio imperante todavía durante unos años más. La frustración de lo que no fue pero que pudo haber sido. Los silencios reprimidos... Deseos siempre inhibidos... Todo lo que se callaba... Como aquel amor de miradas cruzadas, de quimeras interiorizadas como en sepulturas latentes... Aquel amor idealizado por imposible, aplazado hasta siempre.


ENTRE “LOS BEATLES” Y EL CONCILIO VATICANO II

  

La década de los 60 fue también la época de “Los Beatles”. Los “cuatros muchachos de Liverpool”, como llegó a llamarlos la prensa del régimen, arribaron a España como un torbellino en junio de 1965, dispuestos a tocar ante un público que asistía al mundo del pop como si de un espejismo en medio de un páramo se tratase. De ellos hablaba la prensa profunda como si fueran el terror mismo de la juventud, considerándolos como la traducción misma del diablo. Fue también la década de “El Cordobés” (Manuel Benítez), del que se decía que pasaba mucho de ortodoxia torera pero que llenaba las plazas como ningún otro diestro del momento. Otro héroe de esa década fue Manolo Santana, que, entre otros galardones, también pasó por sus manos, en julio 1966, el trofeo de Wimbledon. Pero hubo otros muchos héroes: José Luis López Aranguren, Enrique Tierno Galván, Mariano Aguilar, Montero Díaz y García Calvo, que fueron apartados de sus puestos docentes en las Universidades de Madrid y Barcelona, acusados de incitar a actividades subversivas.

Pero la noticia internacional que más confundió, entre la suspicacia y la esperanza, los entrecogidos ánimos de muchos españoles fue el Concilio Vaticano II, cuyo promotor, el papa Juan XXIII, no vería concluir a causa de su fallecimiento en 1963. Se abría así en la sociedad española una obligada renovación en uno de los argumentos del régimen franquista, la religión. Por otra parte, el miedo crónico a la represión comenzaba a difuminarse en medio de los ecos fastuosos que aún resonaban de las celebraciones de los “25 Años de Paz”.

Hay que situarse en aquella España del “Nacionalcatolicismo”, donde las parejas no podían besarse en las calles para comunicar lo que sentíamos. Con todo lo dicho, y a pesar del paso por el obligatorio Servicio Militar, los años que van del 62 al 70 son inolvidables para los de mi generación.


  
                   

                   
 

“El Coloso”.
Portada del número 1. (Septiembre de 1960).

 
  

 

LA “DICTABLANDA” Y LOS TEBEOS

  

La década de los 60 no solo significó un cambio profundo en la actitud social para los de mi generación. El acceso a otras formas de ocio y el recrudecimiento de la censura, hicieron, entre otros factores, que el tebeo fuera cediendo, de manera continuada y progresivamente, el puesto que había ocupado en los años precedentes.

En efecto, fue la década en la que yo dejé de leer tebeos. Leer tebeos, al igual que ahora, siempre ha estado mal visto, y más aún, si ya habías dejado atrás una edad que la gente considera “normal” leer tebeos. En España siempre pesó (y aún pesa) un equivocado concepto cargado de menosprecio sobre las manifestaciones del Noveno Arte.

Y así, a los veinte años, yo atendía ya asuntos demasiado terrenales (era lo ‘normal’) como para prestarles la debida atención a los héroes que fueron mis compañeros inseparables de infancia y adolescencia. Novia, fútbol, literatura y un trabajo realizado con desgana, y que compaginaba con los estudios, copaban todos mis empeños.

Siguió pasando el tiempo. Ya en mis treinta y un años, y recién casado, la Editorial Valenciana comenzó a reeditar, concretamente en 1972, “El Guerrero del Antifaz”, a todo color y con formato vertical. La nostalgia, los sueños proporcionados por aquellos entrañables tebeos, en cuyos recuerdos tenía un lugar preponderante el héroe enmascarado, que así volvía a entrar en mi vida. Al “Guerrero” siguieron “Purk, el Hombre de Piedra”, “El Pequeño Luchador”, “Yuki el Temerario”, “El Aguilucho” y “Piel de Lobo”.

  
                   

                   
 

“El Coloso”.
Portada del número 17.

 
  

El calendario siguió su inexorable recorrido. A mis cuarenta años, conocí al más vital, entusiasta y desprendido coleccionista de tebeos. El mundo de la imagen en blanco y negro que dominaba mi vida desde una niñez penetrada por los tebeos se concentró en esa maravillosa tebeoteca. Gracias a esto, me di a la tarea de leer, leer y leer. Desfilaron delante de mis ojos viñetas que yacían en el baúl de los recuerdos y conocí otras muchas de las que ni siquiera sabía que hubieran existido. Y descubrí un escenario donde los recuerdos brotaban a golpe de nostalgia con ese mismo discurso que me había conquistado hacía ya muchísimos años.

 

  

1960, EL TRIUNFO DE LA HISTORIETA ESPAÑOLA

   

En septiembre de 1960 empezó todo. Por eso escribo hoy sobre “El Coloso”, y por eso sonrío mientras tecleo estas líneas. Hace cuarenta y cuatro años debiera haber contraído una deuda con él y con el hombre que lo creó, Manuel López Blanco (Madrid, 1924-1992), quien desarrolla con maestría una trama en la que la aventura es lo primordial, y en la que tiene cabida un sutil sentido del humor que es difícil encontrar hoy en día.

  
                                       
 

“El Príncipe de Rodas”.
Portada del número 38.

 
  

¿Por qué un tebeo conserva, renueva o potencia su capacidad de comunicación a través del tiempo? ¿Cómo los integrantes de una nueva generación, creados y criados en nuevos contextos, con diversos entornos culturales, pueden disfrutar o reflexionar, o ambas cosas a la vez, con un tebeo concebido cuarenta y pico años atrás? ¿Qué magia explica esa maravilla?

Más allá de la barrera idiomática, la historieta es arte secuencial y visual. El saber usar las herramientas del sistema comunicativo de la historieta es indispensable, y, en eso, la mayoría de los dibujantes de posguerra eran unos consumados maestros. Sus viñetas se desarrollaban claras, con personajes definidos, con fondos claros, y claramente concatenadas con las siguientes como los fotogramas de una película. En sus páginas se nos invitaba a viajar por un mundo plagado de fantasía: historias de terror, leyendas, monstruos, hadas, gnomos, personajes fantásticos... El espíritu del folletín habitaba en la historieta de aventuras, como se puede observar de forma diáfana en tantos de los cuadernillos editados en nuestro país, pero, en la época dorada de los tebeos, lo que importaba era la historia, la acción y la aventura.

A mi juicio eso de las reediciones está bien, muy bien. Primero porque nos permite disfrutar de una ingente cantidad de material a un precio relativamente asequible. Y, también, porque a mí me ha servido para situar una serie de autores y, en general, para descubrir un mundo historias leídas que había quedado borroso, incompleto e inconexo a causa del paso del tiempo.

  
        

“EL COLOSO”, LA HISTORIA MÁS ORIGINAL DEL PÉPLUM ESPAÑOL

  

A la sombra del péplum made in Italia, nace la saga de “El Coloso”, dibujada por López Blanco, uno de los mejores dibujantes españoles de posguerra. “El Coloso” nace y se desarrolla paralelamente a la saga cinematográfica de Hércules, y así, en ella nos encontramos con parábolas y transposiciones mitológicas, con toda una amalgama de situaciones en las que la aventura da paso a lo irreal, fundiéndose en un solo plano, en el que nuestro héroe llega incluso a enfrentarse con el mismísimo Hércules para liberar a Hipólita, la reina de las Amazonas.

La mitología de la antigua Grecia, con su multitud de pintorescas deidades, pasó a la cultura occidental como fuente de inspiración artística y literaria. La religión constituyó para los griegos un lazo de unión social y el mundo de los dioses alcanzó casi categoría de real a través de las obras de Homero y Hesíodo.

De estas y otras muchas bondades se va nutriendo la historia de “El Coloso” en cada momento narrativo, proporcionando al lector ingredientes suficientes como para mantener un interés creciente. Otro de los aciertos del guion es el que, a medida que la saga va avanzando, se va perdiendo el individualismo del héroe, potenciándose así el protagonismo de sus compañeros a la vez que las tramas paralelas.

  
                                       
 

“El Príncipe de Rodas”.
Portada del número 47.

 
  

En lo gráfico, el estilo de López Blanco aparece lleno de contrastes, dominando con soltura el aspecto cinético. Obsérvese el uso magistral de las secuencias. “El Coloso” constituye un claro ejemplo de la capacidad de sorprender que poseía este autor. Esta capacidad de López Blanco de adaptar el dibujo al magnífico guion permite que podamos disfrutar de una de las mejores obras de los años dorados del tebeo español. Sus páginas nos invitan a viajar por un mundo dominado por la fantasía que se deriva de los mitos de la Grecia antigua.

Sin duda alguna, López Blanco es uno de los dibujantes más interesantes de nuestra posguerra. Sus obras presentan dosis de constante calidad e interés, lo que le hace tener ganado de antemano al aficionado. y, aunque es cierto que este autor se vale de temas muy conocidos, la originalidad y frescura con que los trata los hace nuevos a nuestros ojos. Una simple mirada a la labor que nos dejó hecha demuestra que debe ser recordada o, mejor aún, redescubierta.

Resumiendo: “El Coloso” es una historieta de evasión narrada y dibujada con pulso firme; un tebeo de aventuras que se desarrollan en el marco de la Antigüedad griega; una narración gráfica para leer, ver y disfrutarla, ya que con ella tenemos garantizadas horas de diversión; en fin, una secuencia de episodios bien hechos y mejor escritos, que se lee con sumo agrado y, también hay que decirlo, con no poca nostalgia.

  
                                         

Manuel López Blanco

(Madrid, 1924 - Madrid, 1992)

 
  

  

FICHA TÉCNICO-ARTÍSTICA

Título: El Coloso (I), del 1 al 35) / El Príncipe de Rodas (II), del 36 al 83.

Guion: Juan Antonio de la Iglesia.

Dibujo: Manuel López Blanco.

Género: Péplum (Grecia antigua) - Aventuras.

Editorial: Maga (Valencia)

Colección: 83 números.

Año de aparición del primer número: 1960

Formato: Cuaderno horizontal, de 15 x 21 cm.

Periodicidad de aparición: Semanal.

Páginas: 12.

Color: Portada en color; interior: blanco y negro.

   

   

      

MANUEL LÓPEZ PORRAS(1941). Jubilado en la actualidad, es, desde siempre, un entusiasta de los tebeos, que alegraron su infancia en aquellos grises años como a tantos otros muchos españoles. Desde hace unos años, colabora en la revista «El Boletín».

   

   

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral. Año XIV. II Época. Número 88. Abril-Junio 2015. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2015 Manuel López Porras. © Las imágenes, extraídas a través del buscador Google de Tebeosfera.com, se usan exclusivamente como ilustraciones, y los derechos pertenecen a su(s) creador(es). Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2015 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

   

   

   

 

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