N.º 67

MAYO-JUNIO-JULIO 2010

16

    

   

   

   

   

   

   

EL DUQUE NEGRO

Entre el Reino de Asturias y el Imperio Carolingio

   

   

Por Manuel López Porras

   

   

  

                             

 

  

E

 l 1 de abril de 1939, Radio Nacional de España emitió para todos los españoles el parte de guerra desde el cuartel general de Burgos, anunciando el final de la contienda civil que había enfrentado a los españoles durante tres años.

«Sobre España una alada victoria

va planeando un vuelo final.

No es la acéfala estatua de Grecia

que en las rocas varada está;

no es aquella que allá, en Samotracia,

Alas tuvo y no pudo pensar.

Es la nueva victoria de Cristo.

Cruz y espada, piadosa y tenaz,

que rejunta, rehace y renueva

de savias antiguas la España Imperial.»

Estos versos componen el Himno de la Victoria, radiado por Felipe Sassone en Radio Nacional de España el 8 de agosto de 1939. Sin embargo, estas estrofas son algo más que un poema, son la plasmación de la vergonzosa y vergonzante realidad de manipulación, censura, propaganda y adoctrinamiento a la que estuvimos sometidos durante los treinta y seis años de dictadura.

 

1940-1949: Una década de hambre y reconstrucción

Al empezar los años cuarenta, Barcelona despertaba poco a poco de la pesadilla de la guerra, que había dejado en sus calles y en la piel de sus habitantes unas marcas indelebles. La represión política se mantuvo con la máxima intensidad durante toda la década, con fusilamientos diarios en el Campo de la Bota, que duraron hasta el Congreso Eucarístico de 1952. El hambre de los últimos tiempos de la guerra se prolongó durante toda la década.

 

   
     

Las ganas de sobrevivir

Manuel Vázquez Montalbán, en su libro Barcelona, se refiere a la ciudad de los años cuarenta como una mezcla de dolor, miedo y ganas de evadirse de la realidad. «La ciudad sobrevivía y pretendía no escuchar los disparos de los pelotones de fusilamiento, no percatarse de las colas en la puerta de prisión Modelo ni de la destrucción sistemática de su identidad». Se quería olvidar la pesadilla que se había llevado a familiares y amigos, se quería recuperar la dignidad perdida. Las ganas de sobrevivir se imponían a cualquier otra consideración. Se trataban de encontrar un espacio donde olvidar.

 

La censura tamizó las informaciones

Para el régimen, la imagen de una España unida y armónica fue una cuestión prioritaria. Se maquillaron los detalles macabros de la vida cotidiana, se eliminó lo soez y las alusiones a lo sexual y no sólo en la prensa, sino también en la literatura, el tebeo o el cine, donde el NO-DO era de proyección obligada.

 

Ideología franquista

El continuo falseamiento de una realidad desangrada por las secuelas de la guerra, tuvo gran incidencia en la enseñanza que se impartía en las escuelas. La Historia fue el arma política del gobierno. La enseñanza de la Historia de España durante el franquismo, tanto en la Escuela Primaria como en el Bachillerato, refleja esta afirmación. Los maestros debían ceñirse al programa y demás puntos valorativos establecidos por el Ministerio de Educación Nacional. Asimismo, los manuales de historia y enciclopedias utilizadas por éstos, mostraban la interpretación oficial dada por el sistema establecido, que venía avalada por su condición de textos revisados por la censura.

Estos libros de texto, en palabras de Rafael Valls, eran «vehículos de socialización del alumnado, esto es, de transmisión de valores sociales y de la normativa imperante en tal momento histórico, que fueron utilizados como un elemento importante de adoctrinamiento ideológico por parte del Estado». Enseñar historia se convirtió, por tanto, en un instrumento de combate, cuyas armas eran la religión católica, la raza y el Imperio, todos ellos, conceptos inmersos en la genuina cultura de la España de posguerra.

   

     

A través de la asignatura de Historia, se intentaba introducir en la población infantil y juvenil una serie de cuestiones, fundamentales todas, para lograr la aceptación del sistema establecido: ¿Qué es ser español?, ¿Por qué el franquismo?, Importancia de la tradición histórica, etc. Según Eladio García Martínez, una de las consecuencias de la guerra «fue el antihistoricismo, la negación de la Historia y con ella la influencia del pasado en el presente». «A nuestra Patria estuvo reservado el destino más glorioso de todos: descubrir el Nuevo Mundo y hacerle participe de nuestra cristiana civilización», se afirmaba en una página de un libro de Historia correspondiente a esta época, al tocar el tema del descubrimiento de América.

Basado en principios psico-pedagógicos, se establecieron ciclos en la enseñanza de la Historia, de modo que los primeros grados comprenderán el estudio de los acontecimientos que van desde los albores de la humanidad hasta finales del Medievo, para abarcar en el último grado desde el descubrimiento de América hasta la era del Caudillo.

 

Los tebeos que leíamos en esa época

La fascinación que los niños sentíamos por los relatos de aventuras nos hacia sugestiva la enseñanza de la historia medieval, que, además de formarnos (sic), apuntalaba nuestra fantasía y la avivaba. Quizá ello explica la proliferación de colecciones de tebeos de tema medieval en nuestra posguerra: El Guerrero del Antifaz (antes que todos y sobre todos), El Capitán Trueno, Sangre en Bizancio, El Caballero de las Tres Cruces, Flecha Negra, El Rey del Mar, El Paladín Audaz, Terciopelo negro, El Patriota, El Cruzado Negro, por ejemplo. Otras de las muchas colecciones sobre el tema fue: El Duque Negro. En las líneas que siguen, reseñaremos algunos aspectos de esta obra que bien podrían servir (si se quiere) como preparación para el desarrollo de un posterior estudio crítico más profundo.

  

«El Duque Negro». Ficha técnica

● Título: El Duque Negro.

● Dibujos: José Ortiz (del 1 al 10) y Manuel Gago (del 11 al 42).

● Guión: Pablo Quesada.

● Fecha de aparición del primer número: 1957.

● Editorial: Maga (Valencia).

● Colección: 42 números.

● Formato: cuadernillos apaisados de 17 x 24 cm.

Color: Portada: en color; páginas interiores: en blanco y negro.

● Época: Entre los años 1174 y 1185.

● Protagonista: Raimundo de Santa Fe, conocido como el ‘Duque Negro’ (Asturiano).

● Época: Hacia el año 800.

● Personajes históricos principales: Alfonso II ‘el Casto’ (791-842), rey de Asturias, y Carlomagno (742-814), emperador de los francos (768-814).

     

Alfonso II fue nombrado rey de Asturias tras la muerte de Silo (774-783) gracias a la mediación de Adosinda, la reina viuda. Sin embargo, la ambición de la nobleza y la juventud del monarca motivaron que un grupo de nobles encabezado por Mauregato, hijo natural del rey Alfonso I ‘el Católico’ y hermanastro de Adosinda, se hiciera con el poder, lo que motivó que el joven Alfonso se viese obligado a buscar refugio en tierras alavesas. A la muerte de Bermudo I ‘el Diácono’ (791), sucesor de Mauregato, Alfonso regresa a su tierra, ahora con 32 años y más experimentado, quien se hizo definitivamente con el trono.

   
     

Alfonso II lleva a cabo incursiones por tierras musulmanas, pero también sufre diversas penetraciones de las fuerzas de éstos en los territorios de su reino, logrando entrar en Oviedo dos veces, en los años 794 y 795. Trata, sin éxito, de sellar una alianza con Carlomagno. Durante su reinado, la tradición nos dice que, en el 814, un devoto ermitaño descubre el sepulcro del apóstol Santiago el Mayor en un lugar conocido como el ‘Campus Stellae’, cerca de Iría Flavia (Padrón), sobre el que Alfonso hace construir una iglesia, en torno a la cual crecerá la capital religiosa del reino de León y muy pronto lugar de peregrinación para toda la cristiandad: la actual Santiago de Compostela.

Este es el marco histórico donde se desarrollan las aventuras de nuestro héroe: Raimundo de Santa Fe, el Duque Negro: «El más gallardo y desdichado de los paladines».

 

Breve sinopsis

Raimundo, duque de Santa Fe, ha sido criado por su tío el Rey en la creencia de que es huérfano, cuando, en realidad, su padre está enterrado en vida en la mazmorra de un solitario torreón por orden del mismo rey.

Tras una serie de aventuras en la que conoce a Zulema, Raimundo descubre la cruda verdad de la que es víctima el padre. En este espacio de tiempo, el Duque se enamora de la hija del carcelero de su progenitor. Raimundo libera a su padre, que pronto es asesinado por orden del rey. Desde este momento, nuestro héroe debate interiormente entre el deseo de venganza y la lealtad a la figura del Rey. Accidentalmente, mata al padre de su amada Laura.

La desaparición del la figura paterna, la gran seriedad que denota en su rostro y el color de su vestimenta (siempre de negro absoluto) ha movido a muchos estudiosos del tebeo a establecer un paralelismo entre la figura de nuestro joven Duque y la del shakesperiano Hamlet, príncipe de Dinamarca.

A medida que avanza la colección, las desgracias se acumulan sobre Raimundo, calumniado por su amada, traicionado por su rey y, por si fuera poco, contrae la lepra, todo ello, aderezado con enfrentamientos con los normandos (o vikingos), cuyas incursiones por nuestras tierras fueron frecuentes en esta época.

   

     

El Duque Negro.

Portada del cuadernillo N.º 1.

 
   

Temibles forajidos y piratas, los normandos procedían de los actuales países escandinavos (de ahí su nombre: nord’, norte y ‘man’, hombre). Eran crueles degolladores y violentos incendiarios. Las gentes de nuestro litoral y riberas fluviales reconocían con facilidad sus barcos, porque solían tener altas proas y popas. Las primeras iban decoradas con cabezas de dragón (drakkars) y de serpientes (snekkars).

En sus pillajes, los normandos se hacían anunciar con caracolas. Esas inconfundibles bocinas llenaban de ecos las riberas marítimas y fluviales, empujando a las aterrorizadas gentes hacia el interior. En sus aventuras, también intervendrán los mongoles. En suma: abordajes, luchas cuerpo a cuerpo espada en mano, peleas contra el moro, desafíos en torneos, intrigas y maquinaciones, nobles traicioneros, etc.

Finalmente, el premio a tanta desventura viene del Cielo: el espectro del padre de Laura se aparece a ésta bendiciendo sus esponsales con Raimundo, ya curado de la lepra gracias a un milagro que acontece al culminar su peregrinación por Tierra Santa.

 

José Ortiz y «El Duque Negro»

José Ortiz no cambia su impecable estilo en los diez primeros números que dibuja de El Duque Negro, ese estilo que, aunque deudor de lo que se ha denominado Escuela Valenciana, que tan grandes dibujantes ha dado al tebeo, él sabe mejorar ostensiblemente, mostrando un gran dominio de la puesta en escena e incorporando al ambiente una iluminación especial de la que adolecen otras obras suyas, a lo que debemos añadir un excelente pulso narrativo que en ningún momento se pierde.

Si bien no puede decirse con propiedad que esos diez números dibujados por Ortiz son una obra maestra, las imágenes que destilan son lo suficientemente atractivas y poderosas como para acaparar nuestra atención desde la primera viñeta.

Ya habíamos disfrutado antes con lo que José Ortiz podía ofrecernos; es uno de los artistas más conocidos y admirados de nuestro tiempo, tanto en España como internacionalmente. El conjunto de su obra avala la figura de este autor, que ha sabido crear un estilo propio e inconfundible.

 

Manuel Gago y «El Duque Negro»

   
     

  

El Duque Negro.

Portada del cuadernillo N.º 25.

   

En la monumental obra de Gago encontramos series afortunadas y otras de corte más irregular; aun así, unas más que interesantes series gráficas de lectura muy recomendable. Son unos tebeos próximos a nosotros, pero con peculiaridades diferenciadoras del tebeo actual. Manuel Gago fue un autor que conocía perfectamente los entresijos del mundillo del tebeo.

El dibujo de Gago en El Duque Negro es simple y directo, y, aunque en ocasiones  sus trazos pueden parecernos bocetos de una obra inconclusa, su dibujo es sumamente narrativo, vigoroso y dotado de una destacada sensación de movimiento. En resumen, un dibujo vivo y enormemente ágil.

Indudablemente, Manuel Gago merece figurar entre los mejores historietistas españoles de todos los tiempos. La afirmación no está sólo basada en el placer que muchos encontramos en nuestra adolescencia en los tebeos de Gago, pues con su manera de crear personajes vivaces y vitales, nos proporcionó un mundo de fantasía que nos hizo olvidar las precarias condiciones en que nos movíamos. Sumémosle a todo esto su capacidad para la acción rápida, su agilidad descriptiva y narrativa y su habilidad en la condensación de los acontecimientos.

Ya desde sus primeros trabajos, Manuel Gago destacó como uno de los autores más interesantes de aquel colectivo de autores que surgieron en nuestra etapa de posguerra, con un estilo marcadamente personal. Todos lo hemos disfrutado, todos los pertenecientes a esa generación que aprendió a leer con sus tebeos, embebidos en las imágenes de sus mágicas páginas.

 

El guionista: Pedro Quesada

Pedro Quesada nos ofrece de nuevo un personaje trágico y atormentado en un apasionante relato, en el que mezcla con su pericia característica el detalle histórico y los tópicos más desquiciados de la narrativa decimonónica para construir un cóctel de acción de ritmo vertiginoso. El Duque Negro es una serie que muestra a un autor maduro y en pleno dominio de sus facultades narrativas; uno de los mejores logros de un guionista apasionante.

   

     

El Duque Negro.

Portada del cuadernillo N.º 42, último de la colección.

 
   

El nombre de Pedro Quesada está asociado a nuestros tebeos de toda la vida, a ese arte que es la historieta y que en nuestro país no se asocia a la cultura, siendo, como es, una de las manifestaciones plásticas y narrativas más importantes del siglo veinte y el actual. Han sido tantas y tantas historias las que han salido de su capacidad creativa… y, lo que es mucho más importante, su temática, tan diversa y variada.

En fin, tras su lectura, El Duque Negro nos deja el regusto magnífico de haber disfrutado de una historia emocionante en la que todos los recursos del tebeo están bien empleados y puestos al servicio de lo que se narra, logrando la coherencia del relato sin fatigar ni atosigar al que lee.

 

En resumen

Frecuentemente se ha atacado a los tebeos que se publicaron durante el franquismo basándose exclusivamente en elementos externos a éstos. ¡Qué gran torpeza! Se puede condenar algo por razones políticas o sociales, pero nunca por el éxito que pudieron alcanzar ni por la labor lúdica que pudieran desarrollar, y, en nuestro caso, no cabe la menor duda de que los tebeos tuvieron lo primero y también supieron llenar nuestras almas de niños y de jóvenes en un tiempo que no daba mucho de sí. Tampoco podría emitirse un juicio adverso que pudiera considerase justo sin antes haber empleado un tiempo en leerlos a fin de sopesar sus méritos y deméritos, porque en tal caso se carecería de la imprescindible objetividad estética, como lamentablemente ha ocurrido en múltiples ocasiones. De igual manera, es más que cuestionable la legitimidad de todo juicio crítico que no tuviese en cuenta las condiciones en que estos dibujantes debían realizar su trabajo en aquellos tiempos heroicos, y, lo que considero más relevante, sin considerar lo que estas historias gráficas supusieron de evasión y de expansión para unos chicos y unos jóvenes a quienes tocó vivir una etapa gris en plena eclosión de la fantasía. En efecto; no cabe la menor duda de que, en aquellos duros años, los tebeos nos invitaban a un viaje, un viaje que discurría entre la imaginación y la realidad, entre la fantasía y la historia, y en el que, sobre todo, había mucha magia. Tebeo a tebeo me fueron mostrando un mundo distinto al que conocía hasta ese momento, que no por nuevo me era extraño. Tebeo a tebeo se fueron abriendo para mí puertas de moradas donde habitaban dioses, princesas, castillos, reyes, guerreros, tribus ignotas... Tebeos e historias, historias que resultaban deslumbrantes y cálidas a la vez.

   

   

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

GARCÍA MARTÍNEZ, Eladio (1941): La Enseñanza de la Historia en la Escuela Primaria. Espasa-Calpe, Madrid.

TERRERO, J. y J. REGLÀ (2002): Historia de España. (De la Prehistoria a la actualidad). 1.ª ed., Ed. Óptima, Barcelona.

VALLS MONTÉS, Rafael (2009): Historia y memoria escolar. Segunda República, Guerra Civil y dictadura franquista en las aulas. Publications de la Universitat de València, Valencia.

ZAPATA PARRA, José Antonio: «La enseñanza de la Historia en la escuela primaria durante el franquismo», en ENCICLOPEDIA, 12 de Agosto de 2008 [En línea]. Disponible en web: <http:// enciclopedia.blogcindario.com /2008/08/00101-la-ensenanza-de-la-historia-en-la-escuela-primaria-durante-el-franquismo.html>. (Consulta de 10 de julio de 2009).

   

   

     

Manuel López Porras (1941), jubilado en la actualidad, es, desde siempre, un entusiasta de los tebeos, que alegraron su infancia en aquellos grises años como a tantos otros muchos españoles. Desde hace unos años, colabora en la revista “El Boletín”. del amigo Carlos González.

   

   

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Bimestral de Cultura. II Época. Año IX. Número 67. Mayo-Junio-Julio 2010. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2010 Manuel López Porras. © 2002-2010 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

  

  

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