N.º 65

ENERO-FEBRERO 2010

14

   

   

   

   

   

   

   

EL CRUZADO NEGRO, DE MANUEL GAGO

   

Por  Manuel López

   

   

   

«Los tebeos son los que hicieron que los sueños

nos parecieran reales y la realidad un sueño.»

  

  

El Cruzado Negro, obra de Manuel Gago. Editorial Maga, 1961.

Portada del número 1 de la colección.

 

  

  

R

odrigo Díaz de Vivar, el Cid, es un mito español de alcance universal y tal vez el mayor de todos los héroes guerreros de la historia de España. Hombre de frontera, curtido batallador, prototipo del caballero capitán de mesnada de la segunda mitad del siglo XI español, casi desde el mismo momento de su muerte fue objeto de glosa histórica y literaria. Acción, historia y aventura se daban cita como un torbellino en esas páginas inolvidables. Porque a nosotros nos llamaba la atención todo lo que era épico, los héroes. Los grandes héroes míticos de la historia, nosotros nos identificábamos con eso. Quizá por ello, el Medievo ha ocupado un lugar prominente en nuestra imaginación y continúa ejerciendo una fascinación sobre todos aquellos que entramos en su esfera de influencia.

La Edad Media... ¡Ah, los castillos, los caballeros valerosos, los justas y los torneos, las delicadas damas raptadas...! Durante la Edad Media, la credulidad y la falta de sentido crítico eran el mejor alimento para que el error, las fábulas, las leyendas y la superstición crecieran y se multiplicaran. Relatos de viajes marítimos a lugares tenebrosos certificaban la existencia de islas míticas, razas monstruosas y animales maravillosos.

Mucha de la fantasía e irracionalidad que pueden encontrarse en el imaginario de la época encontró en la historieta un soporte insustituible. La gran difusión de los tebeos y el enorme éxito que tuvieron éstos no hicieron más que aumentar la curiosidad y el interés del lector por el Medievo. Leíamos todo lo que éramos capaces de leer y vivíamos, sin saberlo, el tiempo de la formación personal y humana en medio de una época que exigía y daba muy poco.

   
     

  

Acción, historia y aventura se daban cita como un torbellino en esas páginas inolvidables.

   

Creo que, en mi caso, como en el de otros amigos comunes, iniciarse en la lectura de la historieta en las décadas de los 40/50, no solamente en la misma atmósfera del país de entonces, sino en las mismas publicaciones, junto al cine, desde donde nos empezábamos a asomar al mundo mientras jugábamos, supusieron la principal fuente de distracción. Recibimos con su lectura una incalculable cantidad de mensajes directos e indirectos que forzosamente han influido en nuestra visión del mundo y de la sociedad, no en vano los tebeos representaron en esos años el factor cultural y artístico más considerable de la vida en el Estado español. Los tebeos forman parte del bagaje mental y emocional de mi generación.

La lectura de aquellos tebeos tenía que ver con lo prodigioso y lo sorprendente, lo banal y lo cotidiano. Leer era así, para nosotros los niños de posguerra, como cruzar ese Arco de los Leales Amadores descrito en el Amadís de Gaula y alcanzar, a través de él, una realidad más verdadera que la que nos rodeaba.

Los héroes en la historieta posbélica se pueden definir como un arquetipo de excelencia, ya que el héroe muestra sus esfuerzos y sufrimientos para superarse durante sus hazañas. La identificación entre hombre y héroe en el tebeo de la etapa franquista arrastra mucho del ideal caballeresco medieval, que se corresponde perfectamente con la idea del prestigio individual y el deseo por inmortalizarse a través de algún hecho inusual y lleno de riesgos.

No puede decirse que, dentro de la historieta ambientadas en el Medievo, hayan tocado el tema de las cruzadas como escenario temático recurrente; así, una simple ojeada al panorama tebeístico de aquella época sólo me trae a la memoria El Caballero de las tres Cruces y la colección que ha motivado estas líneas: El Cruzado Negro.

   

“El Cruzado Negro. Ficha técnica

El Cruzado Negro

Fecha de publicación: 1961

Editorial: Maga (Valencia)

Colección: 56 números

Formato: 17 x 24 cm

Dibujante: Manuel Gago

Guionista: Manuel Gago

Época: Entre los años 1174 y 1185

Protagonista: Bernardo, el Cruzado Negro (Palestino)

Personajes históricos: Amalrico I (1135-1174), rey de Jerusalén (1162-1174); Balduino IV ‘el Leproso’ (1160-1185), rey de Jerusalén (1174-1185) y Saladino (1138-1193), sultán de Egipto y Siria (1171-1193).

  

Balduino IV. Lo que dice la leyenda

   

     

Frente a ellos se había alzado un enemigo poderoso, el sultán Saladino, llamado ‘el Magnífico’; dueño de Egipto, conduciendo sus tropas victoriosas desde el Mediterráneo hasta Mesopotamia, acababa de redondear la unidad del mundo musulmán y no ocultaba su intención de completar sus Estados apoderándose de Tierra Santa.

 
   

Aquel de quien ahora vamos a hablar ha sido olvidado por la historia. Son raros los libros en los que se puede leer algo de su vida ejemplar. Se llamaba Balduino. Tenía trece años cuando su padre murió, el poderoso Amaury (o Amalrico), rey de Jerusalén, que tanto y tan valientemente había luchado contra los infieles, y llevado hasta Egipto la ofensiva de las armas francas.

Fue Balduino un hermoso niño, extraordinariamente bien dotado: guapo de rostro y de cuerpo, pronto y abierto, tan hábil en los ejercicios físicos como aplicado en los de la inteligencia. Su espíritu era vivo, su memoria excelente y, desde su más tierna edad, había comprendido cuán útil es para un príncipe estar bien cultivado. Al mismo tiempo, era un caballero perfecto, tanto montando sin silla un pequeño y fogoso caballo árabe como entendiéndoselas con un pesado corcel de Boulogne, con armadura de hierro, y tan experto cazando con halcón como nadando en las aguas del lago Tiberiades. Verdaderamente un muchacho magnífico.

Balduino IV, rey de trece años, no iba a tardar en saber que estaba leproso. La Santa Providencia lo había colocado a la cabeza del reino de Palestina. ¿No debía él, pues, cumplir hasta el fin con su deber de rey? Así su vida, aunque fuera una agonía, sería una agonía coronada, una agonía a caballo, frente al enemigo. Viviendo él, el infiel no se apoderaría de Jerusalén; el musulmán no hollaría el Santo Sepulcro.

Frente a ellos se había alzado un enemigo poderoso, el sultán Saladino, llamado ‘el Magnífico’; dueño de Egipto, conduciendo sus tropas victoriosas desde el Mediterráneo hasta Mesopotamia, acababa de redondear la unidad del mundo musulmán y no ocultaba su intención de completar sus Estados apoderándose de Tierra Santa. Pero Balduino, el niño leproso, era un verdadero descendiente de los cruzados, y Saladino no le causaba temor.

   
     

  

Con toda la fuerza que pudo reunir, Balduino se encerró en una ciudadela y se preparó para contraatacar.

   

En el otoño de 1177, el sultán atacó con una rapidez terrible el Reino de Jerusalén, dispersó las primeras tropas francas que encontró e hizo prisionero a todo el cuerpo de reserva que los barones cristianos acababan de reclutar, recorriendo Palestina como si fuera su propia casa.

Con toda la fuerza que pudo reunir, Balduino se encerró en una ciudadela y se preparó para contraatacar. El 27 de noviembre, Saladino, que estaba convencido de que el pequeño leproso y su puñado de hombres serían incapaces de hacerle frente, se halló de improviso ante una tropa resuelta con la que no contaba en un desfiladero que los cruzados llamaban Montgisard.

Fue una admirable victoria, una victoria que merecería ser tan célebre como lo fue la de Bouvines... A la cabeza de sus caballeros, Balduino, el rey leproso, que había conducido las fuerzas, carga sobre carga, vio salir huyendo ante él a Saladino. Tenía entonces diecisiete años.

En el mes de agosto de 1184, se supo en Jerusalén que el sultán estaba atacando el fuerte del Moab, la ciudadela cristiana que defendía el paso del Mar Muerto. Creyendo a Balduino en la agonía, el turco juzgaba la ocasión propicia; esto era conocer mal al pequeño héroe cristiano. ¡Una orden!: «¡Que me coloquen en una litera llevada por dos caballos! ¡Que me conduzcan en medio de mis tropas! ¡Con la ayuda de Cristo, iremos a libertar la fortaleza del ataque de los infieles!». Y vieron llegar al rey, efectivamente, al campo de batalla, tendido en la litera y completamente ciego, pero joven y sublime, y, una vez más, Saladino abandonó el campo, huyó...

Ésta fue la última hazaña de Balduino IV ‘el Leproso’. El 16 de marzo de 1185, murió este monarca cristiano con la misma dignidad y entereza que había vivido. Le sepultaron cerca de la cima del Gólgota, no lejos del Santo Sepulcro.

   

El Cruzado Negro

Éste es el marco histórico donde se desarrollan las aventuras de nuestro héroe: Bernardo, ‘el Cruzado Negro’. Manuel Gago se inspiró, sin duda, en lo anteriormente citado para iniciar la colección del Cruzado Negro; posteriormente, el guión se irá alejando de la trama histórica e incluso encontraremos cierta similitud con El Paladín Audaz (1957). Su hermano, que de niño fue raptado por la morisma, es un destacado guerrero a las ordenes de Saladino.

En el Cruzado Negro se nos presenta a los musulmanes de Saladino como sanguinarios profanadores de iglesias, brutales con las mujeres y niños, etcétera, y al mismo Saladino, como un ser ruin y cobarde, que se ampara en la superioridad numérica de sus tropas.

    

Saladino. Lo que nos dice la historia

   

     

«¡Con la ayuda de Cristo, iremos a libertar la fortaleza del ataque de los infieles!»

 
   

Este soberano, de amplia inteligencia, era un fiel musline que, en el campo de batalla, leía El Corán, observaba los ayunos diarios y llevaba un vestido de tosca lana. No conocía fin más alto que expulsar a los infieles de las costas sirias.

La situación de los cristianos, ya entonces desesperada, se deterioró aún más por las disensiones intestinas que surgieron en Tierra Santa a la muerte de Amalrico, rey de Jerusalén, en 1173. El hijo de éste, Balduino IV, que tenía trece años de edad y a quien carcomía la lepra, no podía gobernar ni dirigir una guerra.

A partir de este año, se sucederán las disputas por el poder, la muerte prematura del rey leproso, la tregua rota y, por último, la Guerra Santa islámica que culminaría el 4 de julio de 1187 con la terrible derrota del ejército del Reino en los Cuernos de Hittin, no lejos del lago de Genezaret, en la que el rey quedó preso, los templarios y sanjuanistas cayeron en manos del enemigo y luego ejecutados, la Santa Cruz fue tomada por los infieles, Jerusalén reconquistada por los mahometanos y el Templo se convirtió de nuevo en mezquita.

Saladino era un hombre de honor y, si no trataba con vencidos crueles o felones, era generoso. Austero y de carácter humilde, era sensible al dolor, lo que le hacía ser muy prudente en el derramamiento de sangre. Al hacerse cargo del califato (1171), Saladino era un hombre bello, sobre la treintena de años, guerrero prudente y tenaz y también un magnífico conductor caballeresco y cortés: en el curso de los combates, se le ha visto hasta hacerle llevar helados y caballos frescos a los caballeros cristianos para permitir luego reiniciar la lucha.

Su magnanimidad quedó demostrada cuando tomó Jerusalén en 1187, observando con los vencidos un trato que contrastó notablemente con la gran masacre ocasionada por los cruzados cuando la tomaron 88 años antes.

  

Manuel Gago y El Cruzado Negro

No era la intención de Gago impartir lecciones de historia en las aventuras del Cruzado Negro, y, de haberlo intentado, posiblemente estos tebeos no hubieran visto la luz. La verdadera historia de las cruzadas no cuadraba con lo que se nos decía en la escuela ni en las almibaradas películas de Hollywood.

   
     

  

Y vieron llegar al rey, efectivamente, al campo de batalla, tendido en la litera y completamente ciego, pero joven y sublime, y, una vez más, Saladino abandonó el campo.

   

¿Podía Gago decirnos que las cruzadas fueron un fenómeno socio-económico y militar basado en creencias religiosas? Y, limitándonos a los aspectos bélicos, ¿podía Gago decirnos que, en términos generales, puede decirse que la campaña militar en Palestina, que duraría casi dos siglos, constituyó una serie de desaciertos, de derrotas jalonadas por unas pocas victorias, la mayor de las cuales tuvo lugar en los comienzos con la toma de Jerusalén en 1099.

Varios factores colaboraron para la derrota final y a la desaparición del Reino de Jerusalén en 1291. La pesada caballería cristiana arrollaba todo a su paso, pero, pasada la sorpresa y derrota sarracena inicial, Saladino —Salad el-Din Yusef— supo transformar la virtud en debilidad y causó estragos con la movilidad de su caballería ligera y sus cuerpos de arqueros, que, conociendo la vulnerabilidad de un hombre de a pie en el desierto, elegían como blanco a los caballos. Disponía, además, de mayor cantidad de hombres y, cuando pudo, aplicó la desgastante guerra de guerrillas. Su táctica bélica incluía el uso de tropas de caballería ligeras armadas con arco y flechas, ocasionando así permanentes bajas a las tropas cristianas desde que iniciaban la retirada ventajosa por conocimiento del terreno y por menos peso, antes de que la reacción tuviera eficacia. Sólo cuando tuvo razones firmes para la victoria aceptó el combate formal.

Se puede señalar también un factor comunicacional. Todos los ejércitos musulmanes en operaciones llevaban consigo palomas mensajeras —medio desconocido por los francos en aquella época— que pertenecían a distintas plazas, las cuales, al ser soltadas con un mensaje, volvían a su lugar de origen. A medida que se fue organizando la movilización contra los invasores cruzados, fueron entrando en funciones servicios regulares de palomas mensajeras entre Damasco, Alepo, El Cairo y otras ciudades, de tal manera que la información rápida de que dispusieron no la tenían los cruzados.

Mucho costó, en sangre y en vidas, a los cruzados aprender las duras lecciones de movilidad que enseñaban los sarracenos. Los sarracenos también eran buenos combatientes, que suplían con astucia el coraje desenfrenado de los francos. Distinguir las falsas de las verdaderas retiradas, reconocer las emboscadas... En una palabra, «la salvaje impetuosidad de los primeros cruzados había desaparecido».

La censura del Gobierno de la Dictadura se cebó en todos los ámbitos de la cultura y muy especialmente en la historieta nacional. El fenómeno más relevante en este período es la superior incidencia sobre los textos de la propia censura ejercida por la editorial, esto es, la ‘autocensura’. La mayoría de cambios realizados sobre los tebeos venían ya dados antes de que éstos pasara por la Junta de Apreciación y Censura (o equivalente).

   

     

A la cabeza de sus caballeros, Balduino, el rey leproso, que había conducido las fuerzas, carga sobre carga, vio salir huyendo ante él a Saladino. Tenía entonces diecisiete años.

 
   

Las características del trabajo de Gago en El Cruzado Negro no difieren en demasía de las muchas colecciones que dibujará en esos años. Su dibujo, simples bocetos en algunas ocasiones, es ágil y directo, y presenta buen ritmo y una magnífica elección de los encuadres. Estamos ante un dibujante con especial talento para describir secuencias de acción, merced a una capacidad especial para descomponerlas en imágenes.

Si el mejor calificativo que se puede aplicar a unos dibujos es que sean narrativos, los de Manuel Gago lo son. También están dotados de una extraordinaria sensación de movimiento. Gago es también un narrador excepcional. Dosifica sus ingredientes para mantener la tensión en todo momento.

En realidad, en El Cruzado Negro no hay nada sorprendente, nada que no haya sido contado con anterioridad, pero la perfecta conjugación de los elementos de la planificación con la trama que se narra logran un conjunto valido. En resumen, El Cruzado Negro proporciona al lector ingredientes suficientes como para mantener un creciente interés en su viaje imaginario al Medioevo.

    

Apunte final

Jerusalén cayó en manos del Islam el 2 de julio de 1187. No entraría la Cristiandad en ella hasta la Primera Gran Guerra, en 1917 (730 años después), cuando el general Allenby derrotó a los turcos en Gaza. Lord Edmund Henry Hynman Allenby (1861-1936), el último gran líder británico de Caballería Montada que dirigió las operaciones en la campaña de Palestina durante esa primera contienda universal, precursora y cruel premonición de la que sufriría de nuevo la humanidad veinte años más tarde.

   

   

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

DE AYALA MARTÍNEZ, Carlos (2004): Las Cruzadas. 1.ª ed., Sílex Eds., Madrid.

GARCÍA-GUIJARRO RAMOS, Luis (1995): Papado, Cruzadas y órdenes religiosas. Siglos XI-XIII. 1.ª ed., Eds, Cátedra, Madrid.

MAALOUF, Amin (1983): Las cruzadas vistas por los árabes. 1.ª ed., Alianza Ed./Eds. Del Prado, Madrid, 1989.

RUNCIMAN, Stephen (1973): Historia de las Cruzadas. 1.ª ed., Alianza Ed., Madrid.

   

   

     

Manuel López Porras (1941), jubilado en la actualidad, es, desde siempre, un entusiasta de los tebeos, que alegraron su infancia en aquellos grises años como a tantos otros muchos españoles. Desde hace unos años, colabora en la revista “El Boletín”, del amigo Carlos González.

   

   

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Bimestral de Cultura. II Época. Año IX. Número 65. Enero-Febrero 2010. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2010 Manuel López Porras. © 2002-2010 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

   

   

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