ABRIL-JUNIO 2018  

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ELENA

  

  

Por  Luis Antonio Ródenas

  

  

  

AL CERRAR LA PUERTA DEL coche, elevé la mirada hacia el cielo limpio y estrellado de noviembre. En lugar de pensar en la magnificencia del Cosmos, en la magia de la Creación, en el milagroso espectáculo que los dioses, misericordiosos, nos brindaban en ciertas ocasiones, me dejaba perturbar por la llamarada que recorría mi cuerpo cada vez que pensaba en el cambio climático. Noviembre sin nieblas; noviembre sin heladas dignas de mención; noviembre sin lluvias y, por tanto, sin nubes. Ni siquiera llevaba puesto el forro polar, aunque tampoco hacía una temperatura suficientemente agradable como para estar más de treinta minutos a la intemperie solamente pertrechado de una camiseta y un jersey de lana fina. Sin mirar, pulsé el mando a distancia de mi vehículo para cerrarlo y enfilé el caminito hacia la puerta de mi casa. Introduje la llave en la cerradura, abrí y penetré en el cálido interior. El termostato marcaba 21 ºC.

—¡Hola, amor! —saludé desde el hall, elevando un poquito la voz para ser escuchado—. Ya estoy aquí.

—¡Estoy en la cocina!

Entre las paredes, las puertas abiertas y cerradas, los muebles de diseño, el ambiente un tanto aséptico y minimalista (la decoración había sido obra suya, gracias a Dios; como, gracias al demonio, ella había respetado que una de las dependencias de la amplia vivienda mantuviera mi típico e infernal desorden) sentí llegar hacia mí, serpenteando, el sonido de su voz agradable y cariñosa. Un timbre quizá agudo, dulce, neutro, sin un acento o tinte claro. Mi cuerpo se llenó de gozo y armonía, y un estremecimiento se apoderó de mi alma. Sonreí…

Dejé mi maletín y el portátil en el recibidor y caminé despacio en su busca. Enseguida escuché el ruido del agua hirviendo en la pastera armonizando en re mayor con el saltarín aceite caliente de la sartén.

A escondidas, la observé enfrascada en su tarea. Me descubrió. Se giró hacia mí para mostrarme su escultural figura de treintañera más que cumplida, enfundada en unos ceñidos pantalones vaqueros que lucían un trasero que quitaba el hipo y una blusa corta que resaltaba sus pechos no demasiado grandes, aunque picudos y sensuales; su larga, lisa y escandinava melena rubia; sus ojos de un azul intenso y limpio como el cielo de La Mancha en verano; su nariz recta y bien perfilada; sus labios no exageradamente carnosos…

Me sonrió. Me acerqué y la abracé. Me miró de esa manera que tanto me gustaba, como una mujer enamorada, y nos besamos suavemente. La apreté contra mí; con mi mano derecha busqué su nuca entre la perfecta madeja de cabello y busqué su lengua. Durante esos quince segundos de pasión compartida, me sentí en plenitud. Fuera de este mundo.

—Huele muy bien…

—Ravioli con salsa al queso de Cabrales. Y de segundo, unos escalopines con pimienta verde.

—¡Fantástico! Me refería a tu perfume…

Sonrió, e incluso pareció hacer un amago de sonrojarse.

—¡Tonto…! —me dio otro piquito— ¡Hoy no te dejaré elegir el postre! Comerás fruta, que buena falta te hace, so vago.

—Si es que por no pelarla…

—Ya te voy a dar yo “pelada”, ya… —me dedicó una sonrisa más que picarona— ¿Qué tal el día, amor?

—Más o menos bien. Siempre surge alguna chorrada que me saca de mis casillas y que queda por resolver para días venideros. Pero bueno, sí, lo voy llevando mejor…

—Nunca terminamos de adaptarnos —respondió—. La vida es una lucha continua. ¡Venga! Ve a ducharte. Esto está casi a punto. Para cuando te hayas cambiado de ropa, ya estará la mesa servida.

—¡Gracias, cariño…! —besé su mejilla y le hice caso.

  

  

*     *     *     *     *

  

  

Hablamos un poco de todo durante la cena. Al acabar, sonriente, Elena me miraba agradecida por ayudarle a recoger las viandas. ¡Como si eso fuera un problema para alguien! Ni mucho menos, para mí. ¡Dichoso machismo…! Mientras yo le pasaba los escasos platos que habíamos empleado, ella les daba un agua para introducirlos en nuestro lavavajillas. Yo miraba sus tersas manos mientras empleaba un paño para secárselas. Los que remataban en largos dedos de perfiladas uñas que, casi cada noche, acariciaban mi espalda, o mis labios, o mi vientre, o mi calva…

Recogí los cubiertos secos, circunstancia que ella aprovechó para salir antes que yo de la cocina. Cuando entré en el salón, me esperaba de pie, junto a la mesa baja que presidía el cómodo tresillo, mirándome con dulzura. Sobre el cristal, un elegante posavasos de madera decorado con motivos orientales impedía que el vaso ancho y bajo que contenía un licor de crema de orujo con abundante hielo marcara la huella circular de su base.

—Cuánto me gustaría que me acompañaras bebiendo…

—Sabes que no puedo, cariño… —respondió— ¡Aunque me encanta mirar tu boca cuando tú lo haces!

Probé el dulce brebaje; repasé mis labios con mi húmeda lengua. Se acercó, me miró, y me besó con ternura.

—¡Deja que moje mis dedos ahí dentro! Espera, inclínalo un poco… Eso es.

Así lo hice. Introdujo su índice y corazón izquierdos muy, muy levemente y, luego, se froto sensualmente los labios con ellos.

—Bésame otra vez…

Posé el robusto cubilete sobre la mesa, la sujeté con ambos manos por sendos hombros y la besé con fuerza, moviendo mi lengua despacio, saboreando la suya hasta el último rincón. Sentí crecer mi bulto en la entrepierna…

—¡Qué rica sabes, Elena!

Ella soltó una risita de complicidad; sus ojos reían por sí misma. Con suavidad, me empujó hasta lograr que yo quedase sentado en el sofá; luego, se acomodó a horcajadas sobre mí y continuó besándome y acariciándome…

  

  

*     *     *     *     *

  

  

—Se te nota cansado… ¡Aunque tienes menos ojeras!

—Últimamente noto bastante la fatiga, sí. Y esa crema que me trajiste es realmente milagrosa.

—Necesitamos irnos un fin de semana juntos a alguna parte… Pasear a caballo, o hacer senderismo, o andar en bicicleta. Hacer unas fotos. ¡Y follar una tarde entera! Como conejos. ¡Necesitas desconectar!

¡Desconectar…! Una palabra con más que doble sentido.

—A ver si acabo todos estos tejemanejes, cielo mío. ¡Hey! —exclamé—. Falta bien poco para nuestro aniversario. ¡Esta vez haremos algo muy especial! Te lo prometo… —le dije mientras besaba mi índice y se lo posaba con suavidad en sus labios.

—Que estemos juntos ya es suficientemente especial, amor… Me haces sentir muy feliz. Me siendo muy amada, en completa plenitud.

—Y yo lo soy mucho contigo —me costó no emocionarme—. Nunca agradeceré lo suficiente el día que entraste en mi vida…

—¡Venga! A la cama, como un niño bueno y obediente.

—¡Jopé! —exclamé fingiendo ser lo que realmente soy. Un niño inmaduro. De cincuenta años, pero absolutamente inmaduro.

—¡Ni jopé, ni jopetas! Mañana será un día crucial para ti. Necesitas estar descansado. ¡Y no olvides tomar ahora mismo tus medicinas!

Mi boca exhaló una palabrota mundana. Ella me reprendió con la mirada. Giré un poco mi cuello hacia el hombro, hinché mis carrillos apretando los labios y, expulsando abundante aire, los hice sonar en una mala pedorreta.

—¡Idiota! —me dijo—. Y sin más, se dio la vuelta para penetrar en el baño. La seguí para obedecerla. Mientras desembalaba los comprimidos que colaboraban en dirigir mi vida de un modo mejor, ya sabéis, más engañoso, ella se cepillaba su áurea cabellera coquetamente. La abracé por detrás, me apreté contra su trasero y acerqué mi mejilla a la suya.

—¿Te he dicho alguna vez cuánto te quiero?

—Como un millón de veces… ¿Y yo a ti? ¿Te lo he dicho alguna vez?

—Algunas más que yo, creo, y eso no es justo… Te espero en la cama, bichilla mía.

Lanzó un guiño hacia el espejo, dirigido hacia mí, y entonces fue recogiendo todo los enseres de uso típicamente femenino que había depositado sobre la encimera del lavabo.

Instantes más tarde, ataviada de un sensual camisón corto de seda azul celeste, exhibió ante mí su cuerpo perfecto. Abrió las sábanas por su lado y se introdujo en la cama. Apoyó su modélica cabeza sobre la almohada y me miró intensamente, sin parpadear.

—¿Has visto el cielo nocturno? Está precioso…

—Lo estoy contemplando ahora mismo.

—¡Bobo! Gracias…

—Sí. Lo vi. Ni una nube que perturbe el horizonte. Casiopea se ve perfecta. No parece que vaya a helar esta noche.

Acarició mi mejilla con ternura…

—Te das mucha caña, cariño mío. ¡Pero pronto pasará!

—Ojalá… —repliqué sin demasiado convencimiento.

—¿Desconectamos? No te veo muy inspirado para hacer otra vez el amor…

Asentí cerrando mis ojos con fuerza y moviendo levemente mi cabeza. Entre mis labios, rebelde, escapó un lamentable suspiro. Me besó; apoyó su cabeza sobre mi hombro y, acomodándose, me rodeó con su brazo derecho. “Abrázame”, me dijo; lo hice con mi izquierdo mientras mi antebrazo derecho sujetaba su cabeza por el cuello. La acaricié con ambas manos desde ambos frentes. La acaricié, y lo hice de todas las maneras posibles, recorriendo dulcemente todos los vericuetos de su cuerpo…

Y cuando más sentía su fragancia a lavanda, cuando más amor desprendía sobre Elena, mi dulce y tierna Elena, entonces, como cada noche, sonó el clic fatídico. Ese leve zumbido eléctrico al que tanto me cuesta acostumbrarme.

Se desconectó.

Mi vida junto a Elena. Robot Misuka 4255 LNA. De reciente fabricación; japonés, exclusivo, dotado de funciones inimaginables dignas del programador informático mas avezado, que lograba llenar mi asquerosa y vacía vida con un tipo de vacío diferente.

Casi, perfecto.

Elena…

  
                                       
 

Posé el robusto cubilete sobre la mesa, la sujeté con ambos manos por sendos hombros y la besé con fuerza, moviendo mi lengua despacio, saboreando la suya hasta el último rincón. Sentí crecer mi bulto en la entrepierna…

 
  

  

  

      

    

LUIS ANTONIO RÓDENAS COLLADO (Colmenar Viejo, Madrid, 1965). Arquitecto técnico, criado en Aranda de Duero (Burgos), actualmente reside en Valladolid. Con motivo del 50.º aniversario de la aparición del Jabato, personaje del tebeo español de los años 60 y 70, participó en la recuperación de su figura con el guión de la aventura La hermandad de la Espada, dibujada por José Revilla y editada por Ediciones B en 2008. También junto a Revilla, ha participado en la redacción del argumento de la nueva aventura breve del Capitán Trueno, El secreto del espejo (Asociación de Amigos del Capitán Trueno, 2014). Es coautor, junto a Blanca María Gontad, del libro de temática medieval La mirada del Unicornio (ArtGerust Editores, 2014). Ha colaborado como articulista y narrador de cuentos en diversas espacios digitales como en las webs colaborativas Suite101 (hoy inactiva), Fútbol de Lujo, el blog El sonido del Trueno, la web Tebeos Clásicos y la revista digital Gibralfaro.

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GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Sección 1. Página 2. Año XVII. II Época. Número 100. Abril-Junio 2018. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2018 Luis Antonio Ródenas Collado. © La imagen ha sido tomada de la web www.seduccionycomunicacion.com y se utiliza exclusivamente como ilustración del relato. Los derechos que pudiesen pudiesen concurrir en ella pertenecen a su(s) creador(es). Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2018 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte, adscrito a la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana, Castilión, 3, Rincón de la Victoria (Málaga).