OCTUBRE-DICIEMBRE 2017  

      98 PÁGINA 1

   

  

  

TIEMPO DE TRILLA

  

Por  Enrique Arjona Compaña

   

   

LA ERA QUEDABA situada a la izquierda de la vereda que llevaba al río desde la casa.

Detrás, el pequeño tajón que lindaba con la tierra de la chacha María Félix y el chacho Juan Antonio, y que labraba el primo Emilio.

Enfrente había un cerezo grande y frondoso, que había crecido, libre de podas, sin competencia de otros árboles que limitaran su crecimiento. Se erguía majestuoso y dominante sobre los otros árboles, lejanos, en la extensa llanura de la huerta.

Al fondo, el soto. La viña, en el chinarral, lindante con los tarajes. Y el río Genil.

La simetría de posición y el tamaño de las chinas de río conformaban un empedrado perfecto, digno del más fresco patio andaluz. Destacaba el buen trabajo artesano realizado, tal vez exagerado para el destino del mismo: una era de trilla.

Según se traían del campo de siega, los haces de trigo se iban extendiendo por toda la era, con la ayuda de la horca y el biergo, que mis tíos manejaban con veteranía. Se desataban los nudos, hasta quedar extendidos por toda la superficie.

La tarea pasaba ahora a los mulos, que, uncidos por el yugo, y dirigidos desde el centro por un largo cabestro, comenzaban a dar vueltas alrededor, una tras otra, hasta que las mieses estaban suficientemente extendidas por toda la era.

Llegaba, por fin, la hora del trillo, la etapa del proceso que a mí más me gustaba y donde yo soñaba con emular las carreras de las cuadrigas romanas, después  de ver varias veces la película de Ben-Hur, de Charlton Heston, en el cine del primo José.

El trillo era grande, con muchas ruedas de acero montadas sobre unos rodillos, y que, a modo de cuchillas afiladas, servían para trillar las mieses. Sobre él iba fijada una silla con su respaldo y todo.

Se trillaba durante bastante tiempo, pacientemente pero sin pausa, hasta que todo estaba bien triturado.

Después, llegaba el momento de aventar la parva, para separar el trigo de la paja.

Aquella tarde, yo esperé a que mis tíos parasen la faena para echar una humarea a la sombra del cerezo y refrescarse con un buen trago de agua fresca del botijo.

Cuando observé que no estaban pendientes de mí, entré en acción. Disimuladamente, fui hasta la era. Me subí al trillo. Tomé las riendas y, con el zurriago, fustigué a los pobres animales varias veces.

Las bestias, sorprendidas, se lanzaron a una carrera desenfrenada, en línea recta, saliéndose de la era y causando destrozos por dondequiera que iban pasando, hasta que, por fin, después de perseguirlas durante bastantes metros, consiguieron detenerlas. Yo salté como pude.

Sobra decir la que me cayó después de mi hazaña de emulación a Ben-Hur y Mesala en su carrera de cuadrigas.

Después de la trilla, llegaba el momento más ingrato del proceso. La parva se volvía primero con la horca, luego con la pala, para que el grano cayera boca arriba y perdiera la raspa, y ya, por fin, se aventaba, que era tirar la parva con la horca en contra del viento, haciendo que se separase el grano de la paja. Había que buscar el momento y la dirección propicia del aire. Siempre se trataba de evitar aventar por donde corre el solano, viento del este, abrasador.

Tenía que evitarse que el polvillo que el aire extraía de la pala de mies lanzada al aire se volviera contra uno, cosa que ocurría con frecuencia cuando, inesperadamente, el aire cambiaba de dirección. Luego picaba y fastidiaba molestosamente.

Menos mal que el río quedaba cerca, y, al caer la tarde, se podía uno dar un buen baño reparador de todo el trasiego de una larga jornada de trabajo.

Separado el grano de la paja, se guardaba en costales y se trasladaba al pueblo con las bestias, para guardarlo en el atroje de la casa de Carrucho.

Había que subirlo a cuestas hasta la cámara, en donde esperaría hasta su comercialización. Con la paja se hacía lo propio, y se almacenaba en el pajar, para comida de las bestias.

Al final, se calculaba el trigo necesario para destinarlo al consumo, como pan, y el necesario para los animales. El resto, se vendía.

Me acuerdo claramente de haber ido muchas veces a la tienda de la María, o de la Ana, con un vale donde se podía leer: «Vale por un kilo de pan», producto del intercambio del trigo por pan, que se calculaba para el consumo de la casa para todo el año...

  

  

_______________

NOTA del EDITOR

biergo. Pron. and. de la voz cast. bieldo, la cual procede del lat. ventilāre ‘agitar en el aire’. m. Instrumento que sirve para aventar la parva; está compuesto de un palo largo, de otro de unos 30 cm de longitud que lo atraviesa en uno de sus extremos, y de otros cuatro o más fijos en este en forma de dientes.

taraje. Palabra que procede del cast. ant. tarahe y esta, a su vez, del ár. and. ṭaráfa. El cast. mod. prefiere el término taray. Se le conoce también con los nombres de tamariz, atarfe, gatell o tamarisco. m. Arbusto o pequeño árbol muy abundante en riberas de ríos y zonas pantanosas salinas del suroeste de Europa, que se caracteriza por su aspecto ligero y plumoso.

echar una humare(d)a. Expr. met. fig. y fam. Breve descanso que toma el trabajador durante la jornada de alguna tarea agrícola, que dura el tiempo, o un poco más, que tarda en furmarse un cigarrillo.

atroje. Palabra no recogida en el DRAE, pero que sí podemos encontrar en las relaciones léxicas de muchos estudios dialectol. y etnol., junto a la cual también constatan como usadas troje y troja. El Diccionario propone el término troj, al que le atribuye género femenino. m. Espacio de una casa de labor, limitado por tabiques, que se destina a guardar frutos y especialmente cereales.

  
  
                                         
 

Aventando la parva.

 
  

  

  

      

    

ENRIQUE ARJONA COMPAÑA (Cuevas de San Marcos, 1949) se describe a sí mismo como una persona sencilla y afable, de carácter abierto y extrovertido. Autodidacta de formación, su trayectoria laboral, que abarca desde 1964 hasta 2007, se ha desarrollado en la misma empresa, una multinacional, de élite, donde ha prestado sus servicios en sectores como administración, contabilidad, escuela de formación y marketing comunicación. Está divorciado y tiene dos hijas. Reside en Madrid desde 1962, año en que emigró con su familia de su pueblo natal. Una vez jubilado, ha descubierto en la narrativa breve una senda que le permite dar rienda suelta a esa imaginación liberadora que pocas veces se alcanza.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Sección 1. Página 1. Año XVI. II Época. Número 98. Octubre-Diciembre 2017. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2017 Enrique Arjona Compaña. © de la imagen, Luciano Fernández, por mediación de Gustavo Ariza. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2017 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte, adscrito a la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana, Callillón, 3, Rincón de la Victoria (Málaga).