JULIO-SEPTIEMBRE 2017  

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LA TREGUA

   

   

Por Beatriz Martinelli

   

   

¡OTRA VEZ HORAS extras! ¡Estoy harta de trabajar tanto! Ya es jueves, ¿y qué he hecho? Nada. Ir al banco, pagar las tarjetas, pagar el teléfono, no pagar las expensas, y trabajar, siempre trabajar.

Hace seis años, cuando entré a la empresa, parecía que mi mundo iba a cambiar. Había conseguido un buen trabajo después de tanta búsqueda. Toqué el cielo con las manos, toda mi vida resuelta. Un buen sueldo, parecía buena gente, interesante, sobre todo Juan, ¡muy interesante!

Basta de galguear y levantar la hipoteca, y a respirar un poco, pensé. Después de tanta angustia, qué difícil esto de elegir ser sola. ¿Elegir?, bueno, lo que sea; elegir o no elegir.

Recuerdo el primer día. ¿Qué me pongo? Parece una empresa importante, el currículum solo no basta. Menos mal que, en un segundo de inteligencia práctica, me dije que te miren, y, con sumo cuidado, elegí cada prenda, cada accesorio. ¿El collar o la cadena?, estas pulseras, ¿las medias color hueso o negras? El perfume, ese que todos me dicen ¡qué rico!

Tomé un taxi y entré a la oficina como si la conociese de toda la vida. No tenía que notarse el miedo. Esperé un momento y una chica muy joven y bonita me hace pasar al despacho del jefe. Primer impacto. Un lugar donde todo parecía estar con una pátina de color sepia. Las paredes, de madera oscura; la biblioteca, desordenada, dando a entender que se usa. Unas estampas de grabado, unas tintas y unas fotos de rostros interesantes colgadas en las paredes. Frente a la puerta, el escritorio, de cuero verde en su tapa, y allí, Juan estaba sentado. Canoso, moreno, alto y delgado, comprobé cuando, muy amable, se levantó del sillón y me acercó una silla.

Sus manos eran preciosas. Dedos largos y finos, uñas grandes y cuidadas. Me miró sonriendo y tuve que hacer un esfuerzo para no salir corriendo. Se quedó en silencio un momento, me estaba estudiando. ¡Qué desgraciado!, pensé; me está poniendo nerviosa, y lo hace a propósito.

Me salieron mis ancestros luchadores y sentí que recuperaba mi compostura, y desafiándolo, como midiendo fuerzas, le dije: Mire, por favor, esta carpeta; en ella verá cuáles han sido mis experiencias y mi trabajo en estos proyectos. Se sonrió, entendió el reto y con una sonrisa encantadora firmó la tregua. Así comenzó mi historia, así cambió mi vida.

En la empresa trabajaba poca gente. Un arquitecto, persona muy alegre y bonachona. Con él siempre sentí que podía estar distendida. La recepcionista, muy joven y con muchas ideas absolutas y extremistas propias de la edad. En la contaduría, Amelia, una mujer de carácter muy seco y ácido, haciendo notar, en cada momento, nuestras equivocaciones. De edad indefinida, guardaba quién sabe qué secretos. Dos chicos estudiantes de arquitectura, en el despacho técnico y un cadete, que desentonaba con lo formal de la oficina, alto, desgarbado, con pantalones que parecían estar colgando del cuello.

Poco a poco fui conociendo el movimiento de la empresa. Venían semanalmente arquitectos, decoradores y gente de obra. Eran reuniones para decidir sobre la marcha de las construcciones. Me fui ubicando, fui encontrando mi espacio y los demás también reconocieron mi lugar.

Juan fue muy amable conmigo el primer día de mi trabajo. Cuando entré a mi despacho, un ramo de azules flores me esperaba sobre el escritorio. Despedían un perfume embriagador, eran flores exóticas. Una tarjeta decía «Feliz comienzo, larga estadía, Juan Pablo Morales». No había salido de mi asombro cuando él entra sosteniendo una bandeja de plata con dos cafés humeantes. Primer desayuno de trabajo, me dijo. Era demasiado para una vida sencilla y tan solitaria como la mía. Traté de que no se diera cuenta de lo mucho que me había impactado. Por alguna razón o por muchas, siempre tratando de disimular mis sentimientos. ¡Qué mala pasada me habían jugado! ¡Y qué marca dejaron a su paso!

Juan, me enteré después de un largo tiempo, era amable con todas sus empleadas. Eso que creí para mí sola lo había hecho con todas las chicas nuevas que entraron, se encargó de contarme Amelia en un almuerzo compartido. El jueves, últimamente, era el día de salidas y de los mejores espectáculos, pero la alegría de la gente en los bares y el saludo de los encuentros me molestaban. Era solitaria y mis compromisos solo eran de trabajo.

Hace casi seis años, mi vida quedó suspendida en una llamada que nunca se producía. Mi carácter, cada vez más agrio; mi paso, más pesado, y, si me dejaba llevar por mis pensamientos, solo había tristeza en ellos.

Un día, camino de mi casa tomo una decisión inesperada. ¡Hoy lo mato; no me importa nada! No me asombró mi decisión, creo que es algo mucho tiempo antes pensado. Busco las llaves que, como siempre, nunca encuentro, y debo vaciar mi bolso en la vereda. Estas pequeñas acciones, hechas todos los días a la misma hora, como un ritual, como una ceremonia. Nada cambia, se repiten los mismos movimientos, en el mismo tiempo en estos últimos seis años. Pero esta noche, la entrada al apartamento fue diferente, iluminé todas las habitaciones, ahora no esperaban llamadas. Que no interrumpan mi plan, quiero organizar todo con calma.

Preparé algo de tomar: una buena copa no me vendría mal. Me coloco la bata, tomé una fruta y desplegué en el suelo todo lo que me haría falta. En primer lugar, quiero tener las fotos, esas que se fueron acumulando a lo largo de más de cinco años. Las direcciones, los fósforos con el nombre de los lugares de los encuentros, las servilletas de papel con inscripciones o manchas que significaban momentos muy especiales, alguna que otra cosa guardada en la caja dorada como un tesoro. Y así, desplegados sobre una alfombra de dos por dos, estaban mis mejores seis años desperdiciados. Así comencé a odiarlo. Así, paso a paso, mi plan se iría cumpliendo.

Me di cuenta de que en la vida no había sido nada. Detrás de su sombra, sin gritarle lo mucho que le amaba. Me miré al espejo que tenía delante y esa imagen que vi reflejada me espantó. Quise liberarme, pero ahí estaba ella mirándome cada vez que levantaba la vista, y en sus ojos la pregunta «¿cuándo?». ¡Cuánto te odié! ¡Cuánto mal me has hecho! Y este reproche era a los dos, al de las fotos y a esa que me estaba mirando.

No debería matarlo, me dije, ¡debería matarlos a los dos! Esa resolución me dio un poco de calma. Me serví otra copa, ahora con un poco más de ron. La sensación de inestabilidad me agrada, es como despegarme un poco del lastre que me tiene aplastada contra el suelo. Empecé a acomodar cronológicamente las fotos. Esa manía de tener todo registrado en imágenes, casi mes a mes, me permitía contemplar el paso de estos seis años.

El cambio de cortinas en el estudio del arquitecto. No me gustaban las que tenía, e insistí tanto que logré que las cambiara. Él estaba para las grandes obras, no para los detalles, pero era un amigo condescendiente con su amiga confesora. Me contaba, con lujo de detalles, sus amores y desamores, y escuchaba mis consejos como si fuesen dados por persona versada en esos asuntos.

La reunión el Día de la Secretaria. Qué día. Me habían hecho hermosos regalos. Hasta Amelia, con una sonrisa forzada, salió en las fotos. Juan había preparado un día especial para festejarlo. ¡Estaba en todos los detalles!

La fiesta de fin de año en ese lugar iluminado con velas en las mesas y pequeños focos en la pared. Se podía ir acompañado; por supuesto fui sola y él me dio la alegría de estar solo también. Amelia fue con un amigo tan agrio y callado como ella.

El brindis, las manos unidas, cantando esa canción de los 60, el baile. Yo y él, por primera vez juntos, sintiendo de cerca ese perfume que reconocía en sus abrigos, en sus camisas, en su despacho, cuando entraba al mío y me envolvía con su voz grave y su fragancia, y me acercaba a su cuerpo con firme delicadeza.

La música me envolvía, su mano en mi cadera me empujaba a su cuerpo. Sentía el ritmo de mi corazón en su pecho. Mi cabeza apoyada en su hombro. Poco a poco, me fui aflojando y mi cuerpo se entregó al suyo y sentí que ¡era mi hombre! El champán, el perfume, las velas y la música hicieron de esa noche la más bella para mí. Y en silencio, esa noche, cuando él me colocó el anillo en el dedo, un anillo de oro y plata trenzada que para mí fue la alianza, me casé para toda la vida.

El ron iba causando su efecto en medio de todas esas cosas desparramadas a mi alrededor. Me sentía bien, casi en calma. Miraba el anillo que, desde hace dos años, está en mi mano izquierda, único testigo de esa ceremonia secreta y ahora testigo será de la otra. Más que testigo, será casi responsable. Levanté los ojos y miré a quien, reflejada frente a mí en el espejo, me devolvía la mirada.

Te mataré, le dije con mucha calma; te mataré, porque fuiste quien me separó de él. No respondió nada, pero yo estaba decidida a mandarla a la eternidad. Soporté su presencia todo el tiempo. Me hacía decir lo que no debía, me hacía callar cuando enérgicamente ponía un sello en mi boca para que no la abriera. Ahora que lo pienso, me dice, ¿estás celosa de mí?, ya sabes que no te quiere, que me quiere a mí; soy más agradable y más amante que tú.

La miré, pero ella solo reflejaba un rostro inanimado. Fue la forma en que siempre me dominó. Volví a mis fotos y, contemplando una de ellas, me pareció reconocerla. ¡Bailaba con él! ¡No era yo, sino ella! Este descubrimiento me dejó helada. ¡No puede ser…! ¡Si mi cuerpo sintió su mano acariciándome, si mi corazón fue el que latió en su pecho! ¡No puede ser! ¡No puede ser!, casi grité.

Una película pasó delante de mis ojos y se sucedió mi vida en pequeñas tomas, desde mi infancia hasta ahora. Podía entender qué me había pasado: fue ella quien me lo sacó, por eso esperé durante años su llamada. Me lo prestó en determinadas ocasiones, pero solo fue un préstamo para aumentar mi amor y gozar viéndonos. Ahora entiendo todo, ahora comprendo por qué me miraban de esa forma mis compañeros de trabajo. Ahora comprendo ese almuerzo con Amelia. Ella, a pesar de todo, fue la única que quiso decirme la verdad y me acercó a ella.

Tomando ánimos, cogí el ron que había a mi lado, lo vacié en las fotos y busqué el encendedor en la cajita de bronce, sobre la pequeña mesa ratona. La miré al espejo, y le dije quedarás destrozada, no habrá una sola parte de ti que se salve. Demasiados años jugándome en contra.

Recogí las fotos, todas mojadas de alcohol. Ya no había rostros, solo manchas informes, pero eso no me bastaba. Acerqué el encendedor y una llama azulada bailó ante mí. Miré al espejo y solo vi llamas.

—¡Te maté, te maté, te maté!

—Hola, vienen a visitarte.

Sentada en mi sillón, con la traba puesta para inmovilizarlo, miré hacia la puerta. Un señor canoso, delgado y moreno traía en las manos un ramo de azules flores perfumadas. Lo miré y le dije:

—¿Es para mí o para ella?

  

  

   
     

     

  

  

      

   

 

BEATRIZ MARTINELLI (Buenos Aires, Argentina). Licenciada en Artes Visuales (orientación: Grabado), ha impartido clases de Artes Visuales (especialidades de Grabado y Pintura) en la Escuela de Artes Visuales “Antonio Berni”, San Martín (Buenos Aires) y su actividad como expositora es notable. Con respecto a su obra de creación como escritora, cabe mencionar sus poemarios Beatriz Martinelli. Sus Mejores Poemas (Escuela Superior de Comunicación Gráfica, Chihuahua, México, 1999), Un Cielo Me Espera (Ed. El Taller del Poeta, Pontevedra, 2006), Pura Luz Contra La Noche (Ed. Los Cuatro Vientos, Buenos Aires, 2006), Anidando Viejos Insomnios (Ed. El Taller del Poeta, Pontevedra, 2008) y Para Qué hojas Si Tengo Vuelos (Ed. El Mono Armado, Buenos Aires, 2009), entre otros títulos. Ha publicado también tres series de cuentos tituladas Cuentos Virtuales, Cuentos con Mocos y Cuentos de la Ciudad, que vieron la luz, primero, en la página digital “Mundo Latino” y, luego, en los periódicos “El Deportivo” y “La Voz del Pueblo” (Atlanta, Georgia, USA, 1998).

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Sección 1. Página 3. Año XVI. II Época. Número 97. Julio-Septiembre 2017. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2017 Beatriz Martinelli. © La imagen incluida en esta publicación ha sido tomada de internet con el fin exclusivo de ser utilizda como ilustración del texto. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2017 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte, adscrito a la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana, Castillón, 3, Rincón de la Victoria (Málaga).