JULIO-SEPTIEMBRE 2015  

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LA SENTENCIA

  

Por Fernando Yacamán

  

  

12:30 P. M.

No parabas de bailar con tu novio y yo no podía dejar de mirarte.

  

12:36 P. M.

En tu mirada, la escena de un crimen se repetía.

  

1:00 A. M.

Tu novio y tú acabasteis discutiendo. Os decíais tantas palabras que se os hincharon las venas del cuello. Al acercarme a ustedes, él te aventó, caíste al piso y salió de la fiesta. Acabaste con la ropa salpicada de alcohol.

—Me confesó que sabía lo nuestro desde hacía tiempo.

Lo vimos por la ventana. Él, sin detener su paso, miró atrás, me miró a los ojos y me mutiló por completo con su mirada. Subió a su auto. A pesar de la música tan fuerte, oímos el ruido del motor cuando arrancó y vimos cómo su coche se hizo mierda al estrellarse contra un poste.

Al salir de la casa, a unos cuantos pasos, te detuviste, yo caminé hasta llegar al auto. Al abrir la puerta del conductor, sangre escurría del parabrisas y del volante, los vidrios estaban salpicados y también los asientos traseros.

—¿Está muerto?

—El cuerpo no está adentro.

—¡No chingues!

Llegaste a mi lado, te subiste al auto e intentaste encontrar su pecho, sus ojos, su corazón, pero solo te ensuciaste de sangre. A lo lejos, escuchamos el ruido de sirenas. En la casa de la fiesta, las luces se apagaron, tú y yo escapamos de la escena. Cuando ya no percibíamos el ruido, nos detuvimos en una esquina.

—Bésame.

—Nos culparán de asesinos. Debemos escondernos, tenemos que largarnos, ¡ya!

—¡Bésame!

Con las dos manos agarraste mi cabeza, metiste tus dedos entre mis cabellos y me callaste con un beso. Tus manos recorrieron mi espalda y, al apretarla, me sacaste el aire. Sentí tu pulso en mis entrañas. La luz de los postes se apagó. Al abrir los ojos, solo parpadeaba la luz neón de las letras de un hotel. Sin decir palabra, me llevaste a él.

—Queremos cualquier habitación que tenga en el último piso. Da igual.

Pagaste. Subimos las escaleras de caracol que presentí nos llevarían al fondo de la noche. Al abrir la puerta de la habitación, encontramos la cabecera de la cama llena de mensajes de otros amantes. En el techo, chicles y bolitas de papel secas, las sábanas sucias y llenas de pelos. Me quitaste la playera, mis manos desaparecieron en tu piel, tu saliva con sabor a hierro y sentí de manera letal tu pulso en mis entrañas. La sangre galopaba tan fuerte que vi tu rostro y tus ojos diferentes.

  

4.46 A. M.

En tu mirada viví un déjà vu.

  

7.00 A. M.

Los rayos de sol atravesaban la ventana, golpeaban mis párpados, rehusé abrirlos al sentir tu calor, hasta el momento en que abruptamente te separaste. Descubrimos la cama bañada de sangre, escurría de las sábanas, de nuestros cuerpos, entre nuestras piernas y nuestros pies dejaban huellas, ¿de qué evidencia?

—Explícame qué está pasando.

—No cuestiones mi historia.

—¡Me vale madres tu historia! ¿Qué está pasando?

—Entiende que si a mí no me importa, a ti menos. Vístete, nos vamos en este momento.

—¡Bésame! ¡Vístete...! Me traes a este pinche hotel… ¡Tienes las peores ideas en los peores momentos! ¿No te das cuenta de que, de salir así a la calle, nos va a cargar la tira en chinga?

  
           
 

Al abrir la puerta del conductor, sangre escurría del parabrisas y del volante, los vidrios estaban salpicados y también los asientos traseros.

 
  

Nos metimos al baño, abrí la regadera, el agua fría despertó mi sangre, tu cuerpo temblaba y descubrimos que no teníamos heridas, solo moretones y mordidas. Agarraste el apestoso jabón Rosa Venus, lo deslizaste por mi cuerpo y, sin entender por qué, te cagaste de risa:

—¿Quién sospechará de nosotros si olemos a Venus?

— ¿Te parece gracioso? Tú y yo nunca debimos estar juntos.

—No digas pendejadas como si no entendieras lo que ocurre. Sabemos que lo nuestro va más allá de lo que podemos ver. ¡Vámonos! Sécate y  vístete. Es tiempo de largarnos.

Salimos del baño. Nos vestimos y, antes de salir del cuarto, de la cama aún escurría sangre y se esparcía sobre el piso. Al bajar las escaleras, presentí que nos llevarían a un submundo y me punzaba la cabeza. Los rayos del sol cerraron mis párpados y solo vi color rojo. Al abrirlos, temí que se escurriera por mis pestañas.

En la calle, la gente paseaba en bicicleta, otros caminaban y nos veían como delincuentes. Al pasar el primer camión, le hiciste la señal de parada. Sin decir palabra estuve de acuerdo, deseé que nos llevara lejos y, antes de subir, hiciste una mueca con la que quiero recordarte siempre.

—¿Dónde nos lleva? —preguntaste.

—Hasta la presa de San José de Gracia.

Y te burlaste:

—Pues quién sabe dónde chingados es, pero qué más da si tiene gracia.

Al subir, sentí miradas de cuervos. Al fondo, quedaban dos lugares junto a la ventana y ahí nos sentamos. Al agarrarte la mano, descubrimos que tenías una herida en la línea que marca tu destino.

—Seguramente me rasgué al agarrar el barandal, no me di cuenta.

Arranqué un pedazo de mi playera, con ella te vendé. Quién sabe qué cara tendría, pero tú exclamaste:

—¡Me agobia tu cara! ¿No te das cuenta de que ya todo está bien…?

  

9.00 A. M.

En tu mirada encontré el cuarto de un antiguo hotel y sobre la cama un hombre muerto.

  

9.01 A. M.

La gente bajaba. Finalmente, abandonamos la ciudad. Llegamos a una carretera y nuestro alrededor se volvió campo. El chófer anunció el fin del trayecto. Al bajar, encontramos la presa de San José de Gracia: el sol se reflejaba en ella, el viento movía el pasto seco y un montón de hojas revoloteaban por nuestro cuerpo. Era noviembre. Caminamos hasta llegar al límite donde el agua moja la tierra y ahí nos sentamos.

  

11:59 A. M.

Al mirarte, te vi con otra ropa, con otro peinado, debiste haber existido en otro momento de la historia pero con los mismos ojos, con los que seguramente nos vimos tantas veces. ¿Quién sabe qué karma teníamos en deuda? Seguramente fuimos asesinos.

  

12:00 P. M.

El sol nos descubrió en su esplendor y, al besarte, abrí  las heridas de todas las noches que nos pertenecieron. Sangre escurría de nuestras bocas, caía en mi pecho, llegaba a mis entrañas. La sangre no paraba de brotar, salpicaba en el agua, pintaba el pasto. Tu rostro comenzó a difuminarse y a llenarse de sol.

—Ya no sé quién soy…

Surgió un destello y ese momento de la historia nos perteneció, ahí, frente al agua, con la luz apoderándose del instante y de nuestro cuerpo. ¡Sí! Desapareciendo. ¡Volviéndonos nada! Y cometiendo el crimen una y otra vez.

  

  

  

  

      

     

Miguel Fernando Yacamán Neri (México, D.F., 1985). Licenciado en Letras Hispánicas. Ha cursado estudios en la Escuela Dinámica de Escritores, dirigida por Mario Bellatin. Editor de contenido y corrección de estilo en el estudio de diseño «azulgris.com». Es docente de lengua española desde hace  tres años. Su obra narrativa se ha publicado en cuatro antologías por parte de la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Ha colaborado también con obras de creación en diversas revistas, como «Picnic», «Crítica», «Parteaguas», «Tierra Baldía» y «Punto de Partida», entre otras. Ha participado en diferentes talleres de creación literaria con maestros, como Salvador Gallardo, Mario Bellatin, Daniel Sada, Alberto Chimal y en la Universidad del Claustro de Sor Juana en Creación Literaria y Redacción. Con el apoyo del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes 2010, ha terminado su novela corta Los ángeles del último sueño. Ha sido distinguido, en 2009, con el segundo Premio de la sección de Narrativa en el certamen Punto de Partida, patrocinado por la UNAM y con el premio Elena Poniatowska, en 2009, convocado por la Universidad Autónoma de Aguascalientes.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Sección 1. Página 3. Año XV. II Época. Número 91. Enero-Marzo 2016. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2015 Fernando Yacamán. © Las imágenes, extraídas a través del buscador Google de diferentes sitios o digitalizadas expresamente por el autor, se usan exclusivamente como ilustraciones, y los derechos pertenecen a su(s) creador(es). Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2015 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.