N.º 72

MAYO-JULIO 2011

3

    

    

   

   

   

   

   

ANTES DE AMANECER

   

Por Raquel Ródenas Collado

   

  

   

D

e pie, junto a la ventana, el día se presentaba gris; oscuros nubarrones cubrían totalmente el cielo. Había pasado la noche paseando por la casa, después de intentar dormir durante un par de horas sin conseguirlo. Las gotas de lluvia se deslizaban presurosas por los cristales, como si quisieran escapar de las primeras luces del alba. El cielo lloraba, y las dulces lágrimas del inminente amanecer apenas dejaban entrever las solitarias calles, mezclando su tintineo con el de las apresuradas pisadas de algún transeúnte que se dirigía a su trabajo diario, pese a lo intempestivo de la hora.

Llevaba casi una hora allí, apoyada en el marco de la ventana, con la mirada fija, intentando vaciar su mente de los recientes acontecimientos.

Un ruido a su espalda la sobresaltó y el miedo la invadió de nuevo. Con un escalofrío recorriéndole la espalda, se sentó en el sillón y abrazó sus rodillas, manteniéndose aún a oscuras y en el más profundo silencio.

Con la cara enterrada en los brazos, se dejó llevar por los recuerdos, mientras su piel se empapaba con sus lágrimas, amargas e incontenibles.

 

…   …   …

 

Agotada del doble turno, se había refugiado en la sala de enfermeras antes de cambiar su uniforme por la ropa de calle. Encendió un cigarrillo y cerró los ojos expulsando lentamente el humo. Tengo que dejarlo, pensó. Se  lo  había  prometido a Miguel una y otra vez, sin conseguirlo. Ahora fumaba a escondidas, recurriendo después a diminutas pastillas de menta con las que camuflar el olor a tabaco de su aliento.

   
     

  

Las gotas de lluvia se deslizaban presurosas por los cristales, como si quisieran escapar de las pri-meras luces del alba.

   

Trató de relajarse unos minutos. Aún tenía tiempo para ducharse y arreglarse antes de que él la recogiera aquella noche. Hacía días que tenían una cena pendiente, y los turnos de uno y otro lo habían impedido. A menudo sus horarios se cruzaban y apenas si tenían tiempo para unos momentos de intimidad. Pero esa noche gozarían de unas horas para ellos. Ambos lo esperaban con ansiedad. Ella había reservado la mesa de siempre en su restaurante favorito, un lugar pequeño y sencillo, pero de excelente cocina, donde disfrutarían de una exquisita cena, para continuar con una copa en «El Callejón del Gato», un garito de Jazz, decorado tipo años 20, al que acudían en cuanto tenían ocasión. El nombre se debía a su situación, un callejón sin salida, apenas iluminado por las azules luces de neón del letrero del local. Allí, cada noche, viejos conocidos, amantes de la música, se reunían para tocar acompañados de algún que otro reconocido artista.

Después, harían el amor hasta acabar agotados. Dejaría que la amara como sólo él sabía hacerlo. Se entregaría sin reservas, dejándole hacer, para corresponder después a sus caricias hasta llevarle al límite. Su piel se estremecía de excitación con tan sólo pensar en esa noche.

El sonido del móvil la sacó de su ensoñación. Miguel quería saber si todo iba según lo previsto, sin inconvenientes de última hora. Después de despedirse de él enviándole un beso, acudió a echar un último vistazo a uno de sus enfermos, un niño de apenas cinco meses que estaba superando su última crisis. Su madre se removía en un sillón, junto a su cuna, intentando descansar durante unos minutos, después de varias horas de tensión. Con esta imagen en su retina, salió de la habitación sin hacer ruido y se dirigió al vestuario.

Le encantaba trabajar con niños, a pesar de que los que ella trataba estaban en fase terminal. Niños con problemas desde su nacimiento que, en su mayoría, no lograban superar. A la impotencia que sentía por no poder hacer por ellos poco más que aliviar su dolor, se le unía la angustia de los padres, que día tras día esperaban el milagro. Algo que casi nunca ocurría. Solía ser ella la última en tenerlos en sus brazos, e incluso era la destinataria de la tímida sonrisa que algunos esbozaban en su último instante de vida. Después, los preparaba cuidadosamente, dejando que sus padres pasaran con ellos un tiempo prudencial.

Nadie pensaría, de no ser por estos niños, que la muerte se vistiera de sonrisa y sus ropajes se tornaran del color de la última mirada de estos hermosos seres cuando acudía a buscarlos. La muerte y ella se conocían muy bien.

 

…   …   …

 

Dejó que el agua tibia resbalara por su cuerpo, que acariciara su piel, y sacudió la cabeza intentando despejarse. Se había sentido muy cansada estos últimos días, pero pensar en su encuentro con Miguel la revitalizaba. Sólo oír su voz le hacía vibrar, porque esa voz casi siempre era un anticipo de lo que vendría después. Dejó correr, por fin, el agua fría, y recibió el cambio de temperatura con un gritito. Un minuto más bajo el agua y se envolvió en una suave toalla, dejando en el suelo sus húmedas huellas cuando caminó hasta el empañado espejo.

Mientras secaba su pelo, pensó en lo mucho que le gustaba a él acariciarle el cabello suelto, así que decidió que lo dejaría caer sobre sus hombros, en una rebeldía estudiada para parecer casual. Podía ver, cuidadosamente colocado sobre la cama, el vestido que Miguel le había regalado unos días antes. Negro, ajustado, y con un escote palabra de honor que favorecía la exposición de sus hombros y su esbelto cuello. Estaba satisfecha de su cuerpo, ágil y armonioso. Poseía unas largas y bien torneadas piernas. Sus senos, no demasiados grandes, eran firmes y estaban perfectamente formados. La boca, sensual y carnosa. Pero su mayor atractivo estaba en sus ojos, o, mejor dicho, en su mirada. Una mirada inquisitiva, llena de picardía y no exenta de dulzura que rebosaba ternura a través de ese mar azul que formaban sus ojos.

Estaba lista. Un toque de su perfume preferido y una mirada en el espejo del hall como punto final, que reflejó una imagen perfecta. Había conseguido lo que perseguía. Estaba deseando ver el efecto que causaría en él cuando la viera. Y con este último pensamiento, se colocó el abrigo sobre los hombros y se dirigió al ascensor. Miguel, sonriendo, la esperaba junto al coche. Ella respiró hondo y dejó que la magia de la noche la envolviera.

Disfrutaron de la cena y de una larga sobremesa, conversando animadamente de cosas triviales. Se habían prohibido hablar de asuntos de trabajo en esas noches que ellos consideraban especiales, pero en    aquella ocasión, una vez salieron del restaurante, comentaron la muerte de una paciente de Miguel dos días antes. Una operación, aparentemente sin complicaciones, en la que una parada cardiaca acabó con la vida de aquella joven mujer.

Pasearon cogidos de la mano, sin prisa, hasta el «Callejón del Gato», donde les esperaba una velada de buena música y mejores amigos. Aquella noche, todo giró en torno a melodías para recordar a personajes como Louis Armstrong, Billie Holiday o Ella Fitzgerald.

Bien entrada la madrugada y embriagados por el ambiente, tuvieron que hacer un esfuerzo para abandonar el local. Todo era perfecto, y sólo cuando Miguel comenzó a jugar astutamente con el lóbulo de su oreja, ella consideró el volver a casa. Girándose hacia él, mordisqueó sus labios y, sin apartar su boca de la de él, le susurro algo quedamente. Ya de pie, se despidieron del grupo de amigos que les acompañaban y abandonaron el local.

La noche les acogió en medio de una espesa niebla que les aislaba del resto del mundo. Estaban solos, a excepción de aquel hombre que se cruzaron al salir. Miguel le pasó un brazo por encima del hombro para protegerla del frío y de la humedad que les envolvía. Apenas si se veía dos metros por delante de ellos, y, caminando con pasos presurosos, se dirigieron hacia el coche.

   
     

  

Casi comprendía el porqué de lo ocurrido. A diario veía reflejados el do-lor y la impotencia en las personas que se enfrentaban a la muerte de algún allegado.

   

Llegados al aparcamiento, Miguel accionó el mando a distancia del automóvil, la besó suavemente en los labios y se acercó a la puerta del pasajero para que ella entrara primero. No le oyeron llegar. Ella sintió un empujón que la desplazó a un lado. El sonido de las risas de una pareja que se acercaba, amortiguó lo que le pareció un leve quejido. Miguel la miraba con los ojos fijos en lo suyos, con expresión incrédula, sujetando su vientre con las manos, del que colgaban sus vísceras humeantes. En cuestión de segundos, y a pesar de la niebla, ella pudo ver el rostro del desconocido; se miraron apenas unos instantes. No se oyó gritar, pero la llegada de la pareja hasta ellos y el sonido de los pasos presurosos del atacante, alejándose, le hicieron pensar que sí, que estaba gritando pidiendo ayuda.

No podía apartar la mirada de las entrañas desparramadas por el suelo, que salían del abdomen de Miguel, abierto de un certero tajo. Limpiándose las lágrimas, le acunó entre sus brazos, como a uno de sus bebés, besando su frente, sus ojos, sus fríos labios.

En esa ocasión, la muerte no se había vestido de sonrisa, había llegado sin avisar, sin darles tiempo a despedirse. Y así se quedó, abrazada a él, hasta que un policía la arrancó de su lado. No opuso ninguna resistencia. No escuchaba, no veía a nadie, solo sentía la niebla que la envolvía, que la alejaba cada vez más de él. Después... se desmayó.

   

…   …   …

   

La prensa y la televisión se habían hecho eco de la tragedia y aventuraban que, con la colaboración de la esposa del fallecido, podrían detener al presunto asesino. Todo había sido tan confuso que no pudo dar demasiados detalles a la policía; pero una vez en casa, durante las horas de insomnio, en su mente se dibujó claramente el rostro de la persona que había arrancado a Miguel de su lado. Decidió ir a la comisaría a primera hora de la mañana y darles el nombre del marido de la joven fallecida en quirófano unos días antes. Casi comprendía el porqué de lo ocurrido. A diario veía reflejados el dolor y la impotencia en las personas que se enfrentaban a la muerte de algún allegado. Y también la desesperación, desesperación trans-formada después en una inmensa rabia que les impedía pensar con claridad.

Pronto amanecería, y decidió que algo caliente le sentaría bien. Llevaba horas sin tomar abso-lutamente nada. Sentía los ojos doloridos e hinchados, el cuerpo entumecido y se le habían dormido los brazos. Levantó la cara y se encontró con una mirada clavada en ella. Le reconoció de inmediato. No dijo nada. Sólo logró adivinar un rápido movimiento y el brillo del acero en la semioscuridad. La muerte la visitaba de nuevo. Por un momento, creyó vislumbrar el verde de los ojos de Miguel atrapado en los de aquel hombre, y sólo pudo susurrar su nombre mientras se llevaba las manos a la garganta, tratando de atrapar la vida que se le escapaba, viscosa y caliente, entre los dedos.

Recibió el día vestida de carmesí. Las primeras luces envolvieron su cuerpo inerte, atrapando el reflejo de una vida que se había apagado antes de amanecer.

   

   

 

    

RAQUEL F. RÓDENAS COLLADO (Utrera, Sevilla, 1956). Funcionaria del Ayuntamiento de Aranda de Duero (Burgos), donde reside desde su niñez, ha colaborado en las antologías poéticas Sueños Secretos, Noche Soñada, Mar de Nubes y Vientos del Pasado. Ha publicado varios poemas y relatos cortos, junto con otros integrantes de la Comunidad Cibernauta «Desde los Tejados», dos libros titulados Desde los Tejados.com y Desde estos Tejados.com.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Bimestral de Cultura. Año X. II Época. Número 72. Mayo-Julio 2011. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2011 Raquel F. Ródenas Collado. © Las imágenes, extraídas a través del buscador Google de diferentes sitios o digitalizadas expresamente por el autor, se usan exclusivamente como ilustraciones, y los derechos pertenecen a su(s) creador(es). Edición en CD: Director: Antonio García Velasco. Diseño Gráfico y Maquetación: Antonio M. Flores Niebla. Depósito Legal MA-265-2010. Diseño Gráfico y Maquetación: Antonio M. Flores Niebla. © 2002-2011 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

    

    

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