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N.º 70

ENERO-FEBRERO 2011

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COMO UN RATÓN

   

Por  Luis Antonio Ródenas

   

  

   

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e veo triste, Gregor! —le dijo, tras estar unos interminables minutos observando a su pequeño haciendo los deberes.

Él niño no contestó. Simplemente, se encogió de hombros, sin levantar los ojos de su mesita.

Su padre cerró los suyos y sonrió. Se le acercó por la espalda y se agachó, asomando su cabeza junto a su cuello, bromeándole.

—Venga, cuéntame…

Gregor emitió un profundo suspiro.

—Es que… estoy apenado, porque… —el chiquillo dudaba, gesticulando con sus manos— ¡…porque el entrenador casi no me deja jugar en el equipo del colegio!

—¿Y por qué?

   
     

  

"Todos los niños lo dicen. No me ponen de portero porque no llego a los balones altos; de defensa, no llego a despejar de cabeza."

   

—Dice que todavía soy bajito. Todos los niños lo dicen. No me ponen de portero porque no llego a los balones altos; de defensa, no llego a despejar de cabeza. No sé jugar en el medio, y no tengo sitio como delantero porque dicen que los hay mejores…

—Ya veo… —replicó el padre en tono prudente—. Bueno… a lo mejor, pronto creces y puedes demostrarle a todo el mundo que se equivoca.

—¡Yo sé jugar! —bramó Gregor—. ¡Y sé que lo hago bien! Pero no me dejan…

Su progenitor giró la silla hacia él, sin dejar de mirarle a los ojos y sujetándole por los hombros con ambas manos.

—¿Quieres que acuda al cole y hable con tu entrenador?

—¡No, no! —protestó el pequeño—. ¡No hagas eso! Si los compañeros se enteraran, me llamarían pelota…

—Te entiendo. ¡De acuerdo! ¡No te preocupes!

El padre se puso en pie. Gregor le miraba con ojos atentos, casi sin pestañear.

—Simplemente, trata de esforzarte —continuó diciendo el padre, intentando tranquilizarle—. Además, el fútbol no lo es todo. Debes estudiar y prepararte para ser alguien en la vida, para no terminar trabajando en una fábrica de acero como yo. Podrías ser profesor, médico, abogado del estado…

—Pero a mí me gusta… —gimió lastimero Gregor, a la vez que agachaba su mirada.

—¡Claro que lo sé! No soy ciego. ¡Anda! —le dijo, dándole una pequeña palmada en el hombro—. Sigue con tus deberes. Tal vez se me ocurra algo para ayudarte…

Al día siguiente, Gregor regresó muy nervioso del colegio. Su padre estaba allí, inmerso entre papeles, con sus gafas puestas. Se acercó hasta la mesa de la salita compungido, arriesgándose a interrumpirle en sus tareas.

—¡Papá, papá! Tengo que contarte una cosa…

—Dime, hijo. ¿Qué sucede? —respondió éste, quitándose las gruesas gafas de pasta—. ¿Por qué estás tan alterado?

—Este sábado se celebra un partido muy importante, y algunos de los chicos están enfermos. Han cogido la gripe, y puede que no jueguen. ¡Estoy muy nervioso! A lo mejor, el profe me pone de delantero…

El adulto enarcó las cejas visiblemente sorprendido.

—¿Vas a salir a jugar de titular? ¡Es estupendo!

—Ya, pero… —musitó tímidamente Gregor, agachando la mirada.

—Debes estar tranquilo y confiar más en ti mismo —dijo el padre, sujetándole por los hombros y agitándole.

—No sé cómo…

—Si quieres, puedo ayudarte a preparar el partido.

—¿Lo harías?

—¡Claro! Tendremos que abrigarnos muy bien, pero podremos jugar en el prado.

Padre e hijo salieron a patear esos días. El jefe tornero observaba con atención las evoluciones del muchachito. Era verdaderamente hábil con la pelota, y muy rápido; remataba especialmente bien con la cabeza, dirigiendo cada balón que remataba al lugar justo. Siempre estaba atento, y con sus movimientos insinuaba que sabía jugar tanto con balón como sin él. Pero le veía como distraído. Como incapaz de superar la presión que le suponía tener que darlo todo en un par de días, tal vez para nada.

La tarde antes del encuentro, ambos entrenaban en un parque cercano; ultimaban los preparativos para el que, desde un punto de vista estrictamente infantil, podría ser el partido más importante en la vida del pequeño Gregor. Practicaban pasándose el balón con la cabeza, sin dejarlo caer al suelo, cuando, de repente, oyeron chillar a una de las niñas. Tras ella, como a coro, otras amiguitas gritaban aterradas.

Se volvieron para contemplar una simpática escena. Uno de los chicos que andaba por el jardín había conseguido cazar un ratoncillo de campo, lo tenía sujeto por su larga y desnuda cola y corría tras las muchachas, que voceaban despavoridas, presa del pánico.

Gregor rió.

—¡Qué tontas! ¿Se asustan por un ratoncillo?

El padre se quedó reflexivo, sin dejar de mirar al chiquillo alborotador, que justo en ese momento acertó a pasar junto a ellos. El joven se les acercó sonriente.

—¡Hola, Gregor!

—¡Hola, Robert! ¿Por qué asustas a las niñas con ese ratón?

—No sé… ¡Es muy divertido! ¿Has visto cuánto miedo le tienen?

De repente, al padre de Gregor se le ocurrió algo.

—¡Eh, chicos! ¿Vosotros sabéis por qué la gente teme a los ratones?

Los niños, asombrados, negaron con la cabeza.

—Pues porque son pequeños y muy rápidos. Son capaces de meterse casi por cualquier espacio, por difícil que parezca. Y corren en zigzag… Y eso asusta a la gente. ¿Sabíais que los elefantes les tienen pánico?

—¡Es verdad! ¡Me lo dijo mi hermano! —afirmó el muchacho, riendo—. Y no sólo las chicas se asustan de los ratones. Cuando en mi casa, mi madre descubre alguno, mi padre no se atreve a cazarlo con las manos. Dice que le da asco, pero yo creo que le da miedo… ¡Aunque yo sí que los cojo!

—Hasta Juan Sin Miedo, el del cuento, se aterrorizó cuando su mujer le asustó con un ratón —apostilló el padre, que hablaba de memoria, muy inseguro por lo que acababa de decir, aunque disimulando sus dudas lo mejor posible—. ¡Anda, suéltalo…!

El muchachuelo obedeció, y luego se marchó corriendo, despidiéndose de padre e hijo con la mano.

—¿Has escuchado lo que he dicho, Gregor? Pequeño y rápido… ¡Como tú! Mañana, cuando ocupes la banda derecha, debes correr y correr como lo haría un ratón. Buscando tu hueco, esquivando a los contrarios… ¡No importa su tamaño! Aunque parezcan elefantes, debes conseguir que sean ellos los que se asusten de ti…

   
     

  

El niño escuchaba perplejo los consejos del padre.

   

El niño escuchaba perplejo los consejos del padre. Luego, sonrió de oreja a oreja. Puede que algo hubiera cambiado en el pequeño cerebro del chaval.

—¡Papá! Te prometo que mañana lo haré muy bien, y que si meto un gol, te lo dedicaré…

—¡Allí estaré para verlo! —respondió éste sonriente, a la vez que con su mano revolvía el ensortijado pelo del crío, cuya frente amplia iba marcando el imparable destino del jovenzuelo cuando creciera: ser un calvo prematuro.

Al día siguiente, el equipo de Gregor ganó ese partido tan importante contra una de las escuelas más famosas de la comarca por cinco goles a tres. Él corrió la banda como nunca, y parecía estar en todas partes. Sus compañeros, en cosa de minutos, pasaron de desconfiar del renacuajo que chupaba banquillo a buscarle por doquier en el campo. Dos de los tantos fueron suyos, y ambos de cabeza. Su profesor de gimnasia, un hombre serio y estricto que llevaba las riendas del grupo, no salía de su asombro, y saltaba de gozo y alegría.

Pero eso no fue todo.

Ese día, coincidió que un ojeador de un famoso equipo de la primera división nacional, el Stal Mielec, se encontraba presenciando el partido. Asombrado, se aproximó al padre, hablaron, llegaron a un acuerdo…

Hasta aquí, una ficción literaria que bien pudo ser realidad. Y ahora, vayamos con los datos ciertos y comprobables.

A los dieciséis años, Grzegorz Lato se estrenó como jugador titular de su equipo, el Stal Mielec, en la primera división de fútbol de su país, Polonia. Su talento era tan arrollador que en 1971, con veintiún años, fue seleccionado para intervenir en su primer partido internacional con el conjunto nacional. Participó en las Olimpiadas de Munich en 1972, donde su conjunto obtuvo la medalla de oro. En 1973, su equipo del alma ganó su primera liga, siendo él el máximo goleador de la temporada.

La noche del diecisiete de octubre de 1973, un pase suyo tras correr la banda como una flecha permitió que su compañero Domarski adelantara a Polonia en el marcador del estadio de Wembley, en Inglaterra. Y por más que los ingleses lograron el empate de penalti unos minutos después, no fue suficiente y quedaron eliminados. Polonia había logrado el milagro de clasificarse en el Campeonato Mundial de Alemania 74, donde, tras un torneo muy brillante, quedaría en un meritorio tercer puesto. Y él, Lato, el calvo de oro, se consagraría como máximo goleador, con siete tantos, siendo premiado con la Bota de Oro. Más tarde, fue medalla de plata en las olimpiadas de Montreal 76. Participó en dos mundiales más, el del 78 y el del 82, y en ambos marcó varios goles. Todavía es el segundo máximo goleador de la historia de su nación, tras el admirado Lubanski.

Años más tarde, llegó a senador, y hoy en día es el presidente de la federación de fútbol de su nación.

El delantero más temido en e área. Pequeño y rápido. Como un ratón.

  

   

   
                   

El ayer y el hoy de Grzegorz Bolesław Lato (Malbork, Polonia, 1950): el único delantero polaco que ha logrado una "Bota de Oro" es hoy senador en el sistema parlamentario de su país.

                   

   

  

   

 

    

Luis Antonio Ródenas (Colmenar Viejo, 1965). Arquitecto técnico, criado en Aranda de Duero (Burgos) y actualmente reside en Valladolid. Fue guionista en la aventura de resurrección del famoso personaje de tebeo español de los años 60 y 70, El Jabato (Ediciones B, Barcelona, 2008), publicada con motivo de la celebración de su cincuentenario, así como autor del libro de temática medieval La Mirada del Unicornio.

   

  

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Bimestral de Cultura. Año X. II Época. Número 70. Enero-Febrero 2011. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2011 Luis Antonio Ródenas. © Las imágenes que acompañan al texto han sido aportadas en su totalidad por el autor y se utilizan exclusivamente como ilustraciones del relato; en todo caso, cualquier derecho que pudiese concurrir sobre las mismas corresponde a sus respectivos autores. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2011 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

    

    

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