N.º 68

AGOSTO-OCTUBRE 2010

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UN BANAL HECHIZO

   

Por  Vanessa Álvarez Díez

  

  

  

H

abían pasado los meses. No muchos. Los necesarios para poder mirar a otro mundo a través de una mágica ventana. Y es que a veces se sentía un poco bruja en este sentido. Parecía que se iba a subir encima de su escoba y volar. Volar por encima de la ciudad, de la gente, de sus pensamientos y, lo que era mejor de todo, no tener miedo a nada. Claro que eso de no tener miedo a nada es muy fácil decirlo, pero ella hoy se sentía así. Orgullosa de su «sin miedo» y dispuesta a dejarse llevar más allá del destino que tenía marcado hace tanto tiempo. Impuesto por sus ya «no miedos» y que ahora sólo eran fugaces estelas dispersas en el haz que dejaba su escoba.

El día de la revelación quedaba ya lejos, y ahora sólo le quedaba el recuerdo amargo de todas las cosas que tuvo que perder a cambio. Pero esos recuerdos eran envolventes y se difuminaban en un cálido y al principio espeso aura que la acompañaba durante sus viajes hacia su inhóspito pasado.

Era la hora del cambio, y el aquelarre estaba a punto de comenzar. Tan sólo era necesario preparar la ceremonia como se merecía. Todo lo que la rodeaba aquel día era auspicioso. Todo, pero aún le faltaba algo sin ella saberlo. Ese brillo centelleante que dejan algunas brujas cuando no se detienen. El suyo todavía era tenue y opalino, diría yo. Y es que de estelas está el mundo lleno, pero hay algunas que no se olvidan y la suya iba a ser memorable algún día.

    
     

 

Era la hora del cambio, y el aquelarre estaba a punto de comenzar.

("El aquelarre",

óleo de Francisco de Goya.)

    

Desde el día de la revelación, así estaba designado. Había cambiado y, con ella, su mundo mágico. Alguien se había atrevido a revelar su otra historia y ahora el mundo se rebelaba contra ese alguien. Pero eso había sido su válvula de escape. Los barrotes de su celda se rompieron aquel día y entonces fue hora de enfrentarse al mundo. Al principio, fue difícil saltar. ¿Saltar o volar? Ella decidió volar. No era el momento de andarse con chiquitas. Era la hora de renacer, como el ave Fénix, pero, en vez de sus cenizas, de su estela de humo, densa, convirtiéndose en estela brillante y mágica.

Aprender a volar no es fácil. Pero luego es como todo, como andar en bici, o nadar. Todo es cuestión de empezar y soltarse, pero claro… ¡no de la escoba! Aún había instantes en los que sentía miedo. Miraba hacia atrás y sentía la necesidad de aferrarse de nuevo a esas cadenas que tanto tiempo la apresaron. Pero, por otro lado, pensaba que ser bruja tampoco le disgustaba. Estaba claro que era su destino, aunque ella lo había ignorado durante tanto tiempo.

Así pues, se decidió a transformarse desde fuera. El aspecto era importante en una bruja, y, además, ella quería ser una moderna. La moda era importante y, la verdad, no sabía mucho de las últimas tendencias en la moda mística, y las pasarelas de estos personajes  estaban en otras esferas, hasta ahora, desconocidas para ella.

Una amiga le regaló el sombrero. La verdad que lo agradeció. No por el hecho en sí ―esto era un detalle, sin duda―, sino porque no hubiese sabido cuál era el adecuado para ella. Pero su amiga sí que sabía. Sabía qué estilo era el apropiado para cada ocasión y, desde luego, sabía qué sombrero le conferiría personalidad. Ahora ya sería otra cosa. No era muy grande porque, para empezar a volar, es mejor con uno mediano. Además, hay lugares en los que siempre tocas con la punta del sombrero en algún sitio y, para evitar esto, hay que tener experiencia. No queda muy bien que una bruja llegue a un sitio y choque con el sombrero en el techo, o se le doble la punta, o se caiga al suelo… ¡Qué mala señal! Eso había que evitarlo, no era muy glamoroso, y eso, su amiga, ya bruja desde hace más tiempo, lo sabía muy bien.

Pero, además, es que el sombrero era bastante especial. Servía para todas las ocasiones, las más y las menos formales. Sin duda, su amiga sabía que siempre iba de un lado a otro con prisa y no tenía tiempo de cambiarlo, de modo que le eligió uno trivial. Servía lo mismo para el día que para la noche. Porque era negro, claro. Pero también quedaba bien con ropa informal, por si llevaba la falda corta, que eso, en las brujas jóvenes de ahora, queda muy bien. Y, para las ocasiones especiales, llevaba un pequeño tul negro que colgaba desde la punta  y cubría unas pequeñas estrellas plateadas alrededor de la copa. Para los vuelos largos y de gran velocidad, tenía un seguro de viaje. Se sujetaba con dos cintas al cuello de brillantes lentejuelas negras, el estilo nunca estaba de más. El tul negro le concedía además una elegancia, graciosa por otro lado, ya que, en los tiempos que corren, las brujas suelen buscarse atuendos más despreocupados. Pero ella está conformando su estilo y, poco a poco, iba consiguiendo que, además, fuese bastante peculiar.

Era ya más de mediodía cuando decidió salir a la calle para experimentar cómo era ser bruja por el día. Siempre había pensado que las brujas sólo salían por las noches. Los fantásticos aquelarres que todos conocen.

Y diría yo que poco más pensaba ella que hacían los seres mágicos como ella. Nunca habría imaginado que las brujas también tienen una vida diurna. Casi normal. Pero ¿qué hacen en su vida cotidiana? Esto era algo que poco a poco iba a tener que comprobar, porque ahora ya no había vuelta atrás. El vuelo había comenzado y con él su vida había dado un giro de ciento ochenta grados.

Iba caminando por la calle embelesada en sus pensamientos. No podía parecer normal, se decía. Y es que estaba segura de que todo el mundo notaría el cambio. Una no se hacía bruja de la noche a la mañana y, de todos modos, no es frecuente ver, en los tiempos que corren, una brujita como ella. Así, como si nada, y como si fuese de lo más normal.

    

 

Así pues, se decidió a transformarse desde fuera. El aspecto era impor-tante en una bruja, y, además, ella quería ser una moderna. La moda era importante.

     
    

Las últimas tendencias en el gremio hacen que cada vez sean más los brujos y brujas que se retiren a vivir solitarios en algún pueblecito aislado. Son esos personajes de los que todo el pueblo dice que son raros, que salen poco y que parecen tan absortos en su mundo que viven distraídos dentro de él. Y es que la gente dice que tiene que haber de todo, pero lo que no saben es que en este todo también entran incluidos brujas y magos y algún que otro duende, que todavía no ha emigrado. Porque ¡hay que ver cómo está hoy en día el alojamiento en las ciudades…! Con los nuevos planes urbanísticos ya no dejan ni una sola buhardilla ni azotea libre para habitar. Son viejas y destartaladas, sí, pero desde luego que son un buen lugar para que una bruja pueda vislumbrar toda la ciudad y, sin ser constantemente observada, puede hacer una vida, dentro de lo que su rango conlleva, más o menos cómoda.

Tendría que comprarse también unos zapatos, cómodos, para poder volar con su escoba sin tener demasiados impedimentos. Pero cuando llegó al centro comercial, se dio cuenta de que este año ya no se llevaban los zapatos de punta. «¡Es una pena! —se dijo—. Ahora ya no estaré a la moda». Pero enseguida se dio cuenta de que lo que necesitaba eran unas botas. Unas botas de punta con un poquito de tacón. Así estaría a la última en todos los ámbitos, brujales y no.

Después de pasarse por las últimas tiendas donde podría encontrar prendas para su nuevo atuendo, se dio cuenta de que no le iba a resultar tan difícil eso de camuflarse en la vida cosmopolita de su ciudad. Resulta que muchas de las jovencitas de las colas de las más famosas tiendas de ropa casual, llevaban en sus manos prendas que ella misma se pondría para el más elegante evento brujil. Era una suerte poder encontrar tanta variedad de ropa en una sociedad actual. Antiguamente, y según le habían comentado otras brujas más viejas, la ropa pasaba de generación en generación de brujas. Se compraban en mercados de segunda mano, donde, por cierto, se podían encontrar los más variados ingredientes para pócimas especiales, así como mascotas y otros instrumentos indispensables para estas personas que practicaban las más extravagantes ciencias ocultas.

Ella todavía no conocía ninguno de estos mercados, pero estaba deseando descubrirlos. Lo difícil era encontrarlos, ya que, evidentemente, no estaban a la vista de la gente mundana y, por supuesto, también las fechas eran concretas, según el calendario lunar, tengo entendido. Tendría que quedar con su más íntima amiga para recorrerlos por completo. Era necesario que conociese a los mercaderes que, a partir de ahora, le suministrarían tantas cosas necesarias para sus quehaceres habituales. Aunque esto no lo tenía todavía muy claro. A qué iba a dedicar su jornada laboral a partir de ahora era algo que desconocía. «Ya te llegará la inspiración», le dijeron. Pero eso era algo que ella todavía no sabía. No sabía que su destino estaba escrito desde hace mucho tiempo. Sólo fue cuestión de desprenderse de viejas costumbres y dejarse llevar por las sensaciones mágicas que venía teniendo desde hace tiempo.

Está claro que una bruja no se hace. Nace. Y ella siempre había tenido la sensación de que era especial. No eran sentimientos banales. Lo único que ocurría es que hasta ahora su vida había sido tan sólo un prólogo de lo que sería en adelante. Una preparación para conocer su místico futuro. Porque poco a poco se daría cuenta de que todo en su vida iba a estar interrelacionado. El pasado con el presente y más tarde o más temprano también lo estaría también con el futuro.

Pero hoy quería olvidar. Había comenzado una nueva etapa y de ella quería aprender. Aprender todo lo necesario para hacer las cosas bien. Con la magia, no puede una andar bromeando. Era cuestión de concentrarse al máximo. Tendría que aprender a ser menos despistada. Si es que esto era posible. Tal vez hubiese algún conjuro para esto. Pero de pronto se acordó de que era una de las primeras normas que había recibido. No podría utilizar los conjuros para su propio beneficio. «¡Bueno! —pensó—; de todos modos, una ya está acostumbrada a superar las dificultades». Y de nuevo se lo tomó como otro reto más.

Pero aquellos recuerdos de su vida pasada emergían cada vez más en su mente. No podía imaginar cómo sería capaz de romper con todo y comenzar de nuevo otra vida totalmente distinta. Estaba claro que últimamente sus pensamientos declinaban hacia algo que ella no sabía exactamente lo que era. Una tristeza enorme se había apoderado se su corazón, hasta el punto de que un día se dio cuenta de que ya no sabía ni siquiera sonreír. Aquellos recuerdos evocadores de vivencias hondas e imborrables hacían que se diese cuenta de que estaba a punto de caer de nuevo en el mismo abismo. Entonces, levantaba altiva la cabeza, hacía como si se acordase de algo para ella importante y transmutaba los oscuros recuerdos en etéreas sensaciones banales, a la vez que, para quitarle importancia, movía su melena al viento.

Cuando llegó de nuevo a casa, se sentó agotada en el sofá. No sabía que se podía llegar a gastar tanta energía en planificar una nueva existencia. De pronto, se acordó de algo importante que hasta el momento no había pensado. Ahora tendría también que elegir un nuevo nombre. Una no podría introducirse en esas Mágicas Artes con un nombre que no dijese nada. Así pues, no había más que hablar.

    
     

 

Una estela brillante surcó el cielo. Algunas de las lentejuelas de su sombrero caían sobre el éter anochecido y se mezclaban con las chispeantes gotas de agua que caían sobre la ciudad.

    

El resto de la tarde lo dedicó a buscarse un nuevo nombre que realmente dijese algo, pero algo de sí misma. Pensó en nombres de piedras, de planetas, de estrellas, incluso de constelaciones. Pero eso era demasiado nada para ella. Ahora que había cambiado, no quería ser tan fría. Quería un nombre que, al pronunciarlo, embriagase más dulzura. Los tiempos banales ya habían pasado. Pensó en llamarse Lavinia. Era un nombre que siempre le había gustado. Pero también era demasiado normal. No decía mucho. Sí, sonaba dulce al pronunciarlo, pero quería algo que le otorgase más personalidad.

Pensó en algo que realmente le gustase. Algo que transmitiese de ella lo que era, y pensó en la Luna. ¡Eso era! Pero no se podía llamar Luna a secas. Era un nombre demasiado común para una bruja con su nueva personalidad. Sería la luna de quién la buscase. Por eso, decidió llamarse Miluna. Era un nombre que realmente le pegaba.

Quería ser alguien para los demás y estaba claro que ahora sí le decía algo «Mi-Luna». Sería para aquellos que la encontrasen y que la estuviesen buscando su mejor día, y ella, Miluna, su mejor compañía. Como lo es la Luna de todos aquellos que la sueñan y la buscan.

Ahora, Miluna podía estar tranquila. Ya tenía casi todo lo que necesitaba. Su nuevo nombre, su nuevo atuendo de bruja y su nuevo yo.

Habían pasado las horas y se dio cuenta de que ya casi anochecía. No esperó más. Era el momento. Debía contárselo a su mejor amiga, que le había ayudado a descifrar su secreto. Miluna cogió su escoba y se fue volando. Era su primer vuelo. Era su primera noche de bruja y, por fin, sabía quién era realmente.

Una estela brillante surcó el cielo. Algunas de las lentejuelas de su sombrero caían sobre el éter anochecido y se mezclaban con las chispeantes gotas de agua que caían sobre la ciudad. Al verlas dispersarse, parecían pequeños copos de nieve que anuncian la llegada del invierno. Miluna estaba eufórica.

Con su nueva vida, había comenzado su gran sueño.

   

   

 

    

Vanessa Álvarez Díez (León, 1978). Ha cursado estudios de Administración de Sistemas Informáticos y es diplomada en Maestro en Lengua Extranjera, especialidad de Inglés, por la Universidad de Málaga. Los estudios de Magisterio los ha cursado en la Facultad de Ciencias de la Educación. Cultiva una poesía con evidentes ribetes melancólicos, evocadores de sus vivencias personales en su tierra natal y de aquellos otros lugares que han ido conformando su existencia. La prosa, su otra habilidad creativa, es atractiva y de gran calidad narrativa.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Bimestral de Cultura. Año IX. II Época. Número 68. Agosto-Octubre 2010. Director: José Antonio Molero Benavides. ISSN 1696-9294. Edición en CD: Depósito Legal MA-265-2010. Disegro Gráfico y Maquetación: Antonio M. Flores Niebla. Copyright © 2010 Vanessa Álvarez Díez. © 2002-2010 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

    

    

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