N.º 67

MAYO-JUNIO-JULIO 2010

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¿DE QUÉ HABLÁBAMOS ANTES?

   

Por  Roberto Strongman

   

   

A Allan Kardec

  

  

  

S

ólo al ponerme cegata y sorda con la vejez fue cuando me acordé de que una vez ya libres de nuestro enclaustramiento, sin tener ni pluma ni papel, dibujé en el aire el diálogo que nos abrió las puertas. Temía que, llegada a mi destino, la intensidad de la luz del exterior fuera tan fuerte que, encandilada, no pudiera leer las letras de mi mente. Una vez en el tren, repetí el diálogo varias veces para no olvidarme de nuestra comisión, aunque ya sabía que lo más probable fuera que, una vez allí, no me sería posible distinguir lo que había memorizado del ruido del mundo.

Fíjese, comadre, que ya después de tantos años, nosotras, aquí juntas, ya me siento como que le puedo pedir este favorcito. Y hasta le ayuda a usted con los suyos. No se crea que porque estemos metidas en baldes con líquidos, temperaturas y minerales diferentes, que aquí no tengamos todas el mismo interés en salir de nuestras situaciones particulares. Lo que pasa es que solas no podemos. «La unión hace la fuerza», como siempre nos recuerda la otra comadre cimarrona que está allá metida en ese barril lleno de materia putrefacta a su izquierda. La familia suya tiene más plata que la mía allá en el mundo, pero eso no quiere decir que estén más evolucionados que los míos. Los míos son ignorantes como yo, señora, pero tal vez tengan un poco más de calor humano que los suyos. Juntemos nuestros esfuerzos. Mandémosles el conjunto de nuestras luces. ¡Ay, si nos escucharan ellos a nosotras! ¡Ya dirían que somos marimachos! ¡Que risa! Pero así es como se hacen las cosas acá. Este rancho es muy diferente. Nunca me lo hubiera imaginado sin antes haberlo visto. ¡Tantas almas nadando en soluciones pegajosas e incómodas! Me pregunto si todos aquí viven tan mal como nosotras. Estoy casi segura de que no. Ya ve usted que en todas partes hay desigualdad.

Bueno, aun después de tantas décadas de compartir esta celda, no estoy dispuesta a revolcarme contigo. Yo no soy de ese tipo. A lo mejor fue por eso por lo que estás metida en ese balde humeante a sulfuro. Pero tienes razón en que nos podemos ayudar mutuamente. ¿Por qué no te vas tú con los míos y yo con los tuyos? Ya ves cómo nos dijeron cuando entramos que, si teníamos esperanza de evolucionar, nos daban una oportunidad de salir. ¿Te acuerdas? De todas maneras, este lugar está tan lleno. Cada día llegan cientos más de desencarnadas que yo sé que los guardias están ya buscando formas de hacer más espacio. Falta sólo conseguir la firma de los tres jueces e irnos en el próximo tren que salga. El horario es muy irregular, pero los tuyos nos darán amplias oportunidades de volver a vestirnos en piel una vez más.

   
     

 

"Mujeres hablando",

cartel de Luis Garay (1893-1956).

   

Bueno, comadre, ya no tiene que estarme echando en cara las vidas descarriadas de los míos. Además, acuérdese esta vez que si va a ayudar a los míos, debe aprender a respetarlos más. Cuando uno llega a la casa de otros, debe incorporar un poco sus valores. Pero no todos. Usted debe guiarlos un poco más hacia la luz. Yo sé que allá en el mundo una se olvida de las razones porque fue puesta allá, pero, comadre, le encargo encarecidamente que se acuerde de iluminarlos más.

Bueno, yo haré lo más que pueda, pero no prometo milagros. A ti se te hará más fácil con los míos. Ellos son tacaños y duros. Muéstrales que el dinero no lo es todo. Tal vez puedas encaminar su ambición hacia un sendero más espiritual para que no den a parar a este lugar tan húmedo y maloliente.

Usted siempre quiere ser más. Es por eso por lo que está donde está. Espero que, con mi ayuda, aprenda a vivir y no a planearlo todo siempre para acumular más posesiones y poder. ¿Quién pudiera haber adivinado que íbamos a perder todo lo que hubiéramos guardado para nosotras mismas? ¡Y para entonces preservar solamente lo que hubiéramos compartido con otros! ¡No vio cómo, a pesar de que la vez pasada, era yo la que trabajaba para usted y quedamos las dos en la misma mísera situación! Aún no llego a acostumbrarme a las leyes de este mundo. Pero ya va siendo hora de que lo haga. Y con su ayuda, podré. ¡Y sí qué pudimos, comadre!

Como le estaba contando antes de que llegara el enfermero, lo único bueno de llegar a ser una vieja sorda y ciega fue llegar a este asilo y encontrarla a usted aquí para recordarle, antes de que el tren venga nuevamente, lo que una vez nos prometimos.

¿Y adónde iremos esta vez? De seguro, a un lugar mejor que a ese pantano.

¡Ay, señora, usted no se preocupe tanto del próximo destino! ¿Cuándo va a aprender que siempre andaremos entrando y saliendo de mundos y que lo importante es llegar a conocernos nuevamente y retomar el hilo de nuestras viejas conversaciones de siempre?

   

   

 

    

Roberto Strongman (Colón, Panamá). Autor de obras de crítica literaria y de creación, su temática gira en torno al proceso de descolonización de la zona del canal que cruza su país. Doctor en Literatura por la Universidad de California, San Diego (EE UU). Es profesor de estudios culturales caribeños en la Universidad de California, Santa Bárbara, donde ostenta la cátedra de Religiones de la Diáspora Africana.

Se puede tener acceso a sus artículos a través de su página en la red NARRATIVAS.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Bimestral de Cultura. Año IX. II Época. Número 67. Mayo-Junio-Julio 2010. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2010 Roberto Strongman. © 2002-2010 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

    

    

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