N.º 66

MARZO-ABRIL 2010

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EL BESO

   

Por  Miguel de Asén

   

   

G

otas con destellos de plata golpean la acera gris. Es un repiqueteo intermitente con otras horas de antiguos recuerdos.

En la esquina, dos pisadas por el agua unidas, dos figuras por la sombra enlazadas, dos formas unidas por la proximidad menos distante de sus labios.

El goteo de la lluvia se torna melodía. La calzada parece interpretar notas de piano. La multicolor chapa de estacionados coches convierte en orquesta cada singular eco. El torrente de un caño quiere acompasar de percusión partituras.

Reflejos de neón, encerrados tras cristales apagados, ansían emerger como siluetas en la noche, circundando la materia intangible de la esencia que rodea a un sueño.

   
     

 

Gotas con destellos de plata golpean la acera gris. Es un repiqueteo intermitente con otras horas de antiguos recuerdos.

   

La esquina regala morada en la penumbra frontera al ocaso del horizonte, buscando compartir de un amor el escalofrío musitador de baladas, al abrigo de un conseguido anhelo.

Una farola enmarca la pasión de ese abrazo, ofreciendo ante su halo la mirada que vigila la fuerza aún no gastada de dos corazones, jóvenes por la arrebatadora energía de un frenesí nuevo.

Dos ilusiones comparten la esperanza de amanecer un día juntos, unidos por sábanas traviesas ante la duda de un, tal vez, futuro incierto, que recorta y separa momentos entre del destino y el devenir.

Murmullo de un tráfico circulatorio no demasiado lejano, atrapando en su regazo la realidad del instante, la certeza de que la vida sigue fuera de ellos, envuelta en rígidos horarios y anteriores compromisos adquiridos con el aún no olvidado ayer, citas desacordes que el trabajo conlleva, soportes de la encrucijada monótonamente consumista, obligados a subsistir con el recuerdo de otros lugares, otras gentes, otras vacías circunstancias que ahora no pueden importarles, pero que les importunan con su asedio constante.

La sombra, atrapada por la balada del tintineo, entrelazada por manos ávidas, buscando la senda antes recorrida de curvas turgentes, sólo quiere sentirse ausente por unos cortos segundos del tiempo que las vio nacer, perseguir únicamente un contacto que libere el pensamiento del cansancio de la rutina en la que, como condena diaria, está inmerso el cotidiano ser, ausentarse de la espada mecanográfica que, en otras aún no descansadas horas, atenazó su entraña absorbiendo la alegría obtenida tras despertar en la mañana.

La figura vertical, apoyada en la pared anónima que ha servido de sujeción en el pasado a mil, tal vez más pudorosa o románticamente unidos, anteriores cuerpos, siente el cercano llegar, con desazón esperado, del improrrogable espacio de tiempo que les verá separarse.

Magnitudes etéreas que controlan, con severa exactitud, el paso férreo y presuroso de la aguja del reloj nunca durmiente. Entes intangibles devoradores del presente y de ilusiones no acabadas, espacios transformados en instantes inoportunos que recortan, con ya mustios intereses, la inconexa proximidad de un antes no recordado futuro.

La campana patinada de verde esperanza, forjada por el sudor y el esfuerzo de mil martilleos constantes, anunciadora de mil perdidos acontecimientos, notificativa de mil olvidados antiguos encuentros en el pasado, ahora, retumbando como de guerra cañones, constata la presencia del instante de la separación.

Sonidos que parecen resquebrajar la noche antes emergida entre sinfonías. Notas castigadoras que se adueñan del tiempo, cercando con ecos cegadores momentos implorantes por no surgir. Estallidos, como bombas inalterables, golpeando los latidos acelerados de dos corazones protegidos por coraza de sombra.

Surcos en la noche que se convierten en designio demarcador de la realidad y en desvarío de la fantasía alada.

La sombra implora recoger en su abrazo hasta el último respiro enamorado de ese anterior mágico momento, apresando con prisa las terminales caricias, antes de encontrarse con el duelo de la pausa eterna que rige el adiós.

Penetran en la mente los recuerdos de las obligaciones del mañana, de las horas sin sueño que restan, de los problemas aún sin resolver, de la laboral cita que no sabe ni quiere esperar.

Ya los cuerpos se separan, todavía por los brazos unidos, fundidas aún las áureas, apasionados todavía los corazones por las próximas presencias, cansados ya los labios por la fruición sin pausa, anhelantes aún, no henchidos, deseando otra vez unirse.

Dos palabras llenan el aire, acarician el aire, despiertan el aire a la vida no lejana de un futuro tal vez distante.

—Hasta mañana.

Los cuerpos se separan totalmente, se rompen los lazos de las manos, se corta la esencia del abrazo.

Todavía persiste el olor del otro en el uno, aún continúa el calor del otro en el uno, todavía sigue la presencia del otro en sus labios.

   
     

 

Siguen golpeando gotas con destellos de plata la acera gris.

   

Una mirada conecta dos entrañas en la suma de una ilusión, dos iris invadidos por destellos de pasión, dos ojos reflejando el interior del corazón, regalando un encantador hechizo con el que combatir la fría noche, con el que soportar el solitario amanecer, con el que afrontar las amargas contingencias del día en la ausencia del cuerpo amado.

Siguen golpeando gotas con destellos de plata la acera gris.

Dos sombras separadas caminan despacio por la calle, siguiendo sentidos contrarios, llevando esperanzas iguales. Dos sombras enamoradas están separadas por una acera gris, y gotas con destellos de plata constituyen barrera, frontera que crece con cada pequeño espacio de tiempo entre sombra y sombra, entre corazón y corazón, alargando la distancia que separa el hoy del mañana, dividiendo en mil instantes la lejana hora de un no ahora cercano encuentro.

Y el gris de la calle, de la noche, de la acera, es ahora presagioso de las no coloridas horas que aguardan, de la monotonía que impera en la senda de esas sombras, del hastío que domina en el día a esos seres cuando su amor está ausente.

Sólo queda el recuerdo, sólo los mágicos segundos ya vividos, renovadores de anhelos a la espera de ser cumplidos.

La lluvia ha perdido sus halos de plata, toma ahora únicamente el tintineo que moja la ropa e incomoda los pasos. Ya no quedan esencias de esos labios amados en sus bocas, se han esfumado los olores del cuerpo del ser amado.

Ahora sólo persiste la lluvia gris, la calle mojada y la desazonadora vereda de vuelta a casa.

   

   

 

Miguel de Asén (seudónimo) nace en Madrid el 1 de enero de 1962. Licenciado en Filosofía y en Ciencias de la Educación por la Universidad Complutense de Madrid y con el diploma de Suficiencia de Investigación en Ciencias de la Información de esta misma Universidad, es autor de los poemarios Trece sonetos personales y un desbarre multiforme (Col. ‘Suenan las Palabras’, Ed. Cultura Viva, Madrid, 1993), Versos corrientes, Versos contados de sílabas no contadas y Poemas interactivos, (Col. ‘Ondina de poesía’, Madrid, 1995) y Generador de sonetos (Alire Docks, Francia).

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Bimestral de Cultura. Año IX. II Época. Número 66. Marzo-Abril 2010. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2010 Miguel de Asén. © 2002-2010 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

    

    

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