N.º 65

ENERO-FEBRERO 2010

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DÉJÀ VU*

   

Por  Irene Godoy Escobar

   

   

E

ra una noche tórrida de agosto, de esas que te privan de conciliar el sueño. La ventana abierta dejaba oír los ladridos inquietos y exigentes de los perros de parcelas cercanas. Los bólidos, con su música insistente y machacona, parecían volar en el asfalto.

Violeta sabía que tenía que dormir, pero su cuerpo no obedecía las órdenes de su cerebro. El sonido de las aves de la noche le hacía meditar perdidamente. En el exterior, una falsa brisa removía a su antojo las hojas del suelo. El tic-tac del reloj de la mesilla retumbaba en su cabeza como si fuera el encargado de mantenerla en vela. De repente, sintió un escalofrío y, llena de pavor, y como un acto reflejo absurdo, se arropó rápidamente hasta el cuello, sintiéndose así protegida ante cualquier peligro o amenaza. En este instante, la envolvió un silencio tan incómodo que se asustó de poder oír su propia respiración.

A la mañana siguiente, despertó con una melodía misteriosa que no paraba de tararear internamente, por lo que, decidida, se sentó al piano para hacerla sonar. Por más que la tocaba, no sabía dónde la había oído antes, pero le transmitía una energía muy positiva. Se le ocurrió dar un paseo por los jardines de su mansión, para tomar el aire fresco de la mañana y así poder pensar con claridad.

   
     

 

Nos encontramos en París, la ciudad del amor, en la cual se encuentra un hombre sentado en la terraza de un bar.

   

Todos alguna vez hemos tenido la sensación de que la vida nos oculta, celosa, secretos y misterios para poner a prueba nuestra habilidad de detectives, y también, para generar en nosotros un sentimiento de angustia y frustración al creernos pequeños e insignificantes en el universo. A menudo nos remontamos a situaciones vividas con anterioridad, sintiendo un abismo en nuestras entrañas, y una ansiedad de no poder recordar en qué momento del pasado vivimos lo ahora revivido por un instante. Nos viene a la mente, irremediablemente, la idea del déjà vu. Violeta tenía esta sensación, y eso la atormentaba y, a la vez, le intrigaba y la llenaba de curiosidad.

Hasta ahora, dejaba estos momentos pasar, no dándoles importancia. Pero esta vez se propuso indagar para encontrar respuestas al respecto. Llegó a la conclusión de que, por un lado, debía partir de cero en lo más profundo de su memoria y, por otro, obtener información de las personas que habían formado y formaban parte de su vida, y, también, pensar en los lugares en lo que había estado y de los que guardaba un buen recuerdo.

Regresó a casa, donde se encontraba su marido trabajando en el despacho. Le contó lo sucedido desde la noche anterior, y le preguntó si conocía la melodía, a lo cual éste le respondió que no la había oído nunca. Le recomendó que no se obsesionara con lo ocurrido, y que se centrara en prepararse para sus conciertos de piano de la nueva temporada. Violeta agradeció el prudente consejo de su esposo, pero, por otro lado, le dolía no contar con su apoyo para resolver este nuevo reto.

Como excelente pianista reconocida a nivel internacional, se dispuso a comenzar con sus ensayos frente al piano, como hacía cada día. Fue durante la interpretación de la simpática Rapsodia Húngara N.º 2, de Franz Liszt, cuando su mente hizo un recorrido por los momentos felices de su vida a modo de fotogramas de cine. Pudo rememorar con nitidez los juegos de su infancia, las grandiosas fiestas a las que acudía con vestidos pomposos elegidos cuidadosamente para cada ocasión, los viajes a infinitud de países acompañando a su madre, Valeria Chantal, prestigiosa pianista, en sus giras mundiales; y su enlace con Jean-François, el amor de su vida, a quien conoció en Francia, en uno de los viajes que hizo junto a su madre.

Este bonito e idílico romance fue muy sonado y comentado por los medios de comunicación en su momento, dada la situación de popularidad que había adquirido a través de su progenitora.

Incluso un célebre escritor, Jorge Ayala, fiel admirador de nuestra pianista Violeta Faus, dedicaría, años más tarde, uno de los pasajes de la biografía escrita como homenaje a la artista, a desentrañar todos los detalles del nacimiento de esta historia de amor: «Nos encontramos en París, la ciudad del amor, en la cual se encuentra un hombre sentado en la terraza de un bar. En un determinado momento levanta su mirada del libro y ve a lo lejos a una bella mujer, de la cual se enamora a primera vista. Ella, que se encuentra distraída contemplando las hermosas vistas a la ciudad desde un balcón, no se ha percatado de la presencia de su nuevo admirador... [...]».

El recuerdo de todos esos momentos le había robado una sonrisa, pero no le había revelado el origen de la misteriosa melodía.

Continuó su ensayo con el melancólico Nocturno N.º 19 en Mi Menor, de Chopin, para ver si así lograba recordar algo más. Pero fue inútil. Sólo le sirvió para que por sus rosadas mejillas rodaran lágrimas tan saladas como el mar. Sentimientos de nostalgia y añoranza por tiempos pasados se apoderaron de ella de inmediato.

En su aflicción, decidió dar paso a la Danza Española N.º 5, de Granados, lo que sólo contribuyó a acrecentar su desesperación. Bajó bruscamente la tapa del piano y corrió despavorida por los pasillos. Ya en el exterior, fuera de lo que en aquellos momentos le parecía una prisión, tomó aire profundamente, como si se tratara de la última vez que respiraría en su vida, tal como lo haría un buceador principiante…

Recapacitó por un momento y decidió entrar de nuevo a la casa para terminar el ensayo con el Bolero, de Ravel, creyendo que, al ser una pieza más alegre, le evocaría sentimientos positivos. Mientras acariciaba las teclas del piano con esta obra maestra, se le ocurrió que podría sorprender en la gala de apertura de la gira con la misteriosa melodía que rondaba en su cabeza, por lo que se la preparó concienzudamente para no cometer ningún error, proporcionándole matices propios, adquiridos de su experiencia como pianista, que la embellecían aún más y la hacían más enigmática.

No faltaba el más mínimo detalle en tan solemne acto. Las autoridades y personalidades más ilustres, como en todos estos casos, no podían faltar, ni mucho menos ser relegadas a butacas que estuvieran en segundo plano.

Violeta Faus había invitado a la ceremonia a los mejores pianistas del momento, entre ellos a sus amigos Felipe Campuzano y Richard Clayderman, para que engrandecieran el acto con la interpretación de sus conocidas piezas.

   
     

 

Llegó un momento en que creyó estar sola, sin cientos de ojos que la estuviesen observando. Incluso, era capaz de encontrar cada tecla intuitivamente, prescindiendo del sentido de la vista. Por primera vez, estaba tocando con el alma...

   

Como anfitriona, subió la interminable escalinata hacia el escenario con suma parsimonia; por un lado, para hacerse rogar y que los aplausos se prolongasen, y, por otro, para no tropezar con el vestido de gala.

El acontecimiento fue un éxito rotundo. Violeta reservó para el final la presentación de la misteriosa melodía, para cerrar con broche de oro la mágica noche.

Mientras daba vida a tan singular sinfonía, se vio inmersa en una nebulosa de recuerdos. Llegó un momento en que creyó estar sola, sin cientos de ojos que la estuviesen observando. Incluso, era capaz de encontrar cada tecla intuitivamente, prescindiendo del sentido de la vista. Por primera vez, estaba tocando con el alma...

De pronto, se sentía muy cómoda, parecía flotar en la atmósfera cálida y protectora que la envolvía. Estaba deleitándose con aquella música compuesta por su madre en honor a su padre, la cual tocaba cada día para demostrarle su amor. En este caso, se ponían de manifiesto aquellas investigaciones que afirman que los fetos perciben sonidos a partir del quinto mes de gestación. Al poco tiempo de venir al mundo, Violeta no volvería a oír más aquella melodía, puesto que su padre no pudo seguir luchando contra la amarga enfermedad que arrastraba desde hacía unos años.

Ahora, Violeta Faus lo veía todo claro. Comprendía los momentos difíciles y de depresión por los que había pasado su madre, y el motivo por el que había dejado en el olvido aquella canción, y es que cualquier recuerdo relacionado con su esposo la desestabilizaba. Era una mujer muy frágil… muy sensible y muy frágil. Valeria Chantal era una pianista que, como se dice de los artistas, se caracterizaba por su personalidad bohemia y su sensibilidad extrema.

Un estrepitoso y rotundo aplauso la despertó de aquella hipnosis momentánea, haciéndola rebotar del asiento. Estaba orgullosa y satisfecha. Además de comenzar con éxito su gira, había logrado descifrar un importante y enigmático pasaje de su vida. ¿Cuál sería su siguiente déjà vu?

  

  

  

*Relato galardonado en la Categoría A (Local) en el XXV Certamen Literario de Narración Corta “Jorge Guillén” 2008, celebrado Torrox (Málaga).

   

   

 

    

Irene Godoy Escobar (Torrox, Málaga, 1987). Diplomada en Maestro en Educación Musical por la Universidad de Málaga. Ha cursado los estudios de Magisterio en la Facultad de Ciencias de la Educación de esta universidad. Le apasionada de la música y su inquietud más inmediata es dedicarse a su enseñanza.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Bimestral de Cultura. Año IX. II Época. Número 65. Enero-Febrero 2010. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2010 Irene Godoy Escobar. © 2002-2010 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

    

    

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