N.º 60

MARZO-ABRIL 2009

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QUERIDO DIARIO

Por Carolina Fernández Pérez

   

   

Q

uerido diario:

Hoy ha sido un día terrible; me acabo de despertar hace un ratito y, como no logro volverme a dormir, he pensado que quizá escribiendo se me pase el tiempo; puede que incluso me llegue el sueño o que llegue mamá; no lo sé, pero cuando escribo, se pasan las horas sin que apenas lo note. Como te decía, hoy ha sido un día terrible.

Para empezar, el despertador se ha roto por culpa de Micho, que, como es un gato tan malo, se ha enfadado al oír la alarma y lo ha tirado al suelo de un zarpazo. Bufando como loco, ha atormentado al despertador hasta que, de tanto zarandearlo con sus patas delanteras, lo ha estampado contra la pared. Entre la caída y el choque, el pobre despertador ha muerto para siempre.

Quizá no te parezca grave que mi despertador se haya roto, pero, sin él, no podré levantarme a las siete en punto de la mañana, ni mirar la hora para saber cuándo tengo que ir a clase, ni comprobar a qué hora llega mamá cada madrugada. Desde que el reloj de pulsera que me regalaron el año pasado se me mojó mientras fregaba los platos, no hay en todo este miserable piso un solo reloj que marque el paso del tiempo.

   
    

 

Querido diario: Hoy ha sido un día terrible; me acabo de despertar hace un ratito y, como no logro volverme a dormir, he pensado que quizá escribiendo se me pase el tiempo; puede que incluso me llegue el sueño o que llegue mamá; no lo sé, pero cuando escribo, se pasan las horas sin que apenas lo note.

   

Después de regañar inútilmente a Micho, he ido al baño, pero mamá estaba dentro y no parecía querer salir en un buen rato. Se oía correr el agua de la ducha, así que me fui al colegio sin poder bañarme primero. Hoy tampoco he desayunado.

En el recreo, Ana me ha dado la mitad de su bocadillo a cambio de que le hiciera los deberes de matemáticas; gracias a este sistema de cambiar un servicio por comida, me he salvado hoy de caer desmayada en mitad de la clase, como me ocurrió hace dos días.

Creo que lo único bueno que me ha sucedido hoy ha sido haber sacado sobresaliente en los dos exámenes que hice la semana pasada, un 9 en lengua y un 10 en historia. Dicen mis maestros que, de mayor, debería dedicarme a las Letras, pero yo lo único que quiero es ponerme a trabajar cuanto antes, porque estoy harta de pasar hambre y de vestirme todos los días con el mismo jersey, con los mismos vaqueros desteñidos y medio rotos del año pasado. Al menos tengo la suerte de que los vaqueros así están de moda.

A la salida, me he encontrado con mi padre. Estaba muy pálido, tenía los ojos enrojecidos y los labios resecos. Estoy acostumbrada a su cabello sucio y desgreñado, pero no a verlo tan escuálido. Mi madre dice que es por el mono, pero no entiendo qué relación pueden tener los monos con la salud de mi padre. Me ha dado un beso y un fuerte abrazo, me ha dicho que se pasaría luego por casa para llevarme un regalo y me ha prometido que cuando termine de desintoxicarse, viviré con él. Pero yo prefiero seguir viviendo con mamá, porque ella me necesita mucho más. Cada día me doy cuenta de algo nuevo. Por ejemplo, hoy me he dado cuenta de que mamá está cada vez más cansada, no tiene ganas de nada y se pasa el día tumbada viendo la tele. Decididamente, me necesita.

Al llegar a casa, mamá estaba haciendo precisamente lo que acabo de decir, ver la tele, y, al oírme entrar en casa, me ha dicho “No queda butano”. Ni siquiera ha girado la cabeza, no se ha molestado ni en mirarme. Yo esperaba otro recibimiento, algo así como “Feliz cumpleaños”, un beso y un abrazo fuerte, tan fuerte como el de papá, y quizá algún dulce como regalo, o un peluche como el que me regaló hace tres años, cuando cumplí cinco. Pero no. Se ha limitado a advertirme de que no hay gas. Eso implicaba que tenía que pedirle a la vecina que me permitiera calentar la sopa en su cocina, y, como le dije que era mi cumpleaños, me ha regalado una barra de pan de ayer para que mojásemos en la sopa. De segundo, teníamos acelgas, y eso, gracias a que se me ocurrió hervirlas esta mañana antes de irme a clase, porque si no, tendríamos que habernos conformado con la sopa y el postre.

Por cierto, sí que me había comprado un dulce como regalo de cumpleaños. Cuando terminamos de comer abrió la nevera y sacó un brazo de gitano, de esos rellenos de nata y recubiertos de chocolate. Me lo ha dado con un lacónico “Felicidades”, y nos hemos comido la mitad cada una, sumidas en el más absoluto silencio. Creo que se sentía culpable de no poder regalarme algo mejor. Es la única nota dulce de hoy, porque el resto del día ha sido muy amargo.

La primera vez que llamaron a la puerta, estaba fregando el salón y mamá estaba echada en el sofá viendo la telenovela. Fui a mirar y, como no reconocí la cara de aquella mujer, le pregunté quién era y qué quería. “Pilar Martínez, asistente social. ¿Está tu mamá en casa?”, contestó. Yo fui a preguntarle a mamá qué era una asistente social y si quería que le abriera la puerta, pero ella se levantó del sofá y se puso a gritarle a Pilar Martínez que se largara de su casa, que no iba a dejar que le quitara a su hija, que se fuera a la m..., que no le daba la gana abrir, que nos dejara en paz. Pero la otra no se daba por vencida. Decía que quería hablar con ella civilizadamente, que, por favor, la dejara entrar, porque si no, llamaría a la policía. Finalmente se fue y mamá se abrazó a mí llorando y diciéndome que nunca, nunca, debía irme con un desconocido. Le prometí que así lo haría, la consolé con mimitos y la arropé en el sofá con la manta grande; siguió viendo la telenovela y se olvidó de mí otro rato.

Cuando terminé de hacer la limpieza, empecé con los deberes, y ya casi había acabado eso también cuando  volvieron a llamar a la puerta. Fui a abrir y eran los amigos de mi madre, que venían a hablar con ella. Mamá dice que son unos chulos y que no les hiciera caso nunca, pero que les abriera la puerta cada vez que vinieran a hablar con ella. Entraron los dos y pasaron directamente a la habitación de mi madre. Ella les siguió y cerró la puerta tras de sí, pero, aún con la puerta cerrada, pude oír cómo discutían los tres. Al cabo de un rato, los hombres salieron y encontré a mamá sentada en la cama llorando y con una mejilla amoratada. En el suelo, a sus pies, había una bolsita pequeñita de medicina, esa que se inyecta mamá antes de cada comida.

Recogí la bolsita y se la guardé en el cajón de la mesita de noche, junto a las jeringuillas desechables que le regala el médico del seguro de vez en cuando. Si la llego a dejar donde estaba, probablemente Micho hubiera roto el plástico con sus afiladas uñas y hubiese lamido la medicina. Una vez lo hizo y estuvo a punto de morirse. Mamá me dijo entonces que esa medicina era sólo para ella y me hizo prometerle que nunca jamás la probaría, y menos que la aceptase de nadie. Tampoco debía dársela a papá, aunque me la pidiera.

La tercera y última vez que llamaron hoy a la puerta era mi padre. Como había prometido, me traía mi regalo de cumpleaños: un ‘Menú Infantil del McDonald’; dijo que así eran dos regalos en uno, porque, por una parte, me invitaba a cenar y, por otra, el muñeco que trae de regalo el Menú me sirve de juguete. Papá se fue enseguida y, casi inmediatamente después de irse, salió mamá del baño. Estaba muy guapa aquella noche. Siempre se pone guapa para ir a trabajar, pero hoy se había hecho el peinado que tanto me gusta y que tanto odio a la vez, ese que le tapa la mitad del rostro y que se hace cuando el maquillaje no disimula del todo un moratón en la cara. Además, me satisfizo comprobar que la minifalda negra que llevaba parecía nueva, era la que le teñí hace unos días. También las botas altas estaban recién lustradas y brillaban con la luz de la cocina. Estaba realmente guapísima.

Le di un trocito de mi hamburguesa y le partí unas lonchas de queso para que cenara, porque no me gusta que se vaya a trabajar con el estómago vacío, especialmente desde que sé que se puede desmayar si lleva muchas horas sin comer. La obligué también a beberse medio vaso de leche, aunque ella insistía en que me lo tomara yo todo. Una cosa: que no se me olvide mañana comprar leche.

¿Verdad, querido diario, que ha sido un día terrible? La tal Pilar Martínez, la asistente social, me ha asustado mucho, y tampoco me gusta cuando los hombres que mamá llama chulos vienen a visitarla, porque muchas veces le pegan (como hoy) y además me miran de una manera que no me gusta. ¡Ah!, se me olvidaba decírtelo. Es algo que me ha pasado hoy en el colegio, cuando estaba en el recreo haciéndole a Ana los deberes de matemáticas. Un chico de 6.º se ha acercado a mí y me ha dicho en tono de burla “Oye, ¿tú no eres la hija de la p...?” Yo le he pedido que no llamase así a mi madre.

Que ella trabaje como prostituta no le da derecho a llamarla p... Tampoco le da derecho a Pilar Martínez a decir que va a llamar a la policía sólo por no abrirle la puerta, ni da derecho a los chulos a venir a casa cuando quieran y pegarle a mi madre si les apetece. Tampoco hay derecho a que... ¡Vaya! Por fin ha llegado mamá. Aunque mi despertador se ha roto, sé que deben ser las seis de la mañana aproximadamente, porque es a esa hora cuando empieza un programa de la tele que están echando ahora mismo. A veces lo veo, porque me despierto cuando llega mi madre y, como de todas maneras he de levantarme a las siete, pues me quedo despierta y veo ese programa para matar el tiempo.

Mamá se ha ido directamente a la cama. Debe de estar muy cansada, porque ni siquiera se ha desmaquillado. Voy a darle un beso y a comprobar que se ha metido entre las sábanas y no está simplemente tirada encima de la cama.

Querido diario, buenas noches. ¿O quizá debiera decirte “buenos días”? En todo caso, hasta mañana.

  

  

    
   

Carolina Fernández Pérez (Málaga, 1983) es diplomada en Maestro en Educación Primaria por la Universidad de Málaga, España. Aunque aficionada a las prácticas deportivas, confiesa pasar sus mejores momentos escribiendo y, sobre todo, leyendo, en cuyo particular firmamento, Bécquer, Lorca, Machado, Verne, Stephen King, García Márquez e Isabel Allende son estrellas cuyo fulgor la tienen magnetizada. Es colaboradora distinguida de nuestra revista, en cuya sección de “Narrativa Breve” aparece con asiduidad, con una prosa madura, impecable y moderna que cautiva el interés del lector desde la primera línea. Desde la dirección de la revista, permitidnos aconsejaros continuar degustando la exquisitez de la prosa de Carolina: id al índice de títulos publicados y elegid otro de sus títulos publicados con nosotros.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Año VIII. Número 60. Marzo-Abril 2009. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2009 Carolina Fernández Pérez. © 2002-2009 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

    

    

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