N.º 56

JULIO-AGOSTO 2008

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LIMOUSINE

Por Ninoschka Prado Ouviña  

  

  

T

odo comenzó con un reciente gesto autolítico, que, sin embargo y curiosamente, fue ignorado. Desperté al tercer día sorprendida y cubierta de moratones fruto de las caídas, porque, inmersa en el sopor, sigues teniendo necesidad de orinar, pero tu cuerpo no te sostiene y te caes, una y otra vez, por el camino.

El que durmiera tanto no preocupó a nadie porque tengo fama de dormilona. Miento. A mi médica sí, cuando le presenté indignada los blisteres sobre la mesa. ¡Joer, no esperaba volver a despertar con tal sobredosis! La indignada resultó ser ella y me mandó ipso facto y de urgencias al gran jefe de la psiquiatría local. Al colega se lo advertí: “¡Enciérrame!”, pero no lo consideró oportuno.

Como dice Leopoldo María Panero, “el suicidio es un acto de defensa propia”, que, no sé por qué, mi propio cuerpo me lo niega. Mis allegados me han colocado un sobrenombre, ‘Rasputina’.

Bueno, el caso es que me mosqueé y, nada más salir de la consulta del dichoso jefe de la salud mental, me pasé por la gasolinera para comprarme unas cuantas litronas de cerveza bien fresquitas, porque yo sólo bebo cerveza, agua o infusiones. Me puse como a mí me gusta, borracha pero consciente, y me dediqué a analizar la situación, sopesando todos los pros y contras posibles. Resultado: el sobrepeso como palabra clave, y fue cuando me dediqué a tirar todo cuanto me molestaba a la basura entre trago y trago. Diarios, discos, cuadros… en fin, destruí lo que más quería, pero también lo que más visto tenía. Hay que empezar de nuevo, pensé. Hasta con el equipo de música me ensañé, sí, ahora sólo escucho la radio y veo vídeos en youtú.

Me cachis, y ya que caigo rendida en la cama para dormirla, y ya que estaba feliz e ingrávidamente dormida, aparece todo un equipo uniformado de salvamento. Si digo que eran cuatro en mi cuarto, puede que me quede corta, porque eran muchos, podría haber sido cinco, no sé. No me pudo acompañar nadie de los míos en la limousine porque no cabíamos.

   
      

 

Admiraba extasiada, con científica curio-sidad, la bolsita transparente al final del tubito, el que me habían metido por la cavidad izquierda de mis narices.

   

No recuerdo mucho, sólo el lavado de estómago. Me dijeron “nena, esto te va a doler”, pero yo le saco punta a todo. Adelante, adelante, y admiraba extasiada, con científica curiosidad, la bolsita transparente al final del tubito, el que me habían metido por la cavidad izquierda de mis narices. Me costaba tragar saliva, pero, por lo demás, no fue nada del otro mundo.

Mi progenitor lo único que llegó a decirme fue que el médico que me atendió, me conocía; curioso, ¿verdad? Había leído mis poemas y escritos recientemente editados por mi amigo José Antonio. Asombroso.    

Cuando montan o montas (no sé quién lo montó) tal espectáculo, tienes que volver al psiquiatra por cojones. Ahí me veía yo, a la mañana siguiente, de nuevo en la sala de espera, esperando mi turno. Aquello estaba de bote en bote y no tenía pinta de agilidad. Le pedí a mi padre “anda, vete al bar a traerme una cerveza”, y, cada vez que entraba alguien a la consulta, yo me fugaba al cuarto de baño a fumarme un pitillo. Mentolado y cerveza, aunque prefiero fumar flores, pero hace ya tiempo que no me da el presupuesto para ese tipo de lujos.

Total, una vez ya fumado medio paquete y dejando un peste a tabaco en el servicio que no era normal, me toca, y me encuentro frente a frente con el tipo, que me pregunta “bueno, te encerramos, ¿no?” Yo pensé, será curandero; se lo había recomendado yo a él el día anterior, ¿por qué no me hizo caso? Me mordí la lengua y sólo dije, “OK, vámonos”.

Dos limousines necesitaron para el traslado y una silla de ruedas ridícula, ridícula porque no tenía nada en las piernas, sólo el corazón partido. ¿Cómo se llaman esos lugares? ¿Loquero? ¿Psiquiátrico? En la puerta, el cartel decía “Unidad de Agudos”.

Para poder entrar, tienes que pasar por al menos tres puertas blindadas a cal y canto, y una vez que llegas a la unidad, las enfermeras te obligan a entregar en el mostrador absolutamente todo y te entregan un pijama a cambio. Me dejaron quedarme con la rebeca que llevaba, pero le quitaron el cinturón de lana. Es peor que una cárcel, también lo decía Leo, porque no te dejan ni siquiera hacer una llamada. Así es que allí me encuentro y, como soy toda observación, veo una serie de monitores de televisión, todos ellos y cada uno enfocando una cama vacía. Anda, te observan mientras duermes.

La unidad de agudos consiste en dos partes: a) agudos leves, y b) agudos agudísimos. A mí me mandaron al patio a). Las personas que conocí allí, la mayoría de lo más normal, me contaron que la parte b) es la chunga de verdad; es donde meten a los agresivos y esas cosas. De verdad, personas normales, desesperadas por la hipoteca o porque la esposa ya no quería follar, y hasta había una chica licenciada en psicología que me decía, me suena tu cara, me había visto en la Facu. Estaba haciendo un máster, pero no me dijo qué pintaba allí. Eran mucho más normales que algunos de los individuos que te puedas encontrar por la calle. Me lo pasé muy bien, charlando, jugando a la brisca…

Ya para terminar, batí el récord, me soltaron al día siguiente por “coherente”. Allí, todo el mundo estaba desesperado por salir, excepto yo, y me decían los más experimentados que mínima estancia, una semana.

Me gustan las emociones fuertes, me encanta vivir, pero a mi estilo; odio las limitaciones y siempre he jugado con la muerte, la veo como una cosa muy natural, igual que la vida. Lo que no veo normal es que me tengan tres años en lista de espera porque el destino me haya convertido en una estadística más poniéndome un huevito en el pecho derecho. Carcinoma llaman a esas cosas. Y como en estos momentos no me puedo valer por mí misma, he tenido que volver al hogar familiar, donde me tratan como a una niña de siete años y,  joer, soy una mujer de treinta y ocho.

Claro que no estoy loca, soy una borde, y digo, tal cual, lo que pienso y siento, y eso, sienta mal, muy mal.

  

  

NINOSCHKA PRADO OUVIÑA (Hannover, 1970), hija de emigrantes españoles, nació en Alemania y retornó a España en 1981. Lingüista vocacional y amante de la humanidad, se ha interesado desde temprana edad por la literatura y el arte en general. Ha cursado estudios de Traducción e Interpretación en la Universidad de Granada. Actualmente, estudia 3.º de Magisterio (especialidad de Maestro en Lengua Extranjera) en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Año VII. Número 56. Julio-Agosto 2008. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2008 Ninoschka Prado Ouviña. © 2002-2008 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

    

    

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