BIENVENIDA ERES, TRISTEZA

Por Isabel Suárez Rodríguez 

  

  

 

E

lla estaba tejiendo como de costumbre. Era una labor a la que se entregaba desde hacía muchos años, cuando sentía que la soledad comenzaba a invadirle el alma. De improviso, sonó el teléfono. Contestó amablemente. Era Leonor, su amiga de siempre. Leonor llamaba para invitarla a jugar una partida de cartas, pero ésta no tenía ánimos y rechazó la invitación.

   
      

 

Ella estaba tejiendo como de costumbre. Era una labor a la que se entregaba desde hacía muchos años, cuando sentía que la soledad comenzaba a invadirle el alma.

   

Cuando terminó de hablar con Leonor, dejó de tejer y se preparó una tacita de té con canela en rama y clavo. Con el primer sorbo, recordó a su marido cuando aún estaba vivo. Se sintió tan deprimida que, mientras se tomaba su té, iba deambulando por la casa imaginándose que su marido la estaba acompañando.

En ese momento, su perro entró en la casa y corrió hacia Elena. Parecía saber lo que ella estaba pensando. Leonor comprendió lo afortunada que era al no encontrarse sola e inmediatamente sintió un deseo tremendo de escribir y expresar en su diario todo lo que sentía.

  

13 de octubre de 1993

Querida nieta,

Sé que estás en algún lugar. Hoy me siento especialmente triste porque todavía no tengo noticias tuyas. Sigo pensando que existes, pero me pregunto si eres real o no.

Me estaba tomando una taza de té cuando me acordé de él. Aunque yo era su segunda esposa, lo amaba como nunca había amado a nadie, y él sentía lo mismo por mí.

¿Qué puedo hacer para no pensar más en eso? Si yo estuviera con él, no habría problemas, pero tu madre… bueno, bueno, ya te lo contaré otro día.

  

Esa mañana se despertó a las siete en punto. Bajó a la planta de abajo y, cuando entró en la cocina, llamó al perro.

—Golfo, ¿dónde estás? —No oía nada y siguió llamándolo—. Golfo, ven aquí. Golfo…

Estaba asustada de que no apareciera.

Elena saló al jardín y siguió llamando:

—Golfito, ¿dónde te metes? Tu comida te está esperando.

Pero Golfo no apareció.

Se quedó de pie en el jardín, apoyada sobre sus débiles piernas. Parecía una extraña en su propia casa. Entró y empezó a escribir.

  

18 de octubre de 1993

Querida nieta,

Sé que estás en algún lugar. Me siento muy sola. Golfo se ha ido. He perdido las cosas más importantes de mi vida: mi perro, mis rosas y mis hijas. Las hijas a las que les contaba historias cuando eran pequeñas.

¡Ay, mi niña, me siento tan sola…! No puedo hablar con nadie. Lo único que me mantiene con vida es la ilusión de conocerte.

  

Dos días después, apareció Golfo. Estaba sumamente sucio, pero aún así, Elena lo abrazó.

—Ay, mi chico, ¿dónde has estado? ¿Cómo estás? ¿Tienes hambre o sed? ¡Estoy tan feliz de que hayas vuelto...! Pensé que nunca lo harías.

  

21 de octubre de 1993

Querida nieta,

Sé que estás en algún lugar.

Hoy es mi cumpleaños. Sé que ya soy muy mayor, pero no pierdo la esperanza de verte porque sé que existes.

Mi deseo de cumpleaños es que tú y tu madre estuvierais conmigo. Por este motivo te voy a contar lo que ocurrió entre tu madre y yo: tu madre se fue de casa cuando murió su padre. Él era la única razón por la que ella vivía con nosotros, de modo que, tras su muerte, se marchó. Sin embargo, antes de irse, me escribió una carta en la que decía lo siguiente: “Por fin me voy y lo hago para siempre. No intentes buscarme porque tu vida es tu vida y la mía es mía”.

Cuando yo leí la carta al día siguiente de su partida, se me rompió el corazón. Mi hija, mi querida hija me había abandonado. No quería saber nada de mí, de su madre, de la persona que la trajo al mundo... Y todo por un malentendido que ocurrió hace muchos años.

  

2 de noviembre de 1993

Querida nieta,

Imagino que te habré hecho daño con lo que te he contado de tu madre, pero es la verdad y no podía mentirte. Pero no me malinterpretes. No todo lo que recuerdo de ella es malo; también fue buena conmigo alguna vez. Cuando ella era pequeña, le encantaba ir al parque que hay cerca de nuestra casa. Íbamos todos los días. Una tarde, un perro le mordió el brazo. Desde entonces, le tuvo miedo a los perros y ya no quiso jugar más allí. Sin embargo, cuando tenía diecinueve años, me hizo un regalo por Navidad. Era un perrito. Sabía que era lo que yo más deseaba y por eso me lo regaló. Ese perrito es Golfo y, por eso, significa tanto para mí.

  

30 de enero de 1994

Querida nieta,

Siento haber estado tanto tiempo sin escribirte. He estado ingresada en el hospital. Tengo neumonía. Mientras tanto, ha sido Leonor quien se ha encargado de todo en la casa. ¿Te acuerdas de ella? Ayer me dijo que había hecho algo imperdonable. Había leído mi diario; no había podido resistir la tentación. Se disculpó miles de veces y, como se siente tan culpable, ahora va a hacer todo lo posible por ayudarme a encontrarte.

En cuanto a mi enfermedad, el médico me ha dicho que no hay nada de lo que preocuparme, pero cada vez que me miro al espejo que hay encima de la chimenea, veo la tristeza que invade mi cara.

Mi querida nieta, sé que estás en algún lugar.

  

1 de febrero de 1994

Querida nieta,

Debido a mi enfermedad, hoy he empezado el día con un terrible dolor de cabeza y temblando, pero no quiero que te preocupes por eso.

Me imagino que te gustaría saber cuál fue el malentendido entre tu madre y yo, ¿verdad? Bueno, empezaré por el principio.

Cuando tu abuelo tenía veintitrés años, se casó con su primera mujer, Rosalía, pero ella cayó enferma dos años después. Durante el periodo de tiempo que ella estuvo enferma, tu abuelo y yo nos conocimos y nos enamoramos. Fue un amor a primera vista, pero el problema era que él aún estaba casado.

Yo lo amaba verdaderamente. Estaba decidida a esperar hasta que él comprendiera que sólo había una persona en el mundo para mí y ése era él. Por eso, yo esperaría  hasta que se divorciara, aunque eso no fue necesario ya que Rosalía murió diez meses después.

Pasados unos meses, nos casamos, pero yo estaba embarazada ya de cinco meses. Pensar que iba a tener un bebé hizo que me sintiera la mujer más feliz del mundo. A los cuatro meses nació tu madre. Ella no sabía lo de mi historia con tu abuelo. Un día, cuando tu abuelo y yo estábamos en el salón evocando ese pasaje de nuestra historia, ella, que estaba por allí, escuchó toda la conversación.

No sé por qué motivo empezó a pensar que era adoptada, y, desde entonces, no quiso saber lo que verdaderamente había pasado. Su odio crecía cada día hacia mí hasta el punto de decir que yo era su madrastra.

Bueno, cariño, éste es el malentendido. Ella siempre ha pensado que era adoptada y no lo es, y, a pesar de de todos estos problemas, la he criado con todo mi amor.

  

4 de febrero de 1994

Querida nieta,

Estas navidades han sido las más tristes de mi existencia a causa de esta enfermedad que no cesa de quebrantar mi ya menguada salud. La soledad, esta tremenda soledad también ha repercutido sobre mi estado de ánimo. Me he acordado de tu abuelo y de tu madre.

Hoy no me siento muy bien. Mañana tengo cita con el médico y ojalá no sea nada, porque ya no me quedan fuerzas para vivir.

  

Esa tarde, Leonor fue a verla. Cuando entró en el salón, Elena estaba temblando en el sofá, blanca como la pared. Su sonrisa había desaparecido de su cara. Vestía una falda negra y una blusa negra, como siempre. No podía pronunciar palabra. En un esfuerzo supremo, logró pronunciar:

—Por favor, Leonor, quédate conmigo. —Y después cerró los ojos.

Leonor pasó toda la noche con ella, y, al día siguiente, cuando Elena se despertó, la llevó al hospital. Los médicos le dijeron que la neumonía había empeorado. Parecía tranquila, pero su rostro reflejaba la viva estampa del que está agotando los últimos momentos de su vida.

—¿Dónde está mi nieta? —preguntó—. Quiero verla antes de morir.

—No vas a morirte, mujer —dijo Leonor con una sonrisa forzada.

Dos días después, Elena empeoró. Sus ojos estaban llenos de pena, su pelo gris estaba revuelto y sus arrugas más pronunciadas. Se sentía muy sola. De pronto, Leonor se acercó a ella y le susurró al oído:

—Hay alguien ahí fuera que quiere verte.

—¿Quién? —preguntó Elena.

—Es una sorpresa.

De repente, apareció ella de la nada. Era Claudia, su nieta.

Al ver a su abuela, sus ojos no podían dejar de llorar, y, entre sollozos, le dijo:

—Abuela, estoy segura de que no sabes quién soy. Soy la persona a la que has estado anhelando durante tanto tiempo. Mi querida abuela, sí, soy tu nieta.

A Elena sólo le bastó con mirar en lo profundo de los ojos de Claudia para ver que decía la verdad, y fue entonces cuando su corazón dio un vuelco.

—¿Estoy soñando, Leonor? Hija mía, ¿pero qué haces aquí? ¿Cómo te llamas? ¿Qué edad tienes? ¿Dónde está tu madre? Dime, ¿cómo me has encontrado?

—Tranquilízate, abuela. Lo que necesitas es descansar. Cuando estés mejor, te lo contaré todo. Ahora disponemos de todo el tiempo del mundo. Lo que importa es que te he encontrado. Mi nombre es Claudia y tengo veinte años. Pero, ¿cómo te encuentras?

—Mucho mejor ahora que te he visto. Muchísimas gracias, mi niña. Por fin, Dios ha oído mis plegarias y me ha dado lo que tanto deseaba antes de morir.

   

   

   

ISABEL M.ª SUAREZ RODRÍGUEZ (Málaga, 1981) cursó la EGB y el BUP en Alhaurín de la Torre (Málaga), lugar en el que vive desde los siete años. En 2003 obtiene la licenciatura en Traducción e Interpretación de inglés y alemán por la Universidad de Málaga. Ha sido merecedora de una beca para estudiar en Magdeburg (Alemania), en donde cursa algunas asignaturas de su carrera y al tiempo que perfecciona su alemán. Está en posesión de los títulos oficiales de inglés y alemán de la Escuela Oficial de Idiomas de Málaga. Actualmente, cursa 3.º de Magisterio (especialidad: Lengua Extranjera – Inglés) en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga.

    

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Año VII. Número 54. Marzo-Abril 2008. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides.  Copyright © 2008 Isabel María Suárez Rodríguez. © 2002-2008 EdiJambia & Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

    

    

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