N.º 52

NOVIEMBRE-DICIEMBRE 2007

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LOS VEINTE DÓLARES

  

  

Por Roberto Strongman

  

  

N

o creí que fuese una buena idea dejarle los veinte dólares en la mesita de noche. Como la conocí ya al final de mis dos años de servicio militar en la colonia, nunca le vi futuro a nuestra relación, pero ella, al igual que todas las lugareñas, tenía la esperanza de que algún soldado se la llevara de toda esta miseria a su castillo en el Norte.

Ella no fue tan fácil como las otras cenicientas, porque me tomó varios encuentros antes de que, finalmente, me invitara a su casa. Y lo hizo sólo porque los hoteles de cita estaban llenos esa madrugada de domingo. Como sabía que me iba dentro de dos semanas, pensó ilusamente que no había que dejar que la vergüenza le robara el poco tiempo que tenía para que yo me comprometiera con ella. Sólo me pidió que no hiciéramos ruido para no despertar a su hijo.

Me llevó hasta una casucha de tablas con techo de zinc sobre pilotes de bloque en una villa anegada por un pantano llamado Folks River. Para no ofenderla, fingí que no me molestaba abrirme paso entre el lodo y el olor a aguas estancadas. Me sorprendió que viviera en uno de esos asentamientos pobres de negros antillanos, ella, siendo blanca y tan siempre tan bien vestida.

Con el corto traje de lino que llevaba, me recordaba a un retrato veraniego de mi madre joven en nuestra casa de playa, antes de que desmoronara nuestra vida hogareña al dejar a mi padre por otro. El hecho de que esta mujer de arrabal fuera divorciada y con hijos hacía la comparación con mi madre aún más tenaz. Su alta y delgada silueta le venía bien para trabajar atendiendo a extranjeros en el Hotel Nacional, adonde un par de veces fui a recogerla.

Su porte fue lo que inicialmente me atrajo hacia ella cuando por primera vez la vi en el club de oficiales. Además, tenía que probarle a mis camaradas, y tal vez a mí mismo, que era capaz de tener una mujer que valiera más que esas empleadas domésticas cholas que nos levantábamos sin dificultad en el Parque Legislativo, en las afueras del fuerte militar.

 

 

     

 

No creí que fuese una buena idea dejarle los veinte dólares en la mesita de noche.

 

 

Pero, a fin de cuentas, nunca pude sobrevolar el rango de mis cortas alas. Después de un vaso de ron en su cama, me confesó que ella también había sido empleada para una familia de metropolitanos, que la trataron a ella casi como a una de sus propias hijas. Con ellos aprendió nuestras normas culturales y nuestro idioma, lo que le ayudó a escalar los peldaños sociales y laborales de la colonia.

Su fachada frágil se derrumbó para mí completamente con esa confesión borracha. Arruinadas mis fantasías, nuestros cuerpos se revolcaron de manera aburrida y la manché con mi meaja en un desdén fatigado y egoísta. Pretendí dormir para evadir despedidas toscas.

Poco antes del amanecer, al ponerme los pantalones fuera del cuarto, la mirada de un negrito de ocho años me atajó la salida de la pocilga. Era una mirada demasiado vieja para sus cortos años. Me dio cierto pavor percatarme cómo las pupilas de ese enano pordiosero me reflejaban. ¿Quién era él para mostrarme un perfil andrajoso de mi mismo? Aun así, su mirada me sonrío. Fue entonces cuando decidí no dejarle los veinte dólares en la mesita de noche, porque sabía que tan sólo le servirían para atraer a su siguiente conquista comprándose más maquillaje, pantimedias, tacones y lejía para retocar las raíces negras de sus mechones rubios. Se los di a él. Así, la vanidad de su madre no le impediría que se vistiera decentemente.

Al tomar el billete que yo le extendí, se cruzó entre nosotros una mirada de reconocimiento mutuo. Fue como si esos ojitos adormilados entenderían que, al convertirlo en proxeneta de su madre, yo me convertía en el padrastro de sus futuros rencores. Así terminaba de cumplir mi servicio militar en la colonia, replicando mis odios, sembrando y apadrinando resentimientos de ultramar.

  

  

  

  

ROBERTO STRONGMAN nació y se crió en el puerto caribeño de Colón durante las décadas de los setenta y ochenta, cuando los Estados Unidos todavía controlaba un porción importante del territorio nacional de Panamá.  Éste es el origen de la temática de descolonización que define toda su obra crítica y creativa. Es doctor en Literatura por la Universidad de California, San Diego, EE UU.  Actualmente es profesor de estudios culturales caribeños en la Universidad de California, Santa Bárbara.  Se puede tener acceso a sus artículos a través de su página en la red «ROBERTO STRONGMAN».

    

    

  

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Año VI. Número 52. Noviembre-Diciembre 2007. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides.  Copyright © 2007 Roberto Strongman. © 2002-2007 EdiJambia & Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

    

    

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