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EL RELOJ DE LA DESDICHA*

   

Por Esther María Sánchez Padilla

   

   

A

l tiempo de concluir la redacción en que os refería la extraordinaria historia que se cuenta en Antequera sobre la imagen de la Virgen de los Remedios**, me ha venido a la memoria otro hecho que estoy segura va a acaparar vuestro interés por lo que tiene de enigmático y sorprendente.

Cada vez que lo evoco, un escalofrío me corre de arriba abajo todo el cuerpo. Nos lo contó hace ya algunos años un vecino nuestro que había venido a pasar unos días a Antequera. Aunque el hombre no había nacido aquí, la casa que habitaba era de su propiedad por herencia familiar, y en ella, por lo que nos refirió en varias ocasiones, había vivido las temporadas que pasó durante la infancia, cuando venía en compañía de sus padres.

Todo surgió de forma casual. En una de las ocasiones en que mi familia fue a hacerle una visita, a una prima mía se le ocurrió comentar la extrañeza con que se le había extraviado su reloj de pulsera; no se explicaba cómo había podido perderlo sin darse cuenta.

Como movido por un resorte, nuestro anfitrión interrumpe la cordial conversación que sostenía con mi padre y, dirigiéndose al grupo de chicas, hace un breve comentario relacionado con lo sorprendente de las circunstancias que pueden rodear algunos hechos, para preguntarnos de seguido si nos gustaría oír un cuento sobre un reloj, sobre un reiterado, monótono y persistente tictac que nadie desearía oír jamás en su vida.

Aseguraba el hombre habérselo oído narrar a una persona que, por su vinculación con la familia a la que había acontecido el fenómeno, merecía de su parte toda credibilidad. Y, al responderle nosotras afirmativamente, el relato no se hizo esperar.

El hecho tuvo lugar en una pequeña casa de la calle Hornos. Por entonces, ocupaba la vivienda un matrimonio que tenía por mucha suerte ser padres de un muchacho de unos catorce años, un chico alegre, aplicado y obediente que colmaba la alegría de sus progenitores.

Cinco sillas, varios cuadros, algunos platos y vasos, y dos mesitas y una cómoda componían todo el mobiliario de la casa. En un rincón del habitáculo que parecía ser la cocina estaba la alacena, en la que la familia guardaba las cosas que les servían de alimento. En ella había también un reloj, uno de esos relojes antiguos de cuerda, grande y de largas manecillas, que aquella gente conservaba como recuerdo familiar.

A causa, quizá, de su maquinaria antigua, el reloj acusaba un tictac penetrante y molesto, de ahí que, a fin de mitigar un poco el molesto sonsonete, se le había ocurrido a aquel hombre recluirlo en la alacena. En aquel sitio podría cumplir su cometido de dar la hora sin causar molestia, con solo echarle una ojeada. Durante el día, el objetivo estaba logrado, pero, en cuanto la familia se retiraba a dormir a sus habitaciones, el reloj parecía arreciar, inmisericorde, desde sus adentros aquel reiterado y monótono son.

Una noche de tormenta, el tictac del reloj se hizo más grave de lo habitual, elevándose incluso por encima del ruido de los truenos que sacudían la noche. Como una orquesta, todos los rincones de la casa parecían hacerse eco de aquella inesperada percusión que emanaba sin cesar del aparato.

El padre dio un bote de la cama y se dirigió a donde provenía tal ruido. Fue entonces cuando se percata de que lo emitía el reloj de la cocina. Extrañado, alarga una mano, lo toma y lo deposita sobre la mesa, intentado buscarle una explicación a tan extraño sonido. Lo para y procede a desmontar su compleja maquinaria. Quizá podría deberse a una inesperada avería. Al no encontrar nada que explicara el incremento del sonido, lo monta de nuevo, vuelve a dejarlo en el sitio que ocupaba y se acuesta. Pero aquel tictac seco y profundo continuó saliendo de la alacena para inundar toda la casa. Ninguno pudo dormir esa noche.

A la mañana siguiente, la familia comentó con el vecindario lo que les estaba ocurriendo, sin que nadie pudiese darles una explicación satisfactoria. Ningún vecino sabía nada. Temiendo perder la cordura, deciden parar su funcionamiento, esperando así acabar con la causa de aquel desesperante ruido. Pero el resultado no fue el esperado. El proceloso tictac continuaba oyéndose por toda la casa como un taladro implacable.

Pasó una semana y la familia empieza a habituarse a convivir con el persistente sonido que se había cruzado en sus vidas. Pero la mañana del décimo día, nada más despuntar los rayos del primer sol por la ventana, el silencio más absoluto se hizo dueño, de manera imprevista, de toda la casa. El sonido del reloj se apagó por completo, repentinamente. Justo en ese momento, varios golpes secos sacuden el portón de la casa. La madre va presurosa y abre una de las hojas. Dos hombres corpulentos dejaron verse ante ella. Venían a comunicarle algo inesperado y muy doloroso. Justamente aquella mañana, cuando su hijo se dirigía como cada día a la huerta, un coche sin control se había precipitado brutalmente contra él, llevándolo al borde de la muerte. Aquel joven de catorce años, su único hijo, había logrado salvar la vida, pero, a consecuencia del trágico accidente, había caído en un coma profundo.

Aunque aturdidos, la luz se hizo ante ellos de inmediato, al comprender que acaba de  cumplirse lo que tan sólo se tenía por una centenaria leyenda, según la cual el frenético tictac que los había estado martirizando durante esos días era, en realidad, la cuenta atrás del cumplimiento de una desdicha que ocurriría, precisamente, en el momento mismo en que el reloj de la casa dejase de sonar. 

Completó su relato el hombre, precisando que el muchacho sobrevivió a la tragedia gracias a los cuidados pacientes de la familia, y que, una vez restablecido, se trasladó a la capital de la provincia o a otra ciudad, donde contrajo matrimonio y tuvo hijos, uno de los cuales fue padre de aquel hombre vecino nuestro que nos contó esta enigmática historia.

  

  

                 
 

Antequera. Vista panorámica.

 
  

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NOTA del EDITOR

* Las leyendas son, naturalmente, narraciones ficticias. Pero, al igual que ocurre con los cuentos, los elementos del relato han de encajar perfectamente en el discurso del texto como las piezas de un puzle; nada puede faltar ni sobrar, porque los elementos de una narración son interdependientes; es decir, una leyenda tiene que tener cohesión narrativa. Lo anterior cobra sentido con lo que sigue. Las redacciones que hemos encontrado en Internet relacionadas con el legendario hecho que acabáis de leer, todas, sin excepción, aunque aparezcan sobre la firma de autores diferentes, presentan vestigios de haber bebido de la misma fuente, de ahí, probablemente, la gran similitud que presentan, aparte de una redacción deficiente, de tópicos manidos y frases hechas más propias de la lengua oral, y, lo que más importa ahora, todas ellas coinciden en incluir, en su parte final, una denotación cuya presencia no se justifica en nada en el discurso de la narración. Me refiero al hecho de atribuirle al reloj la denominación “de San Marcos”, elemento con el que, incluso, dan título al relato. Intentado, pues, prestarle a la leyenda la seriedad que se merece, hemos saneado el texto de sus asperezas lingüísticas y, procurando dotar al desarrollo de mayor sucesión lógica, también hemos prescindido de todo lo carente de sentido y superfluo; y, de igual manera, hemos omitido, hasta que alguna fuente nos justifique su presencia en la relación de los hechos, la alusión referida a “El Reloj de San Marcos”, simplificándolo todo en “el Reloj de la Desdicha”.

  

** Nos referimos a la Leyenda de la imagen de la Virgen de los Remedios de Antequera, recogida, redactada y transcrita por la misma autora, y publicada en el número 85 de nuestra revista. La tenéis disponible en esta dirección: <www.gibralfaro.uma.es/leyendas/pag_1937.htm>.

   

   

 

     

     

 

ESTHER MARÍA SÁNCHEZ PADILLA (Antequera, Málaga, 1990). Diplomada en Magisterio de Educación Física por la Escuela de Magisterio María Inmaculada (Antequera) y licenciada en Psicopedagogía por la Universidad de Málaga, en cuya Facultad de Ciencias de la Educación ha cursado los correspondientes estudios.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Sección 6. Página 11. Año XIII. II Época. Número 86. Octubre-Diciembre 2014. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2014 Esther María Sánchez Padilla. © Las imágenes, extraídas a través del buscador Google de diferentes sitios o digitalizadas expresamente por el autor, se usan exclusivamente como ilustraciones del texto, y los derechos pertenecen a su(s) creador(es). Edición en CD: Diseño Gráfico y Maquetación: Antonio M. Flores Niebla. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2014 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.