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EL GALLO Y LA SUPERSTICIÓN

   

Por José Antonio Molero

   

   

«La superstición ofende más a Dios que al ateísmo.»

(Denis DIDEROT, Pensées philosophiques, XII, 1746.)

  

  

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l gallo, ese altanero animal que impera en nuestros corrales, el celoso pachá de nuestros gallineros que vigila su nutrido harén con bizarra agresividad, ha recibido, a lo largo de los tiempos y en las distintas sociedades, desigual favor de parte de la superstición popular. La Historia nos pone de manifiesto que el gallo no solo se ha tenido como emblema de la vigilancia y la actividad, sino que en él se ha visto también el símbolo del valor, la abundancia, lo masculino y la fecundidad, además de ser el animal predilecto para las prácticas de adivinación y hechicerías. La singularidad del gallo es tal que de él encontramos referencias incluso en la Antigüedad greco-latina como, por ejemplo, cuando lo menciona Platón (427-347 a. C.) en su obra Fedón al relatar los últimos momentos de Sócrates, quien llega a decir: «Critón, le debemos un gallo a Asclepios [1]. Así que págaselo y no lo descuides». En relación con este acontecimiento cabe decir que no son pocos los estudios que han intentado explicar el sentido de esta frase en unos momentos tan críticos, pues resulta sorprendente esa invocación a una divinidad en la que, al parecer, el preclaro maestro no creía.

El simbolismo del gallo más evidente y más conocido está relacionado con lo que es un comportamiento natural de esta ave, su canto al amanecer. Con la llegada del Cristianismo, la Iglesia lo incorpora a su copiosa simbología y lo va a utilizar con bastante frecuencia, sobre todo en la literatura hagiográfica; así, por ejemplo, la figura de Pedro aparece vinculada a esta ave para rememorar el momento en que los tres cantos de un gallo le recuerdan al discípulo las tres negaciones que le había predicho su maestro, narración en la que son coincidentes los cuatro evangelistas. Sebastián de Covarrubias [2], en su preciado libro Tesoro de la lengua castellana, además de hacerse eco de este aspecto simbólico relacionado con el predicador evangélico, le atribuye también al gallo una suerte de inteligencia, que él reconoce en la puntualidad para indicarnos con su canto las vigilias de la noche y la madrugada; esta característica le permite al filólogo explicar la elección de un gallo para las veletas de los cimborrios de catedrales y las torres de las iglesias [3], por razón del «oficio que tiene de despertar y convidar a las divinas alabanzas desde el punto de la medianoche». Y no debemos olvidar la extendida consideración de Jesucristo como el «Gallus Mysticus», la tradicional «Misa del Gallo», que se celebra en Nochebuena para conmemorar el nacimiento del Mesías, y que el canto del gallo es el tema del himno de Laudes de la liturgia dominical de la Iglesia romana.

  
                                                             
 

El gallo, a lo largo de los tiempos y en las distintas sociedades, ha recibido desigual trato de parte de la superstición popular.

 
  

Esta vinculación de un gallo al primer apóstol y el relato evangélico en el que el mismo Cristo elige a Pedro como piedra angular de su Iglesia [4] le ha conferido al ave un valor profiláctico que cobra sentido en un determinado poder para alejar el demonio, lo que, para muchos, no solo justifica otra vez la presencia de figuras de gallo en las torres, sino que explica el hecho de que, cuando se iba a ocupar una casa nueva como vivienda, se sacrificara un gallo, con cuya sangre se regaban las estancias que iban a habitar tanto las personas como los animales, invocando la protección sobre ellas.

Y hasta no hace mucho, el canto mañanero del gallo marcaba, para muchas gentes, el fin de los aquelarres, ahuyentaba la muerte, exorcizaba de demonios y espíritus malignos  nuestros cuerpos, y expulsaba a los diablos, brujas y duendes que, se supone, pululaban a nuestro alrededor aprovechando la soledad de las noches. En bastantes pueblos ribereños de la España mediterránea, el canto de un gallo antes de la medianoche era augurio de un naufragio o de la huida de una joven del hogar paterno, y en el Centro y Norte peninsulares, era presagio de triunfo y de victoria sobre un contendiente. Si el gallo cantaba en el interior de la casa, auguraba una desavenencia grave entre los cónyuges y, si lo hacía en la puerta de la calle, anunciaba una visita de alguien. El canto a deshora era señal de cambio del tiempo o de que se acercaban las brujas. Para neutralizar sus malos augurios, se hacía necesario echar un generoso puñado de sal al fuego.

El poder de la adivinación está también muy vinculado al gallo. Diversos pueblos, como babilonios, romanos y árabes, realizaban prácticas de alectomancia [5] teniendo en cuenta el movimiento y el paso de estas aves. Así, para conocer en qué iba a parar un determinado evento, los romanos disponían de un tablero cuya superficie estaba dividida en 28 casillas, cada una de las cuales se correspondía con una letra del abecedario; se ponía un grano de trigo en cada una de las casillas y se soltaba sobre el tablero un gallo blanco, al que previamente se le había hecho tragar determinadas palabras cabalísticas. Solo restaba observar qué letras iba picando y formar con ellas un mensaje, del que, según se pensaba, contenía información sobre el porvenir. Además, se tiene constancia de que, durante la Edad Media, llegó a utilizarse este animal en las ordalías, pruebas rituales que tenían como fin esclarecer jurídicamente la certeza o falsedad de un hecho, testimonio o acusación.

Existe abundante literatura sobre los poderes del gallo como sanador de los enfermos; así, los antiguos griegos le reconocían cualidades medicinales por la alectoria [6] de su hígado, incluso se le atribuía también el poder de devolver la fe a los no creyentes y expulsar los demonios de los cuerpos posesos. Por otra parte, el color del animal tiene también su importancia. En las misas negras se sacrificaban gallos y gallinas negros para obtener los favores de Satanás; sin embargo, en las ceremonias de rito vudú, el gallo o la gallina que se sacrifican han de ser blancos, lo que explica que en algunos lugares se haya considerado de mal agüero tener una gallo blanco entre las aves del corral.

  
                                                             
 

La presencia de la figura de un gallo en los cimborrios de la catedrales y de las torres de las iglesias se justifica por el poder que se le atribuía a esta ave de ahuyentar al demonio.

 
  

Como se ve, la simbología que pesa sobre el gallo es tan extensa como variada, muchos de cuyos significados se sustentan sobre sus propias características naturales. Así, su actitud en el corral le ha valido al gallo ser símbolo de virilidad, y también del valor y la valentía que deben engalanar al buen guerrero, de ahí que fuese consagrado a determinadas divinidades bélicas. Otro valor simbólico del gallo está relacionado con la violencia y la cólera, sentidos que pueden justificar su utilización, desde antiguo, como animal de pelea. En España, la legislación sobre bienestar animal está descentralizada en su mayor parte y depende de las Comunidades Autónomas, lo que ha dado origen a que las peleas de gallos estén prohibidas por los parlamentos de las Comunidades Autónomas a excepción de Andalucía y Canarias, donde están permitidas solo en aquellas localidades donde se hayan ido celebrando tradicionalmente. Actualmente, en Filipinas, Bangkok y México, y otros países más, continúan siendo muy populares. En Grecia, sin embargo, las peleas de gallos (denominadas también alectriomaquia) tenían un marcado objetivo pedagógico: los jóvenes aprendían del valor y el coraje de estas aves en el sentido de pelear hasta la muerte; con todo, en este noble objetivo se detectan vestigios del sentido violento que caracteriza a este espectáculo.

Los testículos del gallo eran utilizados para la elaboración de filtros de amor y atravesar el corazón con alfileres servía para favorecer la consecución de amores deseados. El gallo es asimismo un símbolo de la lujuria y de la pasión, con lo cual también tiene una connotación sexual. El modo vulgar de designar el órgano sexual masculino en inglés es cock (gallo) y, en francés, el vocablo coquard significa «gallo viejo», expresión equivalente a la que nosotros empleamos para decir que alguien es un «viejo verde».

En las montañas de Cantabria existe una sorprende creencia acerca del gallo de la muerte. Se dice que, una vez cada cien años, los milanos ponen un huevo colorado, del que sale una pájara mitad negra y mitad blanca, que vive justamente cincuenta años. Al morir, la descomposición de su cuerpo genera un tipo de gusano que acaba convirtiéndose en un gallo negro: el «Gallo de la Muerte», tan benéfico como maléfico.

Por fin, y en relación con el carácter premonitorio del gallo, cabe decir que muchas de estas creencias perviven todavía en muchos pueblos de España, tal como lo atestigua, entre otros, el siguiente dicho: «Si el gallo canta a las nueve, al otro día llueve; si canta pares, agua a mares; si canta nones, sólo a montones». Se cree también, por ejemplo, que cuando la gallina canta como el gallo, morirá alguna persona de la familia, y que si el gallo canta a una hora que no es la acostumbrada, cambiará el tiempo.

  
                                                             
 

Pelea de gallos.

 
  

En cuanto a las costumbres de determinados pueblos de España, en Málaga, por ejemplo, era frecuente apedrear gallos por Navidad, sangrienta práctica ilegalizada ya desde los años cincuenta. En Hispanoamérica aún pervive esta costumbre, bajo otras denominaciones, como «correr el gallo» o el «gallo de San Pedro». También existe una explicación para determinadas costumbres muy arraigadas, como regalar huevos de Pascua (de chocolate) en Navidad, huevos sorpresa, etcétera, ya que el huevo es otra referencia a la fecundidad en la simbología del gallo.

Existe una multitud de expresiones que muestran la extensión del campo semántico que protagoniza el término «gallo». Entre las que nos ofrece el diccionario de la Real Academia, destacan: en menos que canta un gallo; engreído como gallo de cortijo; otro gallo le cantara; entre gallos y media noche; ponerse gallito; como el gallo de Morón, cacareando y sin plumas, etcétera.

  

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NOTAS

1. Asclepios. m. En la mitología griega, Asclepio o Asclepios (llamado Esculapio por los romanos) fue el dios de la Medicina y la curación, al que, a la hora de un ruego o de agradecer un bien recibido, se tenía por costumbre entregarle como ofrenda un gallo.

2. Sebastián de Covarrubias y Orozco (Toledo, 1539-1613) fue un lexicógrafo, criptógrafo, capellán del rey Felipe II, canónigo de la catedral de Cuenca y autor del monumental diccionario, el Tesoro de la lengua castellana o española (1611), la mejor obra lexicográfica publicada entre el diccionario español-latín de Antonio de Nebrija (1492) y el Diccionario de Autoridades de la Real Academia Española (1726-1739). Su consulta sigue siendo útil para establecer el sentido de la literatura clásica del Siglo de Oro español.

3. Los gallo de torre (o veletas) que se tienen por más antiguos son los de Brescia (s. IX) y Roma, en Italia; los de Wolstar, en Alemania, y los de Winchester, en Inglaterra.

4. «Y yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mateo, 16:18).

5. alectomancia o alectomancía. f. Adivinación por el canto del gallo o por la piedra (alectoria) de su hígado.

6. alectoria. f. Cálculo de naturaleza pétrea que suele hallarse en el hígado de los gallos viejos, y al cual se atribuyeron antiguamente poderes mágicos.

  

  

  

REFERENCIAS WEBGRÁFICAS Y BIBLIOGRÁFICAS

BEIGBEDER, Olivier (1971): La simbología. Oikos-Tau Eds., Barcelona.

CARO BAROJA, Julio (1973): Las brujas y su mundo. Alianza Ed., Madrid.

CASTON BOYER, Pedro y otros (1985): La religión en Andalucía. (Aproximación a la religiosidad popular). Introducción de C.E.T.R.A., Eds. Andaluzas Unidas, Sevilla.

MALINOWSKI, Bronislaw (1948): Magia, ciencia y religión. Ed. Planeta-DeAgostini, Barcelona, 1985.

MORETA, Miguel Ángel y Francisco ÁLVAREZ CURIEL (1992): Supersticiones populares andaluzas. Ed. Arguval, Málaga.

   

   

 

     

     

 

José Antonio Molero Benavides (Cuevas de San Marcos, Málaga, 1946). Diplomado en Maestro de Enseñanza Primaria y licenciado en Filología Románica por la Universidad de Málaga. Es profesor de Lengua, Literatura y sus Didácticas en la Facultad de Ciencias de la Educación de la UMA. Desde que apareció su primer número, está al frente de la dirección y edición (en su versión web) de GIBRALFARO, revista digital de publicación trimestral patrocinada por el Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Universidad de Málaga.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Sección 5. Página 10. Año XIII. II Época. Número 84. Abril-Junio 2014. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2014 José Antonio Molero Benavides. © Las imágenes, extraídas a través del buscador Google de diferentes sitios o digitalizadas expresamente por el autor, se usan exclusivamente como ilustraciones del texto, y los derechos pertenecen a su(s) creador(es). Edición en CD: Diseño Gráfico y Maquetación: Antonio M. Flores Niebla. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2014 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.