N.º 69

NOVIEMBRE-DICIEMBRE 2010

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EL BASILISCO EN LA TRADICIÓN POPULAR

  

  

  

Por José Antonio Molero

   

  

  

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l basilisco es un animal fabuloso de la mitología griega que tiene forma de una serpiente de no gran tamaño y está dotado de la capacidad de matar mediante la inoculación de un veneno mortífero o la proyección de su mirada sobre la víctima. Su nombre procede de la voz griega basiliskoz, ‘basiliscos’, que significa «reyezuelo», así llamado por una macha blanca que adoraba su cabeza como si se tratase de una corona; las gentes lo consideraban el “rey de las serpientes” y su hábitat natural era el desierto. La creencia en este letal reptil fue divulgada por la Europa occidental a medida que Roma expandía su imperio.

   
     

  

El basilisco es un animal fabuloso de la mitología griega que tiene una larga historia entre los mitos y su importancia radica no sólo en la abundancia de atributos de que está dotado y de circunstancias de todo tipo que se le atribuyen, sino en el hecho de que su tradición está presente en culturas y pueblos tan diferentes como lejanos, y entronca en casi todas las creencias y religiones.

   

El basilisco tiene una larga historia entre los mitos y su importancia radica no sólo en la abundancia de atributos de que está dotado y de circunstancias de todo tipo que se le atribuyen, sino en el hecho de que su tradición está presente en culturas y pueblos tan diferentes como lejanos, y entronca en casi todas las creencias y religiones. Así, por ejemplo, se atribuye a San Trifón el logro de haber domesticado a esta bestia y, por su parte, Isaías, cuando se dirige a los pecadores, afirma que tales bestias «incuban huevos de víbora, tejen telas de araña y el que come de sus huevos muere, y, si se aplastan, salen basiliscos» (Libro, 59:5).

En Europa, desde su difusión en la Antigüedad hasta el momento actual, este portentoso animal se ha ido metamorfoseando a su paso por las diferentes etapas de la historia, hasta el punto de que hoy en día se nos presenta de una forma muy distinta a la de sus inicios. Sea como fuere, en su descripción anatómica se deja notar una gran influencia del legado de la tradición, según la cual, el basilisco tuvo su origen en un huevo de serpiente incubado por un gallo viejo.

También aparece en la heráldica, que lo representa con una forma mixta de ave y serpiente.

 

El basilisco en el Mundo Antiguo

Como suele ocurrir con las bestias mitológicas, el origen del basilisco se pierde en el tiempo. Aunque las antiguas culturas nos han legado su creencia a través de leyendas o mediante manifestaciones artísticas, es gracias a la tradición escrita como mejor han podido rastrearse su evolución morfológica y trayectoria histórica.

Así, para los antiguos egipcios, el basilisco nacía de los huevos del ibis y en del Antiguo Testamento pueden encontrarse referencias al basilisco en cuatro libros. En general, ya en los umbrales del s. I d. C., el animal es descrito como una forma de serpiente excepcionalmente dañina, concepto que han logrado perpetuarse hasta bien entrado el s. XVIII debido a su inclusión durante la Edad Media en los tratados naturalistas.

Para los griegos, este animal era muy temido por sus efectos nocivos sobre el hombre. De esta época data ya lo que de él se dice de terrorífico, pues exhalaba por la boca grandes llamaradas de fuego ocasionando que las plantas se marchitasen, se quemasen los pastos, se resquebrajasen las rocas y las aguas se impregnasen de letal ponzoña.

Sin embargo, la característica que lo hacía más temible es su capacidad para matar a un hombre o animal con sólo dirigir su mirada hacia él. Su similitud con las Gorgonas de la mitología clásica griega es inexcusable. Cuentan muchas leyendas que el basilisco tomaba un rincón de la casa en que penetraba como guarida para esconderse y, desde su penumbra, daba muerte a toda persona que lo miraba. En este hecho tiene su origen la antigua creencia de que, para limpiar una casa de su presencia, la medida más eficaz consistía en llenar la casa de espejos, para que él mismo se causara la muerte al ver reflejada su propia imagen. Precisamente, del mundo heleno nos ha venido una leyenda que refiere que Alejandro el Magno llegó a dar muerte a uno, valiéndose del ardid de que este se viera a sí mismo reflejado en su escudo, cuyo metal había hecho limpiar en extremo previamente.

    

     

Sin embargo, la característica que lo hacía más temible es su capacidad para matar a un hombre o animal con sólo dirigir su mirada hacia él. Su similitud con las Gorgonas de la mitología clásica griega es inexcusable.

 
   

En la tradición grecolatina se diferencia netamente el basilisco del catoblepas, fabuloso animal que se desplazaba sobre cuatro patas, tenía una pesada cabeza y mataba con la mirada. Esta exótica bestia aparece citada, entre otros, por los autores griegos Elieno, Ateneo y Arquéalo.

Entre los romanos, son también varios los autores que hablan del basilisco, entre ellos, Plinio, Solino y Pomponio Mela. Plinio el Viejo (siglo I d. C.) lo describe en su Historia Natural como un híbrido resultante de la unión de una serpiente con un gallo, el cual, al cumplir los siete años, ponía un huevo deforme y veteado que era incubado por un sapo durante otros nueve y que, al nacer, presentaba aglutinadas las características de sus progenitores: cabeza de gallo, cuerpo de sapo y cola de serpiente; su tamaño no rebasaba los doce dedos de longitud y su debilidad era el olor de la comadreja, que podría llegar a matarlo.

Con posterioridad, ya en el s. III de nuestra era, lo mencionan también Lucano, Dioscórides, Solino y Aeliano, tradición que se remonta hasta Arnobio y Aecio, ya en el s. V. Por esta época, Aeliano incorpora esta bestia a la mitología latina, con lo que la creencia en este legendario y letal gallo o culebra logra penetrar en la Edad Media.

 

El basilisco y su presencia en los ‘bestiarios’ medievales

Durante la Edad Media, los bestiarios con fines moralizadores son comunes en toda Europa. En realidad, se trataba de burdas copias o torpes versiones del clásico Physiólogus, bestiario griego consistente en una compilación de narraciones con fines moralizadores, en las que aparecen unos animales confundidos con otros, como es el caso de identificar un rinoceronte con un unicornio.

   
     

  

Es durante el Medioevo cuando esta criatura experimenta un cambio en su morfología, pasando a ser una suerte gallo de cuatro patas, plumas amarillas, grandes alas espinosas y cola de serpiente terminada en garfio.

   

Es durante el Medioevo cuando esta criatura experimenta un cambio en su morfología, pasando a ser una suerte gallo de cuatro patas, plumas amarillas, grandes alas espinosas y cola de serpiente terminada en garfio. Se ha constatado otra versión de este tipo de gallo, que lo describe con cabeza de serpiente, dotado de ocho patas y cubierto de escamas en vez de plumas.

El obispo San Isidoro de Sevilla (556-636), inspirándose en Plinio el Viejo, describe al basilisco en un apartado de su grandiosa obra las Etimologías (634) como el rey de las serpientes, y llega a afirmar de él que, además de estar capacitado para inocular un veneno mortal, los reptiles se someten a él por efecto de su peligrosa mirada, que asesina a quien lo mira directamente a los ojos.

Pierre de Beauvais, en su Bestiario, redactado hacia el 1206, basándose probablemente en un bestiario latino o en alguna de las descripciones que contiene el Physiólogus, nos describe la génesis de esta maléfica criatura de una forma diferente a la anterior, muy próxima también a la descrita por Plinio.

Al lado de esa creencia, durante la Edad Media circulaba también otra explicación con respecto a su origen, según la cual, el basilisco nacía al eclosionar un huevo puesto por un gallo e incubado por una serpiente y tenía cuerpo de gallo, lengua de serpiente y cresta. Esta otra versión del origen de la bestia mitológica es consecuencia de esa tendencia medieval, muy llevada a la práctica en esta época, de plagiar ‘libremente’ los escritos de los clásicos, lo que trajo como consecuencia que todo el saber grecolatino quedase diluido durante siglos en un confuso revoltijo de fuentes secundarias y malas copias.

A las puertas del primer milenio, en una Europa plagada reinos feudales encontramos ya leyendas en las que aparecen basiliscos. Por su parte, y aunque en una proporción menor, en el mundo musulmán también se observa la presencia de muchos de estos animales procedentes del clasicismo griego.

En el s. XIII español, Bartolomé Glavilla, conocido por Anglico (1190-1250), escribe los 19 libros que componen su De Propietatibus Rerum, una de las historias naturales posteriormente más conocidas durante el Renacimiento, en el que aparece configurado, en toda su plenitud, el antiguo mito del basilisco: desde su nacimiento, evolución y propiedades hasta la formas posibles de darle muerte.

 

El basilisco y la alquimia medieval

    

     

Alberto Magno (1193-1206), teólogo, filósofo y figura representativa de las Ciencias durante la Edad Media, en su obra titulada De animalibus despliega toda una tesis en la que intenta dar una explicación de cómo el basilisco mata con la mirada fija.

 
   

Pero lo que probablemente haya contribuido de una manera notable al desarrollo de la fama que envuelve al basilisco se deba a la alquimia, pues no pocos fueron los físicos, naturalistas y otros expertos en el trato de los metales, como es el caso de Theophilus Presbyter (1070-1125), monje benedictino austriaco, al que se le atribuye la idea de una compleja receta (hoy no conservada) en la que explica cómo criar un basilisco y dotarlo de la capacidad de convertir el cobre en oro.

El académico y docente inglés Alexander Neckham (1157-1217), autor de un gran número de libros de la más variada temática, llegó a afirmar que el arma asesina del basilisco no radicaba en su mirada asesina, sino en su capacidad de corromper el aire que respiramos. Esta absurda teoría sería desarrollada un siglo más tarde por Pietro d’Abano, quien justificó tal corrupción a su poder de trocar el gas natural que respiramos en otro altamente nocivo para los seres vivos.

Alberto Magno (1193-1206), teólogo, filósofo y figura representativa de las Ciencias durante la Edad Media, en su obra titulada De animalibus despliega toda una tesis en la que intenta dar una explicación de cómo el basilisco mata con la mirada fija; en este mismo escrito, desmonta con argumentos muchas de las leyendas que atribuidas a este animal, como la de que procedía de un huevo de serpiente incubado por un gallo viejo, la más divulgada.

Precisamente es también Alberto Magno el que atribuye el origen de todas estas fabulaciones relacionadas con el animal a Hermes Trismegisto, de quien afirma que se trata tan solo de un simple nombre griego atribuido a un personaje irreal, del que, no teniéndose pruebas fehacientes de su existencia ni de lo contrario, su figura histórica se fue construyendo ficticiamente durante la Edad Media. De este inexistente personaje se decía que había trabajado en la alquimia y que había logrado transformar grandes cantidades de plata en oro, valiéndose de las cenizas de un basilisco.

 

El basilisco a lo largo del Renacimiento

Con las nuevas formas de ver y entender el mundo que imponen las nuevas ideas del Renacimiento, las primeras luces de la razón comienzan a iluminar las Ciencias Naturales, que contemplan ahora con un espíritu más científico los fenómenos de la naturaleza, al tiempo que los conocimientos se ven sometidos a una actitud crítica más severa: nada se admite a la primera.

   
     

  

El padre Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), eminente ensayista y polígrafo español, llevado de un vigoroso afán por acabar con toda clase de superstición, que él llamaba ‘errores comunes’, y empeñado en divulgar toda suerte de novedad científica, empieza ya a negar que un animal pudiese estar capacitado para causar la muerte con la vista, afirmación que suscitó no pocas ampollas entre las anquilosadas neuronas de muchos naturalistas de la época.

   

Y mientras las ciencias empiezan a abrirse paso en el mundo del saber gracias a la proliferación de las universidades, todavía en el s. XVI continúa admitiéndose la existencia de un animal maldito llamado basilisco y lo referente a sus capacidades mortíferas. No sorprende, pues, que no pocos físicos y médicos se entregasen al estudio de la singularidad de su nacimiento y de capacidad letal de su veneno.

 

El basilisco de la Enciclopedia de Aldrovandi

Ya en los últimos tramos renacentistas, por toda Europa no dejan de contarse sucesos de personas que han sufrido un desgraciado encuentro con una de estas criaturas y de sus funestas consecuencias. Incluso en la afamada Enciclopedia de Aldrovandi, redactada por el prestigioso científico naturista boloñés Ulisse Aldrovandi (1522-1605) y cuya consulta era imprescindible por quien pretendiese darse por entendido en el campo de las Ciencias, se deja constancia de su existencia mediante el grabado de un basilisco disecado (hoy se sabe que se trata de una burda falsificación montada con los cuerpos de un pez ángel y una raya).

 

El basilisco y el Siglo de Oro

No obstante los avances alcanzados por las Ciencias, la presencia de esta ficción, rodeada de toda una nutrida parafernalia de eventos a cual más disparatado, logra pervivir a lo largo del Siglo de Oro español, cuya producción literaria se halla salpicada de referencias a esta bestia: Cervantes, Lope de Vega y Quevedo son notables ejemplos de autores que recurrieron a su figura en sus escritos, normalmente empleada como comparación con la mirada de la mujer amada.

Como puede apreciarse, la figura del basilisco, junto a la de otros muchos seres fantásticos, estaba firmemente arraigada en el saber popular y sólidamente integrada en las creencias de las clases más refinadas.

 

El basilisco durante la Ilustración

    

     

El basilisco es un animal fabuloso de la mitología griega que tiene forma de una serpiente de no gran tamaño y está dotado de la capacidad de matar mediante la inoculación de un veneno mortífero o la proyección de su mirada sobre la víctima.

 
   

Probablemente, el último naturalista que llegó a mezclar animales reales y ficticios fue Jan Johnston en su obra Historiae Naturalis, porque un tiempo después, en 1728, ya iniciado ese periodo histórico de la cultura humana conocido con el nombre de Ilustración, el padre Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), eminente ensayista y polígrafo español, llevado de un vigoroso afán por acabar con toda clase de superstición, que él llamaba ‘errores comunes’, y empeñado en divulgar toda suerte de novedad científica, empieza ya a negar que un animal pudiese estar capacitado para causar la muerte con la vista, afirmación que suscitó no pocas ampollas entre las anquilosadas neuronas de muchos naturalistas de la época; sin embargo, y paralelamente, el pueblo llano continuaba creyendo en la real existencia de esta terrible criatura y en sus apocalípticos poderes.

 

La presencia del basilisco en los viajes de aventuras

Hasta hace no muchos siglos, la creencia en la existencia de esta fantástica bestia era tal que incluso algunos viajeros contaban historias como, por ejemplo, esa que comentaba que alguien había visto a unas mujeres que mataban a los hombres con la mirada «al igual que el basilisco», solía apostillarse, u aquellas otras que daban a conocer las debilidades de esta bestia, una de las cuales aseguraba que la fiera moría cuando oía el canto de un gallo o se encontraba con una comadreja. Por eso que, entre los aventureros que tuviesen planeado llevar a cabo un viaje por algún desierto africano, existiese la costumbre de tomar la precaución de llevar consigo un gallo para protegerse de tan temible animal.

 

El basilisco en la tradición española

En la tradición cultural española se han recogido diferentes variantes de esta bestia de fábula, según las regiones. Una de ellas se localiza en las montañas cántabras, en donde se contaba que, cada siglo, los milanos ponían un huevo de color rojo, del cual salía una pájara blanquinegra, que, tras cincuenta años cabales de vida, moría y, de su cuerpo ya putrefacto, salía un gusano que iba mutando de forma hasta convertirse en el negro ‘Gallo de la Muerte’. Otra la hallamos en el Pirineo catalán, en donde se aseguraba que el basilisco era una bestia que se encontraba sólo en las sepulturas de quienes se llevaban al féretro sus riquezas, de cuya custodia se encargaba con gran celo este temido animal.

Han existido otras variantes de este animal, y, en definitiva, todas ellas coinciden en describirlo como un ser terrorífico e infernal, muy en consonancia con el ya comentado mito de las Gorgonas por el efecto letal y maléfico de su mirada, al que, en algunos casos, se le ha asociado el carácter de fiel guardián de esos tesoros ocultos en grutas, tan recurrentes en las leyendas. Las historias que se cuentan sobre esta bestia la incluyen dentro de la misma familia de la cocatriz (o ‘cockatrice’), otro animal fabuloso del que el basilisco tan solo se diferencia por el hecho de que esta nace de un huevo de gallina incubado en un nido de serpientes. En la actualidad, la sociología nos pone de manifiesto que el mito del basilisco y sus maleficios ha desaparecido de nuestra sociedad, salvo cuando el lenguaje figurado y coloquial lo emplea (tal es el caso de España) para referirse a una «persona furiosa y dañina».

   
     

  

En muchas zonas del altiplano colombiano es común la creencia en una extraña bestia que muchos dicen haber oído pero que muy pocos han logrado ver, a la que en unas partes llaman el “Pollo Malo” y en otras conocen como el “Pollo del Diablo”.

   

Sin embargo, el recuerdo de este animal de fábula parece pervivir aún subliminalmente en forma en otros animales reales, desprovistos ya de su fascinadora mirada mortal, pero considerados muy perniciosos por las gentes por su gran capacidad venenosa. Como ejemplos pueden citarse el ‘tiro’, muy temido entre los hombres de ciertos pueblos de la provincia de Toledo a causa de la terrible eficacia de su veneno, que, al final, no es más que un reptil con aspecto de lombriz de tierra, sin patas y ciego, y totalmente inofensivo. Otros casos los constituyen el ‘alicante’ que, según se cuenta, parecía habitar la Cueva del Gato de Benaoján (Málaga), el cual se ha descrito como una culebra cuya peligrosidad era extrema, y el ‘can’, una culebra de escasa longitud, que cacarea agresivamente como un gallo en época de celo, pero, por las comprobaciones llevadas a efecto, ambos casos no son más que un reptil inofensivo.

 

El basilisco, en América

En la llamada América latina, particularmente en el folclore de los países que conforman el cono sur continental, existen también leyendas sobre el basilisco, que, aunque hunden sus raíces en la superstición europea, en la actualidad presentan aspectos sincréticos con las creencias aborígenes.

Así, por ejemplo, la tradición de los gauchos argentinos creía en un basilisco semejante a una especie de gusano gigante que, a pesar de tener un solo ojo, causaba la muerte al mirarlo; a este animal sólo se le podía eliminar haciéndole ver su rostro mediante un espejo u otra superficie reflectante.

En muchas zonas del altiplano colombiano es común la creencia en una extraña bestia que muchos dicen haber oído pero que muy pocos han logrado ver, a la que en unas partes llaman el “Pollo Malo” y en otras conocen como el “Pollo del Diablo”. En ambos casos, del animal se afirma que su canto es presagio de una muerte inminente y que, en general, trae desgracias a quien tenga contacto con él.

Por último, en la mitología de los habitantes del archipiélago de Chiloé, Sur de Chile, existe la creencia en el ‘basilisco chilote’, una criatura mitad gallo y mitad culebra, que se caracteriza por beber su propia saliva y al que solo se le puede matar quemándolo.

   

   

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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MORETA LARA, Miguel A. y ÁLVAREZ CURIEL, Francisco (2002): Supersticiones popu-lares andaluzas. 1.ª ed., Ed. Arguval, Málaga.

   

   

     

     

 

José Antonio Molero Benavides (Cuevas de San Marcos, Málaga, 1946). Diplomado en Maestro de Enseñanza Primaria y licenciado en Filología Románica por la Universidad de Málaga. Es profesor de Lengua, Literatura y sus Didácticas en la Facultad de Ciencias de la Educación de la UMA. Desde que apareció su primer número, está al frente de la dirección y edición (en sus dos modalidades: web y cedé) de GIBRALFARO, revista digital de publicación bimestral patrocinada por el Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Universidad de Málaga.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Bimestral de Cultura. Año IX. II Época. Número 69. Noviembre-Diciembre 2010. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2006 y 2010 José Antonio Molero Benavides. Edición en CD: Depósito Legal MA-265-2010. Diseño Gráfico y Maquetación: Antonio M. Flores Niebla. © 2002-2010 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

  

  

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