MAYO-JUNIO 2008

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EL CHIVO DE "LOS CALLEJONES" DE COÍN

  

Por Laura Flores Fernández

   

   

L

a extraña historia que voy a relataros ocurrió en Coín, un pueblo de la provincia de Málaga que se halla en el centro del Valle del Guadalhorce, limitando territorialmente con Monda, Guaro, Alozaina, Pizarra, Cártama, Alhaurín el Grande y Mijas. Situado a 30 km de Marbella y 33 de Málaga, Coín constituye un punto estratégico en esta provincia andaluza, ya que está a la misma distancia de la Costa del Sol que de Antequera o la Serranía de Ronda.

   
      

 

El río Grande, llamado antiguamente por los romanos 'el Sigiloso'.

Foto de Laura Flores.

   

El suceso ocurrió en el partido de Los Callejones, correspondiente al término municipal de Coín, por el que circula el río Grande, llamado antiguamente por los romanos ‘el Sigiloso’ a causa del leve murmullo que dejan exhalar sus plácidas aguas al circular por el cauce.

Durante generaciones, la familia de mi abuelo siempre ha vivido en Coín. Mi abuelo, como su abuelo antes que él, habitaba en una casa de campo que hay en una huerta cuyo conjunto es conocido entre las gentes del lugar como el Cortijo Benítez.

Aún recuerdo con nostalgia que, cuando yo era pequeña, me quedaba en la casa de campo del cortijo durante las vacaciones estivales, y todos los fines de semana que podía. Allí me sentía muy a gusto. Además de darle compañía a mi abuelo, me encantaba ir a pasear con mis perros y explorar los nuevos sitios que aquel entorno agreste pudiera proporcionarme. Conforme pasaban los días, mis paseos se expandían más en el tiempo y se alejaban más en el espacio.

Un día, cuando el afán de explorar encaminaba mis pasos hacia el partido de Los Callejones, mi abuelo me prohibió tajantemente dirigirme a aquel sitio. Movida por la curiosidad, yo le pregunté por la razón y él me contestó que se trataba de un sitio maléfico, un lugar habitado por el demonio. Al ver ensancharse de extrañeza mis pupilas, me pidió que me sentara a su lado y que prestara mucha atención a lo que iba a contarme.

Me senté a su lado y él comenzó a referirme un antigua creencia, que a su vez le había contado su padre, según la cual, en determinadas fechas del siglo XVII, las brujas de la zona de Coín y sus aledaños habían acudido a aquel lugar para celebrar, al amparo de la oscuridad de la noche, espeluznantes aquelarres y todo tipo de ritos satánicos.

Le contó su padre que los vecinos de Los Callejones estaban tan atemorizados que no podían soportar más aquellos hechos. Los estridentes alaridos y los extraños destellos que se percibían en la lejanía hasta altas horas de la noche eran realmente terroríficos, situación que se veía agravada con la aparición de una plaga de enfermedades raras para las que los físicos y curanderos más expertos no hallaban explicación ni solución. Así las cosas, decidieron llevar el caso ante las autoridades competentes.

Pero para someter a juicio aquel estado de cosas, se hacía necesario prender a una bruja para su encausamiento. Tras no pocas reuniones, se acuerda recurrir al engaño: enviarían a un joven con fama de apuesto y buena persona para requerir la presencia en la aldea de una de ellas, con la excusa de quitar el mal de ojo a un vecino. Así se hizo y, una vez la bruja llegó a la aldea, los hombres tenidos por más audaces se lanzaron en tropel para apresarla. De Coín fue conducida ante el tribunal de la Inquisición de Granada, frente al cual fue acusada de haber echado mal de ojo a numerosos vecinos de los alrededores, provocar abortos en las embarazadas y agriar la leche de las vacas.

 

 

      

Detalle paisajístico de la zona que llaman el término de Los Callejones.

Foto de Laura Flores.

 

 

 

Todos los habitantes del partido de Los Callejones fueron a Granada para testimoniar en su contra y oír el resultado del auto. La bruja fue condenada a morir en la hoguera y todos vieron cómo su cuerpo era devorado lenta pero implacablemente por el fuego. Pero al tiempo que era consumida por las llamas, las gentes del pueblo oyeron a la hechicera lanzar una maldición, pidiendo a Belcebú que castigara a aquellas gentes del partido de Los Callejones y a sus descendientes por toda la eternidad. Con unos gritos que helaban la sangre a cualquiera, pedía al príncipe de la tinieblas que enviase a un verdugo envuelto en una piel de cordero, así como las gentes de aquel pueblo se habían valido de alguien con aspecto inocente para engañarla y llevarla a su perdición.

Después de contarme esta leyenda, mi abuelo me refirió que, siendo él aún muchacho, había quedado un día con un amigo suyo de apellido Carabantes para ir a la feria del  pueblo. Su amigo, para llegar pronto al pueblo, cogió un atajo que atravesaba el partido de Los Callejones, en lugar de seguir el camino habitual, un poco más largo. Cuando pasaba por aquella zona, el burro que le servía de montura dejó notar indicios de inquietud, como si viera algo que el amigo de mi abuelo no pudiera ver, y empezó a rebuznar como loco, queriendo correr de vuelta hacia el camino.

De repente, se fijó en un chivo pequeño que balaba perdido junto a un arbusto. El amigo de mi abuelo cogió  aquel chivo en brazos y se subió con él al burro. No había hecho más que reanudar el camino cuando se percata de que aquel indefenso animalito que llevaba entre su brazos se iba transformando en un monstruo infernal. Primero, comenzó por sus patas, cada vez más largas; después, por sus garras y sus dientes, y luego, por sus cuernos, cada vez más grandes, torcidos y afilados. En un tiempo apenas perceptible, aquel inofensivo cabritillo se había convertido en un enorme macho cabrío de color negro, largas patas y ojos que fulguraban como el fuego del infierno.

Cuando terminó aquella metamorfosis, lo que se ofrecía ante Carabantes era algo parecido a un cruce entre hombre y cabra, que se mantenía erguido sobre sus patas traseras, dejando las delanteras, con pezuñas afiladas como cuchillos, libres.

Cuenta mi abuelo que Carabantes, aun con todo aquello que había presenciado, tuvo el coraje y el valor de preguntarle:

—¿Tú quién eres?

Y la bestia contesto:

—Yo soy el chivo de Los Callejones.

   
      

 

De repente, se fijó en un chivo pequeño que balaba perdido junto a un arbusto.

Foto de Laura Flores.

   

Al oír hablar a la bestia, el pobre hombre sintió cómo se le encogía el corazón en el pecho, y, reuniendo todo el valor del que pudo hacer acopio, aún le hizo otra pregunta al ser que tenía enfrente.

—¿Por qué tienes esos dientes y esos cuernos tan largos?

La bestia le respondió con tono sarcástico:

—¿Acaso tu mala madre no los tiene igual que yo?

Después de aquel breve intercambio de palabras, Carabantes contó a mi abuelo que la bestia desapareció disolviéndose en una densa bruma grisácea de un fuerte y penetrante olor a azufre.

Aterrado por aquel fenómeno del que había sido testigo, echó a correr abandonado el burro en la espesura de la noche, y cuando llegó al pueblo, le contó a mi abuelo lo sucedido.

Presa del pánico, esa noche se quedó en la casa de su tía, en el mismo pueblo, para no tener que volver a la suya. Todo su cuerpo temblaba y parecía que sus ojos iban a salirse de sus órbitas en cualquier momento.

Aún recuerdan los lugareños el mal fin que tuvo aquel hombre. Se cuenta que, a la mañana siguiente del suceso, amaneció muerto con un aspecto estremecedor. En una expresión de pánico indescriptible, su rostro se mostraba desencajado, sus cabellos se habían tornado blancos como la nieve y los ojos, abiertos y desorbitados, parecían mirar con una fijeza pavorosa a todos los presentes.

Todavía, al caer la tarde, siento algo de miedo cuando paso por las cercanías de aquella zona. Hay quien asegura haber oído, alguna noche, entre la espesa oscuridad, los balidos del chivo de Los Callejones.

  

  

LAURA FLORES FERNÁNDEZ (Málaga, 1982) realizó los estudios de Educación Primaria en el C. P. ‘Huertas Viejas’, y los de ESO y Bachillerato en el I. E. S. ‘Licinio de la Fuente’, ambos de Coín. Actualmente, cursa 3.º de Magisterio (especialidad de Maestro en Lengua Extranjera) en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Año VII. Número 55. Mayo-Junio 2008. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2008 Laura Flores Fernández. © 2002-2008 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

    

    

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