N.º 69

NOVIEMBRE-DICIEMBRE 2010

12

   

   

    

   

   

   

   

HISTORIA Y EVOLUCIÓN DE LA DANZA ESPAÑOLA HASTA EL FLAMENCO

   

Por Irene Vargas Mancera

   

   

   

L

a gracia, la espontaneidad, la picardía de los bailes andaluces y la sensualidad y el descaro de las danzas afroamericanas constituyen la materia prima de la que se alimentó lo que hoy conocemos como «baile flamenco». Y los andaluces y los gitanos que vieron la luz en esta tierra del Sur de España fueron los artífices que obraron el milagro. Unos pusieron la sal, otros el temperamento. Pero los dos contribuyeron decisivamente al nacimiento de la criatura. Sin el concurso hermanado de estas dos razas, la castellana y la gitana, hoy existirían, sin duda, bailes que llamaríamos ‘andaluces’ y bailes que denominaríamos ‘gitanos’, pero ninguno tendría la belleza, ni el genio ni la garra del flamenco.

   
     

  

La "venus Calípige".

(Museo Nacional de Nápoles)

   

La simbiosis entre estas dos fuentes duró siglos. Fue un diálogo ininterrumpido entre bailes populares y bailes de teatro, entre gentes del pueblo y profesionales de la danza. Un diálogo abierto y libre de prejuicios entre andaluces y calés, y los que fueron llevados a tierras americanas nos fueron enviando en sucesivas oleadas desde los puertos caribeños, con sus contoneos, quiebros y ritmo binarios, lo mejor de sus habilidades bailaoras. Fue, en definitiva, un diálogo que benefició a todos sus interlocutores, pero, sobre todo, al baile mismo. Gracias a él, se fusionaron estilos y se fueron acumulando pasos y mudanzas. Se fue enriqueciendo así, día a día, el patrimonio dancístico que cada generación legaba a la que le sucedía.

Primeras bailarinas

Las primeras bailarinas que alcanzaron renombre en la historia del mundo eran andaluzas.  La referencia inicial que posiblemente aluda a estas singulares bailarinas se remonta a finales del siglo II a. C. y se la debemos a Estrabón. Sin embargo, cuando la fama internacional de estas danzarinas alcanza su cenit es durante el Imperio Romano, hacia la segunda mitad del siglo I. Entonces, formando pequeñas compañías de música, canto y baile, sirven de solaz a quienes pueden permitirse el lujo de contratarlas y se convierten en protagonistas de cualquier fiesta que se preciara de serlo.

El baile que hacían aquellas andaluzas era esencialmente sensual y voluptuoso, y estaba cargado de insinuaciones eróticas. De una de aquellas impúdicas danzarinas, la historia ha conservado su nombre: la llamaban ‘Telethusa’ (‘la Floreciente’). De ella se dice que inspiró al autor de la famosa Venus Calípige.

       

     

Cómicos bailando.

(Grabado de 1779)

 
   

Con  la llegada a Andalucía, hacia el 411, de las primeras tribus vándalas, se abre un período oscuro y borrascoso para los andaluces hispanorromanos. Son años de inseguridad, incertidumbre y pobreza, de los que apenas se tienen noticias fidedignas. Son siglos difíciles para el desarrollo de las artes. Pero, de una u otra manera, bajo tal o cual dominio, la vida cotidiana del pueblo continúa su curso, y la afición por el baile sobrevive.

Danza paganas

Las ‘puellae gaditanae’ eran las bailarinas que animaban los banquetes de los reyes y señores del siglo VI. Durante la dominación visigoda se siguieron celebrando los ritos y ceremonias con los que los íberos e hispanorromanos habían rendido culto a la divinidad solar. Tenían lugar en los solsticios de verano y de invierno. Esos días, el pueblo hispanorromano se engolfaba intensamente en la fiesta. Adornaban sus cabezas con flores y, a la luz de hogueras y fogatas, danzaban al son de panderos y chinchines. Eran fiestas de carácter dionisíaco en las que, terminados los bailes rituales, se bebía, se comía y se retozaba.

La tradición festera de ascendencia precristiana se conserva hoy en los montes de Málaga y La Axarquía, en la zona centrada en el partido de Verdiales, y enmarcada por el triángulo formado por Villanueva de la Concepción y los ríos Guadalhorce y Vélez, bajo la denominación de ‘fiesta verdialera’ y protagonizada por pequeñas cuadrillas de músicos y danzarines denominados ‘pandas’.

Danzas moriscas

   
     

  

"Familia de gitanos artistas",

de Gustavo Doré.

(Grabado de 1862)

   

Al campesino de origen bereber, luego llamado ‘morisco’, no le afectaron las censuras y prohibiciones que sobre el baile imponían los puritanos islamistas. Antes de cruzar el estrecho, tenían sus propias danzas. Entre ellas, la más popular era la ‘guedra’, una danza en la que se llegaba a un verdadero trance, en el que tanto los intérpretes como los espectadores quedaban como hipnotizados.

Con la zambra, los moriscos celebraron los acontecimientos más importantes de su vida social y familiar y también participaron en las solemnidades cívicas y religiosas de su día. La palabra zambra era sinónimo de fiesta, de algazara, y servía también para denominar el conjunto que formaban músicos y danzantes. Cuando estas fiestas se hacían de noche se las llamaba ‘leilas’, que finalmente pasó a designar un baile concreto.

A partir de 1611, oficialmente no quedaba ningún morisco en nuestro país; sin embargo, entremezclados con la población de etnia gitana, en Andalucía quedaron bastantes realmente. Continuaba así una relación entre gitanos y moriscos, comenzada en el barrio granadino de Rabadasif. Es difícil concretar cuáles son los frutos, en el campo de la danza, de esas relaciones entre gitanos y moriscos. Sin embargo, de lo que no cabe la menor duda es que este hermanamiento cultural hubo de ser positivo si tenemos en cuenta la capacidad del gitano de todo tiempo y lugar de apropiarse de las músicas y los bailes populares que ha ido encontrando a su paso.

La danza y el teatro

A partir del siglo XVI, y muy especialmente durante el VXII, comienzan a ponerse los cimientos y a definirse y codificarse el patrimonio de pasos y movimientos que luego constituiría la base del futuro baile flamenco.

Es durante este período cuando los bailes populares suben a las tablas de los teatros. Se interpretan en los intermedios, bien formando parte de entremeses y sainetes, bien como elemento único del entreacto, y son precisamente estos bailes los que garantizan el éxito de todo tipo de comedias y espectáculos teatrales. Gracias a ellos, se produce sobre y desde esos escenarios el primer diálogo entre lo popular y lo profesional, entre aquellas mozas de tronío que bailaban simplemente porque se lo pedía el cuerpo y los cómicos que daban vida en los corrales de comedias a los bailes que en cada momento estaban en boga.

Los cómicos hacían las delicias del público con los bailes que interpretaban. Por lo general, éstos procedían de las capas populares, entre las cuales, el que nacía o salía con el don de la danza, al no pertenecer a la raza gitana, no tenía otra salida que hacerse cómico si quería hacer de esa virtud su medio de vida.

       

     

José Otero

 
   

Y si de extracción popular eran los cómicos, popular era también era parte muy importante de los espectadores que asistían a aquellas funciones. El teatro era un vicio nacional, y las gentes no sólo asistían, sino que también participaban activamente. Participaban exigiendo determinados bailes y cantares.

El teatro y la calle

Los cómicos llevaron a los escenarios los bailes que el pueblo hacía en sus reuniones y festejos, y allí, sobre los escenarios, fueron codificando y fijando sus pasos y movimientos, al tiempo que los enriquecieron con sus propias aportaciones.

El pueblo que asistía a aquellas funciones los veía y disfrutaba de ellos. Y entre el pueblo que abarrotaba los corrales de comedias había muchos amantes de la danza y muchas mozas del pueblo, que, desde la ‘cazuela’ (zona reservada exclusivamente a las mujeres), no sólo miraban fascinados las evoluciones de actores y actrices, sino que, después, copiaban sus pasos y los interpretaban a su manera. Estos bailes que las mozas o mozos de mulas de cualquier posada eran capaces de hacer eran andaluces.

Eran bailes que gozaban de popularidad durante un tiempo determinado y que al final terminaban abandonándose y cayendo en el olvido, porque con ellos se elaboraban bailes nuevos. Pasado un tiempo, los cómicos volvían su mirada a lo popular y se inspiraban y bebían de nuevo en la fuente de lo espontáneo y vital. Allí se reencontraban con parte de lo que ellos mismo habían reelaborado, pero que el pueblo había modificado quitándole dificultades técnicas, artificialidad, devolviéndole la frescura de lo espontáneo. Y así, una y otra vez, en una intercomunicación fluida y continuada.

Bailes de escena

   
     

  

El "Faíco"

   

Muchos fueron los bailes populares que se interpretaron durante los siglos XVI y XVII sobre los escenarios de los teatros. Los hubo de todo origen, pero los que siempre se llevaron el aplauso del público, la palma del éxito y la popularidad fueron los que habían nacido en Andalucía.

En unos primaba lo airoso  elegante; en otros, lo pícaro, y en otros, lo voluptuoso y desvergonzado. Antonio Hurtado de Mendoza, en su entremés El examinador Miser Palomo, impreso en 1618, fue capaz de glosar, en cuatro inspiradísimos versos, la esencia y la forma de bailar los primeros:

  

Blandas las castañetas,

los pies ligeros,

mesurados los brazos,

airoso el cuerpo.

   

La ‘seguidilla’, una de las tonadas más populares de todo el repertorio de cantos y bailes folclóricos españoles, fue el prototipo de los bailes alegres, bailes de gracia y donaire. No era andaluza de nacimiento, pero las andaluzas supieron darle un sello especial, tanto que primero se llamó ‘seguidilla sevillana’, y después, simplemente,  ‘sevillana’, tal como la conocemos hoy.

Las seguidillas fueron baile casi obligado en la mayoría de las piezas teatrales y, además, fue fuente de inspiración y archivo de pasos y mudanzas para la elaboración de nuevas danzas.

Las ‘jácaras’ fue el baile picarón y desenfadado, propio de jaques, marcas y mozos crúos. Subió a los escenarios ligado a los romances con los que algunos juglares cantaban las hazañas de los valentones jacarandinos y demás personajes del hampa. Surgieron así muchos bailes de muy diversa índole y origen, como éstos: la ‘jácara’, el ‘escarramán’ y la ‘capona’.

       

     

Juana Vargas, la "Macarrona"

 
   

Los llamados «bailes afrocubanos» (conocidos como ‘bailes de negros’) fueron la salsa de infinidad de piezas teatrales. Eran el prototipo y la quintaesencia de la sensualidad. Bailes encantadoramente voluptuosos y descaradamente desvergonzados. Estos bailes fueron, sin duda, los que hicieron escribir a Antonio Hurtado de Mendoza De la cintura abajo, Dios los perdone.

Algunos bailes afrocubanos fueron el ‘guineo’, la ‘zarabanda’, la ‘chacona’, el ‘zarambeque’, el ‘retambo’ (o ‘retumbillo’), la ‘cachumba’ y el ‘paracumbé’, entre muchos otros. Estos bailes fueron perdiendo su carácter ritual y religioso y se convirtieron en centro y protagonista de cualquier fiesta popular. Eran una forma y una fórmula de mantenerse cercano a sus orígenes, de revivir lejanos recuerdos, pero, sobre todo, eran una manera de divertirse, de engolfarse en el jolgorio.

Danzas de gitanos

Desde su llegada a nuestro país, hacia el 1425, una de las principales ocupaciones de los gitanos ha sido el arte, el espectáculo. Era una forma de vida y una dedicación por la que siempre mostraron (y aún lo hacen) una predisposición casi innata y unas dotes envidiables. Existía rivalidad entre las gitanas y las mozas castellanas; de esto nos ha dejado constancia Jerónimo de Cáncer y Velasco en su entremés Los gitanos, del que entresacamos una cita:

   

Aquí en esta plazuela,

en distintos aposentos

viven todas las gitanas

que hay en Madrid, y volviendo

por esotra acera habitan

labradoras, cuyo empleo

son yerbas que al campo

usurpan para pabetes caseros.

   

Estos gitanos formaban pequeñas troupes de carácter familiar que deambulaban, como nómadas, de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, en cuyas plazas exhibían su espectáculo. Unos tocaban, otros cantaban, y, generalmente, las mujeres ponían el baile, y, para infortunio de más de un incauto espectador, a veces le acompañaban otros que tenían como misión aligerarle los bolsillos. Danzaban al son de castañetas, sonajas y panderos, y, con el acompañamiento de guitarras y tamboriles, cataban al mismo tiempo que ejecutaban los bailes.

Hacia la mitad del siglo XVIII, aparecen los primeros documentos y datos históricos que nos hablan de bailes de gitanos y nos proporcionan los primeros nombres de quienes ya gozaban de fama interpretándolos o dirigiendo danzas. Algunos nombres de bailarinas y autoras de danzas eran Catalina de Almoguera, La Jimena, Dominga Orellana, La Flaca, Tío Gregorio y Andrea la del Pescado.

Y nació el flamenco

   
     

  

Ángel Pericet en una instantánea de su representación de obra "La malagueña y el torero".

   

Fiesta y drama. Jolgorio y tragedia. Risas y quejidos. Todavía no existía el flamenco, pero las dos caras de la manifestación jonda ya estaban presentes en los bailes que, a mediados del siglo XVIII, hacían los gitanos. La cara festera, materializada en danzas que habían nacido en el corazón de África, era todavía la más sobresaliente, pero la trágica ya había empezado a aflorar en aquellas quejas con que se iniciaban los cantes y los bailes. Y lo más importante para el desarrollo del futuro flamenco: parece que ya entonces ambas tenían su público.

A partir de estas fechas comienzan a surgir artistas que iban evolucionando este arte, algunos nombre son: La Caramba, La Tirana, Isabel Jiménez, Angustias Cruz… Y algunos bailes precedentes del recién nacido flamenco son el ‘fandango’, el ‘zorongo’, el ‘jaleo’, la ‘cachucha’, la ‘rondeña’, etc.

Camino de la modernidad

El siglo XIX va a ver cambiar muchas cosas en el panorama del baile andaluz. Se prohíbe representar en toda España a actores, bailarines y cantantes de otras naciones. Mucho más importante que esa prohibición fue la preocupación sentida por la necesaria formación dancística de los que habían de interpretar bailes en los teatros y el nacimiento de compañías dedicadas a la representación de bailes. Por primera vez, los que sentían la vocación del baile podían dedicarse con la denominación de ‘boleras’ y ‘boleros’ a la práctica exclusiva de este arte.

En las últimas décadas del siglo decimonónico, el repertorio básico de los bailes se hacía en los cafés cantantes y básicamente estaba formado por alegrías, tangos, soleares y zapateados. Una característica importante del baile de aquellos años era la frontera que dividía el baile de hombre y el de mujer o, mejor dicho, el de falda y el de pantalón.

       

     

"Realito"

 
   

Cuando amanece el siglo XX, el baile flamenco ya se ha consolidado como género específico, con rasgos y características propias, pero su repertorio es relativamente corto. Por fortuna, comienzan a bullir en la imaginación de algunos bailaores nuevas inquietudes artísticas, por lo que el baile flamenco siguió ampliando sus fronteras con los sones del ‘garrotín’, la ‘farruca’ y las ‘guajiras’.

Para finalizar este breve paseo por la evolución de la danza en España, hay que destacar a los artistas más importantes de este arte, aquellos que consiguieron impulsarla y desarrollarla, teniendo siempre presente que esta manifestación artística está en continuo cambio y progreso.

Los artistas más sobresalientes son el ‘Lamparilla’, Antonio de Bilbao, Salud Rodríguez, ‘la hija del Ciego’; la ‘Cuenca’, José Otero, José Molina, Mario Maya, Manolete, Mariquilla, el ‘Faíco’, el ‘Estampío’, ‘Frasquillo’, Antonio Ramírez, la ‘Macarrona’, Ángel Pericet, ‘Reaito’, Magdalena Seda, la ‘Malena’; la ‘Tanquerita’ y tantos otros…

Continúan bebiendo de estas fuentes los grandes maestros que actualmente están viviendo la nueva época en la historia del baile andaluz y flamenco. En este nueva etapa, el abanico de bailes flamencos se sigue enriqueciendo con nuevos estilos. Así, Regla Ortega bailó los tientos y del Caribe nos llegó la rumba. Vicente Escudero se inventó la seguiriya y la bailó en muchísimas ciudades. Años después, Carmen Amaya creó el taranto cuando andaba por tierras americanas. Antonio Ruiz bailó por primera vez el martinete. Merche Esmeralda y Eva ‘la Hierbabuena’, cada una por su lado, le pusieron baile a la granadina. Y como la vida sigue, estamos en continuo cambio y evolución, dispuestos a recibir cuantiosos regalos de este arte tan nuestro, la danza flamenca, el baile flamenco, el flamenco.

   

   

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

«Diego Alonso de Mendoza», en WIKIPEDIA [En línea]. Disponible en web: <http://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Hurtado_de_Mendoza>. (Consulta del 14 de julio 2008).

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BORRULL, Trinidad (1990): La danza española. 1.ª ed., Ed. Meseguer, Barcelona.

COLUBI FALCÓ, José Manuel (1999): Las bailarinas de Cádiz. 1.ª ed., Portada Ed., Sevilla.

HURTADO TORRES, Antonio y David HURTADO TORRES (2009): La llave de la música flamenca. 1.ª ed., Signatura Eds. De Andalucía, Sevilla.

MOLINA, Ricardo (1965): Cante flamenco. 1.ª ed., Eds. Taurus, Madrid.

NAVARRO GARCÍA, José Luís (2002): De Telethusa a la Macarrona: Bailes andaluces y flamencos. 1.ª ed., Portada Ed., Sevilla.

NAVARRO GARCÍA, José Luis (2009): Historia del baile flamenco. 1.ª ed., Signatura Eds. De Andalucía, Sevilla; 2 tomos.

   

   

IRENE VARGAS MANCERA (Málaga, 1985). Diplomada en Maestro en Educación Musical por la Universidad de Málaga.

   

   

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Bimestral de Cultura. Año IX. II Época. Número 69. Noviembre-Diciembre 2010. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2010 Irene Vargas Mancera. Edición en CD: Depósito Legal MA-265-2010. Disegro Gráfico y Maquetación: Antonio M. Flores Niebla. © 2002-2010 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.