N.º 62

JULIO-AGOSTO 2009

12

   

GIBRALFARO

    

MOMENTOS de la HISTORIA

   

   

   

   

   

EL ALCÁZAR DE TOLEDO.

BOSQUEJO HISTÓRICO

  

Por Marina Lucía Ramírez Albarracín

  

  

  

  

E

l Alcázar de Toledo se encuentra cimentado sobre roca granítica en el promontorio más alto de Toledo, dentro de las murallas de la ciudad, pero, a la vez, dominando a ésta. Está en el extremo este de Toledo, próximo al puente de Alcántara y al hospital de Santa Cruz (hoy Museo Arqueológico) y a unos pocos metros de la plaza de Zocodover.

Gracias a su estratégica ubicación, el Alcázar representa un resumen de los principales episodios de nuestra historia nacional, pues ha sido escenario tanto de aventuras medievales como testigo de guerras del siglo XX. Se trata, por tanto, de un edificio más valorado por su historia que por su arquitectura, lo cual resulta lógico si se tiene en cuenta todas las reconstrucciones que ha sufrido a lo largo de su dilatada historia.

  

Un poco de historia del Alcázar

La ocupación permanente del lugar tiene lugar en tiempos de la dominación de los romanos, cuando, en el siglo III d. C., construyeron, en la cima de la colina, un ‘pretorio’ con guarnición militar permanente.

   
     

  

El Alcázar y el puente de Alcántara. Calotipo de Edward King Tewison (1852).

   

En el año 568, creció considerable-mente la importancia de la ciudad de Toledo, debido a que el rey Leovigildo establece en ella la capitalidad política del reino visigodo, lo que dio origen a una progresiva ampliación y reforzamiento del primitivo recinto amurallado romano.

Ya en el 711, a causa de la invasión de España por los árabes, y, más tarde, por la serie de luchas que mantuvo Toledo frente a los emires de Córdoba, la incipiente fortaleza alcazareña, denominada por aquel entonces al-Hizan o Alfizén, fue objeto de sucesivas destrucciones y reconstrucciones. Destacan las obras ordenadas por el emir Abd-al-Rahman II en el año 836, comple-mentadas por sus sucesores, de las que se conserva en la actualidad el arco original que enmarcaba el acceso por el ángulo sudoriental.

Pero fue a lo largo de su etapa medieval cuando el Alcázar se trasformaría en autentica fortaleza, creciendo y consolidando su estructura. En 1085,  la ciudad de Toledo fue tomada y anexionada a los territorios del reino de Castilla (de los que fue capital a partir de 1087) por las fuerzas castellanas dirigidas por el rey Alfonso VI, quien, tras conquistar la plaza, mandó reedificar el Alcázar para su utilización como morada real, al tiempo que reforzó su fortificación para prevenirse del peligro almorávide. Posteriormente, los sucesivos monarcas, Alfonso VII, Alfonso VIII, Alfonso IX y Fernando III, la fueron ampliando y reforzando. Pero fue sobre todo en el siglo XIII cuando Alfonso X ‘el Sabio’ la embelleció, dotándola de su forma actual de cuadrilátero reforzado en sus ángulos por torres cuadradas, dando origen así al primer alcázar con esta forma. De esta época data su fachada oriental hacia el puente de Alcántara, la cual está dotada de matacanes.

Desaparecida definitivamente la amenaza musulmana tras la caída del reino nazarí de Granada en manos de los Reyes Católicos, el 1 de enero de 1492, el Alcázar acrecentaría su función de morada regia. A partir de esta época, el Alcázar adquirió gran importancia en la vida política, social y cultural de España, pues fueron muchos los reyes que lo habitaron y muchos también los nobles, guerreros distinguidos y mujeres ilustres que pasaron por sus estancias a lo largo de su dilatada historia.

   

     

El Alcázar de Toledo (Foto de 1880).

 
   

Una etapa conflictiva por la que hubo de pasar la fortaleza fue la que tuvo lugar durante el levantamiento en armas de comuneros (1520-23), cuando el Alcázar se convirtió de nuevo en objeto de disputa, siendo controlado, en un primer momento, por las fuerzas leales a Carlos I y, poste-riormente, por los comuneros. Derrotados finalmente los comuneros en la batalla de Villalar el 23 de abril de 1521, sus jefes, Padilla, Bravo y Maldonado, fueron ejecu-tados. Además, fue desde el Alcázar desde donde María Pacheco, viuda del comunero Juan Padilla, dirigió la defensa de Toledo contra las tropas imperiales, que habían puesto cerco a la ciudad. Resistió la viuda el asedio durante tres meses, de donde logró huir antes de que sus seguidores rindiesen la plaza.

Acabada la revuelta, la estancia del emperador Carlos I en el Alcázar con motivo de la convocatoria de Cortes en 1925 inclinó su decisión de agrandarlo y apartarlo definitivamente como mansión regia, adaptándolo a la altura de sus imperiales circunstancias, para lo cual encargó las trazas iniciales a su principal arquitecto, el toledano Alonso de Covarrubias, que empezó su remodelación hacia 1536. Covarrubias se encargó de la fachada norte, a la cual añade un portal plateresco, y, luego, será el arquitecto Villalpando quien desarrollará su trabajo en el patio central y en las escaleras.

Las obras fueron continuadas por su hijo Felipe II, quien encarga la continuación de las mejoras de la construcción a Juan de Herrera, que concibe la fachada sur de estilo churrigueresco e introduce su estilo en la decoración general del edificio. La fachada oeste es de estilo renacentista, y la este, medieval, con tres torreones cilíndricos y defensa almenada.

En 1561, Felipe II decide trasladar la Corte a Madrid, por lo que el Alcázar pierde su función de sede regia y comienza así una larga etapa de abandono y progresiva decadencia. A mediados del siglo XVII, se tiene constancia de que el edificio sirvió como cárcel y, posteriormente, como cuartel para la caballería.

Tras la muerte de Carlos II, acaecida en 1700, su viuda, Mariana de Nieburg, fue la última persona de estirpe real que llega a utilizar el Alcázar como residencia.

  

Algunos alcaides del Alcázar

   
     

  

El coronel José Moscardó Ituarde, héroe de la defensa del Alcázar.

   

El héroe castellano de la Edad Media, Rodrigo Díaz de Vivar, llamado “El Cid”, fue el primer gobernador o alcaide de la fortaleza, que lo guareció con mil hidalgos castellanos y aragoneses, antes de ser desterrado por el rey Alfonso VI, resentido con el Cid por el juramento que éste le obligó a prestar en la iglesia de Santa Gadea (Burgos) antes de posesionarse del trono. Pero el Alcázar también fue testigo de la reivindicación de su fama. Allí se celebraron las Cortes que pidió a su señor una convocatoria para que se le hiciera justicia tras la ofensa de sus yernos, los infantes de Carrión, en el robledal de Corpes, al abandonar a sus hijas tras azotarlas.

Años más tarde, la que manda en el Alcázar es Berenguela, esposa de Alfonso VII. Ésta vio desde la torre central de la fachada oriental cómo miles de soldados árabes atacaban el castillo de San Servando y cómo dañaban los campos cercanos, talando viñas, mientras preparaban el asalto a la ciudad de Toledo, intento que luego abandonan, según se cuenta, avergonzados al tener conocimiento de que Berenguela estaba desguarecida.

  

El Alcázar y el amor adúltero

La estancias del Alcázar también fueron escenario de los amores de la hebrea toledana Raquel con Alfonso VII, por quien abandona a su legítima esposa Leonor de Inglaterra. Los nobles, y el pueblo en general, indignados por el abandono del deber por parte del monarca, y llevados del frenético antisemitismo de la época, aprovecharon la ausencia del rey para asaltar el Alcázar y asesinar a la joven judía, acabando así con su nefasta influencia.

Otra de las huéspedes de dichas estancias fue María de Padilla, amante del rey Pedro I “el Cruel”, la cual las habitó durante algún tiempo, mientras que Blanca de Borbón, esposa legítima de este adúltero rey, sufrió dura prisión dentro de su recinto.

  

El Alcázar y los desastres de la guerra

El Alcázar sufrió nefastas consecuencias a lo largo de diversas guerras. Durante la Guerra de Sucesión (1700-1715), que tuvo su origen en la disputa entre Carlos de Austria y Felipe de Anjou por la ocupación del trono de España, las tropas aliadas de los Austrias, al mando del general Starhemberg, lo incendiaron en 1700 y fue convertido de nuevo en cuartel por el pretendiente austriaco. Los proyectos de restauración se iniciaron durante el reinado de Felipe V y, a partir de 1774, el rey Carlos III autorizó las obras para establecer, bajo la rectoría eclesiástica del cardenal Lorenzana, la llamada Real Casa de la Caridad, con los diseños del famoso arquitecto Ventura Rodríguez. Gran parte del nuevo edificio se aprovechó para proporcionar aprendizaje de un oficio a centenares de jóvenes y adultos de las clases más necesitadas y se pusieron en marcha telares.

De igual manera, durante la Guerra de la Independencia (1808-1813), con la ocupación de Toledo por las tropas francesas, el Alcázar vuelve a ser incendiado en enero de 1810, quedando en pie los muros exteriores y poco más. Posteriormente, desde 1846, fueron sucediéndose las obras de reconstrucción para albergar el Colegio General Militar (trasladado desde Segovia), transformado (por Real Decreto de 5 de noviembre de 1850) en academia militar, con el nombre de Colegio Militar de Infantería, convirtiéndose así la Ciudad Imperial en la cuna de la Infantería Española y, posteriormente, en la Academia General Militar, creada el 20 de febrero de 1882.

En 1887, cuando poco restaba para acabar con la totalidad de las obras, el Alcázar sufre un nuevo incendio, esta vez de carácter fortuito, que tuvo su origen en la biblioteca la noche del 9 al 10 de enero. En los tres días que duró el incendio, todo quedó reducido a escombros y cenizas; únicamente quedaron en pie los muros, la escalera principal y la arquería del patio. Tiempo después, se normalizó su funcionamiento, pero únicamente como sede de la Academia de Infantería. Por fin, de 1931 a 1936, sirvió como sede de la Academia de Infantería, Caballería e Intendencia.

  

¡El Alcázar no se rendirá jamás!

   

     

Miembros de las milicias republicanas disparando contra el Alcázar.

 
   

El ultimo suceso sangriento acaecido en él ocurrió durante la Guerra Civil española (1936-1939), cuando el Alcázar fue asediado, desde el 21 de julio al 28 de septiembre de 1936, por las tropas republicanas, que, a pesar de su gran superioridad en medios de todo tipo, se vieron obligadas a recurrir a su destrucción sistemática con aviación, artillería, minas y toda clase de elementos bélicos, al serles imposible su ocupación, dejando el edificio reducido a escombros.

Cabe destacar que la resistencia de los defensores del Alcázar la constituían unos 1580 hombres, entre los que había 800 miembros de la Guardia Civil, 8 cadetes de la Academia de Infantería, 1 de la de Artillería y 110 civiles, quienes, con víveres y agua escasos, sin medios sanitarios y a cargo de unas 500 mujeres y 60 niños, resistieron entre las ruinas, bajo las órdenes del coronel José Moscardó Ituarde (1878-1956), soportando todos los ataques a que fueron sometidos por tierra y aire, y rechazando todas las propuestas de rendición.

Casi a comienzos del sitio, tuvo lugar uno de los episodios más gloriosos de esa guerra, la conversación que sostuvo por teléfono el coronel Moscardó con el jefe de las milicias populares que cercaban la fortificación y su hijo Luis, prisionero de las fuerzas republicanas.

Se afirma que el 23 de julio, a media mañana, un ayudante comunicó al coronel que le requerían telefónicamente y que creía que era su hijo Luis. Moscardó acudió al teléfono. Por tratarse de una cuestión que ha suscitado (y aún suscita) bastantes controversias, creo oportuno reproducir el diálogo telefónico que tuvo lugar entre los antes mencionados, ahora grabado en letras de oro sobre una de las paredes del despacho que ocupó el jefe del Alcázar durante el asedio. Es el siguiente:

 

—Habla el jefe de las milicias populares.

—Aquí, el coronel Moscardó.

—Son ustedes responsables de todos los crímenes que están sucediendo. Le doy diez minutos de plazo para que se rinda. Si no lo hace, fusilaremos a su hijo Luis, que está prisionero en nuestras manos.

—Lo creo.

—Para que vea usted que es verdad lo que digo, se va a poner al aparato.

—¡Papá!

—¿Cómo estás, hijo mío?

—Dicen que me van a fusilar si no te rindes.

—¿Y tú que piensas?

—Que no te debes rendir, papá. ¡No importa que me fusilen!

—No esperaba menos de ti, hijo mío. Encomienda tu alma a Dios y muere como un patriota.

—¡Un beso muy fuerte, papá!

—¡Un beso muy fuerte, hijo mío!

(Moscardó al jefe de las milicias:)

—Puede usted ahorrase el plazo que me ha dado, porque el Alcázar no se rendirá jamás.

 

Luis fue fusilado, pero el Alcázar no se rindió.

Finalmente, tras resistir 70 días atrincherados en el Alcázar, aguantando heroicamente el incesante bombardeo pesado y repeliendo los continuos ataques de las milicias republicanas, las tropas del también sublevado general José Enrique Varela toman Toledo, el 28 de septiembre de 1936, liberando lo que quedaba de la guarnición sitiada y al personal civil.

Y surgiendo como un fantasma de aquel edificio casi derruido, Moscardó se apresuró a dar novedades al comandante jefe de las fuerzas liberadoras y, cuadrado ante el general Varela, pronunció una frase que ha pasado a los anales de la Historia:

“Mi general, sin novedad en el Alcázar”.

   
     

  

Estado que presentaba el Alcázar cuando las tropas del también sublevado general José Enrique Varela toman Toledo, el 28 de septiembre de 1936, y liberan a los que quedaban de sus defensores.

   

La consagración heroica del Alcázar, personificada en el coronel Moscardó, le sirvió a Franco para reivindicar, al día siguiente del levantamiento del asedio, su derecho al poder total del ejército sublevado como Comandante Supremo del bando nacional en la guerra, jefe del Estado y presidente del Gobierno.

Ponen en entredicho la veracidad del acontecimiento relatado en la conversación una serie de hechos: su sospechosa semejanza con la leyenda de Guzmán “el Bueno”, que sacrificó valerosamente la vida de su hijo durante el sitio de Tarifa por lo árabes, en el siglo XIII, arrojando su propio puñal al asesino; que sólo escritores franquistas hayan sido los divulgadores del suceso con todo lujo de detalles; que el nombre de Luis Moscardó figura en una lista de fusilados unos días después, como represalia republicana a un bombardeo de Toledo por aviones nacionales; y que la última conferencia telefónica con el coronel Moscardó la realizó Francisco Barnés hacia las nueve de la noche del 22 de julio; después, la línea telefónica quedó cortada, al igual que el fluido eléctrico, detalle este confirmado en el ‘Diario’ del coronel.

Pero pese a su dudosa historicidad, esta conversación telefónica y la defensa del Alcázar durante tantos días, trascendieron al mundo entero, quedando registrada en la Historia de España como ejemplo sublime de heroísmo y de sacrificio por los más altos ideales.

Manuel Machado cantó esta gesta que hace referencia a la historia del Alcázar:

 

Las piedras del Alcázar de Toledo

—piedras preciosas hoy— vinieron un día

al César, cuyo sol no se ponía,

poner al mundo admiración y miedo.

Sillares para templo de la Fama

palacio militar, a su grandeza

el arte dio la línea de belleza

que a su vez más desdibujó la llama.

Hoy, ante su magnifica ruina,

honor universal, sol en la Historia,

puro blasón del español denuedo,

canta una voz de gesta peregrina:

Mirad, mirad cómo rezuman gloria

las piedras del Alcázar de Toledo.

  

El Alcázar, hoy

El Alcázar, tras ser casi derruido durante este asedio republicano, fue de nuevo restaurado, reconstrucción que culminó en 1961 siguiendo las trazas diseñadas en la época del emperador Carlos y Felipe II, y fue habilitado como Museo del Ejército, en una de cuyas salas se reproducen escenas del último asedio.

   

   

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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Marina Lucía Ramírez Albarracín (Málaga, 1983) es Diplomada en Maestro en Lengua Extranjera (sección: Inglés) por la Universidad de Málaga. Cursó los estudios de Magisterio en la Facultad de Ciencias de la Educación de esta Universidad.

   

   

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Año VIII. Número 62. Julio-Agosto 2009. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2009 Marina Lucía Ramírez Albarracín. © 2002-2009 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

   

   

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