N.º 57

SEPTIEMBRE-OCTUBRE 2008

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AULA de MOMENTOS DE LA HISTORIA

MENÉNDEZ Y PELAYO

CARAVANA HACIA EL INFIERNO

Por Rubén Arijo Álvarez

   

   

A

tan sólo meses del inicio de la Guerra Civil, las tropas del aún incipiente movimiento revolucionario que surgió del golpe de Estado protagonizado por el general Francisco Franco el 18 de julio de 1936 se disponían ya a la toma de la población republicana de Málaga. Como consecuencia de ello, el 7 de febrero de 1937, unos cien mil malagueños ‘rojos’ hubieron de emprender un terrible éxodo ante la noticia de la inminente llegada de los ‘nacionales’ a Málaga. Tomando el camino Málaga-Almería, unos llegaron al destino, otros fueron detenidos y muchos fallecieron.

Las líneas que siguen son una mera trascripción de los escritos de un hombre formidable, cuya humanidad aún perdura en el recuerdo agradecido de muchos mala-gueños que, siendo niños, hubieron de sufrir aquella terrible travesía, aquella sangrienta caminata, en busca de la salvación de sus vidas.

   
    

 

Málaga, bajo el bombardeo de la avión de los nacionales (1937).

   

 

La psicosis del miedo

El 7 de febrero de 1937, el ejercito italofran-quista estaba ya a pocos kilómetros de Málaga una ciudad que no recibía los refuerzos que le habían sido prometidos por el Gobierno central de Madrid para la defensa de la plaza. Por ello, considerando irremediable la caída de Málaga, el Gobierno republicano de la localidad decidió trasladar su sede al pueblo de Nerja para preparar una contraofensiva, que nunca llegó a efectuarse por falta de medios. La suerte de Málaga estaba decidida y la pronta huida se hacía necesaria.

La población malagueña se vio influida por los testimonios de los refugiados que venían a la capital desde otras ciudades y pueblos de la provincia, comentando las espeluznantes experiencias sufridas con la llegada de las fuerzas italo-nacionalistas y las represalias de que habían sido objeto por parte del brazo político de la Falange. Pero por quienes los malagueños sentían un pánico indecible eran las tropas de origen marroquí enroladas en las filas del ejercito nacional. De ellas decían los que acaban de llegar que violaban a las mujeres, sin hacer distingos entre niñas, ancianas y jóvenes, para clavarles luego en el pecho su machete, extraerles el corazón y blandirlo atravesado al aire. Añá-dase a este miedo psicológico las continuas amenazas que Queipo Llano proliferaba casi a diario desde Sevilla por radio. Amenazas por radio, como la que se recoge en estas líneas: “¡Malagueños! Me dirijo a los milicianos. [...] la suerte está echada y habéis perdido. Un círculo de hierro os ahogará en breves horas. [...] la carretera de Motril está cortada. Es inútil vuestra resistencia[...]”.

 

La toma de Málaga

Un clima de excitación así puede explicarnos el que hecho de que, desde los primeros días de febrero, empezaran a plantearse las familias la huida a otro sitio, pero en un número muy escaso. La evacuación masiva de la población civil malagueña comenzó el domingo día 7. La histeria se hizo colectiva conforme se iban precipitando los acon-tecimientos.

Y así, la mañana del lunes día 8 de febrero, un contingente de 25.000 soldados alemanes, italianos y moros entraron en la ciudad. Las tropas iban apoyadas por tanques, submarinos, barcos de guerra y aviones, con el fin último de aplastar las precarias defensas de la ciudad, sólo mantenidas por un pequeño grupo de soldados republicanos sin apenas experiencia militar y sin tanques, ni aviones que los defendieran. Los nacionales entraron en lo que, prácticamente, era una ciudad desierta, del mismo modo que habían hecho en cada pueblo y ciudad que había sido incorporada a la zona nacional.

 

La larga marcha

   

    

El Dr. Borman Bethune, junto a una ambulancia que él mismo ha ayudado a financiar. En círculos, su equipo del Servicio Móvel de Transfusiones de Sangre en España, verdadera innovación en la historia de la Medicina (1937).

 
   

Ya no quedaban medios de transportes, nada estaba organizado; sólo se escuchaban comen-tarios de que la única vía libre era ésa, la huida hacia Almería, ya que un bien pertrechado contingente de soldados enemigos se disponía a avanzar tras ellos.

No sólo la sensibilidad ante los relatos que habían difundido los refugiados, sino también el mismo espectáculo de la gente sacando en carritos o sobre animales sus pertenencias más imprescindibles, incitaba al resto a no quedarse una hora más en la ciudad. Hasta quienes se habían quedado por tener algún familiar enfermo o algún anciano, decidieron partir a última hora con ellos.

Y así fue cómo un contingente de unas 150.000 personas, entre hombres, mujeres y niños, se dispuso a huir en busca de la seguridad que pudiera ofrecerle Almería, una ciudad situada a unos 200 kilómetros. Muchos malagueños ni siquiera tenían conocimiento de dónde quedaba Almería, ni se hacían la idea de los kilómetros que separaban a ambas ciudades. Sin embargo, llevados de ese terror colectivo, salieron de Málaga con utensilios de cocina, comida, ropa, colchones..., de los que tuvieron que ir desprendiéndose a lo largo del camino por las inconveniencias que presentaban a un avance fluido hacia su destino.

 

La carretera Málaga-Almería

La carretera de Málaga a Almería se halla encerrada, limítrofe por un lado, con las altas montañas de Sierra Nevada, y por el otro, con el mar; está construida sobre la ladera de unos acantilados y sube y baja a más de 2 kilómetros por encima del nivel del mar. Un joven fuerte y sano puede caminar a pie unos 40 o 50 kilómetros diarios. El viaje a que estas mujeres, ancianos y niños debían enfrentarse les llevará 5 días y 5 noches de camino, al menos. No encontrarán alimentos en los pueblos, ni trenes, ni autobuses para transportarlos. Ellos debían caminar y, a medida que iban andando, se tambaleaban y tropezaban con los pies llenos de rajas y de heridas de ir por el pedernal y el ardiente asfalto de la carretera.

   
    

 

El Dr. Norman Bethune con uniforme de mayor médico de las Brigadas Internaciones (Febrero de 1937).

   

Pero los momentos más dramáticos tenían lugar cuando los aviones de los sediciosos bombardeaban el estrecho camino, o los buques “Cervera” y “Baleares” proyectaban contra los acantilados para que la metralla rebotara e hiriera a los ambulantes. Era cuando el camino se cubría de muertos y heridos, y cuando la escena se plagaba de los lamentos de los heridos y de los gritos de las madres que buscaban a sus hijos extraviados o ante sus hijos fallecidos. La imagen era verdaderamente aterradora.

 

El doctor Norman Bethune, un médico solidario

El doctor canadiense Norman Bethune (1890-1939) fue un brillante cirujano especia-lizado en el tratamiento de la tuberculosis y autor de un importante tratado profesional, que, en 1936, decidió trasladarse a España como médico voluntario de las Brigadas Inter-nacionales.

Según contaría luego el Dr. Bethune en sus “Memorias de la Guerra Civil española”, la situación fue terrible cuando aquella expedición de patibularios casi fallecidos a causa del hambre y la nula higiene llegó a Almería. A las 5 horas del día 10 de febrero, un grupo de sanitarios llegó a Almería desde Barcelona con un camión refrigerado, cargado de sangre almacenada: una unidad móvil de transfusión de sangre, algo tan insólito en aquellos tiempos que fue calificada de utópica e impracticable. El doctor, que se encargó él sólo de la organización y financiación del proyecto, instaló un frigorífico, un esterilizador y diverso material médico en una camioneta que había mandado que se habilitara para servir de ambulancia.

Fue en Almería donde aquellos pobres oyeron por vez primera que Málaga había caído. También el Dr. Bethune recibe la noticia, pero mantiene inquebrantable su decisión de recorrer el camino de vuelta en busca de los heridos y otros desvalidos que pudieran haber quedado abandonados en las cunetas de la carretera y sus cercanías.

 

La comitiva de la muerte

La primera caravana se encontraba a unos 20 kilómetros desde Almería dirección Málaga. Aquí estaban los más fuertes con todas sus pertenencias sobre los burros, las mulas y los caballos. Los pasan, y, cuanto más se alejan, no cesan de aparecer personas en un estado aún más penoso. A su vista, muertos, heridos por todas partes... La visión es dantesca. Llegaron hasta un punto en que los soldados que habían quedado rezagados en la carretera entre la población civil les recomendaron no avanzar más, porque el ejército franquista estaba justo detrás.

Decidieron que lo mejor era volver y comenzar a poner a salvo los peores casos. Era difícil elegir cuáles llevarse, y el coche es asediado por una multitud de madres histéricas y padres frenéticos que, con los brazos extendidos, sujetan hacia ellos sus hijos, que tenían los ojos congestionados y la cara hinchada tras cuatro días bajo el sol y el polvo. Los niños, con brazos y piernas envueltos con harapos ensangrentados, sin zapatos, con los pies hinchados y aumentados de dos veces su tamaño, lloraban desconsoladamente de dolor, hambre y agotamiento.

   

    

Decenas de vehículos cargados de gente con destino a Almería (Febrero de 1937).

 
   

Fueron más de 280 kilómetros de miseria. Lo que no era de extrañar, pues aquellos desdichados habían pasado cuatro días con sus noches escondiéndose de día entre las colinas próximas a la carretera para evitar ser alcanza-dos por la metralla de quienes los perseguían. Caminaban de noche agrupados en un sólido torrente, hombres, mujeres, niños, mulos, burros, cabras y madres gritando los nombres de sus familiares desaparecidos, perdidos entre la multitud.

 

Difícil elección

Elegir entre llevarse a un niño muriéndose de disentería o entre una madre que les contemplaba silenciosamente con los ojos hundidos llevando contra su pecho a un niño nacido en la carretera hacía dos días, era un dilema que se planteaba cruel a aquel médico venido desde muy lejos. Aquellos infelices fugitivos, cansados de la caminata que se había prolongado más de diez horas seguidas, se habían parado para descansar un poco de aquel cruel peregrinaje. Muchas ancianas abandonaban simplemente esta lucha y, presas de la desesperación, se tendían a los lados de la carretera esperando una muerte que las liberara. Aquel viaje a pie de un matrimonio joven con dos niños, les había costado siete días de camino. Con todo, no todos pudieron llegar a Almería, ya que las tropas nacionales habían llegado a la costa de esta ciudad antes que ellos, y, por otra parte, el camino de vuelta era imposible: tras largas penalidades, y desestimada por imposible cualquier medida de salvamente del Gobierno republicano, sólo les esperaba una muerte segura olvidados a su suerte en Almería.

Aunque habían retirado ya a muchos muertos, aún quedaban bastantes en la cuneta y en los acantilados; también estaban los enseres, ropas viejas, utensilios de cocina que habían sido arrojados por todas partes, presentando una escena demoledora.

Con el Dr. Bethune a la cabeza, se decide vaciar la ambulancia de todo su valioso contenido para crear espacio libre y así llevarse primero a los niños y a las madres, pero pronto la separación entre padre e hijo, marido y mujer se hace demasiado cruel para poder soportarla. Así que se opta por llevarse a las familias con mayor número de hijos pequeños, así como a muchísimos niños que, por fallecimientos de sus padres, se hallan solos. Llevaron a treinta o cuarenta personas en cada viaje, durante tres días sucesivos, a Almería, al Hospital del Socorro Rojo Internacional, donde recibían cuidados médicos, comida y ropa.

   
    

 

Supervivientes de la huida de Málaga a Almería. De izquierda a derecha: Fernando Navarro, Acra-cia Leós y Ángeles Vázquez.

   

Con posterioridad, la tarde del día 12, cuando unas cuarenta mil personas, exhaustas, ham-brientas y abandonas de toda ayuda, se hallan concentradas en el puerto de Almería por creerlo más seguro, irrumpen en el cielo aviones ale-manes e italianos, que inician un cruento bombardeo con resultados ciertamente lamen-tables por el número de personas muertas. El cen-tro de la ciudad también fue bombardeado.

Cabe decir, por último, que el doctor Norman Bethune dio pruebas meritorias de solidaridad, compromiso con los humildes y humanidad, por lo que el pueblo español le estará eternamente reco-nocido. Lamentablemente, un acto de altruismo llevado a la práctica sin equipamiento, guantes de látex y otras muchas deficiencias, le costó la vida. Practicando una operación en China, se cortó accidentalmente en un dedo; pronto, su cuerpo se infectó y muere el 12 de noviembre de 1939.

 

A modo de conclusión

Según las partes, el saldo de muertos en estas operaciones varía: así se habla de decenas de miles de muertos o de tan sólo unos centenares, la mayoría de éstos por agotamiento y enfermedad. De cualquier manera, y al margen de polémicas, la carretera de Málaga-Almería supone uno de los episodios más brutales de la Guerra Civil que sufrimos los españoles, los españoles de uno y otro bando; el hecho que ha motivado, pues, este escrito es el recuerdo (y también, la manifestación) de la atrocidad que supone un enfrentamiento fratricida, cuya posibilidad de que vuelva a ocurrir ha de evitarse a cualquier precio.

   

   

PARA SABER MÁS:

EL PAÍS, edición impresa del 26 de Abril de 2004.

DEL PINO, Enrique (2007): Historia general de Málaga. 1.ª ed., Ed. Almujara, Córdoba.

NADAL, Antonio: La Guerra Civil en Málaga. 1.ª ed., Ed. Arguval, Málaga; 2 vols.

   

   

RUBÉN ARIJO ÁLVAREZ (Málaga, 1986) vive actualmente en el Rincón de la Victoria (Málaga). Realizó los estudios de Educación Primaria en el Colegio privado “La Presentación” y en el Colegio Público “Ramón Simonet”. De ahí pasa al I. E. S. “Pablo Ruiz Picasso” y, posteriormente, al I. E. S. “Bezmiliana”, donde concluye los estudios de ESO y Bachillerato. Actualmente, cursa 1.º de Magisterio en la especialidad de Maestro en Educación Primaria en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga. Curso académico 2004-2005.

   

   

GIBRALFARO.uma.es. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Año VII. Número 57. Septimebre-Octubre 2008. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides.  Copyright © 2008 Ruben Arijo Álvarez. © 2002-2008 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

   

   

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