MAYO-JUNIO 2008

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JUSTINIANO Y TEODORA.

Una historia de amor

   

Por Mari Ángeles Jiménez Cobalea

  

  

Y

de repente, allí, en el Hipódromo, una pequeña puerta se abrió para desolación de todos los espectadores. ¿Qué ocurría? ¿Dónde estaban los carros? ¿Quiénes eran aquellas tres niñas de blanco y con palmas verdes en la mano? Demasiadas preguntas en tan poco tiempo. Nadie entendía nada. La multitud, enfurecida, gritaba estrepitosamente que las carreras empezaran ya. Que se llevaran a las niñas. Los minutos pasaban, pero no había respuestas ni aclaraciones. Tras el revuelo del público, las carcajadas y los gritos, por fin se escuchó la poderosa voz del oficial anunciador que, indignado por las desaprobaciones, habló con la mayor claridad y potencia que sus pulmones le permitieron: “Escuchad todos. Estas niñas acaban de perder a su padrastro, Acacio, que se dedicaba a guardar osos en el circo. Aunque su madre se ha casado con su sucesor, este cargo se le ha otorgado a otro. Las pequeñas suplican a los verdes que a su nuevo padre se le asigne el cargo con el fin de evitar morir de hambre. Claman piedad”.

Los asistentes no parecieron mostrar ningún signo de compasión, y olvidando por completo el problema de las niñas, volvieron a pedir, ahora con más insistencia y enfado, que empezaran las carreras, que iban ya con cierto retraso. El oficial anunciador quiso volver a hablar, pero los gritos de la masa enfurecida ahogaron su voz, y, al comprobar que explicarse de nuevo iba a resultar imposible, con un gesto de impotencia se rindió definitivamente mandando a las niñas que se retiraran. Las pobres pequeñas, no comprendieron lo que se les había ordenado y, en lugar de marcharse, se sentaron en el suelo y comenzaron a agitar las palmas verdes mirando desconcertadas a la gente.

Entonces, los miembros de la otra facción política más importante del Imperio, la de los azules, que estaban sentados en el lado derecho con respecto al palco imperial del Hipódromo, vieron la ocasión perfecta para arremeter contra los verdes, por su falta de compasión y humanidad, y levantándose impetuosamente de su asiento, alzó la voz el vocero azul: “¿Es ésa la manera que tienen los verdes de abordar los problemas? ¿Os mostráis con tanta frialdad y pretendéis que vuestras acciones se pasen por alto? No cabe duda de que los verdes carecéis de corazón y sentimientos humanos. Nosotros, por el contrario, no nos olvidamos de aquellos que nos han servido en tiempos pasados. Nosotros, por el contrario, no evitamos las dificultades que se nos presentan. Nosotros, por el contrario, os acogeremos y daremos trabajo a vuestro padrastro, porque los azules somos piadosos y compasivos”.

Ante el repentino discurso, la facción de los verdes comenzó a abuchear al vocero azul, acusándolo de oportunista y demagogo. Los gritos y ofensas se cruzaban a la velocidad de un rayo entre ambos bandos, evidenciando, una vez más, su inmemorial oposición, y los empleados del circo, con el fin de evitar una desgracia, se llevaron a las tres niñas lo antes posible. Justiniano, que había asistido ese día a las carreras del Hipódromo, presenció lo que todos los asistentes al evento. De una cosa no se había había dado cuenta: una de esas chicas, en un futuro, se convertiría en su esposa y emperatriz del gran Imperio Bizantino. Efectivamente, una de esas niñas, la mediana, era Teodora. Claro que, por aquel entonces, la pequeña sólo contaba con cinco años de edad.

 

      

 

Justiniano I. Detalle de un mosaico de la iglesia catedral de San Vital, en Rávena (Italia).

   

Justiniano

Justiniano era de origen godo y había nacido en una aldea de Iliria llamada Tauresio, en la actual Serbia, el 11 de mayo del año 483 d. C. Era sobrino del emperador Justino I (450-527), ya que su madre, Vigilantia, era hermana del mismo. Recibió una buena formación académica y militar, destacando sobre todo en filosofía y jurisprudencia. En el 518, tras la muerte de Anastasio, su tío Justino se convierte en emperador, quien, tres años más tarde, en el 521, nombra a Justiniano cónsul y, algo después, general del ejército de Oriente. Aunque Justiniano participaba activamente en los asuntos gubernamentales, no fue hasta el 1 de abril del 527 cuando su tío lo nombrara co-emperador. A los cuatro meses muere Justino, legando a Justiniano todo el poder y el trono del Imperio. Con él nace una nueva etapa en la historia de la Iglesia Ortodoxa y el Imperio Bizantino. Es considerado también como “el último emperador romano”, por su intento de recuperar los territorios que el Imperio Romano había poseído en tiempos de Teodosio I el Grande (347-395). Entre otras cualidades cabe destacar que fue un buen legislador, codificó el derecho romano y mandó construir la basílica de Santa Sofía en Constantinopla (la actual Estambul).

 

Origen y primeros años de Teodora

La biografía de Teodora, sin embargo, dista mucho de la de su esposo Justiniano, aunque se debe admitir que, a pesar de los orígenes humildes de la emperatriz, ésta supo dar un cambio radical a su vida, igualándose a la del emperador. Según parece, Teodora había nacido en la isla de Chipre en el año 500; no obstante, hay otras versiones que afirman que fue Creta la isla que vio nacer a la futura emperatriz. Hija de cortesana y de padre desconocido, emigró a Constantinopla con su madre y sus hermanas, Comito y Anastasia, buscando un futuro mejor. Allí encuentran algo de paz y tranquilidad cuando su madre conoce a Acacio, un guardián de los osos del circo, con quien viven. Pero pronto éste fallece y la suerte de madre e hijas vuelve a estar en la cuerda floja. La mujer, desesperada, recurre de nuevo al negocio de la prostitución, pero, por razones de su edad, no tiene éxito. Los caballeros que hacen uso de este tipo de servicios ya no la encuentran apetecible y atractiva, y la madre de las chicas, desolada y rendida, pide ayuda a los verdes un día que se celebraban carreras en el Hipódromo de Constantinopla.

Ante la rotunda negativa de los miembros de los verdes, la mujer y sus hijas tienen que alojarse en una de las habitaciones del Hipódromo, donde reciben a los pocos clientes que tenían. Como era sabido de todos que aquellos sitios eran burdeles baratos, lugares de dudosa reputación, había que estar alerta por si llegaba alguien a inspeccionar el asunto. La hija mayor, Comito, en cuanto cumplió trece años, se sumó al negocio, y Teodora, haciendo las veces de guardián, vigilaba con recelo la habitación de su hermana.

Pero pronto la escasez volvió a sorprenderlas y, al comprobar que con lo que ganaban la madre y la hermana no había suficiente para su manutención, Teodora decidió contribuir económicamente también. Aunque sólo tenía diez años, ofrecía a los señores de paso placeres extracoitales, caricias, compañía, que los más dados a la carne fresca no dudaban en tomar. Al parecer, alguien que se fijó en ella con más insistencia la llevó a circos y tabernas, donde empezó a trabajar como lo que hoy en día se conoce por cabaretera, exhibiéndose semidesnuda en público y bailando ante los ojos rebosantes de lujuria de los hombres que acudían a pasar el rato, olvidando, por un instante, sus miserables y tristes vidas.

   

      

Teodora. Detalle de un mosaico de la iglesia catedral de San Vital, en Rávena (Italia).

 
   

El buen hacer de la bailarina la hizo ‘ascender’ rápidamente en estas actividades y no era extraño encontrarla copulando tras las cortinas que separaban los camerinos del escenario. Los clientes que la habían estado contemplando querían culminar sus deseos del todo, y Teodora, que era muy astuta, empezó a hacerse conocida entre las gentes de la zona y a llenar su tesorería cada vez con mayor facilidad. En tan sólo unos meses, la chica ya tenía rango suficiente para elegir a sus clientes, y, allá por el 516, Teodora se convirtió en la prostituta más famosa de Constantinopla. Se decía de ella que era la ramera mejor dotada para las artes del amor y que no demostraba escrúpulo alguno a la hora de satisfacer las obscenas peticiones de su lasciva clientela.

Mala fortuna corrió la cortesana cuando el emperador Justino I dictó, en el 520, una ley que la afectaba directamente. Las prostitutas serían perseguidas y multadas, y la chica se vio obligada a marcharse a Apolonia (la actual Libia), donde permaneció un par de años, hasta que, el destino la volvió a llevar a Constantinopla, donde llegaría a conocer al que sería su esposo, el emperador Justiniano.

 

Una historia de amor

No se tienen datos fidedignos de cómo se conocieron Justiniano y Teodora, pero la mayoría de versiones coinciden en que fue en una cálida tarde de primavera, cuando el futuro emperador paseaba por las calles de la ciudad y se detuvo a mirar a una muchacha que hilaba con una rueca en el viejo portal de una casa. Era Teodora, que, al parecer, quería borrar su escabroso pasado ganándose la vida tejiendo. Justiniano quedó totalmente prendado de la belleza de la costurera y cada tarde iba a observarla al amparo de una prudente distancia, hasta que, un día, venció su timidez y, sacando fuerzas de flaqueza, se dispuso a hablarle, a pesar de ser veinte años mayor que ella.

La relación entre ellos se hizo por momentos más estrecha e intensa, y el hombre, enfermo de amor, decidió llevársela con él al palacio imperial. Corría el año 522. Justiniano ya no podía vivir sin la presencia de aquella hermosa joven y quería tenerla cerca. Ella, además, no sólo le proporcionaba placer carnal, ya que para eso cualquier concubina del palacio hubiera servido, sino que Justiniano, a la sazón cónsul del Imperio, y hombre lleno de rarezas e inseguridades, veía en Teodora una fiel confidente, una consejera de confianza, una compañera inseparable, que llenaba de esperanza su nublado espíritu y alumbraba sus incertidumbres, hasta tal punto que todas las decisiones políticas eran consultadas y puestas en manos de la cortesana. Teodora se había convertido en su amante-amiga.

Los altos cargos cercanos al entorno de Justiniano empezaron a percatarse de que aquella joven era algo más que una simple amante y, temerosos de la mala opinión pública que una amistad así podría acarrearle al enamorado cónsul, intentaron disuadirlo de la inconveniencia de aquel romance, ya que la decencia y el honor de la nobleza se estaba exponiendo demasiado, con peligro de ponerse en tela de juicio.

Pero el noble, ciego y sordo, pasó por alto todos los comentarios y consejos de sus allegados y, deseoso de cimentar su amor, pidió consejo a Triboniano, que entendía de leyes por su condición de jurista, para poder casarse con Teodora. Por aquel entonces, la leyes impedían el matrimonio entre nobles y personas relacionadas con la vida disoluta, pero el cónsul, empeñado y decidido a tenerla como esposa, volvió a acudir al abogado pidiendo solución a su problema. Tenía que haber otra forma, otra manera. Triboniano, buen conocedor de todos los entresijos del derecho romano, le ofreció una salida totalmente loable. Si bien había una ley que vedaba la unión entre prostituta y aristócrata, no había ninguna otra que impidiese que tal ley se derogara, por lo que, sin inconveniente alguno, fue abolida.

Cuando ya parecía que el destino se ponía de su parte, Justiniano recibió la cruel desaprobación de la emperatriz Eufemia, la mujer de su tío, que reparaba demasiado en las habladurías de la nobleza y no obviaba en absoluto las opiniones negativas del pueblo. Un matrimonio así no estaba bien visto. Tan mal le pareció a Eufemia la pretensión del noble, que Justiniano, rendido por las presiones de la emperatriz, decidió postergar su boda para dar tiempo a que cesara la tormenta, y, aunque consciente del peso social que poseía la emperatriz, no cesó en su empeño de continuar el proceso de integración de Teodora en la corte.

   
      

 

Vista actual de la iglesia basílica de Santa Sofía en Estabul (Turquía), construida por Justiniano I y hoy convertida en mezquita.

   

Con tal propósito, volvió a reunirse con Triboniano, en esta ocasión porque tenía una duda. Cuando el jurista oyó lo que pretendía Justiniano, se le escapó una leve sonrisa algo pícara, que dejaba entrever hasta qué punto era capaz de llegar el cónsul para alcanzar sus objetivos. Lo que quería el futuro emperador era totalmente posible, y lo era, porque, en realidad, la ley que impedía a una prostituta ser nombrada patricia no estaba escrita en ningún código legal. Y así, en el 523, se otorga a Teodora la credencial de su nuevo estatus social, por supuesto, con todas las desaprobaciones que requería tal acontecimiento. Pero, criticado o no, Teodora acababa de tener libre acceso al Sacro Real Palacio, con todo lo que ello suponía, es decir, pudiendo participar activamente en la política de la corte imperial.

Ya no había marcha atrás. Teodora era ya un miembro más de la corte imperial, que tomaba decisiones, que aconsejaba, que lidiaba situaciones, le pesara a quien le pesara. Su infinita inteligencia la hacía aparecer cuando era preciso y ausentarse cuando su presencia resultaba inconveniente. Mantenía contacto con el pueblo llano, ya que no olvidaba sus orígenes. Aprobó leyes que permitían el matrimonio de prostitutas, una ley del aborto (al parecer, la primera que se promulga en la historia), permitió el divorcio voluntario de la mujer, y así otras muchas leyes de corte feminista que mejoraron la consideración de la mujer de la época en una sociedad siempre eclipsada por los varones. El pueblo la quería. La veían como alguien cercano a ellos. Alguien con quien identificarse. Como una verdadera heroína.

El emperador Justino I, cuya salud no se había visto muy favorecida en los últimos meses, nombró césar a Justiniano, para asegurarse así un sucesor si él moría. La emperatriz Eufemia lo cuidaba y velaba, sabía que el fin estaba cerca. Se dice que, un día, mientras ésta dormía, sintió un fuerte dolor en el pecho que la ahogaba y, tras unos segundos, murió. Era un infarto. Justiniano, aprovechando la oportunidad que le brindaba el fallecimiento de su detractora más fuerte, se casa con Teodora en secreto, en el 523, contando ella con 23 años y él con 40.

Pero Justino notaba cómo la vida se le escapaba por segundos y, en el 527, decide celebrar la pomposa ceremonia de imposición de la diadema imperial a su sobrino, que tiene lugar en palacio, siendo fiel a la solemnidad y tradición que merecía tal acontecimiento. Cuando Justiniano acababa de ser elevado a la máxima dignidad imperial, anunció con voz clara: “La ceremonia no ha finalizado aún”. Y, ante el asombro de todos los asistentes al acto, aparece Teodora, tímidamente, en el umbral de la puerta. Justiniano le pide que se siente junto a él, y la gente, rápidamente, entendió que Teodora era ya la mujer del emperador, por tanto, la emperatriz. Justiniano, recreándose, cogió la diadema del Imperio y, saboreando cada segundo, la colocó lentamente sobre la cabeza de su esposa. Teodora era ya emperatriz del Impero Bizantino.

De pronto, allí, sentada en su trono, vio correr su vida por clichés. Se vio en el Hipódromo demandando compasión, cuando sólo era una niña de cinco años; se vio vigilando los quehaceres de su hermana mayor, que fornicaba asustada con un hombre borracho y maloliente que la insultaba; se vio danzando semidesnuda en el circo; vio a su madre llorando porque no tenían nada que echarse a la boca; recordó las vejaciones, las ofensas y los improperios que le decían sus clientes. Y miró al frente, y con los ojos colmados de lágrimas, vio cómo todo un pueblo, militares, clérigos, cortesanos, la aclamaban, la querían, la aceptaban y se sentían bienaventurados por tenerla como emperatriz.

 

Tiempos de decadencia

Un hecho que pone de manifiesto la benéfica influencia de Teodora sobre Justiniano lo hallamos durante la famosa revuelta popular de Nika, en las proximidades del Hipódromo de Constantinopla, que comenzó el 11 de enero del 527 y que puso en jaque el trono de Justiniano. La gravedad de la rebelión residió en la unidad de acción de los dos bandos políticos más fuertes, los verdes y los azules, que, olvidando por un momento su tradicional rivalidad, se aunaron en contra del gobierno imperial. Numerosos edificios fueron quemados, el Hipódromo quedó destrozado y la basílica de Santa Sofía, que tanto amaba el emperador, estuvo a punto de ser pacto de las llamas en su totalidad.

A las típicas exigencias populares y a las consiguientes acciones violentas de los amotinados, en esta ocasión llegaron al extremo de proclamar nuevo emperador a Hipatio, un noble de la corte. Pero la animadversión y los gritos contra Justiniano proseguían en las calles. Así la cosas, temiendo que la vida del emperador fuese víctima de algún acto de violencia, Justiniano y algunos de los altos cargos militares que habían permanecido fieles a su persona, planean marcharse en un barco a un lugar más seguro, llevándose consigo el dinero de los fondos reales que estaba guardado en los sótanos del palacio. Cuando la decisión estaba ya tomada, Teodora, en un alarde de dignidad y honor, dijo: “De más sé lo que vais a pensar. Que una mujer no debe entrar en decisiones de hombres. Sinceramente, creo que lo que pretendéis es signo de cobardía. ¿Acaso somos ladrones o fugitivos? Todo rey debe morir por su país. Bien en su trono, bien combatiendo. Si no es así, no debe considerarse digno”.

   

      

Aspecto que presenta en la actualidad el Hipódromo de Constantinopla. Está situado en la Plaza Sultán Ahmet de Estambul (Turquía).

 
   

Justiniano y los militares que lo acompañaban no daban crédito a lo que habían oído, apenas se atrevían a mirar a Teodora a los ojos. Ella, una exprostituta, estaba demostrando más sensatez y entereza que todos ellos juntos. Entonces, los generales Belisario y Mundus se deciden por acabar con la revuelta aunque fuese de forma violenta. Y con las tropas que había permanecido fieles a la legalidad imperial, acudieron al Hipódromo, se situaron en la parte más alta de las gradas y allí empezaron a reducir a los sublevados. La ofensiva fue terrible y los enfrentamientos anegaron las calles de Constantinopla de sangre y fuego. Se estima que ese día murieron más de 30.000 ciudadanos. El emperador Hipatio fue asaltado por los hombres de Justiniano y hecho prisionero. Los supervivientes, temiendo por su vida, cambiaron repentinamente de bando, aliándose con el antiguo emperador, que acabó de esta forma con la revuelta de Nika.

Los días siguientes fueron tristes. Las familias iban a buscar los cadáveres de sus fallecidos al Hipódromo. Los edificios quemados empezaron a restaurarse, y Justiniano miraba a su esposa Teodora con amor, admiración y respeto, viendo en ella a la persona que había salvado su Imperio.

La vida discurre tranquila en Constantinopla. No se ejecuta a nadie ni se toman represalias. Vuelve la paz a las gentes. Justiniano y Teodora siguen enamorados, felices. Pero todo llega a su fin. En el año 548 muere la emperatriz, víctima de un cáncer de mama. La Iglesia Ortodoxa la convierte en santa. Veinte años más tarde muere Justiniano, en el 565. La historia siempre recordará a esta pareja que logró vencer con éxito las dificultades de su tiempo. La historia recordará siempre a Teodora de Bizancio como la mujer que pasó de prostituta a emperatriz. La historia recordará siempre a Teodora de Bizancio como la mujer que pasó de prostituta a santa.

  

  

PARA SABER MÁS:

FISAS, Carlos (1990): Historias de la Historia. Tercera serie. 18.ª ed., Ed. Planeta, Barcelona; pp. 109-115, 142-147, 156- 161, 177-182.

Y LOS SIGUIENTES WEBS:

ARTEHISTORIA: Justiniano I:. [En línea]: Artehistoria. Disponible en web: <http://www. arte-historia.jcyl.es/historia/personajes/4739.htm>. [ref. del 12 de enero de 2008].

GRUPOESE: De ramera a monarca: Teodora. [En línea]: Grupoese. Disponible en web: <http:// www.grupoese.com.ni/2000/bn/11/29/crrMM1129.htm>. [ref. del 12 de enero de 2008].

MUJERESRIOT: Teodora, emperatriz de Bizancio. [En línea]: Mujeresriot. Disponible en web: <http://mujeresriot.webcindario.com/Teodora_de_Bizancio.htm>. [ref. del 12 de ene-ro de 2008].

WIKIPEDIA: Justiniano I. [En línea]: Wikipedia. Disponible en web: <http://es. wikipedia.org/ wiki/Justiniano_I >. [ref. del 12 de enero de 2008].

WIKIPEDIA: Teodora. [En línea]: Wikipedia. Disponible en web: <http://es.wikipedia.org/ wiki/Teodora>. [ref. del 12 de enero de 2008].

  

  

MARI ÁNGELES JIMÉNEZ COBALEA (Málaga, 1987) realizó los estudios de Educación Primaria y de ESO en el C. P. C. “San Juan de Dios (La Goleta)” de Málaga. Los estudios de Bachillerato los realizó en el I. E. S. “Nuestra Señora de la Victoria” (Martiricos) de Málaga. Actualmente, estudia 3.º de Magisterio en la especialidad de Maestro en Lengua Extranjera en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga.

   

   

  

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Año VII. Número 55. Mayo-Junio 2008. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides.  Copyright © 2008 María Ángeles Jiménez Cobalea. © 2002-2008 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

   

   

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