N.º 62

JULIO-AGOSTO 2009

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GIBRALFARO

   

EL  DICHO  Y EL HECHO

   

   

   

   

   

   

QUIEN SE FUE A SEVILLA, PERDIÓ LA SILLA

   

Por José Antonio Molero

   

   

E

n el habla coloquial, este modismo acostumbra a decirse para responder a quien ha dejado vacante un cargo, plaza o sitio voluntariamente y, cuando vuelve para recuperarlo tras su ausencia, se lo encuentra ocupado por otro, quien se niega rotundamente a cederlo. De una manera más general, también se emplea para advertir a alguien sobre la posibilidad de perder algunos privilegios si abandona el lugar en que los disfruta.

Como ocurre con muchos dichos que habitualmente empleamos en el uso cotidiano de la lengua, parece ser que éste también tiene su origen en un hecho histórico, del que tenemos constancia por Diego Enríquez del Castillo en su Crónica del rey Enrique IV, caps. 26 y 54.

Por tal autor y documentos eclesiásticos del momento, sabemos que, por esa época, la máxima dignidad del arzobispado de Sevilla la ostentaba, desde 1454, Alonso de Fonseca y Ulloa (1418-1473) con el nombre de Alonso I de Fonseca en la sucesión arzobispal.

   
     

  

Detalle de la fachada de la "Casa de las Muertes", de Salamanca, cuya espléndi-da decoración de la fachada es atribuida a Diego de Siloé. Sobre su balcón hay un busto que parece representar a Alonso II de Fonseca, ya que en él puede leerse la inscripción: "Severísimo Fonseca Patriar-cha Alexandrino", título que fue concedi-do a este prelado por el rey Fernando V.

   

En 1460, al quedar vacante la sede del arzobispado de Santiago de Compostela, el arzobispo sevillano solicita del rey Enrique IV de Trastámara, conocido como ‘el Impotente’ (1425-1474), la concesión de la prelatura a favor de su sobrino-nieto Alonso de Fonseca y Acevedo (m. 1512), a la sazón deán de la catedral de Sevilla. Esta solicitud le granjeó un enfrentamiento con el conde Osorio de Trastámara, que también había requerido el arzobispado para su hijo Luis de Osorio.

Seguro de su poder sobre la voluntad del rey, Alonso I de Fonseca puso en juego sus influencias en torno a la corte e incluso llegó a reclamar el favor del papa Pío II, logrando al fin que la administración arzobispal le fuese concedida a su sobrino, dignidad que éste asume con el nombre de Alonso II de Fonseca.

Ya en su sede compostelana, el nuevo arzobispo dio claras muestras de falta de tacto político, al emplearse a fondo y con impaciencia en la recuperación de los privilegios y heredades que le habían sido usurpados a la Iglesia durante años por los señores feudales gallegos. Estas pretensiones de recuperación fueron motivo de que muchos miembros de la nobleza gallega implicados en el asunto, con Bernaldo Yáñez de Moscoso a la cabeza, se decantasen a favor de otorgarle la dignidad arzobispal al conde de Trastámara y plantaran cara a la elección de Fonseca, protagonizando continuas revueltas.

En uno de sus encuentros armados contra los nobles beligerantes (1465), Yáñez de Moscoso logra vencer al prelado, quien, junto con varios canónicos, es encarcelado en la fortaleza de Vimianzo, en Noya (La Coruña).

Tras dos años de cautiverio, se fija una gran cantidad de dinero por la liberación del clérigo, que no es aceptada por sus partidarios. La situación queda zanjada cuando las tropas arzobispales, al mando de Rodrigo Maldonado, ponen sitio al castillo de Yáñez de Moscoso y exigen la liberación del preso. Tras unos días de cerco, la plaza se rinde con la condición de que el arzobispo no pusiese pie en la diócesis arzobispal durante un periodo no inferior a diez años.

Con miras a la pacificación de la archidiócesis gallega y al cumplimiento del destierro, se decide por pedirle consejo y ayuda a su tío, el arzobispo de Sevilla. Tío y sobrino acuerdan un intercambio temporal de sedes, de manera que Alonso I de Fonseca iría a Santiago a restablecer la paz en Galicia y, mientras tanto, su sobrino se quedaría a cargo de la administración del arzobispado de Sevilla, acuerdo que se lleva a efecto en 1467.

Hacia 1469, Alonso I de Fonseca había logrado ya pacificar la archidiócesis de Santiago, pero cuando trató de volver a Sevilla a deshacer el trueque con su sobrino, éste se negó a dejar la silla arzobispal hispalense, más rica y tranquila.

Continúa narrando Enríquez del Castillo que de nada valieron los ruegos y razonamientos de Alonso I, quien se vio obligado a solicitar de Pío II la firma de una bula pontificia que obligara al sobrino a desistir de su actitud y volver de nuevo a Santiago. Pero la negativa del detentador a acatar el mandamiento papal, hizo necesaria la intervención del mismo rey Enrique, quien, para disuadirlo por la fuerza, ordenó la intervención armada de un ejército real al mando del Duque de Medina Sidonia y su valido Beltrán de la Cueva, los cuales redujeron la resistencia de los partidarios del sobrino y ahorcaron, tras un breve proceso, a los considerados como sus instigadores.

Sin duda, el hecho hubo de ser muy comentado en la época y pronto fue incorporado al acerbo popular reducido a un simple tópico. Sin embargo, del relato se deduce que, a causa del olvido de lo que aconteció realmente y a su empleo cotidiano por la gente sencilla, la expresión ha sufrido, con el paso del tiempo, una leve pero importante variación con respecto a los hechos, consistente en una confusión preposicional, que ha cambiado la «de» por una «a», puesto que, originariamente, hubo de decirse:

«Quien se fue de Sevilla, perdió la silla».

Conviene añadir que hay sitios en los que, a veces, este dicho se prolonga, diciendo:

«... y quien se fue a León, perdió el sillón»,

esto último obviamente de origen popular y sin fundamento histórico que lo sustente.

   

   

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

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“Alonso II de Fonseca”, en FUENTERREBOLLO, sección HERÁLDICA [En línea]. Dispo-nible en la web: <http://www.fuenterrebollo.com/Heraldica-Piedra/arzobispo-fon-seca-2.html>. (Consulta del 20 de mayo de 2009).

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José Antonio Molero Benavides (Cuevas de San Marcos, Málaga, 1946) ha cursado los estudios de Magisterio y Filología Románica en la Universidad de Málaga, en donde ejerce en la actualidad como profesor de Lengua, Literatura y sus Didácticas. Desde que apareció su primer número, está al frente de la dirección de GIBRALFARO, revista digital de publicación bimestral editada por el Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Universidad de Málaga.

   

   

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Año VIII. II Época. Número 62. Julio-Agosto 2009. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2009 José Antonio Molero Benavides. © 2002-2009 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

   

   

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