ENERO-MARZO 2015

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LOS PERROS DE LICURGO

   

   

Por José Antonio Molero

   

   

SE CUENTA QUE EL LEGISLADOR GRIEGO Licurgo* fue invitado en cierta ocasión a hacer una exposición teórica sobre la educación. El sabio aceptó la invitación, pero pide un plazo de seis meses para preparar la materia que habría de desarrollar en su disertación.

Tal requisito causó gran extrañeza entre los solicitantes, pues todos sabían de su capacidad y condiciones para hablar en cualquier momento y sobre cualquier tema o asunto, aunque fuese de manera improvisada. Por eso mismo, lo habían invitado.

Transcurridos los seis meses, Licurgo compareció ante la asamblea. Todo era expectación. Los asistentes sabían que no iba a defraudarlos. Se ubicó el sabio en la tribuna y, a una orden suya, entraron de inmediato varios criados portando cuatro jaulas, en cada una de las cuales había un animal: dos liebres y dos perros, todos separados.

A una señal previamente establecida, uno de los criados abrió la puerta de una de las jaulas y una pequeña liebre, blanca, salió corriendo espantada. Luego, otro criado abrió la jaula en que había un perro, que salió en desesperada carrera a la captura de la liebre. La alcanzó con la destreza que cabe a un galgo lebrero, destrozándola rápidamente.

La escena fue dantesca. Los corazones parecían saltar del pecho. La violencia con que el perro había dado caza y destrozado la libre había golpeado ciertamente la sensibilidad de todos los allí presentes. Nadie conseguía entender lo que Licurgo pretendía con la exhibición de tal agresión.

Mientras los miembros de la asamblea se debatían en una mezcla de perplejidad y conmoción, Licurgo permanecía en silencio. De su boca no salía palabra alguna. Se limitaba tan solo a observar atentamente a la concurrencia.

   

                   

                   

   

Otto van Veen (1556-1629). Grabado de 1607.

   

   

Ante el asombro de los asistentes, vuelve a repetir la señal establecida y la otra liebre es liberada. Tras lo cual, manda soltar el otro perro. El público apenas contenía la respiración. Los más sensibles llevaron las manos a los ojos para no ver la repetición de la muerte bárbara del indefenso animalito, que corría y saltaba.

En el primer instante, el perro embistió a la liebre. Sin embargo, en vez de destrozarla, la toca con la pata y ella cayó. Luego, la ayuda a ponerse de pie y se pone a jugar. Para sorpresa de todos, los dos demostraron tranquila convivencia, saltando de un lado para otro.

Entonces, y solamente entonces, Licurgo habló.

—Señores, acaban de asistir a una demostración de lo que puede la educación. Ambas liebres son hijas de la misma matriz, fueron alimentadas igualmente y recibieron los mismos cuidados. Así, igualmente, los perros. La diferencia entre ellos reside, simplemente, en la educación.

Y prosiguió vivamente su discurso exponiendo las excelencias del proceso educativo. «Si eso se ha podido hacer con animales con solo dominar su instinto, cuánto más no se podrá hacer con los hombres».


*     *      *


II


REFLEXIÓN SOBRE EL TEXTO

Como puede intuirse, al fondo de la toda esta puesta en escena de Licurgo subyace la idea de un eficaz proceso educativo. Probablemente, este legislador lacedomonio no protagonizó la historieta que se refiere en este cuentecillo; es posible también que ni él mismo hubiese existido como personaje histórico, pero lo que no da pie a duda alguna es su validez como apólogo que exalta los valores de la educación, entre los que se destaca aquí su efecto para una normal convivencia. Uno de los aspectos más interesantes de la educación es su capacidad para la transmisión de valores tan importantes como el relativo al pensamiento independiente y crítico y aquel otro de formación intelectual, pero no solamente estos, también aquellos otros como la tolerancia, la solidaridad y el espíritu de colaboración; a la convivencia, en suma. Convivir significa compartir vivencias juntos; convivir es, por lo tanto, encontrarse con los otros y conversar con ellos. Si conversamos en la escuela, estamos construyendo la convivencia escolar; si lo hacemos en la sociedad, en la ciudad, estamos construyendo la ciudadanía, la convivencia democrática. Aprender a convivir es una finalidad básica de la educación. Se trata de sumar esfuerzos para dar respuestas favorables, conscientes de que la educación para la convivencia democrática y la ciudadanía, para la igualdad entre hombres y mujeres, la educación intercultural, la educación para una cultura de paz, en definitiva, son desafíos que la escuela no puede obviar si quiere encontrar alternativas, positivas y constructivas, a los problemas escolares y sociales del siglo XXI.

   

   
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NOTA del AUTOR

Licurgo fue un legislador de Esparta, capital de Laconia (Lacedemonia o Lacedemón), cuya localización histórica en la cronología de la antigua Grecia, resulta todavía bastante controvertida, llegándose incluso a dudar de su existencia histórica. Algunos lo adscriben a un periodo cronológico que va desde el siglo XII a. C. hasta el año 600 a. C., si hay otros que precisan un poco su momento histórico, localizándolo entre los siglos IX y el siglo VII a. C. Citado por historiadores Heródoto, Jenofonte y Plutarco, Licurgo era hijo de Eunomo, rey de Esparta y hermano de Polidecto, que reinó después de su padre. Fallecido este, su viuda ofreció a Licurgo que se casase y reinase con ella, pero él rehusó, alegando su preferencia por continuar siendo el tutor de su sobrino Carilao. A pesar de su noble y austera conducta fue calumniado, y él se fue de Esparta. Viajó para estudiar las leyes y costumbres de otros países. Al regresar de sus viajes, dio Licurgo a los lacedemonios leyes justas, severas y sabias, aunque entre ellas las hubo que merecieron justa crítica, como fue la que ordenaba matar a toda criatura que naciera con alguna imperfección en su cuerpo. Dícese que para obligar a los lacedemonios a la constante observancia de las leyes que había establecido, les hizo jurar de no variarlas y seguirlas hasta que volviese de un viaje que iba a emprender. Conseguido esto, partió para Creta, en donde se quitó la vida, dejando encargado que se echasen sus cenizas al mar, temiendo que si su cuerpo fuese trasladado a Esparta, los lacedemonios no se creyesen ya ligados por el juramento que se habían hecho.


   

   

   

   

   

     

JOSÉ ANTONIO MOLERO BENAVIDES . (Cuevas de San Marcos, Málaga, 1946). Diplomado en Maestro de Enseñanza Primaria y licenciado en Filología Románica por la Universidad de Málaga. Es profesor de Lengua, Literatura y sus Didácticas en la Facultad de Ciencias de la Educación de la UMA. Desde que apareció su primer número, está al frente de la dirección y edición (en su versión web) de GIBRALFARO, revista digital de publicación trimestral patrocinada por el Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Universidad de Málaga.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Año XIV. III Época. Número 87. Enero-Marzo 2015. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2015 José Antonio Molero Benavides. © Las imágenes han sido digitalizadas expresamente por el autor y se usan exclusivamente como ilustraciones. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2015 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.